Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 3 de diciembre de 2013

El zorro maestro .88

El zorro no sabía cómo hacer para llevarle los pollos de una gallina que andaba escarbando en una casa. Hasta que al fin se acercó. El zorro desconfiaba que si le salía muy de golpe, la gallina se asustara y gritara, y iban a salir unos perros muy bravos que había en la casa.
Hasta que se acercó muy cariñoso y le dice:
-¡Ay, qué muchos niñitos y tan lindos que había teníu, señora!
Y ella le contestaba:
-Sí, señor.
-¿Y ya son bautizados?
Y ella le dice que no, que no están bautizados.
-¿Y ya saben leer sus hijitos?
Y ella le dice que no.
Y entonce le dice el zorro:
-Si usté quiere, yo puedo ser su compadre, y yo tengo escuela. Yo los puedo llevar a los niñitos. Ahora puedo llevar dos y después los otros. Y la gallina acepta y le dice:
-¡Cómo no, si me hace ese servicio! Puede llevar a esos dositos.
Se va el zorro con los pollitos. Se los come y al otro día vuelve otra vez por otros dos. Y vino todos los días hasta que los terminó. Y al último le invita a la comadre gallina para que vaya a ver la educación de sus hijos.
Van a una cueva de vizcachas y da allí unos manotones en la tierra, el zorro, y de adentro las vizcachas contestan:
-Com, com, com...
Y el zorro le dice a la gallina:
-¿Oye? ¿Vé cómo están leyendo de bien?
Entonce le dice:
-Entre usté también, si quiere verlos ahí.
Y entró la gallina y la comió a ella también.

Andrónico Gil Rojas, 60 años. Santiago del Estero, 1951.

El narrador es director de escuela jubilado. Me dictó este cuento de los muchos que él ha recogido en el norte de Santiago. Ha publicado un libro con una recopilación de cuentos populares.

Cuento 88. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro maestro .85

Diz que una vez el zorro ha andado muy escaso de comida y pensó que iba a inventar ponerse de maestro para que le manden los hijos los vecinos y así se los comía.
Diz que ya ha hecho saber que ponía una escuela y ha ido a pedir uno por uno de los que tenían hijos en edá para educarlos. Así ha llevado pichones de palomas, de perdices, de chuñas, de patos, de águila. Siempre decía que iban muy bien en el estudio y que pronto los iba a trair a los padres pa que vieran qué alhajitas 'taban los hijos. Pero, claro, no los vían más los padres.
Diz que los padres preguntaban y siempre decía lo mismo. Entonce l'águila ha dicho que ella iba a ver qué pasaba. Y así si ha ido a la casa del zorro cuando el pícaro andaba en el campo, y ha visto los güesos y las plumas de los hijitos muertos. Entonces ha dicho que se va a vengar.
Diz que lo buscó al zorro y lo invitó a una boda en el cielo, ande podía comer y trair comida. Li ha dicho que lo va a llevá apacho. Y lu ha subido muy arriba al zorro y lu ha dejau cair. Y ha caido sobre una piedra y ha quedado muerto y deshecho. Y áhi ha bajau l'águila y que li ha dicho:
-Andá a ser maestro de los hijitos de los vecinos. Áhí 'tá el castigo de tu falsía.
Y así si ha vengado l'águila.

Guillermo Alzogaray, 52 años. Finca del Rey. Anta. Salta, 1952.

El narrador es un gaucho de la región ganadera de Salta, rústico pero inteligente y buen narrador.

Cuento 85. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro jinetea al tigre .161

Una noche el zorro l'hizo una travesura al tigre. La engañó a la mujer del tigre y durmió con ella. Y cuando vino el tigre ella le dijo:
-¿Sabís que Juan ha venido y mi ha hecho una travesura?
-¿Y para dónde salió?
-Agarró el camino pal lau 'e La Falda.
Y áhi salió el tigre a buscarlo.
El zorro, como era tan vivo, se llevó una soguita.
Bueno... Al otro día lu encuentra el tigre. 'Taba durmiendo. Y al mesmo tiempo el zorro había llevau unas espuelas. Ese día ante li había dicho a una señora que el tigre era el caballo que él tenía que cuidar.
Bueno... Jue y lu encontró durmiendo. Le pegó un chirlo. El zorro abre los ojos.
-¡Ay, tío! -le dice- ¡'toy muy enfermo!
-¡Levantá canalla, atrevido!
-¡Ay, mi tío, me muero, me muero!
-Te guá levantar de las orejas.
-No, mi tío, ¡me muero, me muero! ¿Pórque no me lleva en el lomo?
Y el tigre pensó entonce de voltiarlo cuando subiera y matarlo. Entonce el zorro se puso las espuelas descuidadamente y agarró la soguita. Y le dijo el tigre que güeno, que lu iba a llevar. Y sube el zorro. Le pone la soguita en el cogote, si agarra bien y li arrima las espuelas sin lástima. Y áhi el tigre se largó a bellaquiar, a corcoviar. Y el zorro, bien prendido, ¡amigo!, ¡qué pucha! Y no lo voltió. Se cansó el tigre de bellaquiar y el zorro 'taba las risadas. Y lu enderieza derecho pa las casas de la señora que li había dicho que ése era su caballo.
-¡Ha visto, señora -que le dice, que tengo caballo para andar! ¿No le decía que este bravo era mi caballo? ¡Oiganlón al guapo, éste! -Y se golpiaba la boca el zorro.
Y claro, jue la almiración de toitos que el zorro lo muente al tigre. Y ya cuando el tigre 'taba muy sobau y aporriau, lo largó el zorro y salió disparando. Qué, ni aliento tenía el tigre pa seguirlo.

Reyes Barrera, 89 años. La Higuera. Cruz del Eje. Córdoba, 1951.

Campesino inteligente y buen narrador.

Cuento 161. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro hace hundir al tigre en una laguna .136

Es que el zorro andaba siempre receloso del tigre.
Al tiempo, Juan si había robau un queso muy rico y lo 'taba comiendo a la orilla di una laguna, cuando lo ve al tigre que venía cerca. Áhi no más se metió al agua y escondió el queso. Y si hacía el que 'taba pescando pedazos de queso y comiendo.
Y ya llegó el tigre y le dijo que lo venía a matar. Y el zorro, muy humilde, le dice:
-Me puede matar cuando quera, tío, pero, mire, pruebe primero un pedacito de estos quesos que se pescan en esta laguna.
Y le tiró un pedazo, Juan. El tigre lo probó y como le gustaban tanto los quesos, le dijo que cómo podía hacer pa pescar él tamén.
-Mire, entre no más por áhi, y usté que tiene más juerza va a sacar más. Dé un salto, y entre sin miedo, que es pandito. Con disimulo le tiró un pedazo 'e queso y el tigre áhi no más saltó y cayó, y si hundió, porque era una parte muy honda ande lu hacía entrar. El zorro salió huyendo y el tigre se quedó augandosé en la laguna. Después de 'tar como una hora, entre l'agua, medio muerto, pudo salir. Si agarró como pudo di unas ramas y salió tambaliando, cuasi augau.

Juan Lucero, 65 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1950.

Cuento 136. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro engaña al tigre y toma agua .140

Es que ha güelto el tigre y si ha escondíu otra vez en la bajada 'el agua. Como nu había ande tomar agua tenía por juerza que bajar el zorro. Entós empieza el zorro a ver cómo podía engañarlo al tigre. Y dio la casualidá que se dio con un panal llenecito de miel en el suelo, qui habían sacau unos hachadores, y habían dejau pa volver a llevarlo cuando acabaran de trabajar. Áhi no más el zorro se revolcó en la miel y entre las hojas y los palitos del suelo. Ya 'taba que naide podía conocerlo y se jue al agua. 'Taba tapau di hojarascas.
'Taba esperando el zorro, por áhi cerca, cuando vido que venían muchos animales del campo a beber. Se metió en la tropilla y bajó caminando, agachau. Áhi empezó a tomar agua, y el pobre no se llenaba nunca. Claro, tantos días sin beber. Ahí el tigre empezó a ver este animal tan raro que nunca había visto, y que tomaba tanta agua. Y no podía saber qué clase di animal era. Lo miraba y lo remiraba, y nada. Porque es curioso el tigre.
Al fin salieron los otros animales y el zorro salió con la tropilla. Ya cuando pasó el peligro, le gritó de lejo, al tigre:
-'Taba fresquita la agüita, tío, ¿no?
Áhi lo volvió a sacar corriendo el tigre, pero ni le vido el polvo al zorro que disparaba como una gama, ¡jue pucha!, con el susto que llevaba encima.

Juan Lucero, 65 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1950.

Cuento 140. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro dice que es maestro .99

Una vuelta el zorro engañó a un gallo y una gallina, que él era maestro. Le dejaron llevar los pollitos y se los comió, ¿no? Después llevó a la gallina pa que los viera, y se la comió. Después vino y llevó el gallo, ¿no? Cuando iban por el camino, el gallo vio las plumas. Se dio cuenta de todo y ante que lo coma se voló a un árbol, y empezó a cantar. Áhi vinieron los perros y lo mataron al zorro y se acabó el maestro.

Tomás Lértora, 73 años. Punta Indio. Magdalena. Buenos Aires, 1969.

Narración abreviada del cuento.

Cuento 99. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro confesor y el perro .81

Quesque el zorro si ha queríu hacer pasar por cura pa confesar las gallinas y comerlas. Y di áhi, si ha puesto una carona190 vieja qui ha encontrao botada, como sotana. Y ha empezao a llamar las gallinas y los pavos que se confiesen. Han venío y a todos les ha encontrao pecados graves y los comía.
Entonce li han dicho al perro que el zorro si ha metíu de cura, y lu ha empezao a perseguir. Y áhi lo alcanzó un día y ha dicho el zorro:
-Para ser cura hay tiempo y para correr, no.
Y ha botao la carona y ha salío huyendo y si ha metío en una vizcachera, una cueva 'e vizcacha. El perro ha quedao en la boca 'e la cueva, esperando. Quesque el zorro si ha hecho todo encima, del susto, si ha cagao.
Quesque el zorro, adentro, cuando se li ha pasao un poco el susto, ha empezao a decir:
-Gracias a estas patitas tan ligeras m'hi salvao y gracias a estos ojitos que vían todo. Y vos, cola sucia, fiera y hedionda, ¿páque mi hais servío? ¡Tomála, perro, tomála! -que decía.
Y áhi que sin darse cuenta ha sacao un poco pa ajuera la cola, y el perro lo pilló al zorro de la cola, lo sacó de la cueva y lo mató.

Y entre por un portillo
y sale por otro,
pa que usté cuente otro.

Loreto Romero, 47 años. San Francisco. Ancasti. Catamarca, 1952.

Trabajador de campo. Buen narrador.

Cuento 81. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro confesor .83

El zorro ya no sabía qué hacer para conseguir engañar a los animales que podía cazar. Todos lo conocían y se cuidaban de sus trampas. En las casas había perros muy malos y no podía entrar a robar en los gallineros. Entonce pensó en hacerse confesor de las aves. Hizo correr la voz que había venido un confesor. Se puso una sotana y se puso en un rincón oscuro di una iglesia. Áhí se armó un confesionario. Hizo decir que recibía confesión muy temprano porque tenía mucho trabajo en el día.
Muy temprano llegó un pavo.
-¿Usté viene a confesarse? -le dice el zorro.
-Sí, padre -le dice el pavo.
-Buena falta le hace. Venga pal confesionario.
Lo llevó al confesionario y lo empezó a confesar.
-Diga sus pecados.
-Ayer me comí una juente de trigo.
-¡Ah!, ése es pecado muy grave, es pecado mortal -ahí se lo comió.
Al otro día jue una gallina, también muy temprano. Y el zorro la llevó al confesionario y le dijo:
-Diga sus pecados.
-Hace dos días me comí un plato lleno de maíz.
-¡Ah!, ése es un pecado de los más grandes, usté 'ta condenada -y ahí nomás se la comió.
Los parientes del pavo y de la gallina se alarmaron y le jueron a contar al perro lo que estaba pasando. El perro dijo que él se iba a confesar al otro día. Un gallo muy vivo lo acompañó al perro. Cuando llegaron, el confesor se dio un gran susto cuando vio al perro y les dijo:
-Yo soy confesor de aves, solamente, así el señor Gallo puede pasar solo. El señor Perro se puede ir. Yo no sé cómo se ha molestado tan temprano.
Entonce le dice el perro:
-No, señor confesor, yo vengo a confesarme, y usté, quiera o no quiera, me tiene que confesar.
Discutieron un rato y no tuvo más que confesarlo al perro.
-Diga sus pecados -le dice el confesor con voz muy débil.
-Anoche me comí una res de carne, que robé.
-¡Ah!, ése no es ningún pecado.
-Después me comí una torta que era para un regalo.
-¡Ah!, ése no es ningún pecado.
-Mordí a un hombre en la calle y casi lo maté.
-¡Ah!, tampoco es ése ningún pecado.
-Ahora ando buscando al zorro para matarlo porque mi han dicho que si ha metido a confesor.
Y claro, áhi salió corriendo el zorro y el perro salió di atrás. Perdió la sotana y agarró para el lao del campo, pero el perro lo alcanzó y lo mató.

José Martínez, 30 años. Naunaucó. Ñorquín. Neuquén, 1947.

El narrador es viajante de comercio.

Cuento 83. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro confesor .82

El zorro iba hambriento y se encontró con el mono que llevaba un pedazo de carne. Se aproximó y le preguntó:
-Monito, ¿qué llevás?
-Hé... y, carne.
-¿Dónde la conseguiste?
-Hé... en la carnicería.
-¿Y cómo te la dieron?
-Hé... y, por la plata.
El mono no se detuvo en ningún momento y el zorro vio que no iba a poder quitarle el trozo de carne. Entonces lo dejó ir. No lo siguió más.
Pensó y pensó qué podía hacer para engañar a los demás y por último decidió disfrazarse de sacerdote.
Cundió la noticia de que había llegado un misionero al pueblo y los feligreses se dispusieron a cumplir las abandonadas prácticas religiosas.
Se dijo el gallo:
-Yo iré a confesarme muy de mañana, antes de que amanezca, porque soy muy pobre y así evitaré que la gente vea mis ropas remendadas.
Como lo pensó, lo hizo. Antes del amanecer, el gallo llegó a la iglesia y lo recibió el señor cura.
-Vengo a confesarme, Padre -le dijo, y el zorro lo llevó hasta el confesionario y una vez allí, le requirió:
-Diga sus pecados, hijo, usté tiene aspecto de ser un gran pecador.
-No sé si será pecado -dijo el gallo, lo que yo suelo hacer es cantar todas las noches...
-¡Pecado! ¡Pecado! -lo interrumpió el cura. ¿Y qué más?
-Después, cuando amanece, bajo del árbol donde duermo y como los granos de maíz que me da mi amo.
-¡Todo eso es pecado! ¿Y qué más?
En ese momento se oyeron golpes en la puerta. El cura llevó apresuradamente al gallo a una piecita contigua y le dijo que lo esperase allí. Después salió a atender la puerta y se encontró con el perro. El cura temblaba, pero ocultó lo mejor posible su inquietú y saludó efusivamente al perro:
-¡Hola, don Josecito Hidalgo! Viene muy temprano. Oficiaré la misa recién a las diez... Puede irse y volver más tarde...
-No -dijo el perro, vengo a confesarme.
-Pero si usté no ha de tener pecados. No necesita confesarse.
-Quiero confesarme -insistió el perro.
El cura no quiso contrariarle y le llevó a confesarse.
-Yo cuido la casa donde vivo y suelo morder a todos los que llegan. Una vez casi maté a un chico.
-Eso no es pecado.
-Suelo ladrar y correr a todos los que pasan frente a casa y suelo morder las patas de los caballos, les tiro de la cola y procuro desmontar a los jinetes.
-Nada de eso es pecado.
-¡Ah!, tengo que decirle otra cosa, padre. La especial recomenda-ción que tengo de mi amo es que si lo encuentro al zorro, sea donde sea, lo tengo que matar porque dicen que se ha metido de confesor.
Al oír esto, el cura, echó a correr con gran ruido de sotanas y se fue hacia el monte, seguido muy de cerca por el perro. Encontró en su camino una cueva de tatú abandonada y se metió en la cueva. El perro quedó en la boca de la cueva ladrando y cavando.
 Y después del susto, cuando se vio a salvo en el fondo de la cueva, el zorro comenzó a decir:
-Gracias a mis patas pude llegar hasta aquí. Mis ojos me permitieron ver el camino en la oscuridá, pero ésta, mi cola tan peluda, tan pesada y tan inútil, me estorbaba. Se la voy a dar al perro para que se conforme y se vaya.
Sacó la cola sin darse cuenta. Áhí lo agarró el perro y lo sacó al zorro y lo mató.

Justo Pucheta. 53 años. Loreto. Corrientes, 1959.

El narrador es persona de cultura. Conoce una gran cantidad de narraciones tradicionales de su región, que oyó desde que era niño.

Cuento 82. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro con la paloma .19

Una vez había una palomita que había anidau en un bosque. Áhi si hizo su nidito. Por cierto, después di un tiempo tenía sus pichoncitos, la cual estaba tan contenta. Pero, resulta que había un zorro que en ese tiempo se le decía Juan, y que a los animales se nombraba más por nombre.
'Taba la palomita ya con los pichoncitos grandecitos y don Juan la había andado mirando ya, más u menos calculando que ya tuviera los pichoncitos grandes, y comu es un bicho tan vivo, tan audaz, le dice:
-¡Oh, doña Paloma! ¿Qué hace ahí?
-Aquí estoy cuidando mis hijitos.
-¡Ah!, ¿y no sabe que el que quema y roza es dueño de posesión?
-¡Ah, don Juan!, yo creo que aquí ande 'stoy me puede pertenecer, porque yo, como ave...
-¡Ah, no!, aquí hi quemau y hi rozáu. Yo soy dueño de posesión. Estos bosques son míos.
-¿Por qué me hace eso si yo estoy cuidando mis pichoncitos, mis hijos?
-¡Ah, no! Si no se va de inmediato me subo y la como a usté con sus hijos y todo.
-Pero, don Juan, no haga eso, cómo va hacer eso, me va dejar sin mis hijos.
-¡Oh, no! Usté me da uno de sus hijos o si no se va de inmediato. Si no me subo y la como con todo.
-Pero, no, don Juan. ¿Por qué me hace eso?
-No, así es, usté se va o me tira un hijo. Y si mañana vengo y usté sigue ahí me subo y la como a usté con su otro hijo.
Bueno, la paloma qué iba hacer, le tiró un hijo, y se quedó.
El zorro se fue muy contento. Ya por lo menos había saciado un poco su hambre.
Entonces, la palomita se puso a llorar:
-¡Juúu!... ¡Juúu!...
En eso viene don Agustín, que le decimos nosotros así, viene a ser el chuschín. Este animalito, que en vez de caminar, va saltando.
Bueno... Entonce le dice:
-¿Qué le pasa doña Paloma que 'ta llorando?
-Cómo no voy a llorar, ha venido don Juan, me ha hecho que le dé un hijo, y que si no me voy hoy, mañana vendrá y me comerá a mí con el otro hijo.
-Pero, doña Paloma, ¡cómo piensa eso! -que le dice.
-Dice que él ha quemado y ha rozado y es dueño de posesión.
-No puede ser, doña Paloma, ¿cómo se pone a crer eso? Don Juan podrá ser dueño de andar en la tierra, hacer daño, pero resulta que a las plantas él no puede subir. ¡Cómo va crer eso!
-Cómo no voy a crer, si es tan audaz y capaz de todo.
-Muy bien -que dice. Mañana, cuando venga, usté digalé que ha quemau y ha rozau y que es dueña de posesión. Y qui áhi en el árbol ande ha anidado, es dueña, es la dueña usté.
Muy bien. Al otro día llega don Juan:
-Cómo, doña Paloma, ¿todavía aquí usté? Si no me tira el otro hijo me subo y la como a usté.
-Mire, don Juan, el que quema y roza es dueño de posesión. Yo aquí hi quemau y hi rozau y soy dueña de posesión. Y aquí, en el árbol, ande 'toy, soy la dueña.
-¡Ah!, ¿quién le enseñó eso?
-Don Agustín.
-¡Ah, me la pagará, me la pagará!
Y se fue. Y este don Juan ya si había fijado que don Agustín se iba a una laguna donde se bañaba, que después salía y se revolcaba. Y se puso catiando de que viniera. Ha llegado don Agustín, se ha bañado. Se 'taba revolcando, cuando lo agarró don Juan y le dice:
-Te voy a llevar y te voy a comer allá delante de doña Paloma. Y la voy a comer a ella y al hijo también, para que vea que yo soy el que manda y que soy dueño de las posesiones aquí, de este bosque.
Y se iba yendo con don Agustín en la boca. Resulta que pasó la suerte que venían unos arrieros y empezaron a gritar:
-¡Velo a don Juan con don Agustín en la boca! ¡Velo a don Juan con don Agustín en la boca!...
-Deciles que ¡qué les importa! -le dice don Agustín de dentro 'e la boca 'el zorro.
Entonce vino a hablar:
-¡Qué les importa! -dice.
Y cuando fue a decir ¡qué les importa! se le voló don Agustín de la boca. Se le fue. Así que se quedó con las ganas, don Juan, de decirle a la paloma que iba a venir otra vez y de comerlo a don Agustín.

Isidro Segundo Páez, 53 años. Los Sarmientos. Chilecito. La Rioja, 1968.

Campesino afincado en la región. Excelente narrador.

Cuento 19. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro con el tigre .110

Una vez había un tigre que andaba con un zorro. El zorro le decía tío al tigre. Un día el tío le dice:
-¡Ay!, ¡qué hambre que tengo! Andá, arriá aquella majada, vamos a comer una de ésas.
Se va el zorro, arría la majada y el tigre pilla una y la carnia y se pone a comer. Y el zorro estaba a la par, dele mirarlo. El tío no le convidaba nada, entonce le dice el zorro:
-Tío, tío, déme la panza.
Y el tigre le dice:
-Ésa le hace falta a tu tata para mate.
Le dice el zorro:
-Tío, tío, déme la tripita.
Y le dice el tigre:
-No, ésa le hace falta pa bombilla a tu tata.
Dice el zorro:
-Tío, deme el guano.
El tigre le dice:
-No, ése le hace falta pa yerba pa tu tata.
El zorro:
-Tío, tío, deme la patita.
El tigre:
-No, ésa le hace falta pa martillo pa tu tata.
El zorro:
-Tío, tío, deme el cuerito.
El tigre le dice:
-No, ése le hace falta pa la silla que haga tu tata.
Le dice el zorro:
-Deme la vejiguita no más, entonces.
Y le dice el tigre:
-Bueno, tomá la vejiga y no me embromés más porque tengo que dormir un rato, si no te como a vos también.
El zorro le dice:
-Está bien tío, no lo voy a embromar más.
Entonces el tigre se acostó a dormir y el zorro la puso a secar a la vejiga, y cuando estuvo seca, la llenó de moscas y el tigre estaba roncando. Luego la ató con un piolín bien ceñidito, y la ató en la cola del tigre, bien ceñido, y le dijo:
-¡Tío, tío, viene la policía!
Se levantó el tigre y salió disparando y al llegar al cerro se dio vuelta a peliarla a la policía, y se halló la vejiga atada a la cola, y se volvió a comerlo al zorro. Y cuando el zorro lo alcanzó a ver salió disparando y se fue hasta junto la cueva, y ahí estaba esperandoló al tío, y cuando el tigre iba llegando se largó el zorro a la cueva. Áhi el tigre metió la mano y lu agarró de la cola. Entonces el zorro le dice, de abajo:
-¡Bah, por pillarme la cola ha cazao una raiz!
Y el tigre confiado lo largó creyendo que era la raiz, y el zorro cayó de hocico dentro de la cueva.
El tigre se sienta a esperarlo en la puerta de la cueva y no salía, y no salía. El tigre mira para arriba y ve un cuervo posado en un árbol y le pregunta si servía para centinela. El cuervo le dice que sí, entonces al cuervo le pide que cuide la cueva que ya iba a volver, que se iba a trair una pala para cavar, para sacarlo al zorro y comerlo. El cuervo estaba atravesado en la boca de la cueva, y sale el zorro, y lo encuentra al cuervo y le pregunta qué hace. Y le dice el cuervo que estaba de centinela. Y le dice el zorro:
-Para ser centinela debe estar firme y abrir los ojos muy grandes.
Entonces el cuervo se pone firme y abre los ojos grandes. Y alza el zorro un puñado de tierra y le echa en los ojos. Entonces cae antarca el cuervo y sale el zorro disparando y lo deja al cuervo. Y viene el tigre de allá y le pregunta si estaba tuavía. Y el cuervo le dice que sí. Entonce el tigre se pone a cavar y a cavar. Y al llegar al plan de la cueva no halló nada. Se dio la vuelta a comerlo al cuervo y no lo encontró, porque el cuervo ya había tomado vuelo. Siempre el sobrino lo embroma al tío.

Jacinta Pérez, 27 años. Los Bulacio. Cruz Alta. Tucumán, 1952.

Campesina que ha concurrido a la escuela primaria.

Cuento 110. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro comisario .79

Dice que era del tiempo que los animales hablaban. Don Juan Zorro andaba con mucho hambre y iba pasando por un camino. De lejo vio una cosa que brillaba y se puso contento creyendo que era algo para comer. Jue y vio, y era un sable viejo, herrumbrado , que lo habían tirado por inservible. Después de mucho pensar qué podía hacer con eso, dice:
-Ésta es la mía. Ahora me voy hacer autoridá. Esto me viene bien para hacerme comisario. Ya me van a respetar todos, quieran o no quieran.
Si arrimó a una carreta vieja qui habían dejado a la orilla del camino, sacó unos tientos y se ató el sable. Y quedó muy contento de parecer comisario en serio. Y entonce el zorro marchó muy derecho, con el sable al hombro y empezó a atajar a todos los animales que encontraba y darles órdenes. Todos los animales chicos si asustaban y obedecían. Claro, áhi no más se los comía. Pero, áhi pasó un perro viejo y achacoso. Entonce el zorro hizo de tripas corazón, y l'hizo frente, y con voz juerte le gritó:
-¡Epe, amigo! ¡Respete la autoridá, respete la justicia!
El perro no l'hizo juicio, lo miró de lado y siguió su camino. Claro qui al perro le daba risa de verlo al zorro difrazado con ese machete, muy tieso, haciéndose el importante.
El zorro que ya creyó que el perro le tenía miedo por el sable, se quiso hacer el valiente, y con todas las fuerzas de sus pulmones le gritó:
-¡Epe, amigo! ¿'Tá ciego que no ve que acá 'tá la justicia? ¡Aprenda a respetar, amigo! ¡Paresé y atienda!
El perro se paró, lo miró al zorro de pie a cabeza y lo atropelló para escarmentarlo.
Cuando vio el zorro que el perro lo atropellaba en serio, se olvidó del sable, lo botó y comenzó a correr. Volaba el zorro entre los cardos y las piedras, y el perro lo seguía di atrás. En lo que iba corriendo descubrió una cueva y áhi se zampó. Por suerte la cueva era como para su cuerpo, pero el perro no podía entrar. Por milagro se salvó el zorro que si hacía comisario, autoridá. El perro se quedó en la puerta de la cueva esperando que saliera.
Cuando pasó un rato, el zorro se tranquilizó y empezó a pensar cómo si había salvado del perro. Entonce empezó a decir:
-¡Ah, mis patitas y mis manitos, cómo corrían! ¡Qué lindas son!
En eso se mira la cola y ve que 'ta sucia y hedionda. Claro, con el susto al zorro li había ocurrido una desgracia, si había hecho todo encima. Y entonce, avergonzado, dice:
-¡Y vos, cola sucia, eras la que me estorbabas cuando corría! Y pa pior, ¡miró lo qui mi has hecho! ¡Tomala, perro, tomala!
Jue retrocedendo, y sin darse cuenta la sacó ajuera, y áhi la vio el perro. El perro lu agarró de la cola al zorro, lo sacó y lo mató.
Y áhi se acabó el zorro comisario por hacerse el vivo.

Vicente Ranero, 66 años. Retamal. Rivadavia. La Rioja, 1950.

Lugareño rústico. Buen narrador.

Cuento 79. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El zorro comisario .78

Una vez lo pusieron al zorro de comisario. Y con un machete grandote se pasiaba a la salida de un callejón largo por donde se entraba al pueblo. Cuando vía venir alguno se paraba sacando pecho y enronqueciendo la voz le gritaba:
-¡Paresé, amigo! ¡Vea la justicia! ¡Haga alto!
Y si le convenía lo dejaba pasar, y si no, lo hacía volver. En eso apareció el perro por el callejón, y al verlo le gritó al perro:
-¡Epe, amigo! ¿Que no ve la justicia? ¡Haga alto!
Pero el perro no le hacía juicio y seguía no más. Y el zorro volvía a gritar:
-¡Epe, amigo! ¡Haga alto!
Y el perro seguía no más. Y el zorro empezó a desconfiar, y reculando le gritaba cada vez más despacio, hasta hablar en secreto, lo que el perro ya 'taba encima:
-¡Epe, amigo! ¡Epe, amigo! ¡Epe, amigo!...
Y cuando el perro llegó, dio la güelta huyendo el zorro, y el perro se le echó por atrás. Y ya cuando el perro lo iba alcanzando, el zorro ve una cueva 'i vizcacha, y se pierde áhi. Ya cuando 'tá adentro se da cuenta por el olor, qu e del susto se había ensuciao y se había emporcao la cola. Y entonce, por disimular lo que le había pasao, dice:
-¡No ven, cola cochina, lo que ha hecho! ¡Que ya no se puede de la hedentina! ¡Velay!  ¡Te vuá tirar pa juera!
Y hace que tira la cola, y recula en la cueva, y saca un poco l'anca. Y en eso, el perro que áhi 'taba esperando que saliera el zorro, lo pilla y lo hace pedazos. Y áhi terminó la justicia del zorro.

Delfín Camaño, 77 años. Ampolla. Santa Rosa. Catamarca, 1947.

Muy buen narrador. Campesino iletrado, pero muy inteligente.

Cuento 78. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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