Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

La montaña Kachi-kachi

En un pueblecito de Japón, hace mucho, muchísimo tiempo, vivían un anciano la­brador y su esposa, por cierto que no muy felices por culpa de los daños que les pro­ducía un malvado tejón. Éste bajaba de la montaña, se introducía en el campo y se ponía a arrancar y pisotear las plantas que con tanto esmero habían sido sembradas. El anciano enrojecía de cólera cada vez que esto ocurría, pero no había modo de atrapar al autor para castigarle.
Cierto día, estando el anciano en el cam­po en plena faena, advirtió que detrás suyo, sentado sobre una chueca, se hallaba un tejón que se reía de él viéndolo trabajar con tanto ahínco.
-Eres un viejo tonto. Trabajas en vano. Ya me encargaré yo de que después no quede nada de lo que has sembrado.
El anciano se enojó mucho y comprendió que aquél era el aborrecible tejón que le estropeaba siempre todas sus bellas plantas. Cogió un palo y corrió hacia el tejón, pero éste ya se había escapado. Al no poder hacer nada, regresó a su casa.
Al día, siguiente, el anciano se despertó temprano, fue a la montaña y untó con resina la parte superior de la chueca donde el día anterior se había sentado el tejón. Luego empezó a labrar la tierra como de costumbre. Al poco rato, se presentó el tejón, el cual sin haber nada, se sentó en la chueca y empezó de nuevo a mofarse del anciano.
-Ja, ja, ja, qué risa me das!
El pobre labrador seguía trabajando sin hacerle caso.
-Oye, viejo tonto, en tu campo todo se pudrirá. No cosecharás nada y te morirás de hambre.
El anciano no pudo aguantar más.
-¡Maldito tejón!
Y se lanzó contra él. Claro que el tejón quería escapar como el día anterior, pero no pudo moverse a causa de la resina. El anciano sacó una soga de su bolsillo, lo ató y se lo llevó a casa.
-Mira lo que te he traído -le dijo a su esposa. Prepara sopa de tejón...
Colgó al tejón del techo y volvió otra vez al campo.
Entonces la abuela empezó a moler tri­go para hacer harina. Al verlo, el tejón con un tono muy amable le preguntó:
-¿Qué está haciendo, abuelita?
-Estoy moliendo trigo porque se me ha terminado la harina.
-¡Pobre abuelita! Es un trabajo dema­siado pesado para usted. Déjeme que le ayude. Quíteme estas ataduras.
-¡Oh no, eso no! Si te desato, ¡cómo me regañaría mi marido!
-No se preocupe abuelita, una vez ter­mine de moler el trigo, áteme nuevamente como ahora.
La buena anciana se dejó convencer por las razones del tejón, le desató la soga y le prestó el mazo para machacar el trigo.
El tejón empezó a moler los granos con mucha destreza y cuando hubo terminado le pidió a la abuela que viera si lo había hecho bien. La abuela inclinó la cabeza dentro del mortero y el tejón aprovechó para darle un golpe con el mazo. La pobre anciana cayó muerta.
Luego, el malvado tejón se transformó en la abuela, hizo sopa con ella y esperó a que el abuelo regresara del campo.
Al atardecer, el anciano volvió a casa muy contento pensando en la deliciosa cena que le esperaba esa noche.
-¿Has preparado ya la sopa de tejón?
-¡Claro que sí! ¡Qué tarde llegas! Sién­tate que ahora mismo te sirvo la sopa.
Y empezó a servírsela. Al abuelo le gus­tó y le pidió otro tazón. Pero, cuando el tejón se levantó para ir a la cocina a buscar más sopa, por debajo del kimono le salía el rabo.
El abuelo arrugó el entrecejo y com­prendió cuán desgraciado era.
El tejón, más rápido que un rayo, huyó por la puerta trasera y entre risotadas le iba gritando:
-Ja, ja, ja! Me he burlado otra vez de ti, abuelo.
-¡Pobre abuela! ¡Pobre abuela! -decía mientras lloraba desconso-lado el anciano.
Entre tanto, apareció un conejo que des­de la montaña había oído todo lo ocurrido y animando al anciano le prometió vengar­se del perverso tejón.
Unos días después, cuando el conejo estaba en el campo haciendo gavillas de paja, pasó por allí el tejón y le preguntó:
-Conejito, ¿qué haces?
-Como hace frío, quiero construirme una choza con esta paja.
-¡Qué buena idea! ¡Déjame que te ayu­de conejito!, yo también quiero construir­me una choza así.
-De acuerdo, primero ayudame a hacer las gavillas.
Cuando terminaron la faena bajaron de la montaña, el tejón llevando una gran car­ga en las espaldas y el conejo poca.
-¡Cuánto pesa! Voy a dejar mi carga aquí -dijo el conejo, cuesta menos tra­bajo hacer una madriguera.
El codicioso tejón le dijo que llevaría él toda la paja, de este modo, el conejo libre de la carga, andando detrás de él, empezó a hacer chispear dos piedras.
-¡Kachi-kachi!
-Oye conejito: ¿qué es ese ruido: ka­chi-kachi?
-Es el pájaro de la montaña Kachi-­kachi, que está cantando -le contestó el conejo.
Y empezó a encender la carga del tejón y escapó.
Al día siguiente, el conejo estaba en la montaña Fuji preparando pasta de soja. En aquel momento apareció el tejón lleno de quemaduras, estaba enojadísimo con el conejo. Pero él simuló no saber nada y le preguntó:
-¿Por qué estás enfadado? Yo no te he hecho nada, el conejo de la montaña Kachi­kachi no es el mismo que el de la montaña Fuji.
El tejón se convenció y le pidió algún remedio para sus quema-duras. Enseguida, el conejo mezcló mostaza en la pasta de soja y se la untó en la espalda.
-¡Ay, ay, ay!
Al tejón le escocía una barbaridad. Co­rriendo como un loco, se lanzó a un río para lavarse la pasta y se prometió alcan­zar al conejo. Corriendo, corriendo, llegó a la montaña de Cedros, donde se hallaba el conejo cortando un árbol.
-¿Qué haces, conejito?
-Voy a hacer una barca porque quiero ir a pescar.
-Quiero ayudarte a hacer la barca. Pero si no recuerdo mal, no hace mucho me trataste muy injustamente en la montaña Fuji.
-¡Ah! Aquél no era yo. El conejo de la montaña Fuji no es el mismo que el de la montaña de Cedros. Por favor, no te enfa­des conmigo.
Otra vez, engañado por los argumentos del conejo, quiso participar en hacer la barca, no obstante, el conejo le dijo:
-Tú, como eres negro, haz una barca de barro y yo, como soy blanco, voy a hacerla de madera.
El tejón, muy contento, empezó a hacer una barca con barro.
Terminadas las barcas, se fueron a pes­car. A medida que se internaban en el mar, el conejo empezó a cantar golpeando el borde de la barca con el remo.
-¿Por qué golpeas con el remo, co­nejito?
-Sin hacer esto los peces no vendrían y no podríamos pescar. Golpea tú también.
El tejón empezó a hacer lo mismo y la barca comenzó a quebrarse.
-¡Se me quiebra la barca! ¿Qué hago?
-No te preocupes, ¡golpea!, ¡golpea! Así, por las grietas también entrarán los peces.
El tejón golpeaba más y más fuerte, las grietas se hacían cada vez más grandes y la barca empezó a hundirse.
-¡Socorro! ¡Auxilio!
Muy cerca de la playa, se hallaba ya el conejo, quería llegar lo más pronto posible a casa del abuelo para darle la buena no­ticia.
-¡Abuelo! ¡Abuelito!, no llores más, el tejón ya se ha hundido en el mar.
El abuelo contento, al saber que el cone­jo supo darle su merecido, fue al monte a labrar su campo.
Y gracias al conejo volvió la calma a la montaña.

Explicaciones del cuento

Irori: Hogar que había en la sala principal de la casa y que servía para cocinar y calentarse al mismo tiempo.
Shoji: Puerta corrediza de madera bastan­te ligera con pequeñas y numerosas aber­turas cubiertas por un papel blanco. Tiene la función de separar un cuarto de otro.
Usu: Mortero de madera que se usa para moler el trigo o machacar el arroz hervido al vapor, a fin de hacer con él una pasta.
Zori: Especie de sandalias de paja de arroz que calzaban antiguamente la gente de cla­se media.

0.040.1 anonimo (japon) - 028





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