Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 14 de junio de 2013

Más valiente que un ratón

Aguila-que-vuela estaba feliz. Llevaba meses buscándolo y esa tarde, por pri­mera vez, había podido cazar al ave de las plumas doradas.
Con su presa colgando de la cintura, regresó a casa, donde su hermana Plu­ma Azul lo estaba esperando.
-¡Mira, hermana! ¡Por fin logré ca­zar al ave con plumas de oro!
-¡Al fin! -se alegró Pluma Azul, que sabía cuánto su her­mano lo había deseado. ¡Ahora podré hacerte un abrigo tejido en oro, por el que hasta el más jefe entre los jefes va a envidiarte!
La pequeña Pluma Azul puso manos a la obra en ese mis­mo momento. Tejió con las innumerables plumas del ave, du­rante tres días seguidos, sin parar. Cuando terminó, había creado el abrigo más hermoso que pueda imaginarse. Bri­llante como el sol y reluciente como una piedra preciosa. Águila-que-vuela se lo probó, se vio reflejado en el río y sin­tió que nada ni nadie podría detenerlo. Estaba majestuoso.
Aquella noche, dejó su nuevo abrigo junto a la puerta de su choza y se echó a descansar. Debía encontrarse con su hermana a la mañana siguiente para preparar una nueva temporada de caza.
Se despertó y enseguida se dio cuenta de que el sol ya es­taba en lo alto del cielo. Iba a llegar tarde. Saltó como un gato, se vistió de prisa y al pretender tomar su abrigo de oro para cubrirse, se dio cuenta de que el sol, que había caído sobre él toda la mañana, lo había derretido completamente.
Lleno de furia, corrió hacia la choza donde su hermana Pluma Azul lo estaba esperando.
-¡¿Qué pasó con el abrigo de oro?! -fue lo primero que le preguntó ella al ver ese amasijo dorado que su hermano traía entre las manos.
-Hermana, necesito que me hagas un gran favor. Trenza el lazo más fuerte que se haya trenzado jamás en el mundo.
-¿Para qué lo quieres?
-Para vengarme del que destruyó mi manto.
Águila-que-vuela no quiso dar más explicaciones. Pluma Azul, que sabía que su hermano no era de hacer bromas, puso manos a la obra.
Construyó a lo largo de ese día y esa noche, el lazo más largo y resistente que se hubiera visto jamás. Una vez termi­nado, el hermano se dirigió hacia el lago más cercano a su campamento.
Preparó con su lazo una trampa, y se escondió tras los ár­boles a observar lo que sucedía.
Comenzó entonces a amanecer. El sol, qúe siempre va muy seguro por la vida, se asomaba poco a poco tras el lago. Pero esta vez algo fue diferente: la trampa que Águila-que-vuela había preparado, lo detuvo. Y mientras más fuerza hacía el sol por salir, más se enredaba en la trampa.
-¡Cacé al sol! -gritó Águila-que-vuela, orgulloso, y salió corriendo para contárselo a su hermana.
Fue el día más extraño de todos. Los animales no se anima­ban a salir de sus escondites, las flores no se abrían. Todo era silencio. Finalmente las aves decidieron que era necesario reunirse y buscar una solución. "Sin el sol moriremos todos", gritaban desde el cielo.
Una vez que estuvieron congregados en una cueva, el búho, que era el más sabio, tomó la palabra.
-Hay que liberar al sol sea como sea. Sortearemos a quién le toca acercarse.
Le tocó en suerte, primero, al pájaro carpintero. Sin que­jarse ni rechistar, el pequeño pájaro voló hacia la trampa, se posó sobre el lazo y comenzó a picarlo. Pero el lazo era de­masiado fuerte, y antes de que pudiera hacer nada, el sol quemó su cabeza y la dejó roja.
El siguiente en salir elegido fue el castor. Pero el castor, como todos sa­ben, no puede volar. Como el sol se hallaba metido en el lago desde ha­cía varias horas, sus aguas estaban hirviendo, con lo cual al pequeño animal le resultó imposible meterse en ellas para llegar hasta el lazo.
Cuando los animales estaban a punto de agotar toda esperanza, se oyó la poderosa voz del ratón:
-¡Yo lo haré!
Es cosa poco sabida, pero por aquellos tiempos, el ratón era el animal más grande y poderoso de todos. Su piel lucía blanca, y sus dientes grandes y fuertes. Todos sabían que se trataba de la última esperanza del sol.
Se sumergió con valentía en el lago hirviente, nadando lo más rápido posible. Incluso antes de llegar al lazo sintió que el calor del sol lo estaba lastimando. Sin importarle nada más que su objetivo, clavó sus fuertes dientes en la trampa y comenzó a roer. Tardó largos minutos, en los que sus fuer­zas lo iban abandonando cada vez más. Pocos segundos antes de desmayarse, partió la última hebra del gigantesco lazo y el sol pudo soltarse de la trampa.
El búho voló velozmente hacia el ratón y lo tomó entre sus garras. Todos los animales, emocionados por su valentía, lo miraron con pena. El enorme y hermoso animal se había convertido en un pequeño ser, de aspecto débil y color gris ceniza.
Y es así que a partir de ese momento el ratón conservó esa forma y color, a la vez que sus dientes siguieron sien­do tan poderosos como entonces, capaces de atravesar cualquier cosa que se les cruce en el camino.  

Cuento tradicional                                     

Fuente: Azarmedia-Costard - 020

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