Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de julio de 2012

Las doce palabritas .459

459. Cuento popular castellano

-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás la una.
-En Belén parió la Virgen pura.
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las dos.
-Las dos tablas de Moisés, donde Cristo nuestro Dios puso los pies; la una, en Belén parió la Virgen pura.
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las tres.
-Las tres personas; las dos, las dos tablas de Moisés donde Cristo nuestro Dios puso los pies; la una, en Belén parió la Virgen pura.
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las cuatro.
-Las cuatro evangelistas; las tres, las tres personas; las dos, las dos tablas de Moisés donde Cristo nuestro Dios puso los pies; la una, en Belén parió la Virgen pura.
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las cinco.
-Las cinco llagas; las cuatro, las cuatro evangelistas; las tres, las tres personas; las dos, las dos tablas de Moisés, donde Cristo nuestro Dios puso los pies; la una, en Belén parió la Virgen pura.
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las seis.
-Las seis candelarias; las cinco, las cinco llagas; las cuatro, las cuatro evangelistas; las tres, las tres personas; las dos, las dos tablas de Moisés donde Cristo nuestro Dios puso los pies; la una, en Belén parió la Virgen pura.
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las siete.
-Los siete dones; las seis, las seis candelarias;..
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las ocho.
-Los ocho gozos; las siete, los siete dones;...
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las nueve.
-Los nueve meses; las ocho, los ocho gozos;...
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las diez.
-Los diez mandamientos; las nueve, los nueve meses;...
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las once.
-Las once mil vírgenes; las diez, los diez mandamientos;...
-De las doce palabritas dichas y retorneadas, me dirás las doce.
-Los doce apóstoles; las once, las once mil vírgenes;...

Roa, Burgos. Eustasia Victores. 14 de julio, 1936. 55 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)



Las doce palabras dichas y retorneadas

457. Cuento popular castellano

Era un labrador que tenía que servir la Vara del Señor. Y se encontraba sin recursos. Y fue a casa de tres o cuatro amigos a ver si le dejaban las pesetas que le hacían falta. Y ninguno se las dejó:
Mas tenía un amigo forastero. Cogió el caballo y se marchó en casa del forastero. Y iba pensando que si no se lo daba, que man­daba el alma al demonio -por no verse en una afrenta, de no poder servir la Vara del Señor.
Mas se le presentó un señor de a caballo:
-¿Dónde va el amigo?
-Ahí, a ese pueblo cercano, a ver si me remedian en lo que les pido, porque si no, no sé qué voy a hacer.
-¡Hombre! Y ¿qué va usted a hacer? Dígame qué tiene su pensamiento.
-Pues, que si no me da lo que le pido, mandaré el alma al demonio.
-Sí, señor. Me comprometo a hacer escritura.
El caballero le dio el dinero y con la sangre de las venas hi­cieron la escritura. Mas el caballero le puso el plazo en que se lo tenía que pagar -once meses. Si a los once meses no le devolvía el dinero, le llevaba el alma.
Y ya se volvió a casa y dijo a su esposa que ya traía el dinero para hacer la función.
Pues ya se pasaron los diez meses. Y vino un pobre pidiendo a la puerta -una limosna y por favor que le recogieran, aunque fuera en un rinconcico. Bueno, pues los señores le recogieron. Y por la mañana no aparecía el pobre allí.
Se pasaron tres semanas. Y el labrador, a medianoche, pues le oprimían un pesor y estrechamiento de cuerpo y no le dejaban respirar. Así sucesivamente por siete días. Conque ya fue y se lo dijo a su esposa:
-No sé qué tengo. A mí a medianoche me oprimen mucho y no me dejan respirar. Y no te puedo llamar.
Y le dijo la mujer:
-Pues, ¿has mandao alguna misa o manda por casualidad?
-Yo no. Yo no he mandao ni mandas ni misas.
-Pues, ¿cómo es eso de no poder tú respirar o llamarme? ¿No has hecho tú ninguna manda?
Pos ya fue y le dijo a su esposa:
-Cuando serví la Vara del Señor, que fui a por el dinero a tal pueblo, iba yo pensando por el camino que si el señor del pueblo no me daba el dinero, daba el alma al demonio. Y se presentó un señor de a caballo y me dijo si me sustenía en lo que había dicho -y le dije que sí. Me dio el dinero y le prometí pagárselo a los once meses. Y ya cumple el plazo. Y quizás será eso lo que me oprime. Mas siempre que venga el pobre a pedir recogimiento, se le reco­gerá, por si acaso ocurre algo.
Y dice la mujer:
-¡Ay, hombre! ¿Qué has hecho? ¡Siempre será el, diablo!
-¡Ca, no, mujer! Creo yo que no. Pero por si acaso, siempre que venga el pobre, hay que recogerle.
Mas ya faltando la última noche, vino el pobre a la puerta y le recogieron. Y a medianoche, estando en la cama, el labrador oyó una voz que le dijo:
-Si dices las doce palabras dichas y retorneadas, te perdono el alma.
Mas el pobre las dijo:
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime la una.
-La una, la Virgen pura, que parió en Belén, donde reinará jamás, amén.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las dos.
-Las dos, las dos tablitas de Moisé, donde sube Cristo y baja a la casa Jerusalén. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las tres.
-Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las las cuatro.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las cuatro.
-Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las cinco.
-Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelis­tas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las seis.
-Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. Laa una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las siete.
-Las siete, los siete dolores. Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las ocho.
-Las ocho, los ocho gozos. Las siete, los siete dolores. Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las nueve.
-Las nueve, los nueve meses. Las ocho, los ocho gozos. Las siete, los siete dolores. Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las diez.
-Las diez, los diez mandamientos. Las nueve, los nueve me­ses. Las ocho, los ocho gozos. Las siete, los siete dolores. Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos ta­blitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las once.
-Las once, las once mil vírgenes. Las diez, los diez manda­mientos. Las nueve, los nueve meses. Las ocho, los ocho gozos. Las siete, los siete dolores. Las seis, las seis candelarias. Las cin­co, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las doce.
-Las doce, los doce apóstoles. Las once, las once mil vírgenes. Las diez, los diez mandamientos. Las nueve, los nueve meses. Las ocho, los ocho gozos. Las siete, los siete dolores. Las seis, las seis candelarias. Las cinco, las cinco llagas. Las cuatro, los cuatro evangelistas. Las tres, las tres Marías. Las dos, las dos tablitas de Moisé. La una, la Virgen pura.
-De las doce palabras dichas y retorneadas, cristiano, dime las trece.
-Las trece, los trece rayos del sol, ¡que reviente el demonio por el corazón!
Y al decir «Los trece rayos del sol, ¡que reviente el demonio por el corazón!», dio un estampido y dijo:
-¡De buena te has librao!
Mas el labrador estando en la cama, quedó la mano del diablo estampada en la cabecera.

Fuentelapeña, Zamora. 2 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


Las atrevidillas

455. Cuento popular castellano

Ésta era una señora que se la había marchado la criada y quería buscar otra. Y la dijeron dónde la había, y ya pues, fue y la llevó a su casa. Y al llegar a casa la preguntó que cómo se lla­maba. Y ella dijo que Francisca. Y la señorita la dijo que allí la iban a llamar Paquita. Ya un día la señora estaba en el comedor, y Paquita estaba en la cocina. Y la llama la señorita:
-Paquita.
Y dice la criada:
-Mande usté.
Y la dijo la señora que la dijera señorita. Y la volvió a llamar:
-Paquita.
-¡Señorita! [tono bronco].
-Más fino; más fino.
-Señorita.
-Más fino; pero pase. Vas a ir a la plaza por medio kilo de atrevidillas; medio de merluza, y veinticinco céntimos de pajari­llos de pico verde.
La criada fue a por ello, y al volver, la dijo la señora que si lo sabía guisar. Y la dijo que sí, y lo guisó. Y ya llegó la hora de ce­nar y la señorita se comió muchas atrevidillas. Y Paquita la dijo que no comiese tantas, que la iban a hacer daño. Y ella, que no, que lo que se comía con gusto no hacía daño. Y ya no podía co­mer merluza.
Después de comer se acostaron. Y a medianoche la señorita se puso mala, y la dijo a Paquita que fuese a avisar al médico, que estaba muy mala. Y Paquita, pues, le fue a llamar. Y ya vino y la dijo que qué la pasaba, y le dijo la señora:
-He comido un plato de atrevidillas, compuestas de pajarillos de pico verde. Se me han introducido en el escaparate, me suben vapores de la media naranja al crisol, y no puedo tenerme por las columnas.
-No la entiendo, señora.
-La señorita le dice...
-Pues, yo se lo explicaré bien: que he comido un plato de atrevidillas compuestas de pajarillos de pico verde; se me han introducido en el esca-parate, me suben vapores de la media na­ranja al crisol, y no puedo tenerme por las columnas.
Y ya dijo el médico que no la entendía, que se lo dijese Paqui­ta. Y le dijo:
-Mire usté, señor medicazo: mi amaza se ha comido un plato de lentejazas compuestas con ajazos. La duele la cabeza y la ba­rrigota, y no puede tenerse por las pernotas.
Y el médico dijo que sí la había entendido.

Matabuena, Segovia. Juana Gil. 29 de marzo, 1936. 12 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

Ladrón y pícaro

317. Cuento popular castellano

Era un matrimonio que tenía tres hijos. Se murió el padre y entonces dicen los hijos:
-¿Qué vamos a hacer ahora, sin tener que comer ni nada?
Y decidieron de ir a aprender un oficio cada uno. Los tres sa­lieron en un día y al llegar a una ermita donde había una cruz dijeron:
-Aquí nos separaremos. Iremos cada uno por un sitio a ver quién es el que mejor oficio aprende. Y de hoy en un año nos jun­taremos aquí para volver a casa los tres.
El primero llegó a un pueblo y se ajustó en casa de un herrero, donde aprendió el oficio de herrero. El segundo se fue a otro pue­blo, en casa de un zapatero, y aprendió el oficio de zapatero.
El más pequeño se fue por el monte y encontró una casa de ladrones y dijo que si le querían enseñar el oficio. Le dijeron que sí, y al poco tiempo era él más ladrón que los otros. Siempre decía:
-A mí, déjenme solo, que yo robaré más que nadie.
Cuando sabía que había una feria o un mercado en alguna parte, iba de a caballo y se ponía en el camino y tendía una manta. Deja­ba una escopeta encima del caballo y una pistola en cada lado de la manta. Y con otra pistola en la mano, a todos los que pasaban les decía:
-¡El dinero en esa manta, y si no, aquí quedan ustedes!
Así que a todos les obligaba a dejar allí el dinero, y cuando volvía a casa, había robado él solo más que todos los otros, por lo que decidieron hacerle capitán de la cuadrilla. Cuando llegó el año les dijo:
-Yo me tengo que marchar, porque he quedado con mis her­manos de juntarnos todos al pie de una ermita.
Los ladrones no querían que se marchara; pero por fin le dije­ron que si les daba palabra de volver, de no decir a naide dónde estaban y lo que hacían, le dejarían marchar. Y él así se lo prome­tió. Le dieron el dinero que quiso llevar, y se fue el muchacho con un caballo muy bueno a juntarse con sus hermanos.
Se juntaron los tres y dicen al mayor:
-¿Qué oficio has aprendido tú?
-Yo, el de herrero.
-¿Y tú? -le dicen al segundo.
-Yo, el de zapatero.
Y los mayores le preguntaron entonces al pequeño:
-¿Y tú?
-Yo no lo puedo decir -dice él.
-Pues entonces, ¿qué dirá madre?
-Nada. Yo le daré más dinero que vosotros, y a ella no la im­portará lo que yo hago.
Se fueron al pueblo y la madre muy contenta porque fueron los tres hijos. Se reunió toda la familia para celebrar el regreso, y un tío muy listo que tenían les dice:
-¡A ver, a ver qué oficio habéis aprendido! Y dice el mayor:
-Yo, el de herrero.
-¡Ah, muy bien, muy bien! No hay herrero en el pueblo y aquí ganarás lo que quieras.
-Y tú, ¿qué has aprendido? -le dice al segundo.
-Yo, el de zapatero.
-¡Ah, muy bien, muy bien! Tampoco hay zapatero en el pueblo y también has de ganar lo que quieras. Y le dice al pequeño:
-¿Y tú?
-Yo, ninguno.
-Entonces, ¿cómo vienes tan bien portao con tu caballo? 
-Pues yo no he aprendido ninguno; pero seré el que más dinero ciaré a mi madre.
Y sacó un bolsillo de seda y la dio a su madre muchas monedas de oro. Y su madre y su tío le dicen:
-No se recibirán las monedas en lo que no sepamos de qué proceden.
-¡Nada! -dice él-. Son mías. Recíbalas usté.
Pero la familia se opuso a ello. Dijeron que no, que no recibiría la madre las monedas, si no decía cómo las había ganado. Ya tanto insistieron que dijo el muchacho que se lo diría a su tío solo. Se lo dijo a su tío, y éste se puso muy enfadao y le dijo:
-Tú eres el que peor oficio has aprendido y el que nos vas a perder a todos.
-Tengo mucho quinqué y sé muy bien lo que me hago -dice el ladrón. Esta noche voy a robar a fulano de tal.
Y iba y le robaba y volvía. Y otro día iba a robar a otro de día, y entraba y salía de la casa y nadie le decía nada. Y su tío le decía:
-¡Es porque son tontos! ¡No me robarías a mí! Y entonces le dijo el ladrón:
-¿Quiere usté apostar a que esta noche le robo a usté y duer­mo con su mujer?
-Eso no harás conmigo -le dice el tío; ni eso ni nada. Y se marcha el otro y le dice:
-Hasta la vuelta.
Y el muchacho fue y cargó dos machos con dos pellejos de aceite y dos de agua. Y por la noche, a eso de las doce, se metió por una laguna que había en la calle y dejó caer a uno de los pe­llejos de agua, y empezó a vocear, pidiendo auxilio:
-¡Auxilio, auxilio, que me roban, y que me han tirao la carga en esta laguna! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Socorro!
Y tanto lloraba y gritaba que salieron algunos vecinos y entre ellos su tío. Y él, al ver allí a su tío, reventó los pellejos del agua y dijo:
-En lo que sacan esos pellejos voy yo a por otro inacho. Tén­gales ahí hasta que yo vuelva.
Y se fue derecho en casa de su tío. Y allí en casa de su tío fue y se metió en la cama con su tía, y su tía, como estaban a oscu­ras, no conoció quien se metió en la cama -si era su marido, y dijo:
-¡Qué frío vienes!
-He estado ayudando ahí a un pobre que en la calle le han querido robar y le han vaciao los pellejos de aceite.
Y él, después que estuvo con su tía, se cagó en la cama y robó la cartera que había dejao su tío en la chaqueta al pie de la cama, y se marchó adonde estaban los machos. Y los vecinos que había allí le ayudaron a cargar los pellejos y cada uno se fue a su casa.
Y al ir su tío a la cama, se encontró con que la cama estaba sucia y le dice a la mujer:
-¿Qué hay aquí?
Y dice ella:
-Tú lo sabrás, puesto que no has hecho más que salir de la cama.
-¿Yo? -dice él.
-Sí -dice ella; tú has salido ahora mismo.
-¿Yo?
-¡Ahora mismo!
Y entonces dice él:
-¡Ahora caigo! ¡Ése ha hecho lo que me dijo!
Miró la chaqueta y vio que en efezto le había robao. Y al día
siguiente se fue a casa del muchacho y le dijo:
-Has hecho lo que decías.
-Sí, señor; con mucha facilidaz. ¡Ahora diga usté que a úste no le roba nadie!
-¡En verdaz eres el ladrón más afamao que se conoce, puesto que robas diciéndoselo al mismo que has de robar!
Y entonces el muchacho se lo dijo a su madre:
-Donde yo estoy no lo sabrá usté nunca; pero dinero tendrá usté en abundancia, y a ver quién ha sido el que mejor oficio ha aprendido.

Cervera de Río Pisuerga, Palencia. Teodora Gómez. 24 de mayo, 1936. 50 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


La zarrampla

485. Cuento popular castellano

Era una abuelita que tenía tres nietas. Un día las mandó a una a coser una camisa, a otra a barrer y a otra a planchar unos can­zoncillos. Y las dijo:
-La que termine antes sale a la solana y coge pan y miel.
Y terminó la mayor la primera y subió a la solana. En la solana había una zarrampla y la dijo a la niña:
-¡Niñita, niñita, no pases de acá, que soy una zarrampla y te voy a tragar!
Y la niña, no haciendo caso, pasó y la zarrampla se la tragó. Terminó la otra hermana y la dijo la abuela: 
-Anda, sube a la solana y coges pan y miel y di a la otra hermana que baje.
Fue esta hermana a la solana y la zarrampla la dijo:
-¡Niñita, niñita., no pases de acá, que soy una zarrampla y te vi a tragar!
Pero esta hermana también pasó y la zarrampla se la tragó. Terminó la más pequeña y la dijo la abuela:
-Anda, sube a la solana y coges pan y miel, y di a las otras dos hermanas que bajen, que si subo, las voy a tirar rodando por la escalera.
Fue la más pequeña a la solana y la zarrampla la dijo:
-¡Niñita, niñita, no pases de acá, que soy una zarrampla y te voy a tragar!
Tampoco la quiso hacer caso esta hermana. Pasó y la zarram­pla se la tragó.
Y al ver que tardaban tanto, subió la abuela a la solana, y dijo la zarrampla:
-¡Abuelita, abuelita, no subas acá, que soy una zarrampla y te voy a tragar!
Se bajó llorando la abuela y se sentó a la puerta de su casa. Pasó por allí un aceitero y la dijo:
-Abuelita, ¿por qué llora usted tanto?
-Porque hay en la solana una zarrampla -contestó la abue­lita, que se tragó a mis tres nietas.
-¡No se apure, no se apure! -la dijo el aceitero, que yo subo a la solana, la meto a la zarrampla en la aceitera y salen sus tres nietas.
Al subir el aceitero, le dijo la zarrampla:
-¡Aceitero, aceitero, no suba usted acá, que soy una zarram­pla y le voy a tragar!
Subió el aceitero y la zarrampla se le tragó.
Entonces bajó la abuelita llorando otra vez y se puso en la puerta. Y pasó un pimentonero y la dijo:
-Abuelita, ¿por qué llora usted tanto?      
-Porque hay en mi solana una zarrampla que se ha tragao a mis tres nietas y a un aceitero.
-¡No se apure, no se apure! -la dijo el pimentonero, que yo la echo un poco de pimiento y salen cantando todos.
Y al subir el pimentonero, le dijo la zarrampla:
-¡Pimentonero, pimentonero, no suba usted acá, que soy una zarrampla y le voy a tragar!
Conque subió el pimentonero y la zarrampla se le tragó.
Bajó la abuela llorando otra vez y se puso a la puerta. Pasó una pareja con unos bigotes muy largos que parecían hipopótamos y la dijeron:
-Abuelita, abuelita, ¿por qué llora usted tanto?
-Porque hay en mi solana una zarrampla -contestó- que se ha tragao a mis tres nietecitas, a un aceitero y a un pimentonero.
-¡No se apure, no se apure! -la dijeron, que nosotros con nuestros fusiles la matamos y salen todos cantando.
Y al subir les dijo la zarrampla:
-¡Pareja de guardias, no subáis acá, que soy una zarrampla y os voy a tragar!
Subieron y la zarrampla se les tragó.
Se bajó la abuela y se puso a llorar en la puerta, más fuerte que las otras veces. Pasó por allí una hormiga y la dijo:
-Abuelita, abuelita, ¿por qué llora usted tanto?
-Porque hay en mi solana una zarrampla que se ha tragao a mis tres nietecitas, a un aceitero, a un pimentonero y a una pareja de guardias.
Y la dijo la hormiga a la abuela:
-¿Cuántos chochitos me da usted si mato a la zarrampla, salen sus tres nietas, el aceitero, el pimentonero y la pareja de guardias civiles?
-Una fanega de trigo -contestó la abuelita.
-¡No coge tanto en mi buchito! -dijo la hormiga.
-Te daré un puñadito.
-¡No coge tanto en mi buchito!
 -Te daré cinco chochitos.
-¡No coge tanto en mi buchito!
-Te daré un chochito.
-¡Ose sí que coge en mi buchito!
Y al subir las escaleras la hormiga, la dijo la zarrampla:
-¡Hormiguita, hormiguita, no subas acá, que soy una zarram­pla y te voy a tragar!
Y la contestó la hormiguita:
-¡Yo soy una hormiguita de mi hormigal; te pico en el culo y te hago bailar!
Conque subió, la picó en el culo y salieron todos cantando. Y se fue la zarrampla y cada uno se fue a su casa.

Peñafiel, Valladolid. Fernando Álvarez Gallego. 29 de abril, 1936. 12 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

El zamparrón

486. Cuento popular castellano

Era una abuela que tenía cinco nietecitas. Y las mandó, a una a barrer, otra a fregar, otra a limpiar las cucharas, otra a ir a por agua, y la otra a limpiar los cacharros. Y las dijo:
-Allá arriba en el desván hay un tarro de miel. Quien termine la primera, sube allí, que os daré pan para que lo untéis. Terminó la más mayor y la abuela la dijo:
-Coge un pedazo de pan, subes al desván y lo untas en miel. Y subió la más mayor al desván y se la tragó un zamparon que estaba allí.
Terminó la mediana y la abuela la dijo:
-Coge un pedazo de pan y sube al desván, que allí está tu hermanita, y que te unte el pan en miel.
Y subió la mediana al desván y se la tragó el zamparrón. Y así se tragó a todas las nietecitas el zamparrón. Su abuela las llamaba y no respondían. Y cuando supo que el zamparrón se las había tragao a todas, se puso a la puerta a llorar. Pasó por allí un señor y la dijo:
-¿Por qué llora, señora?
Y la abuela le contestó:
-Porque a mis cinco nietecitas las ha tragao el zamparrón.
-¿Qué le vamos a hacer, pobre abuela? -dijo el señor, y se marchó.
Y luego pasó por allí una hormiguita y la dijo:
-¿Por qué llora, abuelita?
Y la abuela la contestó:
-Porque a mis cinco nietecitas las ha tragao el zamparrón.
-Pues venga conmigo, que yo las salvaré -la dijo la hor­miguita.
Entonces la hormiguita subió ande estaba el zamparrón y le dio un pellizco en la tripa y salieron las cinco nietecitas bailando.
-¿Con qué la pagaré yo a esta hormiguita? -decía la abueli­ta. ¿Quieres dos fanegas de trigo?
-¡Mi molinito no muele tanto! -contestó la hormiguita­
¡Mi costalito no coge tanto!
-¿Quieres una fanega?
-¡Mi molinito no muele tanto! ¡Mi costalito no coge tanto!
-¿Quieres un celemín?
-¡Mi molinito no muele tanto! ¡Mi costalito no coge tanto!
-¿Quieres dos granos?
-¡Mi molinito no muele tanto! ¡Mi costalito no coge tanto!
-¿Quieres un grano?
-¡Mi molinito sí muele tanto! ¡Mi costalito sí coge tanto!

Covarrubias, Burgos. Leonor Moneo. 3 de junio, 1936. 11 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

La vaca morisca del cura chiquito

397. Cuento popular castellano

Comenzaba un cura a pedricar, y para que todos le llevasen panes y perras decía que Dios daba el ciento por uno. Y él tenía cien vacas. Y el día de San Juan vinon moscando y entraron por el corral del herrero. Y dejó el herrero pasar las noventa y nueve y al llegar al ciento se cogió la vacaa morisca. Y claro, el señor cura la buscaba, y nadie sabía quién se la había robao.
Y un día iba un chico del herrero por la calle y iba cantando:

-¡La vaca morisca del cura Chiquito la tiene mi padre en el cuarto bajito, y de ella nos pone buenos pucheritos!

Y pasó por la puerta del señor cura cantando eso, y sale el cura y le dice:
-¿Qué dices, chiquito? ¿Qué dices? Y el chico dice:
-Que la vaca morisca del cura Chiquito, la tiene mi padre en el cuarto bajito, y de ella nos pone buenos pucheritos. Entonces el cura le dice:
-Mira, hijo, mira; mañana, si Dios quiere, te compro un ves­tido, si cuando vayas a la iglesia a ayudarme a misa y al decir yo, «Orate, frates» [sic], dices tú, «¡La vaca moriscaa del cura Chi­quito, la tiene mi padre en el cuarto bajito, y de ellaa nos pone buenos pucheritos!».
Y fue el chico a casa y se lo dice a su padre:
-Padre, el señor cura me va a comprar un vestido.
-¿Por qué? -dice el padre.
Porque diga mañana, si Dios quiere, en misa, «¡La vaca mo­risca del cura Chiquito la tiene mi padre en el cuarto bajito, y de ella nos pone buenos pucheritos! ».
-¡Cómo! -dice el padre-. Si lo dices, ¡te mato! Has de decir lo que yo te diga. Cuando te diga el señor cura que digas eso, has de decir: «El cura Chiquito duerme con mi madre; la fiesta será, si mi padre lo sabe.»
Conque al otro día en la misa, al decir el cura, «Orate, frates», dice el señor cura:
-Vaya, señores; tengan ustedes un poco de atención, que es tan cierto lo que va a decir este niño como lo que yo voy a cele­brar. ¡Vaya, niño, dilo!
Y el niño dice:
-El cura Chiquito duerme con mi madre; la fiesta será, si mi padre lo sabe.
Y dice el señor cura entonces:
-¡Orate, frates; no hacer caso de rapaces!

Cervera de Río Pisuerga, Palencia. Santiago Gutiérrez. 24 de mayo, 1936. Labrador, 72 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)