Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

La mujer de nieve

Hace mucho tiempo, en una montaña llamada Caballo Blanco vivían solos Mo­saku y su hijo Minokichi; la madre había muerto cuando éste contaba pocos años de edad.
Padre e hijo, cuando llegaba el invierno, aprovechaban todos los días para cazar zorros, ciervos y osos cuya piel vendían en la ciudad. Una mañana hibernal, muy de madrugada, cogieron la escopeta y se fue­ron al monte, pero por más que buscaron no pudieron encontrar ninguna pieza. Sin perder la esperanza, siguieron recorriendo el terreno hasta que oscureció. Entonces, empezó a nevar con un ventisco tan fuerte que les impedía mantenerse en pie; ga­teando, siguieron hasta el pequeño refugio para cazadores que había no muy lejos del lugar donde se encontraban.
Al llegar allí, como tenían las manos y los pies helados, encen-dieron fuego para calentarse, prepararon té y comieron las provisiones que les quedaban. Hablaron de la mala racha que habían tenido, de la nevada que les impedía su regreso, etc... De pronto, el padre le dijo al hijo:
-Minokichi, hijo, ya tienes 20 años, em­pieza a ser hora de que vayas pensando en casarte, yo ya me hago viejo y en casa nos hace mucha falta una mujer...
Pero mientras Mosaku hablaba, el hijo, que se había recostado cerca de la lumbre, ya estaba roncando. El padre, en vista de que el hijo no le escuchaba, también em­pezó a bostezar y no tardó en dormirse.
Afuera la tempestad de nieve seguía y a causa de los silbidos del viento Minokichi se despertó y observó que había dejado apagar el fuego. Se levantó para ir a buscar más leña pero en ese momento, cuando iba a salir, vio a una mujer de una tez blanquí­sima que, sin decir nada, estaba de pie en la puerta.
Quiso chillar y preguntarle:
-¿Quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿qué quieres?
Pero fue inútil, no le salía la voz; era como si una gran piedra le oprimiera el pecho y le impidiera mover ni un solo dedo.
Esta mujer se quitó la esclavina de paja, penetró en la habitación y se dirigió hacia Mosaku, quien sin darse cuenta, seguía durmiendo. Luego se inclinó sobre él y sopló un aire helado que poco a poco lo fue congelando hasta dejarle sin vida.
-iSocorrooo! ¡Auxiliooo! ¡Tú eres la Mujer de Nieve! -gritó el hijo.
Entonces, la Mujer de Nieve se encami­nó al lugar donde estaba Minokichi y lo miró fijamente, diciéndole:
-Tú, como todavía eres joven y segura­mente te quedan ilusiones, por esta vez te salvo la vida, pero te lo advierto: lo que acabas de ver no lo digas a nadie; si des­cubres este secreto, morirás.
-De acuerdo, no lo diré a nadie.
Vista de cerca, era muy bonita, blanca como la nieve, la boca como una guinda y los cabellos largos y negros.
Después de haber dicho esto, la silueta de la mujer desapareció dejando un torbe­llino de nieve.
Cuando amaneció, Minokichi cargó a las espaldas el cuerpo sin vida de su padre y descendió la montaña.
La gente del pueblo, al enterarse de la muerte de Mosaku, se presentó a su casa para la preparación de los funerales. Mi­nokichi estaba muy contento con todas esas gentes humildes que le consolaban. Sin embargo, en su corazón quedaba una heri­da punzante de arrepentimiento.
-Como dejé apagar el fuego del hogar, por eso se presentó la Mujer de Nieve. Fue culpa mía, sabía que era peligroso un día de tempestad pero..., me descuidé y mi padre pagó mi negligencia con su vida. Todo esto es muy extraño pero no debo contárselo a nadie.
Como estaba acostumbrado a vivir en compañía de su padre, ahora solo, se mo­ría de tristeza. Sin embargo, el tiempo pasó y un día de tormenta...
-Toc, toc, toc.
Minokichi abrió la puerta y en el umbral se encontraba una joven muchacha de be­lleza singular que le habló así:
-Me llamo Nieves, estaba yendo de camino hacia la capital imperial en busca de trabajo, pero me perdí en el sendero y, con esta lluvia... ¿No le importaría alber­garme una noche?
-Pobrecita, ¡estás completamente mo­jada!, pero yo vivo solo y no tengo otra cama, ni tampoco puedo darte gran cosa para comer, mejor será que llames a otra puerta.
Habiéndole dicho esto, la miró de nuevo y como le pareció que estaba muy cansa­da, la dejó entrar. Después empezó a her­virle arroz; mientras, ella le contó que no tenía familia ni casa y que se conformaba con dormir sin cama y comer poco, pero que la dejara quedarse solamente una noche.
Como Nieves era tan bonita y cariñosa, Minokichi se prendó de ella y le pidió que se casara con él. Fue muy buena esposa y tuvieron muchos hijos, así que eran felices. Pero había algo extraño que preocupaba al marido: era que cuando hacía buen tiem­po o había sol, ella no salía de casa y se desmayaba con frecuencia; no obstante, en cuanto oscurecía salía 'a la calle con sus hijos para hacerles jugar y cantar.
Así, de esta manera pasaron muchos años, pero un día por la noche, Nieves estaba zurciendo un kimono con poca luz. Afuera nevaba mucho y el viento hacía temblar la destartalada casa. Minokichi es­taba recostado mirando a su esposa muy aficionada en su labor. De pronto, le dijo:
-Es muy extraño: tú, Nieves, no enve­jeces nunca, estás tan guapa como antes.
-¡Qué va! Esto te lo parece a ti -dijo ella, sonrojándose.
-Ahora que me acuerdo, cuando era joven, una vez vi a una mujer tan guapa como tú, sí, sí, se parecía a ti...
Entonces, todo lo ocurrido le vino a la memoria.
-En aquel tiempo tenía veinte años... (Nieves dejó la costura y le escuchó con mucha atención), estando en la montaña con mi padre nos resguardamos de una tempestad de nieve en un refugio y, aquella noche..., vi a esta mujer de la que te hablo.
De pronto, Nieves se levantó y dijo:
-Al fin has roto el secreto, me prome­tiste que no lo dirías.
-¡Ah! Tú eres la misma mujer, ¡la Mu­jer de Nieve!
-Sí, yo soy la Mujer de Nieve, pero como has quebrantado la promesa, ya no puedo seguir existiendo bajo forma huma­na. ¡Qué lástima!, yo que pensaba poder
Cuando decía estas palabras, ya se ha­bía convertido otra vez en Mujer de Nieve y estaba levantada cerca de la puerta.
-No te mato como te dije, ya que tene­mos hijos comunes y nadie podría cuidar de ellos, confío en que los atenderás bien, todavía son muy pequeños. ¡Que tengas suerte, adiós!
Y desapareció entre la nevisca.
-¡Espera Nieves, no te vayas! -gritó Minokichi.
Los niños se despertaron y también sa­lieron a la puerta.
-¿Adónde vas mamá? -lloriqueaban, pero el rumor del viento confundía sus vo­ces y ella se fue alejando sin volver nunca más.
En las regiones del norte de Japón, don­de nieva con frecuencia, todavía se cree que existe la Mujer de Nieve y que anda buscando a las personas de buen corazón con su voz triste y melancólica, los días de ventisca.

Explicaciones del cuento

Yukimino: Esclavina hecha de paja de arroz y hojas secas que servía para prote­jerse de la nieve y de la lluvia. Todavía se usa en las regiones del norte del Japón.

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