Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de diciembre de 2013

El zorro, el tigre y el carancho .145

Juancito el zorro andaba flaco y hambriento y resolvió quedarse en la casa del tío tigre y de la tía tigra a fin de suplir sus necesidades. Lo tenían de pión de mano, pero eran muy mezquinos los tíos y le daban muy poco o nada de comer. El zorro les hacía las mil y una picardías para poder comer algo.
Un día, el tío y el sobrino salieron a cazar. Se pusieron cerca de una represa adonde tenían que bajar a beber todos los animales. El zorro se subió a un algarrobo muy alto y el tigre se escondió al pie del árbol. En una de ésas Juancito empezó a ver los animales que llegaban y a decir:
-Allá viene una majada de capones gordos con un capón regordo de puntero.
-Dejalos pasar, Juancito, ésa es carne con lana, no me gusta.
-Allá viene una tropa de novillos lustrosos de gordos con un toro de pella a la punta, que viene bramando y echando tierra.
-Dejalos pasar, Juancito, esa carne con aspas no me gusta.
-Allá viene una tropilla de yeguarizos con un potro tordillo a la cabeza, con l'anca partida de gorda.
-Esa carne me gusta. Bajate, Juancito, para que ayudís y tené cuidado que no te vean.
El tigre esperó los animales, y en cuanto llegó el potro que venía muy ufano con su tropilla, lo saltó y lo desnuncó. Las yeguas si alzaron y el tigre empezó a carniar. Iba carniando y comiendo lo más gordito. El zorro le ayudaba, pero el tigre no le dejaba tocar nada. El zorro estaba muerto de hambre y le empezó a pedir lo pior de la res a ver si le daba:
-Deme los ojos, tío tigre.
-No, ésos son para cuentas del rosario de tu tía tigra.
-Deme la panza.
-No, ésa es para mate de tu tía tigra.
-Deme el ocote grueso.
-No, ése es para bombilla de tu tía tigra.
-Deme el guano, que es para botarlo, entonce.
-No, ése es para yerba de tu tía tigra.
Entonce el tigre agarra la vejiga, que ya la iba a botar, y se la da, como una burla.
Bueno, Juancito se puso a soplar la vejiga y cuando la tuvo bien soplada y seca la llenó de moscardones. El pobre estaba que le silbaba la panza di hambre y jurando vengarse del tío tacaño.
Al fin el tigre sacó un costillar entero, lindísimo, y le dice a Juancito que se lo lleve a la tía para que lo espere con un lindo asado, y él se tira a descansar un rato, y a cuidar lo que quedaba de la carniada.
Juancito espera un rato y cuando ve que el tigre si ha dormido, despacito li ata la vejiga en la cola. Agarra el costillar al hombro, y de la distancia, le grita al tigre:
-¡Tío, tío, áhi viene un cazador con una tropilla de perros! ¡Dispare! Ya vienen cerquita.
El tigre, medio dormido, da un salto y le pregunta de qué lado vienen. El zorro le señala con la mano, y el tigre echa a disparar para el lado contrario, y lo que oye el barullo de los moscardones en la vejiga, cree que ya lo van alcanzando. Y se metió en los montes y siguió a todo lo que da.
El zorro siguió con el costillar, muy tranquilo. Llegó a la casa y le entregó el asado a la tigra, y le dice:
-Manda a decir mi tío tigre que ase muy bien este asado, que lo comamos y después durmamos juntos.
-¡Eso ha dicho tu tío! -dice la tigra, desconfiada.
-Eso ha dicho, y usté sabrá si va obedecer o no las órdenes de su esposo.
-Bueno, si eso manda, se hará -contestó la tigra.
Ya cuando estuvo el asado, doradito y chorriando grasa, se lo comieron. El zorro comió hasta que le quedó la panza dura. Más tarde se fueron a dormir.
El zorro, que estaba con sus picardías, se levantó muy temprano y se fue a echar a un pajonal que había cerquita de las casas.
El tigre disparó por el monte hasta que ya muy lejos una rama le rompió la vejiga y se dio cuenta de la mala jugada del zorro. Áhi no más se volvió.
Llegó el tigre a las casas y preguntó por Juan.
-Por áhi ha de andar -le dice la tigra.
Le contó la tigra lo que había sucedido para cumplir las órdenes de él, y el tigre, que venía enojado se puso furioso, y le dice:
-¡Caracho!, ¡ya me embromó otra vez este canalla de Juan! Ya no más lo salgo a buscar para matarlo.
Lo salió a buscar a Juan el tigre y lo encuentra durmiendo en el pajonal. El tigre se fue allegando despacito, y sin que lo siente el zorro agarró unas pajitas y le comenzó a pasar por las narices. El zorro estaba dormido, y creyendo que eran moscas, dice:
-¡Qué moscas de miércoles, éstas, ya me están embromando! Dejante que anoche no he dormido, no me dejan de fastidiar ahora, que tengo que andar huyendo de mi tío. Moscas de miés chica, dejante que por dormir con mi tía no he pegado los ojos, ahora 'tán fregando.
Abrió los ojos el zorro y casi se murió de susto al encontrarse con el tigre en persona y furioso. Y lo encara, para agarrarlo, y le dice:
-Así te quería pillar, cachafaz, trompeta, ya no más te voy a matar.
El zorro alcanzó a dar un salto y se metió en una cueva que tenía a unos pasos. Lo soltó el tigre y metió la mano en la cueva, y lo alcanzó a agarrar de una pata al zorro. Entonce el zorro le dice:
-¡Tire, tire, tío tigre, que ha agarrau una ráiz!
El tigre le creyó, y lo largó. Entonce le dice el zorro:
-Qui había sido zonzo, tío; era mi pata la que había agarrau. ¡Pucha qui había sido zonzo!
-¡Ya vas a ver, bribón, ya te voy a sacar de la cueva!
Empezó el tigre a cavar, pero, ¡qué!, las uñas del tigre no son para eso. Iba pasando en ese momento un carancho y lo llama:
-Venga, amigo, cuidemé este preso hasta que yo venga con una pala para sacarlo, y con un cuchillo para degollarlo, por pícaro. No se mueva de aquí porque sinó lo voy a matar a usté también.
Se va el tigre y se queda el carancho cuidando al zorro. Al rato no más el zorro lo comienza a conversar al carancho. El zorro es tan pícaro que se quiere aprovechar del carancho que es tan sencillo y sin malicia.
Ya había conversado un largo rato y le dice el zorro:
-Che, ¿por qué no jugamos a algo para pasar el rato hasta que me mate el tío tigre?
-Bueno, ¿y a qué vamos a jugar?
-Vamos a jugar a quién pueda abrir más grande los ojos y resistir más tiempo. Así, mirá cómo me tenís que mirar.
-Bueno, ya está -le dice el carancho.
Y le tocó a él primero. El carancho se puso a mirar fijo con los ojos bien abiertos. Áhi no más el zorro le zampó un montón de tierra. Lo dejó ciego al carancho, aletiando en el suelo, y él salió disparando, patitas pa qué te quiero. Al rato se compuso el carancho y se voló lejos de miedo del tigre. Cuando volvió éste no encontró ni rastros del preso ni del centinela. Áhi volvió a jurar que lo iba a seguir buscando hasta que lo encuentre al zorro. Y lo siguió buscando. Y lo anda buscando hasta ahora.

Luis Gerónimo Lucero. Nogolí (Hipólito Yrigoyen). Belgrano. San Luis, 1944.

Director de escuela jubilado. Lucero, como colaborador de la encuesta del magisterio de 1921, remitió un gran número de cuentos. Tenía aptitudes sobresalientes de narrador. A los cuentos que él oyó desde la infancia en su comarca rural, sumó los que le narraron en los distintos lugares en los cuales residió temporariamente como director de una escuela ambulante. Los cuentos que consigno en esta recopilación me fueron narrados por él, de viva voz. Cuando escribía, su prosa se recargaba de expresiones vulgares y artificiosas y su estilo perdía la espontaneidad del narrador popular. Ha muerto hace algunos años.

Cuento 145. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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