Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

La batalla de linko nahuel

Por las tierras del sur argentino existía un hombre muy rico llamado Linko Nahuel, que poseía grandes extensiones de tierra; era el ulmen supremo de una tribu de araucanos.
Todos lo admiraban por su valentía y coraje y porque siempre había sabido defender a su gente, pero al mismo tiempo le tenían cierto temor porque sabían que era implacable y no perdonaba ninguna falla a nadie.
Como era muy celoso de su tribu, instalaba los campamentos en valles rodeados de montañas para guarecerse de las tempestades y de los enemigos. Todos colaboraban; los hombres eran buenos guerreros y las mujeres ayudaban en la defensa.
Siempre distribuía centinelas por los lugares más insólitos Linko Nahuel y su gente creían que los espíritus de sus antepasados ‑Huen Pillán‑ se alojaban en el cráter de los volcanes, protegiéndolos de guerras y asegurándoles una vida placentera.
Por eso un día Linko Nahuel construyó su campamento principal en un valle a cuyas espaldas había un volcán.
‑Ahí vive nuestro Huen Pillán ‑dijo a la tribu. Desde este momento queda prohibido escalar su cima. Nadie debe molestarlo.
Un día, uno de los centinelas bajó de su atalaya y le dijo a Linko Nahuel:
‑Miles y miles de hombrecitos, no más grandes que un anchimallén, se acercan como hormigas en formación. Vienen armados y parecen traer idea de ocupar estas tierras.
La ira se apoderó de Linko Nahuel:
‑Píntense los rostros del modo más horroroso, cúbranse con plumas coloridas, cuellos de ñandú y de tigre. Cuando encuentren al jefe de la tribu enemiga, mírenlo con ojos duros y háblenle con dureza para que se acobarde y huya.
Los guerreros cumplieron, pero pronto volvieron furiosos.
‑Estos hombrecitos nos miraron sin miedo y nos respondieron con insolencia. No quieren retirarse. Piensan trepar a la montaña sagrada para vivir allí.
‑iHuen Pillán no lo permitirá! ‑gritó Linko Nahuel.
‑No temen al dios de la montaña y se burlaron de su fuego y de su trueno ‑contestaron los soldados.
‑¡Ayayá! Ahora verán quiénes somos nosotros. Me tendrán que enfrentar, ni se imaginan de lo que soy capaz ‑rugió Linko Nahuel.
‑No conocen tu nombre y se rieron de tus amenazas -respondieron los guerreros.
‑¿Quiénes son y cuántos? ‑preguntó Linko Nahuel.
‑Se llaman Lulu y son tan numerosos como la arena ‑volvieron a decir.
‑Pero ellos son pequeños y nosotros altos como el trauku ‑dijo Linko Nahuel arrogante.
Se prepararon con sus armas y les declararon la guerra. Linko Nahuel quedó sorprendido. Nunca pensó que los invasores fueran tan buenos para la lucha.
Se arrojaban en legiones sobre los araucanos y eran muy hábiles en el disparo de flechas diminutas, que lanzaban desde los alto de la montaña enfrente del volcán sagrado.
Linko Nahuel y su tribu no pudieron defenderse. Tuvieron que reforzar las precauciones para que los Lulu no avanzaran, pero fue en vano. Deses-perados, escalaron la montaña sagrada buscando guarecerse.
Pero muchos invasores más ligeros que ellos ya habían trepado el volcán, mientras otros parecían huir de los araucanos.
Al ver esto, Linko Nahuel se animó, ordenando a su gente que los persiguieran para hacerles creer que la situación había cambiado.
Pero aquélla había sido una maniobra de los Lulu para atraerlos y, cuando los araucanos estuvieron casi en la cumbre, los sorprendieron saliendo de sus escondites como gatos monteses.
Primero tomaron prisionero a Linko Nahuel, que trepaba como un tigre movido por la ira, luego a sus ancianos parientes y a los viejos caudillos. Algunos guerreros consiguieron escapar al ver a su ulmen en manos del enemigo.
Cuando todos estuvieron sometidos, el jefe Lulu ordenó:
‑Que Linko Nahuel suba a la cumbre con su gente porque deberá estar presente cuando los arrojemos al abismo.
Los primeros condenados cayeron al cráter. En ese mismo instante brotó de sus profundidades un rugido ensordecedor, acompañado de gruesas llamas y sofocantes vapores que impedían a todos respirar. La montaña empezó a sacudirse y vomitar, como queriendo expulsar a los intrusos. Reinó la confusión; algunos cayeron al cráter, otros fueron devorados por el fuego y muchos rodaron por la ladera. Todos murieron presa de la ira del Huen Pillán.
Sólo habían quedado vivos los dos jefes para poder ver la derrota de sus tribus. Después fueron petrificados, sentados uno frente al otro y condenados a mirarse hasta que la ira del Huen Pillán algún día pueda calmarse.
Durante mucho tiempo la montaña humeó, echó fuego y rugió para luego cubrirse de nieve. Pero el Huen Pillán aún está enojado y en ocasiones se escucha desde sus entrañas un rugido ronco y temible. Por eso los araucanos lo llamaron Amunkar.
Arriba aún están los dos jefes petrificados, esperando el perdón del dios de la montaña, pero el Huen Pillán vigila para que su gente viva en paz.

Argentina, Chile.

Linko Nahuel: tigre saltarín
Ulmen: jefe
Lulu: escarabajo
Anchimallén: duende
Trauku: gigante de la montaña
Amunkar: tronador

Fuente: María Luísa Miretti

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