Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 18 de octubre de 2012

Vicente, vicente, deja la soga y vente

57. Cuento popular

Una vez iban por un camino una zorra y un lobo. La zorra se llamaba Mariquita y el lobo se llamaba Vicente. Y andando, andando, se encontraron en el camino una soga. Y empezó a decir la zorra:
-¿Qué haremos con esta soga? ¿Qué haremos con esta soga?
Y el lobo la dijo:
-Pues mira, zorrita, vamos a un prao a coger una vaca pa comérnosla.
Y fueron andando hasta que llegaron a un prao ande estaba una vaca. Y la zorra se subió arriba de la vaca y la ató los cuernos con la soga. Y luego que ya la ató de los cuernos, se apeó Mariquita y ató con la otra punta de la soga a Vicente del pescuezo.
Conque a eso, empezó la zorra a hacerle la fiesta a la vaca pa que se llevara a Vicente a rastro. Y a eso, echó la vaca un bufío y echó a correr a la casa del amo, con Vicente a rastro. Y ya que iba muy lejos, la zorra le gritaba al lobo:

-¡Vicente, Vicente,
deja la soga y vente!
¡Vicente, Vicente,
deja la soga y vente!

Y Vicente la contestaba:

-Si la soga no se rompe
y el nudo no se desata,
iremos a parar pronto
en casa el amo e la vaca.

Conque ya llegó la vaca a casa el amo con el lobo a rastro. Y salió el amo y cogieron a Vicente y lo desollaron a zurrón cerrao, y lo dejaron irse a morir al campo.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Siete rayos de sol

37. Cuento popular

Éste era un rey que no tenía hijos y echó una pro­mesa pa que su mujé tuviera un hijo. Y Dios le dió un hijo tan hermoso que no había en to el mundo otro más hermoso que él. Y además, era tan jugaor, que siempre estaba jugando y a to el mundo le ga­naba. Y cuando les había ganao a toos y ya no le quedaba en el mundo con quien jugá, puso su som­brero a un lao e la mesa y él se sentó al otro lao y se puso a jugá con su sombrero.
Pero vamo, que al dale las cartas, su sombrero se gorvió una paloma que empezó a jugá con él. Y le ganó la paloma too sus intereses y too su dinero. Y entonces es cuando dijo él:
-Pu güeno, ya me has ganao too mis intereses y too mi dinero. Ahora vamo a jugá los vestidos.
Conque empezaron otra vez a jugá y le ganó la paloma los vestidos.
Y dijo entonce él:
-Pu güeno, ya que me has ganao los intereses y los vestidos, vamo ahora a jugá mi vida.
Y otra vez jugaron y ganó la paloma otra vez. Y ya la paloma le dice entonce:
-Mira, ya que te he ganao la vida, la vamo a gorvé a jugá.
Y jugaron otra vez la vida y otra vez se la gorvió a ganá la paloma. Pu entonce le dice la paloma:
-Ya me voy. Quéate viendo por onde yo me voy y me sigues depués y llegarás al Castillo de Siete Rayos de Sol, que es onde yo vivo. Si no, vengo yo a buscarte pa sacarte de aquí y despedazarte.
Y en eso dió un güelo y se fué.
Y va entonce el muchacho y le cuenta al rey su padre lo que le ha pasao. Y el padre le dice:
-Pu na, hijo mío. No hay más que cojas un güen caballo y te vayas a buscá el Castillo de Siete Rayos de Sol.
Y cogió él el mejor caballo que tenía su padre y se marchó. Y en el camino onde iba se encontró con una almita y se apeó y ató el caballo y vido a un aimitaño que le daba la barba al estógamo. Y le aljo en seguía:
-Mal te quieren los que te envían aquí. Ya sé que vienes a buscá el Castillo de Siete Rayos de Sol. Aquí está cerca y vienen tres paloma too los días a bañarse al río. Hoy van a vení. Las dos mayores en­trarán en seguía y la menó no va a queré entrá. Pero por fin entrará, y tú vas y te escondes en una junquera, y cuando la menó entre a bañarse, vas y le quitas sus vestidos. Y ésa, la menó, es Siete Rayos de Sol, la princesa menó de las tres hijas del diablo, que es el rey del Castillo de Siete Rayos de Sol.
Conque vamo, que fué el muchacho y se escondió en una junquera que estaba ai cerca del río. Y vido que llegaron las tres palomas. Y al llegar a la orilla del río, se gorvieron tres hermosas princesas. Y en seguía las dos mayores se desvistieron. Y fué primero la mayó y dijo:
-Yo, mujé -y se tiró en el agua.
Y entonce fué la segunda y dijo:
-Yo, mujé -y se tiró tamié en el agua.
Y las dos entonce es cuando le dijeron a la menó:
-Vamo, ¿que tú no entras en el agua?
Y ella dijo:
-No puco ahora porque vengo retentaílla de un doló.
Y era que sabía que aquél estaba allí escondido y tenía miedo que le robara la ropa. Y ya le dijo la mayó:
-Pero siempre vienes con nosotras. No sé por qué hoy no vienes.
Y ya dijo la menó:
-Güeno, pu pa no dales a ustedes un disgusto vi a entrá.
Y al momento que se quitó las ropas y entró en el agua, salió aquél y le robó sus vestidos.
Depué salieron las dos mayores y se vistieron y se gorvieron palomas y se fueron volando pa su casa. Y la menó salió y le dijo al muchacho:
-Ya sé que vienes en busca del castillo de mi padre. Toma este anillo.
Y el joven entonce le dió sus vestidos y se vistió ella y se gorvió paloma y le dijo:
-Móntame y vamo ahora mismo al castillo.
Y llegaron al castillo y salió el diablo, que era la paloma que había jugao con él y le había ganao la vida, y el muchacho lo saluda y le dice:
-Dios guarde a usté. Ya estoy yo aquí.
Y el diablo le contesta:
-Hombre, me alegro, que ya estaba poniéndome el calzao pa í a buscarte.
Y ya le coge aparte y le dice:
-Pu na; te vi a quitar la vida porque te la he ganao. Pero mira; te la perdono si haces una cosa. Toma este azadón y estas varillas. Vas ahora a aque­lla sierra de piedra y plantas toas las varillas, y pa medio día me traes frutas de toos esos álboles.
Conque coge el pobre muchacho las varillas y el azadón y se va a la sierra, y al vela toa de piedra se pone a llorá. Y asina llorando como estaba, se restregó los ojos con el anillo y se acordó de Siete Rayos y dijo:
-Siete Rayos de Sol, ayúdame.
Y se le presentó al momento Siete Rayos y le pre­guntó qué le pasaba. Y él le dijo:
-¡Qué me ha de pasá! Que tu padre me ha dao este azadón y estas varillas y me ha mandao que vaya y las plante en aquella sierra de piedra y que pa medio día le lleve las frutas de los álboles.
Y le dice ella:
-Échate en mi falda y no te apures.
Y se echó en su falda y se durmió, y cuando isper­tó, ya estaban los álboles en la sierra de piedra lle­nos de fruta.
Y cogió él la fruta y se la llevó al diablo y le dijo:
-Señó, aquí está la fruta ya.
Y el diablo al verla, le dijo:
-Güeno, hombre; está bien. Pero máteme Dios si mi hija Siete Rayos no anda en esto.
Y el muchacho le dijo:
-Yo no conozco a su hija ni a usté, y a mi casa me voy.
Pero el diablo le dijo entonce:
-Güeno; eso está mu bien. Pero ahora tienes que haceme un molino con siete piedras moliendo a la pal, que al ruido de las piedras, me ispierte yo de la siesta. Si haces eso, tienes perdoná la vida.
Conque otra vez salió el pobre muchacho llorando. Y se restregó otra vez los ojos con la mano y al ver el anillo, se acordó de Siete Rayos y dijo:
-Siete Rayos de Sol, ayúdame.
Y en seguía se presentó Siete Rayos y le dijo:
-Pues ahora, ¿por qué lloras? ¿Qué te pasa?
-¡Qué me ha de pasá! -dice el muchacho. Le he llevao a tu padre las frutas y ahora dice que tengo que hacele un molino con siete piedras moliendo a la pal, y que al ruido de las piedras se ispierte él de la siesta.
Y le dijo ella:
-Toma estas cenizas y vas y las echas por ai y verás como saldrá el molino.
Y cogió é las cenizas y las echó por ai cerca del dia­blo, y en seguía salió un molino con siete piedras moliendo a la pal. Y tanto era el ruido que hacían las piedras, que se ispertó el diablo de su siesta. Y el muchacho le dijo:
-Señó, aquí tiene usté el molino con las siete pie­dras moliendo a la pal.
Y dijo el diablo:
-Está mu bien. Pero máteme Dios si mi hija Siete Rayos no anda en esto.
Y él le dijo:
-Ya le he dicho a usté que yo no conozco a su hija ni a usté, y a mi casa me voy.
Pero el diablo le dijo:
-No, señó, que tavía farta lo prencipá. Una vez que pasaron mis tataragüelos por el Estrecho e Gi­brartá, se les cayó en el mar una sortija, y ahora quiero que vayas y la saques y me la traigas.
Se salió entonce el joven del palacio y dijo:
-Ahora sí me ha cogío. Porque, ¿cómo vi a sacá el anillo del mar?
Y se restregó una mejilla y vido el anillo y se acordó de Siete Rayos y dijo:
-Siete Rayos de Sol, ayúdame.
Y llegó en seguía Siete Rayos y le dijo:
-¡Qué te pasa ahora?
-¡Qué me ha de pasá! -dice él. Ahora me ha dicho tu padre que tengo que sacá del mar y llevale un anillo que se les cayó a sus tataragüelos cuando pasaban por el Estrecho e Gibrartá.
Y ella le dijo entonce:
-Pu toma este puñal y me matas, y coges bien toa la sangre y me echas en el mar.
Y él le dijo:
-Pero yo, ¿cómo te vi a matá?
Y ella le dijo entonce que si él no la mataba, el diablo los mataría a los dos, y que cuando él la echa­ra al mar, ella saldría con la sortija del fondo del mar.
Y va él y coge el puñal y la mata y la echa en el mar. Pero se le cayó una gota e sangre en la tierra. Y en unos momentos salió ella viva y con el anillo. Y si hermosa estaba antes, más hermosa estaba cuan­do salió del fondo del mar. Pero como se le había caío una gota e sangre, salió ella manca de un deo.
Pu güeno; se fué el muchacho y le entregó al dia­blo el anillo. Y el diablo le dijo:
-Mu güeno, mu güeno, hombre. Pero máteme Dios si mi hija Siete Rayos no anda en esto.
Y él le dijo:
-Ya le he dicho que yo no conozco a su hija ni a usté y que a mi casa me voy.
Pero el diablo le dijo:
-Ahora te vas a casá con una de mis hijas.
Y quería casalo con una pa matalo. Y fué y lo lle­vó al palacio. Y les mandó a sus tres hijas que me­tieran un deo por debajo e la puerta y que él esco­giera una pa que se casara con él. Y Siete Rayos metió el deo que tenía manco y asina la conoció él.
-¿Quién es? -preguntó el diablo.
-Siete Rayos.
-Ya yo mu bien lo sabía -dijo el diablo.
Conque arreglaron las bodas y se casaron el joven y Siete Rayos. Y esa noche el diablo tenía intención de matalos a los dos.
Se fueron a acostá, y Siete Rayos le dijo a su ma­rido:
-Mi padre nos quiere matá. Ahora vas tú a la cuadra y verás dos caballos. El más flaco es el del pensamiento y ése traes y nos vamos. No vayas a escogé el gordo, que ése es el del viento.
Y mientras él fué por el caballo, echó ella tres salivazos en un vaso pa que hablaran cuando se fue­ran. Y subió él con el caballo gordo, y le dice ella:
-¡Ay, Dios mío! ¿Qué has hecho? ¡Ahora semos perdíos! Pero, ¡vamo pronto!
Y se montaron en el caballo y echaron a corré.
Y el diablo dijo:
-Ya aquéllos estarán dormíos. Ahora vi a matalos.
Y llegó a la puerta y dijo:
-¡Siete Rayos! ¡Siete Rayos!
Y uno de los salivazos contestó:
-Mande usté, padre.
Y se retiró el diablo y dijo:
-¡Caramba, que tavía están ispiertos!
Y poco depués llegó otra vez a la puerta a vé si estaban dormíos y dijo:
-¡Siete Rayos! ¡Siete Rayos!
Y el segundo salivazo, ya poco seco, contesté en voz baja:
-Mande usté, padre.
Y dijo él:
-Ya se van durmiendo -y se retiró.
Y ya a la media noche, llegó otra vez y llamó:
-¡Siete Rayos! ¡Siete Rayos!
Y entonce, el tercer salivazo, que ya estaba casi todo seco, dijo, que apenas se oía:
-Mande usté, padre.
Y el diablo dijo:
-Ya están casi bien dormíos.
Y poco después entró en la habitación y no encon­tró a naide y dijo:
-Ya me lo figuraba. Ya se han escapao, pero los seguiré y los mataré.
Y fué y se subió en el caballo del pensamiento y se marchó a alcanzalos. Y cuando ya iba alcanzándo­los, se gorvió un bicho pa matalos. Y gorvió el mu­chacho la cara y lo vido venir y le dijo a Siete Rayos:
-¡Mira, allá viene una fiera que nos agarra!
Y tiró ella un peine y se gorvió un montarral de peines que se tardó mucho tiempo pa pasá. Y poco depués gorvió el muchacho la cara otra vez y vido venir otra vez a la fiera y dijo:
-¡Mira, allá viene una fiera que nos agarra!
Y le dijo ella entonce:
-Toma esta navaja y tírala por la cola del caballo.
Y la tiró él y se gorvió un montarral de navajas, que el pobre diablo salió hecho peazos de las heri­das que llevaba. Pero tavía iba siguiéndolos. Y cuan­do ya se acercaba otra vez, lo vido el muchacho y le dijo a Siete Rayos:
-¡Allá viene una fiera que nos agarra!
Y le dió ella un pañao e sal y le dijo:
-Tira esa sal por la cola del caballo.
Y la tiró y se gorvió un montarral de sal, y al pasar, se le metió al diablo en toas las heridas y da­ba unos gritos que temblaba la tierra. Pero tavia iba siguiéndolos.
Y cuando ya los iba alcanzando otra vez, lo vido otra vez el joven y le dijo a Siete Rayos:
-Allá viene una fiera que nos agarra!
Y le dió ella entonce un sombrero y le dijo:
-Tíralo por la cola del caballo.
Y lo tiró y se gorvió una sima y allí cayó el diablo y ya no pudo salí.
Y se marcharon ellos y él le gritó a Siete Rayos:
-¡Premita Dios que te orvide tu marío!
Y ya llegaron al pueblo onde vivía el joven y la dejó a ella en una fuente y él llegó primero. Y ella le dijo:
-Que no te abrace naide, porque si arguno te abra­za me orvidas.
Y llegó y salieron sus padres y les dijo él:
-No me abrace naide. Apañá las carrozas, que voy por mi mujé.
Y en esa media llega la agüela y corre y, dice:
-¡Ay, nieto mío!
Y le abrazó y al momento orvidó a su mujé. Le dió el sueño de San Juan y no se gorvió ya a acordá de ella.
Conque ya Siete Rayos, cansá de esperar, se dió cuenta de lo que pasaba y les dijo a las criás del pa­lacio que iban a la fuente si querían una criá en el palacio. Y fueron las criás y le dijeron al rey que ha­bía una moza en la fuente que quería serví, y él les dijo que viniera. Y Siete Rayos se puso a serví en el mismo palacio onde estaba su marío, pero él ni se acordaba de ella.
Y ya con el tiempo, fué él y se echó una novia y echaron torneos pa casarse. Y era la costumbre en esos tiempos regalales anguna cosa a los criaos del palacio el que se casaba. Y a toos les daba lo que pe­dían. Y ya le preguntó el préncipe a Siete Rayos:
-A ti, ¿qué quieres que te regale?
Y ella le dijo:
-A mí una piedra de tusón y un cuchillo sin ho­nor.
Conque ya estaba pa casarse el préncipe, cuando hizo un viaje a una capital pa comprá too los regalos. Y too los encontró, meno los regalos pa Siete Rayos. Y andando y buscando, llegó ande estaba un viejo y le dice:
-Diga usté, señó, ¿tiene usté pa vendé una piedra de tusón y un cuchillo sin honor?
Y le contesta el viejo:
-Me quedan los úrtimos.
Y se los compró y se fué pa su palacio. Y llegó y les dió a toos sus regalitos. Y como no comprendía pa qué quería la criá aquella la piedra de tusón y el cuchillo sin honor, dijo:
-Cuando le dé a la criá aquella sus regalos, me vi a escondé pa vé que hace con ellos.
Y fué y la llamó y le dió sus regalos y se hizo el que se iba, pero se metió detrás de la puerta. Y vido que cogió ella los dos regalos y los puso en la mesa. Y entonce es cuando le dijo Siete Rayos a la piedra:
-Piedra de tusón, ¿no fuí yo quien plantó las va­rillas en la sierra de piedra, onde salieron luego los álboles pa que llevara el préncipe la fruta a mi pa­dre pa medio día?
Y la piedra contestó:
-Sí, sí; tú fuiste.
Y entonce ya aquél comenzaba a recordá argo. Y dijo entonce Siete Rayos:
-Piedra de tusón, ¿no fuí yo quien hizo un molino de siete piedras moliendo a la pal, que del ruido que hacían se ispertó el rey mi padre?
Y la piedra contestó:
-Sí, sí; tú fuiste.
Y ya aquél ya iba recordando. Y dijo entonce Sie­te Rayos:
-Piedra de tusón, ¿no fuí yo quien sacó el anillo del mar depués de que el préncipe me mató y me echó en el mar?
Y la piedra contestó:
-Sí, sí; tú fuiste.
Y el préncipe ya iba recordando too y dijo:
-¡Dimoño, si eso me ha pasao a mí!
Y entonce dijo Siete Rayos:
-Cuchillo sin honor, ¿qué merezco yo?
Y el cuchillo le contestó:
-Que te des la muerte conmigo, Siete Rayos.
Y al oír el nombre de ella, se acordó de too. Y entonce es cuando ella cogió el cuchillo y se iba a dar la muerte con él, cuando salió el préncipe de onde estaba escondido y la sujetó y le dijo:
-Siete Rayos, perdóname, que yo soy tu marío y te había orvidao.
Y entonce salió y les dijo a toos que Siete Rayos era su mujé. Y la otra novia se quedó con el rabillo arzao y él se quedó con su mujé.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Santa teresa confesora

33. Cuento popular

Dicen que Santa Teresa quería ser confesora y que todos los días le rogaba a Dios que la hiciera confeso­ra como los curas.
Y un día se le apareció Dios y le dijo:
-Teresa, dices que quieres ser confesora y yo voy a probarte, pa ver si puedes serlo. Primero te voy a dar esta cajita cerrada, y te mando que en tres días no la abras.
Y cuando se fué el Señor, decía Santa Teresa:
-¿Pa qué me habrá dao el Señor esta cajita? ¿Qué tendrá dentro la cajita, que me manda el Señor que por tres días no la abra?
Y tanta fué su curiosidá, que antes de los tres días abrió la cajita pa ver qué tenía. Y al momento de abrirla, salió un pajarito y se fué volando.
Y llegó entonces el Señor y le dijo:
-¿Ves, Teresa? Tú no puedes ser confesora porque antes de los tres días, descubres los secretos.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Santa catalina

30. Cuento popular

Santa Catalina desde niña fué santa y el Señor y la Virgen Santísima la querían mucho. Pero la ma­dre de Santa Catalina era muy pecadora, y el pecao que tenía era la maldicencia. Siempre hablaba mal de todos y a todos calumniaba.
Y Santa Catalina murió primero que su madre y fué gloriosa al cielo. Y allá en el cielo todo el tiempo estaba rezando pa que su madre se hiciera también santa como ella. Pero la madre seguía tan mala como siempre.
Y cuando murió la madre, Santa Catalina fué a rogarles al Señor Bendito y a la Virgen Santísima que se llevaran a su madre al cielo. Y llegó la madre de Santa Catalina y dijo el Señor que pesaran los pecaos y lo bueno que había hecho en el mundo. Y la balanza caía hasta el suelo por el lao de los pe­caos. Y dijo San Pedro que tenía que ir la madre de Santa Catalina al infierno.
Y Santa Catalina fué entonces a rogarle a la Vir­gen Santísima que permitiera a su madre entrar en el cielo. Y la Virgen le dijo que fuera a ver al Señor. Y fué Santa Catalina a ver al Señor y el Señor le dijo que lo que la Virgen dijera. Y fué otra vez Santa Catalina a ver a la Virgen y le dijo que el Señor había dicho que lo que ella dijera. Y entonces la Virgen le dijo a la santa:
-¿Qué quieres mejor, irte tú con tu madre al in­fierno, o que se quede ella aquí?
Y la santa le dijo:
-Lo que la Virgen Santisima quiera.
Y entonces la Virgen fué a ver al Señor y le rogó que dejara a la madre de la santa salir del infierno y entrar en el cielo. Y el Señor le dijo a la Virgen que lo que ella quisiera. Pero dijo el Señor que al salir del infierno pa entrar en el cielo, que salieran también todas las almas que se le prendieran a ella y entraran también en el cielo.
Y ya fueron los ángeles al infierno a traer a la madre de Santa Catalina, junto con todas las almas que al salir ella se le agarraran.
Y ya iba a salir y se le agarraron muchas almas alrededor. Y ella, al verlas agarradas, les gritó, inuy enfadada:
-¡Apártense! ¡Apártense! Si quieren subir al cielo, tengan una hija santa como la he tenido yo.
Y por eso ya el Señor la castigó y no la quiso reci­bir en el cielo. Y los ángeles la dejaron en el infierno.
Y Santa Catalina entonces fué otra vez a rogarles a la Virgen y al Señor Bendito que sacaran a su madre del infierno. Y le dijo el Señor:
-Tu madre se condena sola y no se arrepiente. ¿Que quieres tú ir al infierno con ella si no puede entrar en el cielo?
Y Santa Catalina dijo que quería irse con su ma­dre. Y se fué al infierno Santa Catalina con su madre.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Los prestamistas no tienen alma

32. Cuento popular

Cierto día murió un caballero y al subir al cielo, estaba deseoso de ver a un tío suyo que hacía un año que se había muerto.
Llamó en una puerta y salió un hombre con una blusa blanca y le dijo:
-¿Qué busca ustez aquí?
-¿Sabe ustez si está ahí mi tío? -pregunta el caballero.
-¿Quién era su tío de ustez?
-Don Fulano de Tal.
-No, señor; aquí no está. Llame ustez a ver en esa otra puerta.
Al llamar a dicha puerta, sale un señor con una barba muy larga y le dice:
-¿A qué llama ustez aquí? ¿Qué se le ofrece?
-A ver si está aquí un tío mío que hace un año que se ha muerto.
-¿Quién era su tío de ustez?
-Fulano de Tal.
-Aquí no está.
Así fué llamando a varias puertas, sin que nadie le diera razón de su tío. Al fin llamó en otra puerta y salió un hombre con una cola muy grande y le dice:
-¿Qué busca ustez por aquí?
-Pues vengo a ver si está aquí un tío mío que hace un año que ha muerto y me canso a llamar en todas las puertas y nadie me da razón de él.
-Y ¿cómo se llamaba su tío de ustez?
-Don Fulano de Tal.
-No, señor; no está aquí tampoco. Dígame ustez, ¿qué oficio tenía su tío?
-Era prestamista.
-Pues no se canse ustez en buscarle por aquí, porque los presta-mistas no tienen alma.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Las tres maravillas del mundo

44. Cuento popular

Había una vez un rey que tenía tres hijos. Y cuando ya era viejo, se puso muy malo, y los médicos le dijon que para sanar tenían que trarle las tres ma­ravillas del mundo.
Y dijo el mayor:
-Padre, déjeme salir en busca de las tres maravi­llas del mundo.
Y el padre le contestó:
-No, hijo; no puede ser, que tú eres quien ha de heredar la corona.
Pero tanto estuvo insistiendo, que el padre le dijo que estaba güeno, que se marchara en busca de las tres maravillas del mundo.
Se marchó el mayor por el mundo alante a buscar las tres maravillas del mundo, y caminando, cami­nando, dió con una cueva de ladrones, que le cogie­ron y le metieron en su cueva y de allí no pudo salir.
Conque cuando ya pasó mucho tiempo y el hijo mayor no venía, dijo el que le seguía en edá:
-Padre, ya mi hermano no viene. Déme usté li­cencia pa ir a buscarlo y ver si encuentro las tres maravillas del mundo.
Y el padre le dijo:
-No, hijo; no puede ser. Ya que tu hermano no vuelve, tú has de heredar mi corona.
Y él le estuvo rogando hasta que lo permitió mar­charse en busca de su hermano y de las tres maravi­llas del mundo. Y se marchó, pero le pasó igual que al mayor. Dió con la misma cueva de ladrones, y le cogieron y le metieron en la cueva con su hermano.
Y pasaron años y pasaron años. Y cuando ya vie­ron que los dos hermanos mayores no volvían, dijo el menor a su padre:
-Padre, mis hermanos mayores no vuelven. Déme usté licencia pa ir en busca de ellos y pa buscar las tres maravillas del mundo.
Y el padre le contestó:
-No, hijo; eso no puede ser, porque si tus herma­nos no vuelven, tú eres ahora quien ha de heredar la corona. Eso no lo puedo consentir.
Y el hijo menor empezó a llorar y decía que para qué quería él heredar la corona si sus dos hermanos no volvían y si su padre no sanaba de su enfermedá. Y ya el padre consintió, y se marchó él a buscar a sus hermanos y en busca de las tres maravillas del mundo.
Andando, andando, llegó a una cueva, que era la cueva del aire, Y salió una vieja, que era la madre de los aires, y le dijo:
-Qué mal te quieren los que por aquí te encami­nan.
Y él le contestó:
-Yo ando en busca de las tres maravillas del mundo.
Y le dijo entonces la vieja:
-Pues entra y escóndete aquí, que si viene el ai­re, mi hijo, y te ve allí, te devora.
Y no acababa de esconderse onde le dijo la vieja, cuando llegó el aire y dice:
-¡A carne cristiana me huele! ¿Dónde está, que la devore?
Y la vieja le contesta:
-Hijo, es uno que viene en busca de las tres ma­ravillas del mundo pa curar a su padre. Y dice el aire:
-Eso no puedo hacer yo. ¡Que se vaya! Única­mente mi hermano el sol, que se estiende por todas partes, puede dárselas. Que se vaya y que le diga a mi hermano el sol que va dirigido por mí, pa que le ayude a buscar las tres maravillas del mundo.
Conque otro día se marchó el muchacho a buscar la cueva del sol. Y después de andar varios días con sus noches, llegó a la cueva del sol y pidió posada.
Y la misma vieja salió y le dice­
-Mal te quieren los que por aquí te encaminan. Y él le contesta:
-Vengo en busca de las tres maravillas del mundo pa darle saluz a mi padre.
Y entonces la vieja le metió por un rincón y le dijo:
-Allí te estás, porque cuando llegue mi hijo el sol, te abrasará.
Y ya llegó el sol y dice:
-¡A carne cristiana me huele! ¿Dónde está, que la abrase?
-Hijo mío -dice la vieja, es un pobre mu­chacho que viene dirigido por tu hermano el aire a buscar las tres maravillas del mundo pa curar a su padre.
Y dice entonces el sol:
-Pues que salga y se vaya porque yo no le puedo ayudar. Mi hermana la luna es la única que puede dárselas. Que se vaya y que le diga que va dirigido por mí.
Conque al otro día se marchó el muchacho a bus­car la cueva de la luna. Y anduvo por muchos reinos sin poder llegar, hasta que ya después de caminar muchos días con sus noches, llegó a una cueva y pre­guntó si era la cueva de la luna. Y salió la misma vieja de antes y le dijo:
-Mal te quieren los que por aquí te encaminan.
Y él le dice:
-Vengo en busca de las tres maravillas del mun­do pa curar a mi padre.
Y ya le dijo la vieja:
-Güeno, pues escóndete en ese rincón, que si lle­ga mi hija la luna y te ve allí, te devora.
Y llegó la luna brillando por los cielos, y dice:
-¡A carne cristiana me huele! ¿Dónde está, que la devore?
Y la vieja le dice:
-No, hija mía. No es más que un pobre muchacho que viene dirigido aquí por tu hermano el sol.
Y dice entonces la luna:
-Si viene en busca de las tres maravillas del mun­do pa curar a su padre, y es así, que salga, que úni­camente mi hermano el rey de las aves se las puede dar. Él se estiende por todos los mundos. Que se va­ya y le diga que va dirigido por mí.
Al otro día se marchó otra vez y después de cami­nar y caminar, llegó a una cueva, onde vivía el rey de las aves. Y salió la vieja de siempre y le dijo­
-Mal te quieren los que por aquí te encaminan.
Conque él le dice:
-Vengo en busca de las tres maravillas del mun­do pa curar a mi padre.
-Yo te meteré por este rincón, porque si llega mi hijo el rey de las aves y te ve allí, te devora pa la cena.
Y fué llegando el rey de las aves y dice:
-¡A carne cristiana me huele! ¿Dónde está, que la devore pa la cena?
-No, no, hijo mío -le dice la vieja; mira que es un pobre muchacho que viene de parte tu herma­na la luna en busca de las tres maravillas del mundo pa curar a su padre.
-Pues que se marche, porque yo no se las podré dar -dijo el rey de las aves. Únicamente mis aves, que se estienden por todo el mundo, lo sabrán.
Y ya se acostaron todos a dormir y le dieron al mu­chacho una cama por la noche.
Y otro día muy tempranito, fueron a despertar al muchacho y lo llamó el rey de las aves y le dijo:
-Mire, usté; voy a llamar a una pareja de cada clase de aves, y usté se pone en medio de ellas y les pregunta si saben dónde están las tres maravillas del mundo. Tiene que decirles tres veces: «Avecillas que andáis por el mundo, ¿me daréis noticias de las tres maravillas del mundo?» Y si a las tres veces no res­ponden, es que no saben decirlo.
Y llegaron todas las aves del mundo, llamadas por el rey de las aves. Y cada pareja que llegaba, se po­nía el joven entre ellas y les preguntaba:
-Avecillas que andáis por el mundo, ¿me daréis noticias de las tres maravillas del mundo?
Pero ningunas podían responder porque no sabían. Y faltaba por venir todavía una águila coja. Y cuan­do llegó, le dijo el rey de las aves:
-Aguilita, ¿cóme has tardao tanto?
Y dice ella:
-Porque estaba comiendo de las tres maravillas del mundo.
Y dice entonces el rey de las aves al muchacho:
-Aquí tiene usté quien le pueda enseñar onde se encuentran las tres maravillas del mundo.
Y le dice al águila coja:
-¿Te atreves a llevar a este joven adonde están las tres maravillas del mundo?
-Sí, señor -dice la aguilita; pero me tiene que dar carne pal camino.
El muchacho entonces compró mucha carne y ma­tó su caballo, y con toda la carne encima, se montó en las alas del águila, y salió el águila volando pa las tierras onde se encontraban las tres maravillas del mundo. Y de cuando en cuando el águila decía:
-¡Carne! ¡Carne! ¡Quiero Carne!
Y cada vez que decía eso, le daba un cacho de carne.
Y cuando ya iban lleganclo al mar, le dió el último cacho de carne. Y al llegar al medio del mar, dijo el águila­
-¡Carne! ¡Carne! ¡Quiero carne!
Y el muchacho le dijo:
-Ya se ha acabao la carne. Aguárdate un poco que me corte un cacho de mi nalga.
Y el águila le dijo:
-No quiero carne cristiana. Arráncame una plu­ma del ala derecha y tírala al mar.
Y el muchacho se la sacó y la tiró al mar. Y ya pasaron el mar y el águila lo puso en una senda y le dijo:
-En aquel castillo que se ve allí están las tres ma­ravillas del mundo.
Entonces se marchó él solo en dirección del casti­llo y llegó a una casita y liamó en la puerta, y salió una mujer y le preguntó qué buscaba. Y cuando el muchacho le dijo que buscaba posada por la noche porque andaba buscando las tres maravillas del mun­do, la mujer le dice:
-¡Ay, Dios mío! ¡Buena posada tengo yo!
-¿Qué le pasa? -le preguntó él.
Y entonces la mujer le dice:
-Pues mire usté, señor, que ya hace tres días que tengo a mi marido de cuerpo presente debajo de la escalera porque no tengo cinco duros pa darle en­tierro.
Y el muchacho entonces le dió doscientos reales y le dijo:
-Tenga usted estos doscientos reales pa que le dé entierro a su marido.
Y le dieron entierro al muerto y se marchó él otro día por la senda pal castillo.
Cuando ya llegó a la puerta del castillo, le salió una raposa al encuentro y le dice:
-Mira, entra a la sala y allí hay un pájaro y una jabla y una dama y una cama, y un caballo en una cuadra que está más allá. De todo eso escoge sólo una cosa.
Conque entró él muy contento en la sala y vió lo que la raposa le había dicho que había. Y fué a es­coger el pájaro y le dijo la jabla:
-¿Que vas a llevar el pájaro sin la jabla?
Y ya iba a salir con las dos cosas, cuando le sale al encuentro el gigante que guardaba el castillo y grita:
-¡Traición al castillo, que roban las tres maravi­llas del mundo!
Y salieron los soldaos del gigante y le cogieron y le metieron en un calabozo y le dieron una güena paliza, y metieron con él unos leones pa que le de­voraran.
Y cuando estaba en el calabozo, se le presentó la raposa y le dijo:
-¿No te dije que escogieras solamente una cosa? Mira, que tres veces te puedo favorecer, nada más.
Y le sacó del calabozo y le dijo que entrara otra vez y hiciera como ella decía. Y entró el muchacho y cogió a la dama. Y la dama entonces le dice:
-¿Me llevas a mí sin llevar los vestidos?
Y cogió él también los vestidos, pero al salir por la puerta, el gigante le salió otra vez al encuentro y gritó como antes:
-¡Traición al castillo, que roban las tres maravi­llas del mundo!
Y otra vez le cogieron y le dieron una güena pali­za y le metieron en el calabozo con los leones. Y se le presentó otra vez la raposa y lo sacó otra vez del calabozo y le dijo:
-Ya sólo una vez más te puedo favorecer. Ahora entras en la cuadra y coges el caballo, pero no la montura.
Pues entró el muchacho en la cuadra y cogió el caballo, y le dice la silla:
-¿Que llevas el caballo sin llevarme a mí?
Y dice él:
-No; yo no cojo más que una cosa.
Y salió sólo con el caballo y al salir de la cuadra, ya estaba el caballo aparejao, el pájaro en la jabla y la dama vestida. Y montó en su caballo y cogió a la dama y al pájaro, y se marchó con caballo, dama y pájaro, que eran las tres maravillas del mundo.
Y en el camino por onde iba se encontró con sus dos hermanos. Y cuando le vieron con las tres mara­villas del mundo, se las quitaron y le dejaron solo en el mundo. Y fueron ellos y se las entregaron a su padre y se curó de su enfermedá. Y el padre les pre­guntó si sabían de su hermano menor, y ellos le dijon que por las noticias que tenián, andaba por el mundo robando y matando. Y el padre entonces mandó par­tes que se lo trajeran vivo o muerto.
Y ya le hallaron y le metieron en un calabozo. Y co­mo los hermanos decían que era ladrón y matador, ya lo iban a poner en la horca. Pero se presentó en­tonces la raposa en forma de hombre y le tomaron declaración, y dijo que el menor era el que había buscao las tres maravillas del mundo.
Y entonces el hijo menor le contó a su padre todo lo que le había pasao y como los dos hermanos ma­yores le habían encontrao en el camino y le habían quitao las tres maravillas del mundo. Y el muerto dijo que el hijo menor le había dao a su mujer di­nero pa que lo enterrara y que por eso le había fa­vorecido y venía ahora otra vez a favorecerle, y que ya no podía estar más en la tierra, y se desapareció.
Y entonces el padre le dijo a su hijo menor que iba a desheredar a sus hermanos por malos y menti­rosos y que él heredaría la corona. Y el hijo menor entonces se casó con la dama y fueron ellos rey y reina.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España