Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

miércoles, 4 de julio de 2012

El sastre y el zapatero .390

390. Cuento popular castellano

Era un sastre que tenía muchos deudores y no pudiendo pagar lo que debía, dijo un día a la mujer:
-He pensado una cosa. Puesto que no hacen más que llamar a la puerta a todas las horas y no tenemos para pagar a nadie, he pensado hacer el muerto a ver si nos perdonan lo que debemos.
Así lo hizo. Y al correrse las voces por el pueblo que el sastre había muerto, los deudores, el que más y el que menos, decían:
-A mí me debía tanto; pero ahora, ¿qué le vamos a hacer? Ha muerto; ha perdido más que nosotros. Ya le perdonamos lo que nos debía.
Pero había en el pueblo un zapatero, a quien el sastre le debía un real, que decía:
-Yo no le perdono mi rial. Lo único que hago es ir esta noche a velarle a la iglesia.
Por la noche llevaron el cadáver del sastre, el que hacía el di­funto, a la iglesia y lo pusieron en las andas en medio de la igle­sia. Y el zapatero se subió a velarle al púlpito.
Aquel día había habido un robo considerable y al no saber los ladrones adónde ir a partir el dinero, viendo luz en la iglesia a medianoche, se metieron allí. Se pusieron a partir las onzas a al­muenzas y decían:
-Esto para ti. Esto para ti. Y esto para ti.
Después de partir la cantidaz, sobraba una onza y dice uno de los ladrones:
-Esta onza que sobra es para el primero que dé una puñalada al difunto que está en ese ataúz.
Al oír eso, el que estaba haciendo el difunto se levantó corrien­do del ataúz, diciendo:
-¡Animas mías, amparazme!
Entonces el zapatero se tira del púlpito dando gritos y los la­drones, atribuyendo eso a un milagro, salieron cada uno por don­de pudo, dejando allí todas las onzas robadas.
Entonces entre el difunto y el zapatero partieron las onzas. Y mientras hacían el reparto, se acordó el zapatero del real que le debía el sastre y le dijo:
-Y, ¿mi rial? Ya sabes que me debías un rial de una compos­tura que te hice.
Pero el sastre seguía diciendo:
-Esa cantidaz para ti y esta cantidaz para mí. Esa cantidaz para ti y esta cantidaz para mí.
Pero el zapatero seguía diciendo:
-Pero, ¿mi rial? ¡Ahora dame mi rial!
A todo esto los ladrones pararon de correr. Reflexionaron y dijeron:
-Parece mentira que hayamos tenido valor para hacer este robo tan grande y ahora tengamos miedo de las ánimas y lo haya­mos dej ao allí en la iglesia.
Y en esto el que era más valiente de todos dijo: 
-¡Yo no lo dejo; voy a por ello!
Pero como iba ya con miedo, antes de entrar en la iglesia, se puso a escuchar en la puerta y oyó que decía el zapatero:
-Y, ¿mi rial? Y, ¿mi rial?
Entonces el ladrón, aterrado, dio la vuelta a todo correr y dijo a sus compañeros:
-¡Chicos, vámonos corriendo! ¡Aquello está lleno de ánimas! ¡Con las onzas que había y no tocan ni a rial, que está una recla­mando el suyo!
Y echaron a correr sin atreverse a volver la cara atrás.

Peñafiel, Valladolid. Mariano Ruiz Salinero. 27 de abril, 1936. Dulzainero, 58 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


El sacristan y la paloma

424. Cuento popular castellano

Éste era un pueblo en el que los feligreses eran tan malos, tan malos, que a todos los sacerdotes que habían sido destinados allí por el señor Obispo les habían tratado a pedradas. Pero un día un sacerdote pidió autorización a susuperior para ser destinado al referido pueblo, la que en principio fue negada; pero a fuerza de sus insistencias, accedió el señor Obispo a que fuera destinado a dicho pueblo.
Una vez allí, el sacerdote ordenó al sacristán que publicara un bando haciendo saber a los habitantes del mismo que a las diez de la mañana del día siguiente acudieran todos a la iglesia donde apare-cería Dios en figura de paloma.
A dicha hora se congregó en el templo el pueblo en masa. Y el nuevo sacerdote de antemano había preparado una palomita blanca que al efecto compró y entregó al sacristán para que des­de una ventanita, que había en la guardilla, la soltara a la tercera vez que él dijera: «Dios bajará en figura de paloma.»
Una vez en la guardilla el sacristán, subió al púlpito el sacer­dote. Y comenzó a hablar, haciendo ver a los vecinos de dicho pueblo el error en que vivían, lo mal que se habían portado con sus antecesores, y que Dios, que es omnipotente y bondadoso, es también justiciero -castiga los hechos malos. Y para probarles que existía ese Dios, a la tercera vez que él dijera: «Dios bajará en figura de paloma», aparecería por cualquiera parte, por ser todopoderoso.
A la segunda vez que dijo «Dios bajará en figura de paloma», el sacristári, que se había quedado dormido, despertó, y se dio cuenta que la paloma se la había comido un gato. El sacerdote, cuando dijo por tercera vez, «Dios bajará en figura de paloma», se extrañó que el sacristán no la soltara. Y vuelve a insistir que va la tercera vez:
-¡Dios bajará en figura de paloma!
Entonces el sacristán asoma la cara por el ventanillo y en voz alta dice:
-Padre cura, ¡el Señor no puede bajar, porque se le ha comi­do el gato!

Roales, Valladolid. Antolfn Gutiérrez Cuñado. 10 de mayo, 1936. 35 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


El roble no me quiso pagar

359. Cuento popular castellano

Había una vez tres hermanos que se les murieron los padres y les quedó una herencia bastante pequeña. Uno de los hermanos era tonto de remate, y los otros dos le dijeron que sólo le tocaba una vaca. Y queriendo apropiársela también, le dijeron:
-Pues na; danos la vaca y nosotros te mantendremos.
-¡Ca; que me engañáis! -contestó el tonto. Será mejor que yo la venda y os pague en dinero.
Y dijeron los otros:
-Pues bien; haz lo que quieras.
Y entonces cogió el tonto a la vaca y se la llevó pa la feria. Y por el camino, al pararse al pie de un roble, oyó el murmullo del viento entre las ramas. Y creyendo que el roble le preguntaba cuánto quería por la vaca, le dijo:
-Seiscientas pesetas.
Y otra vez se sintió el viento entre las ramas y entonces el tonto saltó y dijo:
-¡Ah, dices que no tienes dinero! Pos na, hombre, ¡ya me lo pagarás!
Y fue y amarró la vacaa al roble y se marchó pa casa. Y le dijeron los hermanos:
-¿Qué? ¿Cuánto te dieron por la vaca? Y dice el tonto:
-Pues, seiscientas pesetas.
-¡A verlas! -le dicen.
Y entonces dijo el tonto:
-No me las han dao, porque se la he dejao flada.
Y entonces le dijeron los hermanos:
-¡Ay, tonto, tonto! ¡Qué tonto eres! ¿No comprendes que nunca te la pagarán?
-¿Cómo que no? -dice el tonto. En cuanto se lo pida.
Y le dijeron entonces sus hermanos:
-Pues, anda; vete y pídeselo.
Y fue el tonto al pie del roble y le dice:
-¡Dame las seiscientas pesetas!
Pero el roble nada decía. Y le dice otra vez:
-Pero, ¿es que no me vas a pagar?
Y el roble callao. Claro, como no hacía viento, el tonto no sentía nada. Conque le dice:
-¡O me pagas o te denuncio!
Y las ramas del roble calladas -como no hacía viento. El tonto le parecía que el roble no hablaba por no querer pagarle, y volvió otra vez a casa. Y le dijeron sus hermanos:
-Ahora ya traerás las pesetas.
-Pues, no -dijo el tonto; no me ha dao nada.
Y entonces los hermanos, por el temor de perder la vaca o el dinero, le preguntaron, furiosos:
-Bueno, a ver quién es ése a quien vendistes la vaca. Y dice el tonto:
-Pues un roble que está a la orilla del camino, que el día que se la vendí, me daba muy buenas palabras; pero ahora, aunque le hablo, no me quiere contestar.
Y le dicen los hermanos:
-Pero, ¡so animal! ¿Cómo es posible que se la hayas vendido
a un roble? ¡Lo que es que ahora te quedastes sin vaca!
Y entonces el tonto afiló un hacha bien afilada y dijo:
-Ahora voy y le mato.
Y marchó pa allá y cuando llegó, le dice al roble:
-Por última vez te digo que o me pagas la vaca o ¿qué es lo que piensas?
Y como no hacía viento, pues el roble callao. Y va y le dice otra vez:
-¡Ahora no sirven contemplaciones! ¡O me pagas la vaca o te mato!
Y el roble callao. Entonces el tonto levanta el hacha y¡plin! ¡plan! ¡plin! ¡plan!, se enredó a dar hachazos al roble. Y a los pocos hachazos se dio cuenta de que el roble estaba hueco y es­taba lleno de monedas de oro. Y le dice:
-¡Ah, ladrón! ¿No decías que ya me pagarías la vaca? ¿No decías que ahora no tenías dinero y estás lleno de ello? Pues ahora perdistes la vida y todo el dinero, porque ahora se lo digo a mis hermanos, que me ayuden a llevarlo todo a casa.
Y se llenó los bolsos y cuando llegó a casa, les dice a sus hermanos:
-Acabo de cometer un crimen. El roble no me quiso pagar y fui y le maté.
-¡Ah, animal! -le dicen los hermanos. ¿Cómo vas a matar a un roble?
-Pues le maté -dice el tonto- y estaba lleno de dinero. Y si no, mirarme los bolsillos.
Y les enseñó una porción de monedas de oro que traía, y en­tonces los hermanos le dijeron:
-¡Ah, hermano querido, dinos dónde -está el roble muerto! Y dijo él:
-Pero hay que llevar un carro para traer todo el dinero.
Y marcharon con el carro y llegaron allí y empezaron a car­garle. Y le dijeron al tonto:
-De esto no hay que decir ni una palabra a nadie, porque si lo sabe alguno, nos lo van a quitar. Y decía el tonto:
No lo digo, no, que esto es pa nosotros, pa comer muchas pa­tatas y muchos fréjoles y hartarnos de cosas güenas.
Bueno; conque iban por el camino y se encuentran al sacris­tán del pueblo y les dice:
-¿Qué lleváis en ese carro que tantos sacos llenos lleváis? Y le dice el tonto:
-Pues, mira; onde tú lo ves, es dinero. Y son monedas de oro. Y dijeron los hermanos:
-¡No hagas caso, que son patatas! Y ya salta el tonto y dice:
-¡Di que no, que todos son monedas de oro!
-¡No le hagas caso, que está tonto de remate éste! -decían los hermanos.
Y dice otra vez el tonto:
-¡Di que no; que lo que quieren ellos es que no se sepa que llevamos tanto dinero!
Y entonces los hermanos, temiendo -que el sacristán lo contara y el dueño del tesoro lo reclamase, levantaron el hacha y ¡pin!, le mataron y le metieron en una cueva. Y después se marcharon tranquilos para casa.
Llega la hora del rosario y que el sacristán no aparece. Hasta que salta el tonto y dice:
-Al sacristán le mataron los mis hermanos.
-¡Ca! ¡No pue ser! -le contestaron.
-¡Que sí! ¡Que sí! -decía el tonto. Y si no, venir conmigo, que yo os enseño dónde está el sacristán.
Y los hermanos, que lo oyeron, fueron corriendo y sacaron al sacristán de la cueva y le enterraron en otro sitio y metieron en su lugar en la cueva a un chivo barbudo y negro. Y cuando el tonto llegó con todo el pueblo para ver el crimen, le dijeron:
-Bueno; saca al sacristán.
Y entra el tonto en la cueva y dice:
-¿Cómo era el vuestro sacristán? ¿Moreno?
-¡Sí, sí! -decían todos.
-¿Tenía barbas?
-¡Sí, sí!
-¡Pues, si tenía cuernos, allá va! -dijo el tonto y les tiró a la puerta de la cueva un chivo sarnoso.
Y entonces comprendieron que verdaderamente el tonto era más tonto de lo que hasta entonces creían que era.
Entonces los hermanos decidieron marcharse del pueblo a vi­vir a la ciudaz, y allí hicieron gran vida de señorones y fueron muy felices, y el tonto siguió tan tonto como siempre. Pero como vestía bien y le daban de comer cosas buenas, aunque viera lo que viera y pensara lo que pensara, en medio de su tontería decidió de no ocuparse más que de llenar la barriga.

Frama (Potes), Santander.  Juan José Orga Díaz.
25 de mayo, 1936. Maestro calzador, 31 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


El río zapardiel

Medina del Campo era hace siglos una pobla­ción seca, sin una fuente, sin un arroyo, sin un río que alegrara la vista y sazonara su tierra.
Los habitantes de Medina deseaban ardiente­mente que un caudal de agua viniera a fecundar sus campos, a enriquecer sus cosechas, a humedecer su tierra, para que brotaran alegres y hermosas flores.
Llegó un día a Medina del Campo un forastero, caballero joven, arrogante, de bellas prendas, que se enamoró de una de las más hermosas damas de la nobleza de Medina.
Cortejóla el galán insistentemente, rechazándole ella con la misma insistencia.
Prometióle el caballero riquezas, colmóla de pre­sentes y atenciones; hizo llegar hasta ella la noticia de sus muchos bienes, de su valentía, de las haza­ñas que había realizado en las batallas a favor de los Reyes cristianos. Todo inútil. La joven no se decidía a aceptarle.
Una sequía, más terrible que ninguna de las que hasta la fecha azotaran a Medina del Campo, vino a castigar los prados y tierras, arruinando a los ricos y sembrando la miseria en las casas de los pobres.
El joven caballero seguía asediando a la don­cella, y ésta entonces envió a una de sus dueñas para decir al caballero que le aceptaría el día que consiguiera que el río Zapardiel, que pasaba a muchas leguas de Medina, viniera a bañar los cam­pos y huertas que rodeaban su casa.
El galán enloquecía de amor por la joven dama pero, ¿cómo podía él cambiar el curso del río? Tan imposible lo consideraba, que montando a caballo, se alejó de Medina, pensando que era para siempre ya, con el corazón lleno de amargura. No podía alejar de su pensamiento el recuerdo de la amada.
Pasó, en su partida, por la orilla del río Zapar­diel, y a punto estuvo de maldecirlo, cuando de pronto se le ocurrió una idea.
¿Por qué no podía intentar, a fuerza de dinero, cambiar el curso de su cauce? Estuvo un rato pen­sativo, mirando el correr de las aguas y meditando su plan. Sí. Era posible. Perdería en la empresa qui­zá toda su inmensa fortuna; pero ¿qué valor tenía ésta si con ella no conseguía el amor de la dama?
Contrató, pues, un batallón de obreros que, guia­dos por el caballero, se pusieron a trabajar con ardor en la formación de un nuevo cauce para el río Zapardiel; pero en dirección hacia Medina y haciéndolo pasar bajo las ventanas de la inflexible doncella que había prometido conceder su amor cuando su pueblo tuviera el agua que había de sal­varlo de la ruina.
Muchos días pasaron, y agotóse en los trabajos todo el capital del caballero; pero una mañana, cuando la joven dama despertó, bajo su ventana oyó un extraño ruido, desconocido para ella. Algo así como si un torbellino de aguas se precipitara tumultuosamente.
Asomóse para ver lo que ocurría, y cuál no sería su asombro al ver llegar, atropellándose, en rápidos remolinos, todo el caudal de agua del río Zapardiel, que vino a lanzarse por el nuevo cauce que habían abierto, bajo las ventanas de su palacio.
No nos dice la leyenda si la joven accedió enton­ces a casarse con el galán pero es de suponer que sí lo hizo ya que éste había cumplido su deseo, sacri­ficando para ello todo cuanto poseía.
Así, por la fuerza de un amor, Medina del Cam­po tuvo agua, y con ella alegría y riqueza, campos fecundos y flores que alegraron sus casas.

058. Anonimo (Castilla y leon)

El rico y el paje

347. Cuento popular castellano

Caminaba un rico propietario y llevaba en su compañía un paje, que le iba escoltando delante de su caballo. El pobre paje iba muerto de hambre porque no había comido lo que necesitaba para un viaje tan largo. Y sabiendo que su jefe llevaba buena merien­da, llegaron a una laguna en que cantaban las ranas. Y al tanto bullicio como metían, preguntó el amo a su paje:
-¿Qué es eso que suena ahí?
-Pues son las ánimas benditas -contestó el paje.
-Y ¿qué quieren a estas horas: las doce de la noche y tanta bulla?
-Es que tienen hambre y no tienen quien las dé de comer.
Y metiendo mano a su alforja, el rico sacó su merienda -una tortilla estupenda de bacalao- se la dio al paje y le dijo:
-Tírasela para que cenen.
El paje, muy diestro, se metió la tortilla en los bolsos de su chaqueta y tiró una piedra a la laguna. Las ranas, al sentir el gol­pe, pues se callaron. Y fue cuando dijo el rico que sí que era ver­daz que tenían hambre.
Llegaron a la posada y cenaron poca cosa. Pero el paje, como llevaba relevo en el bolsillo, no se apuraba. Cuando pensó que su señor estaba dormido -que les pusieron de cama la pajera- se enredó a comer de la tortilla. Y le pregunta su jefe:
-Muchacho, parece que comes.
-Sí -le contestó. ¡De puro hambre que tengo, me como las pajas!
Y era que se estaba comiendo la tortilla. Y al sentirle que es­cupía, le dice:
-Parece que escupes.
-Sí, mi jefe. Me como las pajas gordas y tiro las chiquitas. Y es que se estaba comiendo la tortilla y tiraba las raspas de bacalao. Así le valió para poder pasar la noche.

Aldeonsancho, Segovia. Juan Pascual Alonso. 23 de abril, 1936.   
Dulzainero, 55 años (entrevistado en Cuéllar, Segovia).

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


El rey y el cura de villamediana

249. Cuento popular castellano

Celebrando una cacería un rey, se encontró al cura del pue­blo de Villamediana, gordinflón y pachungo. Chocándole al rey su excesiva robustez -sin duda por lo poco que tenía que dis­currir -le preguntó:
-Parece, señor cura, que está ustez muy gordo y será por lo poco que discurre. Le voy a hacer tres preguntas las cuales quie­ro que me conteste, y así puede ustez pasar sus ratos de ocio. Si me contesta ustez con acierto, le prometo colocarle en mi pa­lacio.
El cura se acongojaba ante el rey; pero le prometió hacer lo posible por contestarle todo lo mejor que él pudiera.
-Las preguntas son las siguientes. Vamos a ver, señor cura, ¿cuánto valgo yo?
-¡Hombre!...
-No, no, no; ya me contestarás. La segunda pregunta: ¿en cuánto tiempo podría yo dar la vuelta al mundo? 
-¡Oy, qué difícil, señor rey!
-Otra pregunta: ¿qué pensamiento es el que yo tengo ahora con error? Dentro de un mes le espero a ustez en mi palacio y si me contesta ustez con acierto le nombraré capellán de mi pa­lacio; y si no, públicamente le montaremos en un burro y le da­remos unas azotainas.
Alejóse el rey, y el muy buen cura quedóse bien preocupado. No tardó muchos días en salir de paseo y muy preocupado en­contró al cabrero del lugar. Mucho le chocó al cabrero encon­trar al cura muy desmejorado y le preguntó:
-¿Qué le pasa, señor cura? Paece que le encuentro algo malo. ¿Es que está ustez enfermo?
-No, hijo, no. Es que tengo grandes preocupaciones.
Volvióse a repetir el frecuente paseo del cura gordinflón y nuevamente se encontró con el cabrero.
-Me paece, señor cura, que cada vez le encuentro a ustez pior y me paece que le pasa a ustez una cosa muy grave.
-¡Déjame en paz! -le dice el señor cura. Tú eres muy bru­to y no puedes sacarme de tan graves apuros.
-Bueno, señor cura, si yo no pueo ayudarle en algo, me callo.
Continuó su paseo el cura gordinflón y regresó a su casa. An­tes de terminar el mes -plazo que le había fijado el rey para la contestación de sus tres preguntas-, volvióse a encontrar con el cabrero y éste le preguntó:
-¿Cómo vamos, señor cura, de esas cosas graves que a ustez le pasaban?
Y el cura, acongojado y no habiendo resuelto las tres pregun­tas que el rey le había hecho, ya se confesó al cabrero.
-Pues mira, chico. No puedo menos de confesarte que el día que estuvo el rey en ésta de caza, me hizo estas tres preguntas: cuánto valdría él, en cuánto tiempo daría él la vuelta al mundo, y qué pensamiento tenía él con error. Y me dijo que si no contes­taba a estas tres preguntas en el plazo de un mes, me montarían en un burro y me darían azotainas públicamente.
Ttegresó el cura a su casa, y el pastor se quedó con sus cabras. Aproximándose ya los treinta días fijados por el rey, nuevamente se encontró con el cabrero. Y al ver que el cura cada día estaba más flaco y acongojado, le preguntó el cabrero:
-¿Cómo van las tres preguntas, señor cura?
-Mal, hijo, mal.
Apoyóse en la cayada el cabrero y mirando con el ojillo dere­cho al señor cura, le dijo:
-Señor cura, no se apure, pues me paece que yo podría con­testar y ha de salir airoso en esta empresa.
-Pero, ¿tú te comprometes a contestar estas preguntas?
-Me paece a mí que sí, señor cura.
-Pero, ¿tú te vas a presentar ante el rey? ¿No ves que yo soy un sacerdote y tú eres un cabrero?
-No importa, señor cura. Ustez me deja esos hábitos, y yo
voy a palacio y contestaré y saldré bien. No se apure, señor cura. Llegó el día convenido con el rey y el buen cabrero se pre­senta en palacio. Y avisa que allí está el cura de Villamediana
que viene a contestar las tres preguntas que le hizo.
-Que pase -dice el rey.
Al presentarse el cabrero con los hábitos del cura gordinflón, no dejó de chocarle al rey lo mucho que los papazos habían dis­minuido en el cura de Villamediana.
-Señor cura, paece que han aflojado los carrillos.
-No le extrañe, su Majestaz. Las tres preguntas que ustez me hizo me han tenido preocupado y ésa ha sido la causa de no estar tan gordo.
-Vamos a ver. Viene ustez a contestar las tres preguntas que le hice, ¿no es verdaz? Vamos a ver. La primera: ¿cuánto val­go yo?
-Pues a mí me parece que ustez valdrá treinta y cuatro mo­nedas.
-¡Hombre! Pues, ¿cómo así, cómo así?
-Pues sí, señor, porque el rey de los Cielos dieron por él treinta y cinco monedas, y ustez, como es rey de la tierra, valdrá treinta y cuatro.
-Muy bien, muy bien. Vamos a ver, y la segunda pregunta: ¿en cuánto tiempo podría yo dar la vuelta al mundo?
-Pues a mí me parece que si se monta ustez en el sol, en veinte y cuatro horas.
-Muy bien, muy bien. Vamos, vamos. Me parece que no va a haber azota-inas. Vamos a ver, vamos a ver, la tercera pregunta: ésta es la más grave. Ustez, señor cura, podrá saber ahora qué pensamiento tengo yo con error.
-Pues..., yo creo que está ustez pensando que está ustez ha­blando con el cura de Villamediana y está ustez hablando con el cabrero.
-Muy bien, muy bien. Pues mira, ahora te vas a quedar en mi palacio y el cura se va a encargar de cuidar las cabras.

Peral de Arlanza, Burgos. Jesús Vega. 29 de mayo, 1936. 55 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


El rey cuervo

232. Cuento popular castellano

Era un rey que tenía una hija y ella no encontraba novio, porque a todos los que se la presentaban, les encontraba algún defezto.
Ya un día su padre la dijo que si quería, se celebrarían gran­des fiestas en palacio y avisarían a los príncipes de todo el con­torno a ver si había alguno que la gustara. Ella dijo que sí, y se celebraron las fiestas. Vinieron muchos príncipes de las cerca­nías; pero ella recorría el baile y todos la parecían mal. Al uno le decía, «¡Qué boca más grande!», y al otro, «¡Qué ojos más feos!». Pero del que más se burlaba era de uno que tenía la na­riz muy fea. Y le puso el Rey Cuervo, porque parecía un cuervo. Todas las veces que pasaba por delante de él, tenía una risotada y un insulto para el Rey Cuervo.
Así se pasaron ocho días de fiestas y la princesita no encon­tró ninguno de su gusto. Ya su padre, colérico, la dijo:
-Hija, veo que te mofas de todos, queriéndote ensalzar mu­cho, y el que se ensalza será humillado. Así que tú te casarás con el primer pobre que venga a nuestra puerta a pedir limosna.
El Rey Cuervo había estado escuchando la conversación. Se disfrazó de mendigo y fue a pedir limosna a la puerta del rey. El rey le mandó subir y le presentó a su hija, diciendo que se iba a casar con él.
Se casaron y la princesita no dejaba de llorar. Ella, que se creía la más guapa, ¡verse casada con un mendigo!
El mismo día de la boda se fue con su marido y, cuando pa­saban por las calles de la ciudad, vieron un palacio muy precioso. Y entonces la princesita preguntó a su marido:
-¿De quién es este palacio?
Y él la contestó:
-Del Rey Cuervo.
Entonces ella se puso a llorar de nuevo y dijo:
-¡Ay, Dios mío, cuánta burla he hecho de él! ¿Por qué no me habré casado yo con él?
Cuando salían de la ciudad, se encontraron una casa de cam­po con unos jardines muy preciosos, y ella volvió a preguntar:
-¿De quién es esta finca?
-Del Rey Cuervo -la contestó.
-¡Ay, Dios mío! -dijo ella-. ¿Por qué no me habré casado yo con él?
Andar, andar, llegaron a una choza hecha de pajas, y enton­ces su marido la dijo:
-Esta es nuestra casa. Quítate esas joyas y hazme la cena.
Pero ella se puso a llorar y a pedir perdón a su marido, di­ciéndole que no sabía hacer nada. Se tuvieron que acostar sin cenar y en el suelo.
A la mañana siguiente el marido la hizo levantarse muy tem­prano y la dijo que tenía que ganarse la vida de alguna manera, que él era muy pobre y no tenía para mantenerla. La compró unos cacharros y la hizo ir al mercado a venderlos.
Entonces él se puso un traje muy elegante, montó en un ca­ballo y pasó con él por cima de los cacharros y los rompió to­dos; pero su esposa no le conoció. Después se quitó ese traje y se puso el de mendigo y se fue a la choza. Allí estaba su esposa llorando, y, al preguntarle él qué le pasaba, le dijo ella que un señor muy elegante había pasado con su caballo por cima de los cacharros y se les había roto todos. Entonces él fingió enfadarse mucho y la dijo que no les quedaban más que unas monedas para comprarla otros; pero que si se la ocurría lo mismo, se vería obli­gada a ir con él de puerta en puerta a pedir lismona.
Al día siguiente la compró más cacharros; pero la ocurrió igual. Cuando más descuidada estaba, pasó el señorito del caba­llo y, sin ella poderlo evitar, la rompió todos los cacharros. En­tonces ella, llorando a gritos, volvió a la choza y al poco rato se presentó él, vestido de mendigo otra vez. Ella, al verle, se echó a sus pies llorando y le contó lo que la había ocurrido. Y enton­ces él, al verla ya arrapentida, se quitó el disfraz y se quedó con­vertido en el mismo señor que la había roto los cacharros, y la dijo:
-Mira; esto te ha ocurrido por orgullosa. Para darte una lec­ción, creo que te servirá de escarmiento. Yo soy el mismo que tú me burlaste en tu palacio, llamándome Rey Cuervo, y el mismo que te he roto los cacharros. Ahora vámonos a nuestro palacio y a nuestra casa de campo, que son los que tú has visto al pasar, y como ya serás muy buena, viviremos felices.
Y colorín colorao, cuento acabao.

Pedraza, Segovia. María Pascual. 25 de marzo, 1936. 28 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


El remenduelo

498. Cuento popular castellano

Éste era un pollo que escarbando se le cayó la cresta. Y fue a un zapatero para que le echara un remenduelo. Y dijo el zapa­tero que le diera sebo. Fue a una vaca:
-Vaca, dame sebo.
Dijo la vaca que la diera hierba. 
Fue al prao:
-Prao, dame hierba.
Dijo el prao que le diera agua. 
Fue a las nubes:
-Nubes, dame agua.
Dijon las nubes que les dieran viento. 
Fue al águila:
-Águila, dame viento.
Dijo el águila que le diera un cordero. 
Fue a un pastor:
-Pastor, dame un cordero.
Dijo el pastor que le diera un perro. 
Fue a una perra:
-Perra, dame perro.
Dijo la perra que le diera pan. 
Fue a una panadera:
-Panadera, dame pan.
Dijo la panadera que la diera paja. 
Fue al pajar:
-Pajar, dame paja.
Dijo el pajar que le diera ripia. 
Fue al monte:
-Monte, dame ripia.
Dijo el monte que le diera una hacha. 
Fue al herrero:
-Herrero, dame hacha.
Dijo el herrero que le diera carbón. 
Fue al carbonero y le dijo:
 -Carbonero, dame carbón.
Y le dijo el carbonero que le diera dinero.
Dinero di al carbonero, y el carbonero me dio carbón. Carbón di al herrero; el herrero me dio hacha. Hacha di al monte; el mon­te me dio ripia. Ripia di al pajar; el pajar me dio paja. Paja di a la panadera; la panadera me dio pan. Pan di a la perra; la perra me dio un perro. Perro di al pastor; el pastor me dio cordero. Cordero di al águila; el águila me dio el viento. Viento di a las nubes; las nubes me dieron agua. Agua di al prao; el prao me dio hierba. Hierba di a la vaca; la vaca me dio sebo. Y sebo di al zapatero para que me echara el remenduelo.
De manera que todo lo hizo el dinero.

Nava de la Asunción, Segovia. Pedro García de Diego.
15 de abril, 1936. Posadero, 75 años (entrevistado en Madrid).

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

El que todo lo quiere, todo lo pierde


354. Cuento popular castellano

Era un ciego que había ahorrao cinco duros con las limosnas que había sacao de pedir. Y el hombre no sabía dónde guardarlos. Decía:
-Si los guardo en la guitarra, a lo mejor me los cogen.
Y tenía una higuera en el corral. Salió y dijo:
-Lo mejor va a ser debajo del tronco de la higuera, que aquí nadie me los quitará.
Los enterró, pues, al pie de la higuera. Y le estaba viendo una mujer. Y dijo ella:
-¿Qué habrá escondido el ciego allí? Fue y encontró los cinco duros.
Al día siguiente vuelve el ciego y encuentra que no tenía los cinco duros. Entonces cogió la guitarra y dijo:
-¡Cinco duros tengo en la higuera, y otros cinco quedé poner en ella!
La mujer, queje estabaa viendo, dijo:
-Pues si no pongo estos cinco duros, tampoco pone los otros. Fue y volvió a enterrar los cinco duros al pie de la higuera.
Conque fue el ciego al día siguiente y vio que tenía los cinco du­ros. Se los guardó, y cogió la guitarra y dijo:
-¡El que todo lo quiere, todo lo pierde!

Mota del Marqués, Valladolid. Lorenzo Monje Rodríguez.
1 de mayo, 1936. 14 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)