Del diario de Eloisa P. encontrado por inspectores
de la policía en su domicilio:
29 de enero de 19..
Mi marido durante toda su vida ha estado dedicado a
las cosas más extrañas que imaginarse pueda. Pasó una gran temporada en la que
su afición por las ciencias denominadas ocultas ocupó gran parte de su tiempo.
Libros sobre astrología, hipnosis, espiritismo y todo lo relacionado con la
parapsicología llenaban los estantes de la biblioteca y el despacho. Desanimado
por los resultados obtenidos en la mayoría de los casos, fue abandonando poco a
poco este tema para dedicarse al estudio de las plantas.
Así, y desde hace unos días, todos estos libros han
ido amontonándose por los rincones del despacho, para dejar su sitio a multitud
de diferentes plantas y macetas que han hecho de esta habitación un pequeño
invernadero.
12 de febrero de 19...
En estos días pasados las plantas han seguido
llegando continuamente. Ante la incapacidad material de meterlas todas en el
pequeño despacho, mi marido ha habilitado uno de los cuartos contiguos al que
por nada del mundo me deja pasar. Sólo él y su nuevo ayudante, Rafael, tienen
libre acceso a esta dependencia.
15 de febrero de 19..
Hoy ha llegado Rafael con varios aparatos
extrañísimos, que ha metido con celeridad en el «laboratorio» -así es como
llaman ahora a su lugar de trabajo-. Ante mis preguntas de qué significaban
todos aquellos artilugios, me contestaron evasivamente y lo único que
pude sacar en claro era que debía callarme y no hacer preguntas hasta que ellos
quisieran darme una explicación.
De todas maneras, el asunto de
las plantas está comenzando a preocuparme: mi marido apenas sale del
laboratorio para nada e incluso me ha pedido que la comida se la lleve allí. La
mayoría de los días al ir a retirar la bandeja me la he llevado casi con los
platos intactos. Esto no puede continuar así.
24 de febrero de 19..
He entrado en el laboratorio y a empujones y con
grandes protestas por parte de los dos investigadores he conseguido sacarles
del laboratorio y sentarles en la mesa del comedor. En la sobremesa, y mientras
tomábamos una taza de café, Miguel, mi esposo, decidió revelarme algunos datos
de las investigaciones que estaba llevando a cabo.
«Tú sabes Eloisa -comenzó diciendo-, y está
totalmente demostrado, que las plantas si «oyen» música agradable, crecen mucho
más deprisa. Efectivamente, después de estas semanas de estudios hemos
comprobado la veracidad de este fenómeno. Cultivamos dos cóleos en crecimiento
con las mismas condiciones de temperatura, agua, recipiente, etc., excepto en
una cosa: a uno de ellos por medio de unos auriculares especiales le
aplicábamos cada día sesiones de dos horas de duración con música clásica:
Beethoven, Bach, Mozart, etc. Mientras que a la planta tratada por el método
típico ha seguido un crecimiento normal, el cóleo sometido a las sesiones
musicales se ha desarrollado de una manera espectacular: sus colores son más
vivos, sus tallos más fuertes y de sus ramas han nacido multitud de hojas».
«Esta demostración nos ha hecho continuar nuestros
experimentos y llevarlos, si es posible, hasta las teorías de un profesor
americano que está convencido de que las plantas no solo sienten, sino que en
determinadas circunstancias incluso podrían llegar a captar nuestro
pensamiento».
Al terminar mi marido esta frase no pude aguantarme
y prorrumpí en una gran carcajada. Miguel se levantó de la silla como
impulsado por un resorte; su semblante había cambiado instantánea-mente,
apareciendo serio; sus ojos me dirigieron una mirada fría, intensa, cargada de
odio ante mi incredulidad. Sin decir una palabra más se dirigió hacia su
laboratorio y se encerró allí. Su ayudante, Rafael, le siguió inmediatamente.
2 de marzo de 19..
No he vuelto a ver a mi marido desde el pasado
incidente de mis risas burlonas. No sale para nada de su lugar de trabajo y
cuando voy a llevar la comida es Rafael quien la recoge cerrando en seguida la
puerta.
8 de marzo de 19..
Después de muchos ruegos lamentaciones he
conseguido que saliesen del maldito laboratorio y que olvidasen las pequeñas
disputas conmigo. Hemos comido los tres juntos y a la hora del café, Rafael se
ha quedado haciendo la sobremesa conmigo; mi marido nos ha abandonado en
seguida pidiéndonos perdón, pero tenía un trabajo a medio realizar y no podía
dejarlo por más tiempo.
Rafael, sin darme tiempo a que le preguntase nada,
comenzó diciéndome:
«No debería haberse reído usted como lo hizo la otra
tarde. El trabajo que realizamos ahí dentro es muy serio y sobre todo para su
marido. Yo al principio dudaba como usted de los resultados y de las
cosas que me refería Miguel. Pero he constatado personalmente que acariciando a
las plantas estas pueden llegar a reconocernos; un hombre a kilómetros de
distancia de una planta, puede enviarle mensajes telepáticos que la planta
recibe puntual-mente» me decía.
«Por medio de un experimento realizado la semana
pasada -continuó- cualquier duda que todavía quedase en mí, ha sido apartada de
mi mente. Me acerqué con un mechero encendido a una de las plantas y pude
comprobar cómo la planta ante la cercanía de la llama se alteraba, en sus
constantes vitales aparecía algo así como un desmayo. Esto sucedió varias veces
hasta que la planta comprendió que no le iba a hacer daño, que se trataba tan sólo
de una prueba. Pero todavía se altera cuando me ve acercarme con fuego en la
mano».
En aquel momento Rafael fue reclamado desde el
laboratorio y me dejó sola. No podía creer en nada de lo que me había dicho.
Empecé a temerme que a mi marido le comenzara a faltar la razón y había
contagiado en su locura al pobre Rafael.
23 de marzo de 19..
En estos días pasados todo ha transcurrido con
normalidad. Comemos y cenamos los tres juntos, pero ni ellos hablan de la
marcha de su experimen-tos, ni yo he querido preguntarles hasta ahora. Pero la
curiosidad pudo más que la decisión y hoy me he decidido hacerles una visita en
el laboratorio.
Me abrió la puerta mi marido y pude ver que su cara
rebosaba de felicidad. Sin dejarme hablar comenzó a decir:
«Después de estos meses de trabajo puedo decir muy
ufanamente que hemos encontrado mucho más de lo que esperábamos. La conclusión
a que hemos llegado en estos momentos es que las plantas no solo perciben
nuestro pensamiento, sino que son capaces de comunicarse entre ellas. Las
plantas hablan, y en este momento Rafael las está escuchando».
Salí de aquel laboratorio completamente aterrada.
Por un lado en mi cabeza bullía cada vez con más fuerza la terrible idea de que
la locura se había apoderado de aquellas dos mentes investigadoras y ya
empezaban a desvariar de una forma casi total. Pero por otro lado había algo en
aquel laboratorio que no me gustaba, algo extraño, indefinido, que me hacía
repeler todos aquellos experimentos; una especie de sexto sentido que e avisaba
de un posible próximo peligro.
20 de mayo de 19..
Mi marido y su ayudante han estado trabajando
febrilmente durante estos dos meses. Se acuestan a altas horas de la noche y al
poco de salir el sol y están dedicados otra vez a su actividad. He comenzado a
llevarles otra vez la comida al laboratorio y no puede evitar un escalofrío
cada vez que me acerco a aquella puerta.
27 de mayo de 19..
Esta mañana Miguel ha reclamado mi presencia en el
laboratorio; quería que comprobase el resultado de uno de sus experimentos.
Cuando traspasé aquella puerta la extraña sensación que había sentido en otras
ocasiones se apoderó de mí intensamente, y se hizo más notoria cuando me
dirigieron hacia la pequeña habitación contigua en la que hasta el momento
había sido prohibida mi entrada.
Mientras el cuarto que antes había servido de
despacho estaba repleto de plantas que se amontonaban por todos los lugares, en
la habitación prohibida solamente un ficus significaba la presencia del
reino vegetal allí. Todo lo demás eran extrañas máquinas y aparatos que de
ninguna de las maneras podía adivinar su utilidad. De uno de esos rarísimos
aparatos salían unos pequeños auriculares por medio de unos finos cables al
tallo del ficus.
Sin poder dar crédito a lo que veía y todavía absorta
en la planta, mi marido comenzó a decirme:
«Ya no nos queda ninguna duda de que las plantas
emiten sonidos. Igual que los delfines tienen un lenguaje que no podemos
escuchar porque está compuesto de ultrasonidos, las plantas también se
comunican por medio de estos imperceptibles ruidos, pero en otra frecuencia.
Después de ímprobos esfuerzos hemos conseguido conocer la frecuencia exacta, y
por medio de esa extraña máquina que tienes a tu izquierda y un complicado
circuito programado, nuestra palabra sufre una conversión a ultrasonidos y la
planta, de esta manera, nos entiende. Pero la más fantástico es que este mismo
aparato convierte los ultrasonidos de la planta en palabras, y así podemos
hablar con ella».
«Debido a tu manifiesta incredulidad, he querido que
seas tú misma quien compruebes la veracidad de mis palabras. Coge esos
auriculares, póntelos en lo oídos y habla a la planta».
Cuando cogí los auriculares mis manos temblaban y un
sudor frío invadió todo mi cuerpo. Aquello era absurdo, yo no podía hablar a
una planta; si ellos estaban rematadamente locos que siguiesen con sus manías,
pero mi lógica humana me impedía hacerlo. Volví la cabeza para decirle a mi
marido que me negaba a realizar el experimento, pero al observar la adusta
mirada de Miguel decidí que lo mejor que podía hacer era seguirles el juego.
Con voz entrecortada y casi como un suspiro, pues las palabras se negaban a
salir de mi garganta, me dirigí a la planta:
-¿Me... me escuchas?
-Sí, perfectamente... Tú... eres... Eloisa...
La voz era susurrante y llegaba a mis oídos como si
viniese de muy lejos; en mi cerebro sonó como una voz del más allá. Y sentí
repentinamente miedo, un terror inimaginable se apoderó de todo mi cuerpo.
Todavía en estos momentos no sé cómo lo hice, estaba estremecida, aterrada,
pero volví a interrogar a la planta:
-¿Me comprendes?
-Comprendo tus palabras, pero no puedo comprender el
mundo en que vives... ¡Es tan diferente del nuestro!... Nosotras las plantas
estamos en otra dimensión distinta a la vuestra... Pensamos, sufrimos o somos
felices, vivimos en una palabra... Sí, ya sé que os humanos pensáis que somos
seres inferiores, pero estáis equivocados... Las plantas somos los seres más
antiguos de la tierra y somos superiores a todos vosotros, somos más inteligentes...
El mundo acabará muy pronto para los humanos... Con los deshechos de las
fábricas estáis contaminando el agua; los coches y las explosiones nucleares
hacen que el aire sea ya casi irrespirable, y hasta la tierra llena de basuras
y productos químicos se está pudriendo... Hasta este momento os hemos dejado
hacer, pero las plantas ya hemos tomado una decisión: os destruiremos...
La voz era ahora más fuerte, más segura de sí misma
que antes. Intenté quitarme los auriculares, pero una fuerza extraña me lo
impidió y seguí escuchando absorta a la planta.
-Tienes que comprenderlo... No nos habéis dejado
otra opción... Si no os destruimos, acaba-remos pereciendo con vosotros en
alguna de las estúpidas guerras que los humanos fomentáis para destruiros unos a
otros, y esto a nosotras no nos importa, pero sí el que la desaparición de la
humanidad traiga consigo la aniquilación total del reino vegetal... Por eso
precisamente, todos moriréis...
Un grito desgarrador salió de mi garganta -¡No
podréis!- y caí desvanecida al suelo.
28 de mayo de 19..
He despertado sobrecogida en la cama de mi
dormitorio. Todo mi cuerpo estaba bañado por un sudor frío, respiraba
agitadamente y me sentía terriblemente cansada después de una insoportable
noche de espantosas pesadillas. Soñaba que las plantas de todos los lugares de
la tierra podían caminar y se dirigían contra los hombres. A medida que
avanzaban iban dejando una estela de muerte y desolación por todos los lugares
que pasaban; pero sólo asesinaban humanos, los animales eran respetados por
estos sanguinarios seres. Al final del sueño la tierra estaba poblada
únicamente por las plantas y los animales irracionales. La humanidad había
perdido su última gran batalla. Aunque sé que sólo ha sido un sueño, no puedo
evitar un estremecimiento cuando pienso en ello.
Pese a que tanto Miguel como Rafael me han pedido
insistentemente que les relatase qué me había manifestado la planta el día
anterior, he decidido guardar silencio. Tampoco les hablaré de mis sueños.
1 de julio de 19..
Durante todo este mes, lo mismo Miguel que su
ayudante han estado trabajando muy duro. Todas las conversaciones con la planta
las grababan en cinta magnetofónica y tenían la idea de escribir un libro sobre
el tema una vez acabado el experimento.
Yo, por mi parte, he resuelto no volver a aparecer
por ese condenado laboratorio. Sólo de pensar en la experiencia sufrida el
último día que estuve allí me pongo a temblar.
5 de julio de 19..
Esta mañana tanto Miguel como Rafael han amanecido
enfermos. Los dos decían tener los mismos síntomas: se encontraban decaídos,
sin fuerzas y los músculos parecían que se negaban a aceptar las órdenes de su
cerebro.
No le di demasiada importancia achacándolo todo al
agotamiento físico producido por el duro trabajo de los últimos meses. Les he
dejado dormir durante todo el día y mañana despertarán frescos y con ganas de
volver a su tarea.
6 de julio de 19...
La lividez del rostro de Miguel me ha aconsejado
llamar al médico. Después de una completa exploración, el doctor no ha sabido
darme un diagnóstico y me ha recomendado internarles en una clínica para
hacerles unas pruebas completas. Esta misma tarde han ingresado los dos en el
Hospital Provincial.
12 de julio de 19...
Después de una semana trágica y dolorosa, de pruebas
y más pruebas sin llegar a ninguna conclusión, mi marido y Rafael han
fallecido. Lo único extraño que han encontrado los médicos, han sido unos
pequeños corpúsculos repartidos por todo su cuerpo que de alguna manera parecen
ser esporas vegetales.
Cuando oí aquellas palabras me dirigí a toda prisa
hacia mi casa. Entré en el laboratorio con miedo, casi con terror. Al abrir la
puerta de la pequeña habitación me pareció que el ficus había crecido. Su
aspecto altivo, casi desafiante, me aterrorizó una vez más.
Poniéndome los auriculares me dirigí hacia él
y con una voz gutural, que ni yo misma reconocería, producida por el miedo, le
dije:
-¿Has sido tú...?
-Sí. Hemos sido nosotras... -contestó después de
unos minutos de silencio.
Su voz ahora autoritaria, como la de un triunfador.
-Otros hombres están muriendo en estos momentos
-continuó la planta- en todos los lugares de la tierra... Y vuestros médicos e
investigadores nada podrán hacer por evitarlo... Nuestra venganza ha comenzado
y nada puede pararla... Tardaremos cientos de años en destruiros, pues nuestros
movi-mientos son muy lentos, pero al final lo conseguiremos... El planeta es
nuestro, estábamos aquí mucho tiempo antes que vosotros... Para salvarnos las
plantas debéis de perecer la humanidad entera... Absolutamente toda...
Una ira tremenda se apoderó de mí. Tiré los
auriculares con rabia al suelo e hice pedazos aquel maldito ficus. Mientras la
estaba pisando me pareció oír todavía una risita proveniente de aquella maldita
planta.
* * *
...Empiezo a estar cansada, muy cansada. Ya casi no
puedo seguir escribiendo; mi mano se niega a obedecer los impulsos de mi
cerebro. Pero, créanme, destruyan inmediatamente sus plantas. El futuro de la
humanidad está en peligro.
* * *
El inspector González esbozó una sonrisa y cerró el
manuscrito. Luego llevó el diario a la comisaría por si pudiese constituir una
prueba en las averiguaciones de su extraña muerte.
Sánchez -ordenó, archívelo en la sección
correspondiente. Seguramente se trata del caso de una pobre demente.
Mecánicamente el agente tomó el legajo y lo depositó
sobre un inmenso montón de informes apilados en aquella sección que habían
llegado en los últimos días casi inundando la comisaría. Cuando lo hubo dejado
encima se alarmó al recordar que todos aquellos escritos trataban sobre el
mismo tema. Un escalofrío recorrió su cuerpo al mismo tiempo que dirigió una
temblorosa mirada a la maceta que adornaba la oficina...
999. Anonimo,