Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 14 de junio de 2013

El alfarero más valiente de todos

Había una vez un tigre que paseaba por los alrededores de un pueblo. En medio de su caminata, se desató una terrible tormenta, que lo obligó a buscar refugio en el zaguán de la ca­sa de una señora.
La señora estaba preocupada por otras cosas. El techo de su casa esta­ba lleno de agujeros, y ella debía correr de aquí para allá moviendo muebles para que el agua no se los estropeara.
-¡Qué barbaridad, esta gotera maldita! -gritaba la po­bre señora. ¡No hay nada que pueda hacer para detener­la! ¡Por un momento parece que para... pero enseguida la tengo otra vez encima mío! ¡Es horrible, horrible...!
"¿Quién será la Gotera Maldita?", se preguntaba el tigre desde el otro lado de la pared. Los gritos de la señora y el ruido de los pesados muebles al moverse, lo hacían pensar en algún ser espantoso y peligrosísimo, llamado Gotera Maldita.
En ese mismo momento, pasó por el camino un alfarero que llevaba toda la noche buscando a su burro perdido. En la oscuridad vio que había un animal junto a la puerta de la señora, y confundiéndolo con su burro, se acercó hacia él con un garrote en alto.
-¡Estúpido animal! -le decía, mientras le daba golpes. ¡Ya estoy harto de que siempre te me escapes! ¡Te vienes ya mismo conmigo!
El tigre no podía creer lo que estaba pasando. Nunca na­die se había animado a tratarlo de esa manera a él, el más temido de todos los animales que existen.
"Ésta debe ser la famosa Gotera Maldita. No me extraña que la señora le tenga tanto miedo", pensaba, mientras el alfarero lo seguía aporreando y gritándole cosas. El hombre se subió sobre él y lo dirigió hasta su casa, dándole fuertes puntapiés. Una vez allí, lo ató del pescuezo a un poste y se fue a dormir.
A la mañana siguiente su esposa descubrió que en la puerta misma de su casa, había un tremendo tigre dormido.
-¿Sabes qué animal has traído anoche? -le preguntó a su esposo cuando despertó.
-¡Claro! ¡A ese estúpido burro!
-Ven y mira...
Cuando el alfarero vio que lo que había tratado de esa forma, la noche anterior, era un tigre, sus piernas perdieron fuerza y casi se cae al suelo del susto.
La noticia del hombre que había montado hasta su casa en tigre corrió por el pueblo con rapidez. Muy pronto todos querían verlo, hablar con él, preguntarle cosas acerca de su valentía. Se hizo tan famoso, que el rajá del país quiso cono­cerlo en persona. Se dirigió con su séquito hasta la casa, y quedó sorprendido al ver que el animal capturado era un ti­gre que llevaba años aterrorizando a la población.
El rajá estaba tan impresionado, que decidió transformar al alfarero en un noble: le dio terrenos, oro, y un ejército de caballería con diez mil soldados a su orden.
El alfarero y su mujer comenzaron a vivir entonces una vida de comodidades y lujos, hasta que un día llegó la noticia de que un país enemigo estaba a punto de invadir la región.
El rajá se dirigió a todos sus generales, ofreciéndoles el mando de los ejércitos, pero nadie quiso saber nada con se­mejante responsa-bilidad. Cuando ya no le quedaba nadie más a quien solicitárselo, se acordó de aquel valiente alfarero que había montado al tigre más peligroso del país. Se­ acercó a su casa por segunda vez y le dijo:
-Te nombro general en jefe de todos los ejércitos para defender-nos de la invasión -le dijo el rajá una vez que es­tuvo en su casa.
Al alfarero le dio vergüenza decir que no, pero para ga­nar tiempo y pensar en algo que hacer, le contestó:
-Acepto, pero necesito un día para estudiar al enemigo.
El rajá estaba encantado con su nuevo general en jefe. Apenas se quedaron solos, el alfarero le preguntó desespe­rado a su esposa:
-¿Y ahora qué hago? ¡Ni siquiera sé montar a caballo!
-Eso es lo de menos -le contestó su mujer. Mañana a primera hora buscamos un pony y vas cabalgando en él.
Pero a la mañana siguiente, antes de que el alfarero y su esposa siquiera se hubieran despertado, los sirvientes del rajá llevaron un gigantesco corcel a la puerta de la casa.
-¡Es para que dirijas el ejército esta tarde! -le dijeron.
-¡Gracias, gracias! -contestaba el alfarero, intentando que no se le notara que no podía ni tragar saliva. Ahora déjenme solo, que debo planear mi estrategia de ataque.
Una vez que estuvo solo, volvió a dirigirse desesperada­mente a su esposa.
-¿Qué hago? ¡Me da miedo acercarme a menos de dos metros de ese animal!
-No te preocupes. Tú te subes, y yo te ato bien fuerte con unas sogas. De esa manera nunca vas a caerte.
El alfarero intentó subirse de todas las formas posibles al caballo, pero siempre le pasaba algo. Primero, se enredaba en los estribos. Después, se confundía de pierna, y aparecía montado pero mirando hacia la cola del caballo. En otra oportunidad, se subió con tanta fuerza que siguió de largo y cayó del otro lado. Era un jinete desastroso.
Cuando ya estaba a punto de rendirse, sin saber cómo se vio sentado en el lomo y mirando hacia delante. La esposa sin per­der un segundo lo ató a los estribos, luego pasó una soga ente pierna y pierna por debajo y finalmente, le amarró la cintura a la cola y a la cabeza del animal. Antes de que pudiera sujetar­le las manos, el caballo se cansó de tanto movimiento y dando un relincho descomunal salió corriendo con todas sus fuerzas.
-¡Socorro! -gritaba el desdichado.
-¡Agárrate de sus crines! -le gritó la mujer. Y fue lo último que pudo decirle porque ya estaba demasiado lejos.
El alfarero le hizo caso a su mujer y se agarró lo más fuer­te que pudo de las crines del poderoso caballo. Por supues­to no tenía ni idea de cómo manejarlo, así que el animal si­guió el camino que mejor le parecía. Corrieron y corrieron durante algunas horas. Fue entonces que se dio cuenta ha­cia dónde lo estaba llevando: a toda velocidad, el corcel se dirigía hacia las mismísimas líneas enemigas.
El alfarero, muerto de miedo, vio que pasaban por debajo de una higuera y estiró los brazos para agarrarse de una de las ramas, esperando que el caballo se detuviese. Pero la fuerza del caballo era mucha, y la tierra del árbol estaba suel­ta, así que lo que logró fue arrancarlo de raíz. El pobre hom­bre se quedó sosteniendo un gran árbol sobre su cabeza.
Los soldados del enemigo no salían de su asombro. Ha­bían contemplado al hombre solo, dirigiéndose hacia ellos a toda velocidad. Lo habían visto arrancar un árbol de raíz y luego blandirlo como un garrote.
-¡Dios mío! -dijeron. ¡Si así es el primero que man­dan... cómo será el ejército entero!
Y todos comenzaron a escapar, presas del pánico.
El rajá enemigo, al ver que todos sus soldados se disper­saban, escribió una carta de rendición, la dejó sobre su es­critorio, y también se marchó.
Para cuando el alfarero llegó al campamento enemigo, ya estaba completamente vacío. El caballo, cansado de tanto correr, se quedó quieto. El alfarero se desató de las sogas y desmontó con un gran suspiro de alivio. Caminó un poco por el campamento, y al entrar en la tienda real, se encon­tró con la carta del rajá.
Volvió hasta su casa tirando al caballo por la brida, porque no quería subirse a una de esas bestias nunca más en su vida.
Una vez en su casa, le dijo a su mujer:
-Hazme el favor de llevarle esta carta y regresarle este ca­ballo al rajá. Dile que yo mañana iré a visitarlo, pero que esta noche no quiero saber nada más ni con animales ni con reyes.
Al día siguiente, el alfarero llegó a pie hasta el palacio del rajá. La gente que lo veía pasar, comentaba:
-¡Qué hombre tan humilde! Acabó con un ejército com­pleto, y después de semejante hazaña, llega caminando al palacio, en lugar de hacerlo a caballo y con fanfarrias, co­mo haría cualquier otro.
El alfarero fue recibido con los honores de un gran héroe. Todavía hoy se lo recuerda como el increíble hombre que cabalgó valientemente sobre un tigre y que sin ayu­da de nadie destruyó a todo un ejército invasor.

Cuento tradicional

Fuente: Azarmedia-Costard - 020

0.004.1 anonimo (india)


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