Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 18 de agosto de 2012

El niño valiente

El guardabosques y su mujer caminaron hacia el vecino pueblo para visitar a su padre que estaba enfermo y dejaron al hijo mayor, de ocho años, al cuidado del menor, que acababa de cumplir un año y estaba en la cuna.
Acababa el muchacho de recoger la vajilla de la cena, cuando sintió pasos que se acercaban.
Volvió la cabeza y divisó un enorme oso gris traspasando la puerta de la habitación donde dormía su hermanito.
Por un momento, el muchacho se sintió aterrado, pues no tenía ni siquiera un palo para defenderse. Entonces, recordó la caldera del agua que hervía sobre el fuego, la retiró y, con ella entre las manos, entró en la habitación, cuando la fiera llegaba a la cuna de su hermano.
Gritó el muchacho, se volvió el oso, y el joven aprovechó el momento para arrojarle el agua hirviendo al rostro. Con un rugido de rabia y dando tumbos de un lado para otro entre la humareda, el oso, que se había quedado ciego, salió de la cabaña. El chico aseguró la puerta con una tranca y se echó a llorar, asustado.
Al día siguiente, cuando llegaron sus padres, les contó lo ocurrido; incluso, con vergüenza, les habló de su llanto.
-No debes avergonzarte, hijo mío. ¡Eres un valiente!

999. Anonimo

El niño dolorido

Un día en que la culebra se deslizaba silenciosamente por el césped de un jardín, levantó su cabeza sin acordarse de ser astuta y vio a un niño cojo y enfermo, cuyo triste semblante reflejaba el dolor.
-¡Pobre niño! -pensó el hada.
El niño enfermo no hizo el menor ademán de levantar su bastón para golpearla. Miró, sí, aquella cabeza herida por los golpes crueles y sólo tuvo palabras de compasión para la serpiente:
-¡Pobre animal! -dijo el niño con un suspiro.
Ella sintió que, en aquel momento, se cerraban sus heridas. La piedad del niño bueno había sido como un bálsamo.
-Yo buscaré la manera de aliviar tu dolor -pensó la culebra.
Como por milagro, aumentaron el cariño y la bondad de sus compañeros para con él. El Hada inspiraba palabras dulces a los niños que iban a visitarlo y llenaba de bondad los corazones de cuantos le rodeaban. Y no le faltaron medicinas, alimentos y cuidados y el niño se sintió cada día mejor, y creció como por encanto. Pero siempre conservando su dulce expresión, hacia los infortunados, que le predisponía a las buenas obras.
De modo que vivió querido por todos.

999. Anonimo,

El niño

Cuentos del abuelo

Pedrito es un niño de diez años, muy travieso para su corta edad. Vive en un pequeño pueblo, en la montaña.
Un día, sin permiso de sus padres, decide conocer el bosque y sin que nadie lo vea corre hacia él. Todo lo sorprende: el vuelo de las palomas; los pájaros carpinteros; las ardillas; los conejos; los venados; un águila real.
Maravillado escucha el ruido del agua que cae en una pequeña cascada y el rumor del viento que se cuela entre los árboles.
Es mediodía, el niño siente hambre y como puede se sube a un manzano, corta un fruto y se lo come desesperado. Apaga su sed en la caída del agua. La noche lo envuelve, sorprendido ve como la luna camina entre los árboles. Escucha inquieto el croar de las ranas y el canto de los buhos. Cansado se duerme -en un claro del bosque- al pie de un encino.
El niño sobrevive tres días y dos noches.
En el pueblo, sus padres y hermanos se encuentran muy angustiados, lo han buscado por todas partes, sin éxito.
Los hombres del caserío han formado brigadas y se han internado en el bosque tratando de localizar al niño.
Pasan setenta y dos horas y sus esfuerzos son inútiles. Consideran que el niño no pudo sobrevivir. Abandonan la búsqueda.
Su familia no pierde la esperanza de encontrarlo.
Al anochecer del tercer día. Pedrito comienza a desesperarse y grita angustiado:
-¡Mamá, papá, vengan por mí, ayúdenme por favor, quiero regresar a casa!
Pasan unos instantes y una voz joven le dice:
-¡No llores, no te asustes, yo te llevaré a tu casa, pronto estarás con tu familia!
El personaje se acerca a Pedrito y sonriendo toma su mano, le comienza a platicar y el niño se va calmando.
Después emprenden la marcha y pronto llegan a los linderos del bosque.
-Pedrito, hasta aquí te acompaño, enfrente está tu casa, siempre seremos amigos, me dió mucho gusto conocerte y ayudarte. ¡Adios!
-¿Como te llamas? pregunta el niño.
-¡Ahora me llamo Angel!
Pedrito regresa a su familia. Sus padres lo reciben con sorpresa y enorme alegría. Esa noche, todos duermen tranquilos.
El domingo siguiente, la familia visita la iglesia.
El niño sorprendido le dice a su padre:
-Ese Angel de Piedra, que está sonriendo -entre los gárgolas- y con los brazos abiertos, se parece mucho a la persona que me salvó. ¿Dónde podemos encontrarla? ¡Somos amigos y quiero que la conozcan!
-¡No lo sé, hijo! Vamos a buscarla.
Los esfuerzos son inútiles nadie la conoce.

999. Anonimo,

El naufrago

Días después, una terrible tempestad sorprendió en el mar al joven pescador y su vieja y frágil barca zozobró.
-¡Socorro! ¡Socorro! -gritó el muchacho, viéndose a merced de las olas.
Cuando ya creía que nadie iba a acudir en su ayuda, alguien llegó y lo apresó; era un pulpo gigante que, contento con su presa fue a llevársela a Neptuno, rey del mar.
El poderoso monarca ya iba a atravesar al pescador con su enorme tridente cuando, a los gritos del muchacho, acudieron las sirenas.
"Ojos de Esmeralda" le reconoció al instante y, juntas las manos, suplicó a Neptuno:
-Mi rey y señor; perdonad a este pescador que fue bueno conmigo y me rescató del río trayéndome aquí...
Pero el pulpo dijo:
-No debes librarle, pues mata a mis hermanos.
Pero como todas las sirenas lloraban, Neptuno perdonó al joven pescador para no atraerse el enojo de las lindas sirenas.
"Ojos de Esmeralda" le regaló un cestillo de brillantes perlas, y el pescador nadó hasta la orilla.
Y vendió las perlas, y se compró la barca que siempre deseó, y aún le sobró mucho dinero.

999. Anonimo,


El naufragio de yu-shang

Yu-Shang era un marinero y comerciante. Tenía un pequeño barquito en el cual hacía la travesía entre varias islas del Mar de la China, llevando mercancías. Con lo obtenido en este oficio, el bueno de Yu-Shang sostenía a su numerosa familia.
Un día, una furiosa tempestad le sorprendió en plena travesía. Estuvo luchando denodadamente contra el viento y el mar, pero al final, una gigantesca ola tumbó su embarcación, que empezó a hundirse. Yu-Shang, aferrado a un madero, consiguió llegar a un islote y desesperado, gemía:
-¿Cómo me ganaré la vida sin mi "Estrella del Mar"? 
-Así se llamaba su embarcación.
-¿Cómo alimentaré ahora a mi esposa y mis doce hijos?
Inesperadamente, sintió que una especie de brisa le rozaba la cabeza y los hombros. Se volvió sorprendido y descubrió a un niño extraño, que parecía hecho de viento y de luz, y le dijo con voz silbante:
-Soy el hijo del Rey de los Vientos y pariente lejano del Rey del Mar. ¿Por qué estás tan desesperado?
Yu-Shang le contó sus amarguras y el hijo del Rey del Viento se hundió en el mar y el barco de nuestro buen chino empezó a emerger, intacto. Se aproximó suavemente al islote y su dueño se apresuró a trepar por las amuras. Luego, en medio de su más profundo estupor, otros niños de viento, sin duda hermanos del primero, empujaron la embarcación hasta muy cerca del puerto de destino de Yu-Shang.
Este contó su aventura en todas las ciudades en que recalaba, pero nadie le creyó.

999. Anonimo

El muñeco de nieve

Ha nevado, y en el jardín los niños han hecho un gran muñeco de nieve. El perro «Sultán» le hace compañía.
‑¡Siento un calor en el corazón! ‑exclamó el muñeco‑.
¡Es como si se me quisiera salir del pecho!
‑¿Y por qué te pasa eso? -preguntó «Sultán».
‑Veo una luz por esa ventana que me atrae mucho ‑explicó el muñeco‑. ¿No podría entrar en la casa? ¿Qué te parece?
‑Pues que lo pondrás todo perdido ‑dijo «Sultán».
El muñeco calló, pero no hacía más que mirar por la ventana de la casa; por ella se veía una preciosa estufa ardiendo alegremente, y era eso lo que atraía al muñeco irresistiblemente.
‑¡Tengo como una nostalgia de estar cerca de ella! ‑suspiró.
Pasó el día, luego la noche, y al día siguiente salió el sol. Calentó tanto, que el muñeco se fue derritiendo poco a poco. Entonces «Sultán»  se acercó a olisquear la nieve derretida.
‑¡Ahora lo entiendo! ‑ladró‑.
¡Estaba enamorado de la estufa porque tenía dentro de su cuerpo el viejo atizador!
¡Así se explica aquel extraño amor!

999. Anonimo

El mujik astuto

Erase un mujik muy pobre, pero también muy astuto. Apenas tenía un trozo de tierra para subsistir, pero estaba decidido a mejorar dé suerte; haciéndose adivino.
Un día robó las sábanas que una mujer tenía puestas a secar, y la, mujer robada se enteró de que en la aldea vivía un adivino y fue a consultarle.
-¿Qué me darás por mi trabajo? -le preguntó él.
-Una medida de harina y una libra de manteca.
El mujik aceptó la oferta y simuló murmurar palabras misteriosas mientras trazaba signos cabalísticos.
-¡Ya está! -exclamó al rato. Tus sábanas no han sido robadas, sino que las tienes escondidas en el pajar.
Y la mujer fue al lugar indicado por el mujik y encontró sus sábanas.
La fama del adivino comenzó a crecer y él a mejorar su fortuna.

999. Anonimo

El misterio de la marioneta

Aquel día había llegado a la aldea un carromato en el que viajaba una familia compuesta por el padre y dos hijos, niños de seis y ocho años; llevaban con ellos su teatrito de marionetas.
En la aldea tenían pocas diversiones y acudieron a la presentación todos los vecinos. Y también bajaron los pastores de la montaña y el barquero que cruzaba el río.
Contra lo que se esperaba, la función levantó grandes aplausos y provocó risas, aullidos de espanto y auténtica intriga. Especialmente la actuación de la marioneta conocida con el nombre de "Príncipe Valiente"; que acabó él solito con todos los malos de la función. Por otra parte, el padre y los hijos tenían ingenio para mover los monigotes, que parecían tener vida propia, al punto de que la gente no veía los hilos.
El dueño del teatrillo recaudó bastante dinero. Y cuando la plaza se quedó desierta, bajo las sombras de la noche, unas sombras furtivas avanzaron hacia el teatrillo, junto al que se hallaba el carromato.
El menor de los niños abrió los ojos al creer sentir leves pisadas y a pesar de la oscuridad pudo divisar a dos individuos en el momento de alargar la mano para apoderarse de la caja donde su padre guardaba el dinero.
En aquel momento, la marioneta del "Príncipe Valiente" levantó la estaca sin que nadie lo accionara y apaleó a los ladrones, lo mismo que había hecho con los malos de la representación. A los golpes, despertó el padre. Asustados, los ladrones huyeron.
El menor de los niños contó lo ocurrido:
-¡Nos ha salvado el "Príncipe Valiente"!
-Eso no es posible, hijo mío. Has debido soñar.
Pero el niño estaba seguro y conservo durante toda su vida la marioneta del "Príncipe Valiente".

999. Anonimo,

El mendigo abusón

Un buen hombre había ofrecido cobijo a un mendigo, pero pasaban los días y éste no hacía intención de marcharse nunca
El hombre veía que aquella situación tenía que terminar, así que una tarde le dijo:
‑Te has comido mi último pan, amigo. Desde mañana, todos ayunaremos, pues no queda nada en casa.
Con esto esperaba echarle, y así fue, pues el mendigo dijo:
‑Precisamente mañana pensaba irme; llámame a primera hora para partir a otros lugares.
El campesino, muy confiado, le despertó de madrugada:
‑¡Arriba, amigo, que ha cantado el gallo! ‑exclamó entrando en la habitación donde dormía el mendigo.
‑¡Cómo! ‑repuso él. ¿Aún queda un gallo en casa? ¡Pues me quedo hasta que nos lo comamos!
Y dándose media vuelta, siguió durmiendo.
El hombre, enfadado consigo mismo por su torpeza, le regaló el gallo y le echó de su casa. Y prometió que la próxima vez sería más claro al decir sus deseos, en vez de andar con mentiras y medias palabras.

999. Anonimo,

El mejor notario

Un hombre viejo y rico quería hacer testamento, y pensó en la manera de conseguir el mejor notario del Reino para que le ayudase a hacerlo. Llamó a los tres notarios de más fama, pero antes partió una naranja a la mitad, y colocó los dos trozos flotando en el estanque, boca abajo.
‑¿Qué es eso que flota? ‑les preguntó.
‑Dos naranjas flotando ‑dijo el primero.
‑Dos naranjas flotando, claro ‑dijo el segundo.
Entonces el tercero, con su bastón, dio la vuelta a los dos pedazos de naranja y contestó:
‑Una naranja partida al medio.
A este último le nombró su notario, pues le pareció un hombre inteligente que no se fiaba de las apariencias.

999. Anonimo,

El mejor camino


Tres jóvenes amigos se dirigían a la ciu­dad por el camino real. De pronto, divi­saron una senda.
-¿Y si tomáramos este atajo? -pre­guntó uno.
-Seamos prudentes. Informémonos primero -dijo Renato, el más reflexivo.
En esto apareció un anciano y, tras es­cuchar a los jóvenes, aconsejó:
-Seguid por el camino real. El atajo es más corto, pero se llega antes por aquí.
Raúl y Héctor se echaron a reír. ¿Có­mo se iba a llegar antes por el camino más largo?
Y se fueron por el atajo mientras Re­nato continuó junto al anciano para se­guir el camino real.
Al llegara una bifurcación Raúl y Héc­tor empezaron a discutir. No sabían si se­guir por la derecha o por la izquierda. Al fin se decidieron por el camino de la de­recha y, tras mucho andar, vieron que ter­minaba sobre un precipicio y tuvieron que retroceder.
Mientras tanto, el anciano y Renato, en amable compañía, llegaron por el cami­no real a un puente.
-¡Qué raro! ¡Mis compañeros no han llegado todavía! -se extrañó el joven. ¿No podíamos esperarles?
El anciano accedió y pasado bastante tiempo, Héctor y Raúl aparecieron a lo lejos.
-Si cruzamos el río por el vado, sin dar la vuelta hasta el puente -dijo Héctor, llegaremos antes.
Y se arrojaron al agua, pero el vado era engañoso y les arrastró la corriente. Em­pezaron a pedir auxilio y Renato tuvo que acudir en socorro de sus compañeros.
Cuando estuvieron todos reunidos, el anciano dijo:
-Espero que esto os sirva de lección, muchachos. El camino más seguro es el más transitado y conocido, aunque sea el más largo. Si Renato hubiera sido tan imprudente como vosotros, quizás los tres hubierais perecido ahogados en el río.

999. Anonimo,

El más digno de todos


Cierto rico hacendado que no tenía hijos, llamó a tres de sus sobrinos que vivían en otra ciudad y a los que no conocía.
Cuando los tres muchachos estuvieron en su presencia el hacendado los contempló con agrado, pues tenían un aspecto digno y agradable.
-Os he hecho venir -les dijo, porque como no tengo hijos y he reunido una considerable fortuna trabajando durante muchos años, he pensado dejarla a aquel de vosotros que sea merecedor de ella. Pero como no os conozco lo suficiente, os espero en este mismo día, dentro de cinco años y entonces decidiré a quien debo otorgársela.
Y dio a cada uno de los jóvenes una buena bolsa de oro para que fueran a ver mundo.
Pasados los cinco años, acudieron a la cita los tres jóvenes.
-Ahora, decidme a qué habéis dedica= do vuestro tiempo.
-Yo -dijo el mayor-, en lugar de vagar de un lado para otro, dediqué el dinero que me entregasteis a estudiar Leyes, pues me apasiona la Justicia y el esclarecimiento de la verdad.
-Muy bien hecho -replicó el hacendado. 
-¿Y tú? -preguntó al segundo.
-Querido tío, yo al llegar a la India comprendí que sabiendo comprar y vender podía lograr buenas ganancias y hoy te devuelvo multiplicado por diez el dinero que me disteis.
-Muy bien hecho -dijo el hacendado. Luego se dirigió al menor, que parecía avergonzado.
-Yo... señor -balbuceó el muchacho, no soy tan inteligente como mis hermanos y no he hecho nada de particular. Al poco de salir de aquí, llegué a la casa de una pobre viuda rodeada de chiquillos. Acababa de perder a su marido y estaban en la miseria. Entonces me quedé para ayudarles. Compré un arado, trabajé las tierras que poseían y allí he estado hasta que los dejé para acudir a la cita.
Reflexionó unos momentos el hacendado y luego se quedó mirando con admiración al mayor.
-¿Conque Leyes, eh? ¡Eso es magnífico y mereces ser mi heredero! -miró al segundo y añadió. Pero también el mercader nos ha salido un hombre de provecho, tanto como para merecer la herencia. Sin embargo, es vuestro hermano menor el único que no ha pensado en sí mismo; el que lo ha dado todo a cambio de lo que la gente no estima...
Abrazó a los tres y dijo:
-La mitad de mi fortuna se repartirá a partes iguales entre el hombre de Leyes y el gran mercader. Y la otra mitad la recibirá mi sobrino menor por haberlo dado todo a su prójimo.

999. Anonimo,

El manto y la pluma


Cierto humilde cazador llamado Hans iba un día por el bosque, cuando se le acercó una viejecita.
-¿Puedes socorrerme, muchacho? -preguntó la anciana.
-Te daré mi pan. Más no tengo -dijo, entregándole toda su comida.
-Gracias, hijo mío. En premio a tu acción, entra en el bosque. Verás tres pájaros llevando un manto. Dispararás contra él y guardarás la pluma que en él se aloja. Cuando desees algo, no tienes sino que pasarte la pluma por la nariz.
El joven y apuesto cazador le dio las gracias con tanta alegría y reconocimiento como si ella le hubiera regalado un tesoro, aunque no veía para qué iba a servirle la pluma que hallara en el manto.
Y sucedió que, a poco de separarse de la viejecita, vio tres pájaros revoloteando sobre los árboles y sujetando un manto. Disparó una flecha y agujereó el manto, que cayó sobre él, así como una pluma de pájaro.
-Si este manto pudiera llevarme a casa... -murmuró.
Apenas lo hubo dicho, el manto emprendió el vuelo con el cazador encima. El joven, una vez en su habitación, pensó que si el manto era mágico la pluma también debía serlo. Se la pasó por la nariz y al día siguiente encontró una moneda de oro bajo su almohada. Y así durante todos los días a lo largo de varios meses.
Feliz por ser rico y ayudar a sus padres, decidió marcharse a conocer el mundo.

999. Anonimo,

El loro sabio


Hace muchísimos años, en el fabuloso Oriente, existía la ciudad más suntuosa que se pueda soñar. Los que la fundaron habían levantado en ella palacios increíbles y calles preciosas. Pero habían llegado a ser tan pobres todos en la ciudad, que les era difícil hasta alimentarse.
-¡Ay! -se quejaba el emir-. Nuestros palacios de ricos mármoles rematados en minaretes de oro ni siquiera nos van a servir para alegrarnos la vista. No tenemos qué comer, ni semillas para plantar.
Porque incluso él, el emir Hassan, a pesar de toda su pedrería, sedas y brocados, no sabía qué llevarse a la boca.
Tenía el emir un lorito parlanchín, listo y amigo de meterse en todo, que le dijo:
-Mi señor, no andáis muy sobrado de imaginación. Puesto que esta ciudad es la más bella del mundo, hazlo saber lejos de aquí, para que las gentes vengan a conocerla. Entonces llegarán en barcos cargados de mercancías. Traerán arroz y trigo y especias. Como vuestros sótanos están llenos de oro y joyas, podrás cambiarlo por lo que tanta falta nos hace.
Se admiró el emir de no haber pensado en ello. Lo consultó con sus consejeros y todos encontraron que la idea era buena, pero...
-Estamos tan alejados del resto del mundo que, ¿cómo enviaremos a nuestros emisarios?
-En el Caballo de Fuego -contestó el lorito.
-¿Ese que vaga por las praderas de la Luna? ¡Imposible atraparlo! -objetó el emir.
-Enviad a vuestros más valientes caballeros. Con una buena recompensa lo lograrán.
-Pues es verdad -se admiró una vez más el emir.

999. Anonimo,

El lobo rencoroso


Durante un caluroso día de verano, quiso la casualidad que un lobo y un cordero fueran a beber al mismo arroyo; el primero, en la parte de abajo y el último en la de arriba.
-Oye tú -dijo el lobo- ten más cuidado, que me enturbias el agua.
-Señor lobo, eso es imposible. Todavía no he empezado a beber. No quería molestarle.
-Bueno, corderito, en realidad siempre me has molestado. Me han dicho que hace seis meses hablabas muy mal de mí.
-¡Imposible, señor lobo! Hace seis meses yo no había nacido todavía.
-Puede ser. Pero si no fuiste tú serían tus padres. Y ya que ellos no están aquí, tú me las vas a pagar.
Y cuando ya el lobo se disponía a devorar al inocente corderillo, llegaron cazadores con su perro. El lobo huyó a todo correr.
-¡Bee...! ¡Beee...! -gritaba el corderillo, dando así las gracias a quienes le habían salvado de una muerte cierta.

999. Anonimo,

El león y la joven


Volvía un hombre rico de viaje cuando se encontró a un león, que le amenazó con matarle si no le daba lo primero que viese al llegar a su casa. El hombre tuvo que aceptar, pensando que le recibiría su perro, pero fue su hija quien salió a recibirle, y tuvo que dársela al león, que se la llevó a su cueva.
Allí vivió un tiempo con el león, hasta que un día pudo escapar y regresó a su casa. Pero una tristeza repentina la enfermó, hasta que se dio cuenta de que echaba de menos al león y que sentía lástima por su soledad.
Así que un día envolvió sus mejores vestidos y volvió a la cueva del león.
Éste salió a su encuentro y le dijo:
‑¡Por fin un corazón humano se apiada de mí!
Y de pronto recuperó su forma humana y le contó a la joven:
‑Una bruja me había encantado, y sólo la piedad de un alma buena podía salvarme. Esta cueva es un Palacio, y yo tengo un Reino, que pongo a tus pies. ¿Quieres casarte conmigo?
‑Si te quise como león, ¿cómo no voy a quererte como hombre?  ‑respondió ella.
Y fueron tan felices como en los cuentos durante toda su vida.

999. Anonimo,

El leon y el pastor


Andaba cierto día un león por un bosque de zarzas y se clavó una espina en la mano, de modo que apenas podía caminar. En esto apareció un pastor y el león alzó la mano, como mostrándola y empezó a mover la cola.
El pastor creyó llegada su última hora y, para salvarse, puso algunas reses ante la fiera, de modo que pudiera saciar su hambre. Pero- el león no tocó ninguna, pues sólo quería que le sacase la espina. Tan lastimero era su aspecto, que el pastor comprendió al fin lo que el animal deseaba, y se acercó y le arrancó la dolorosa espina.
Al sentirse aliviado, el león se sentó junto a su bienhechor y le lamió las manos con agradecimiento y al cabo de un rato, se marchó.
Habían pasado algunos años, cuando este mismo león fue cogido en una trampa. Se le traspasó a una jaula y se le envió junto a otras fieras a devorar a los cristianos en el circo de Roma.
Precisamente, nuestro antiguo amigo, el pastor, figuraba entre los condenados. Y sucedió que, cuando los espectadores aguardaban que el león hambriento se arrojara sobre él, se puso ante el hombre y le defendió de las demás fieras.
Se admiraron los espectadores y se contó en el circo el increíble suceso de la relación entre el hombre y el león, y todos entonces pidieron al emperador que perdonara la vida al pastor.
Y el emperador accedió y regaló el león a nuestro amigo.

999. Anonimo,

El lavado del gato


Cierto lindo gatito estaba deseando convertirse en cazador. ¿Cuándo atrapa­ría su primer ratoncillo?
Pensando en ello estaba una mañana cuando escuchó un ruidito. Alargó la ore­ja, abrió un ojo y miró en torno. Entonces vio al ratoncillo que salía de su agujero y empezaba a caminar, mirando a todas partes, un poco asustado.
Y el gato se dijo:
-¡Ya es mío!
Pero, cuando iba a lanzarse sobre él, re­cordó que todavía no se había lavado y pensó que, un gato tan importante como él no podía ponerse a comer sin lavarse primero. Así que empezó a lamerse las pa­titas con todo cuidado. Luego se pasó la lengua varias veces por el hocico, las ore­jas y el cuello e incluso el pecho, pero sin perder de vista al ratoncillo. Este se hin­chaba a comer todo cuanto encontraba, bien que manteniéndose a prudente distancia.
-¡Ea, ya estoy! -exclamó el gato. ¡Vaya desayuno que me espera!
El ratoncito, listo de verdad, antes de que su enemigo terminara de prometer­se tan feliz banquete, le dirigió una bur­lona mirada y, a todo correr, se metió en su agujero.
El gato se quedó con la boca abierta.
-¡Buen tonto he sido! -se lamentó. He dejado escapar al ratón cuando le te­nía casi en mis garras. De ahora en adelante seré más precavido: primero comeré y luego me haré el aseo.
Por eso se dice que, desde entonces, todos los gatos se asean después de comer.

999. Anonimo,

El lago azul


En tiempos muy remotos, los habitantes del valle de Limgpur estaban sufriendo una extrema sequía. Desde hacía varios años no caía ni una gota de lluvia y las gentes la necesitaban pues apenas si quedaban ganados y el hambre se cernía sobre la comarca.
El único ser que no carecía de agua era el gigante Trancón. Con sus largas piernas subía hasta la cumbre de la más alta de las montañas, donde había un maravilloso y profundo lago de aguas azules.
Un día, dos hermanitos cuya madre estaba enferma, intentaron subir a la montaña con sendos odres a la espalda para recoger agua del lago y llevársela a su madre.
Y sucedió que el gigante les salió al paso vociferando y les quitó a los pequeños su escasa comida. Pero la niña protestó:
-Danos agua a cambio de nuestra comida.
Los dos hermanitos pusieron ante el gigante sus odres vacíos. Y cuando el gigante los llenó de agua la niña echó sus bracitos al cuello del grandón y besó sus hirsutas barbas.
Aquel rostro feroz, espantoso, se conmovió. No sabía lo que era recibir una muestra de afecto. Con voz conmovida, habló así.
-Llevaos vuestros odres y vuestra comida. Os daré mucho más.
Y se lanzó montaña arriba y los niños le vieron apartar, con denodado esfuerzo, un enorme peñasco que dejaba la montaña cortada y una cascada de agua empezó a caer sobre el reseco valle y el torrente arrolló al gigante, del que nunca más se supo.
Pero el pueblo recobró la salud y el bienestar. Y los dos hermanitos, todos los días del año, arrojaban al río que se había formado las mejores flores del valle, en recuerdo del gigante.
Han pasado cientos de años y el río sigue su cauce gracias al manantial de la montaña.

999. Anonimo,

El ladron descubierto


En un rincón de la Arabia, cierto pescador poseía un vivero en el cual criaba magníficos peces. Su ayudante, Alí, se encargaba de llevarlos a vender al mercado, utilizando un barril que se cargaba a la espalda.
Alí quiso un día aprovecharse de la confianza que su amo depositaba en él y le hurtó uno de los peces más hermosos que el dueño del vivero poseía.
Llegó al mercado y después de vender la pesca corriente se dispuso a ofrecer el magnífico pez, por el que pensaba obtener un buen dinero. Y así fue, pues se lo compró un mercader por lo que pidió. .
Como le saliera bien el truco, empezó a repetirlo. Hasta que un día le detuvo un guardia que iba acompañado por un desconocido.
-Voy a registrar tu barril -declaró el guardia.
Tras registrarlo, sacó un hermoso pez y el desconocido dijo:
-¿Ve como tenía yo razón, señor guardia? Este hombre es un ladrón que le roba sus mejores peces a mi amigo, el dueño del vivero.
-¡Todos los peces son iguales! -protestó Alí.
-El dueño del vivero corta la punta de la cola de estos peces especiales y sólo algunos clientes lo saben. Así que uno de ellos, nos avisó que teníamos un ladrón en el vivero.
En la soledad de su celda, el ladrón se hizo el firme propósito de respetar siempre lo ajeno.

999. Anonimo,

El lacayo, el cochero y el cocinero

La sortija del zar estaba en poder de tres servidores de palacio que la habían encontrado y pensaban venderla y repartirse el dinero.
Cuando los ladrones supieron que había llegado un adivino al palacio, decidieron espiarlo en su torre.
Al llegar la noche, el lacayo se dedicó a espiar. A medianoche cantó el gallo y el mujik dijo en voz alta:
-Llegó uno... Sólo faltan dos...
El lacayo creyó que el adivino se refería a él y fue en busca de sus cómplices. El cochero decidió espiar por sí mismo. Hacia las dos de la madrugada volvió a cantar el gallo y el mujik gritó desde la torre:
-Ya son dos... ¡Falta uno!
El cochero, aterrado, corrió a comunicárselo a los otros.
-Ahora me toca espiar a mí -dijo el tercer ladrón, que era el cocinero-. Si también me reconoce, tendremos que darle la sortija.
Hacia las tres de la madrugada cantó el gallo de nuevo y el mujik gritó, creyendo llegada la hora de su liberación:
-¡Ya los tengo a los tres!
Y se dirigió a la puerta para escapar, pero tropezó con los ladrones.

999. Anonimo,

El juicio

En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco.
Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo, pero el hombre decía: "Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo?" Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo.
Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo:
-Viejo estúpido. Sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!
-No vayan tan lejos -dijo el viejo. Simplemente digan que el caballo no estaba en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es juicio de ustedes. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas es un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?
La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado, se había escapado. Y no sólo eso, sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes.
De nuevo se reunió la gente diciendo:
-Tenías razón, viejo. No fue una desgracia sino una verdadera suerte.
-De nuevo están yendo demasiado lejos -dijo el viejo-. Digan sólo que el caballo ha vuelto... ¿quién sabe si es una suerte o no? Es sólo un fragmento. Están leyendo apenas una palabra en una oración. ¿Cómo pueden juzgar el libro entero?
Esta vez la gente no pudo decir mucho más, pero por dentro sabían que estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos...
El viejo tenía un hijo que comenzó a entrenar a los caballos. Una semana más tarde se cayó de un caballo y se rompió las dos piernas. La gente volvió a reunirse y a juzgar:
-De nuevo tuviste razón -dijeron. Era una desgracia. Tu único hijo ha perdido el uso de sus piernas y a tu edad él era tu único sostén. Ahora estás más pobre que nunca.
-Están obsesionados con juzgar -dijo el viejo. No vayan tan lejos, sólo digan que mi hijo se ha roto las dos piernas. Nadie sabe si es una desgracia o una fortuna. La vida viene en fragmentos y nunca se nos da más que esto.
Sucedió que pocas semanas después el país entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo eran llevados por la fuerza al ejército. Sólo se salvó el hijo del viejo porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba y se quejaba porque era una guerra perdida de antemano y sabían que la mayoría de los jóvenes no volverían.
-Tenías razón, viejo, era una fortuna. Aunque tullido, tu hijo aún está contigo. Los nuestros se han ido para siempre.
-Siguen juzgando -dijo el viejo. Nadie sabe. Sólo digan que sus hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido obligado. Sólo Dios sabe si es una desgracia o una suerte que así suceda.
No juzgues o jamás serás uno con el todo. Te quedarás obsesionado con fragmentos, sacarás conclusiones de pequeñas cosas. Una vez que juzgas, has dejado de crecer.

999. Anonimo,

El juguete de freda

Freda, en cierta ocasión, se entretenía jugando a poca distancia del castillo. El frondoso valle cercano estaba fresco y verde, y no habiendo nadie que pudiera impedírselo, se fue hacia allí.
De repente, y no sin gran asombro, vio como un campesino labraba su campo con un arado al cual estaban enganchados dos hermosos caballos de labor.
Del pecho de Freda se escapó un grito de admiración y alegría, arrodillándose junto al grupo, causa de su regocijo.
Con gran contento extendió su pañuelo en el suelo, levantó con mucho cuidado el arado y los caballos e hizo lo propio con el labrador, metiéndolo todo en el pañuelo; luego cogió el pañuelo y subió corriendo la abrupta montaña con indecible agilidad y alegría. Su padre cuando la vio llegar, le dijo:
-Vaya niña, ¿qué es lo que te tiene tan contenta?
-He encontrado un nuevo juguete maravilloso, -y sacó el arado, los caballos y el campesino del pañuelo; pero el viejo gigante frunció el ceño y movió con enfado la cabeza.
-¿Qué has hecho? -dijo-. ¡El campesino no es ningún juguete! ¿No has oído decir que tan pronto como llegue un labrador a Burg Niedeck, se acabarán para siempre los gigantes? Inmediatamente lo llevas al valle y tal vez el encantamiento no surta efecto.
Con tristeza Freda se llevó el arado, los caballos y el labrador al valle, dejándoles en el mismo sitio donde los había encontrado. Pero ya era demasiado tarde. Aquella misma noche desaparecieron para siempre todos los gigantes y por la mañana sólo quedaban las ruinas de Burg Niedeck.

999. Anonimo,

El juez moro

Cierto emir de Argel supo que cerca de la ciudad vivía un juez muy hábil para descubrir la verdad. Y para conocerlo personalmente, se disfrazó de mercader.
En el camino, un mendigo se le acercó para pedirle limosna. Se la dio y el mendigo continuó caminando junto a él.
-¿Qué más quieres ahora? -le preguntó el emir.
-Que me lleves en tu caballo hasta la plaza de la ciudad para que los camellos no me atropellen.
Accedió bondadosamente el emir y, al llegar a la plaza, el mendigo no quiso bajarse del caballo. Por el contrario, empezó a gritar que el caballo era suyo y que el mercader debía bajarse. La discusión atrajo a la gente y alguien propuso que llevaran el asunto al prestigioso juez.
Así que ambos se encontraron en su despacho. Mientras les llegaba el turno, presenciaron dos juicios: un sabio y un patán se disputaban a una misma mujer. El juez hizo que dejaran allí a la mujer y que regresaran al día siguiente.
Entraron luego un carnicero y un aceitero. El primero estaba manchado de sangre de la carne que vendía y el segundo, de aceite. El primero contó que había ido a comprar aceite al segundo y que, al pagarle, el hombre le sujetó la mano y que como él seguía agarrado a su bolsa, hallaron la solución de acudir ante el juez. El aceitero aseguró que el carnicero mentía y el juez les ordenó volver al siguiente día.
Les tocó el turno al mendigo y al emir y ambos dieron su versión de lo ocurrido.
-Dejad aquí el caballo y volved mañana -ordenó el juez.

999. Anonimo,

El juez del litigio

Paseaban dos amigos por el campo cuando descubrieron una nuez sobre la hierba y ambos, a un tiempo, quisieron comérsela.
-¡La he visto yo primero! -dijo Juan. 
-¡Es mía porque yo la tomé antes! -contestó Pedro.
La discusión se elevó de tono y otro amigo fuerte y robusto que escuchó de lejos la discusión se acercó, separándolos cuando ya llegaban a las manos. Escuchó lo que tenían que decirle, reflexionó y dijo:
-Esta mitad de la cáscara debe ser para ti, Juan, por haberla visto primero. Esta otra te corresponde a ti, Pedro, porque la recogiste antes. Y en cuanto al contenido de la nuez, me lo como yo, por mediar en el juicio.
El grandullón se marchó riendo, dejando chasqueados a ambos amigos. Demasiado tarde comprendieron que los problemas sólo los resuelve la buena voluntad.

999. Anonimo,

El juego de la vida

Terminaba casi el plazo de vida que el astrólogo había profetizado a Lin Yen y el joven salió de mañana con su carcaj bien provisto de flechas. Pronto cobró una hermosa pieza, pero la fatiga le vencía y se tumbó a descansar al pie de un frondoso árbol. Se quedó dormido y, al despertar era ya entrada la tarde. Un rumor de voces llegaba hasta él y distinguió dos figuras sentadas al pie de otro árbol. Eran un joven, con una larga coleta, y un anciano con cabellos muy blancos y barbas del mismo color. Tenían entre ellos un tablero de ajedrez y de vez en cuando cada uno movía una ficha, no sin antes mirar hacia el cielo y pronunciar una cifra.
El joven lo miraba todo algo asustado bajo la amarillenta luz del atardecer. Comprendió de pronto que aquellos jugadores eran seres extraordinarios que fijaban la existencia de los hombres mediante aquel tablero. Y entonces se le escurrió una flecha que fue a golpear contra una piedra.
-¿Quién eres, muchacho? -preguntó el anciano. Sólo los seres privilegiados pueden llegar hasta aquí.
-Mi nombre es Lin Yen -respondió el joven. Vengo a cazar a esta montaña pues un astrólogo leyó en el Libro del Destino que debo morir pronto. Mientras cazo distraigo mi preocupación. ¡Si ustedes pudieran ayudarme!
Los dos hombres le miraron con estupor.

999. Anonimo,

El joven príncipe y su gata

El Príncipe tenía una gata con quien jugaba todo el día, y se podía decir que era su mejor amiga. Tanto, que la gata una vez le dijo a su Hada Madrina:
‑Yo sería la mujer del Príncipe.
¡Conviérteme en muchacha y le haré muy feliz!
El hada lo hizo, y los dos jóvenes se casaron.
Pero pasó el tiempo y el hada se dijo un día:
‑Quiero ver si mereció el favor que le hice.
Fue a Palacio y soltó en el salón un ratón; rápidamente la mujer del Príncipe corrió detrás para cazarle, pues sus instintos de gata aún seguían en su corazón.
‑¡Volverás a ser gata, pues es lo que mereces! ‑dijo el hada muy enfadada con la joven, pero ella se lamentó:
‑¡No me castigues, por favor! ¡Es cierto que me he portado mal, pero si me vuelves gata otra vez, el Príncipe pagaría mi mala educación, pues se moriría de pena sin mí!
El hada reconoció que tenía razón, y en premio al amor que tenía a su esposo, la perdonó, con tal de que no volviera nunca a correr detrás de los ratones.

999. Anonimo,

El jilguerillo

Un buen leñador, con mucha paciencia, crió un jilguerillo. Tanto fue el afecto que la avecilla llegó a sentir por su amo que, aunque no carecía de libertad para volar por los jardines vecinos, siempre regre­saba a la hora de dormir a la casa del leñador.
Hasta que una noche, el jilguerillo no regresó. Pasaron días y semanas y el le­ñador decía a los suyos:
-Os aseguro que no es ingrato. Algo ha tenido que sucederle. Seguro que es­tá muerto.
Mas pasado algún tiempo, entró por su ventana una bandada de pajaritos. Uno de ellos, se posó en el hombro del leña­dor y empezó a cantar alegres trinos, mientras los demás continuaban sus re­voloteos sobre la mesa.
El pajarillo domesticado había hecho su cría en el campo y regresaba ahora a ca­sa del leñador con todos sus hijos.

999. Anonimo,