Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 14 de junio de 2012

El comino

135. Cuento popular castellano

Éste era un matrimonio que no tenían familia. Y pidieron a Dios que les concediese un hijo aunque fuera como un comino. Y Dios les concedió un hijo como un comino.
Un día el padre fue a por leña. Y al mediodía la madre dijo que quién iba a llevar la comida a su padre. Y dice el Comino:
-Pues yo voy. Me metes en la oreja del macho, y yo voy.
-No, que a lo mejor te pierdes -le decía su madre.
Pero insistió el Comino, y por fin le metió la madre en la oreja del macho y fue a llevarle la comida a su padre. Y iba diciendo en la oreja del macho:
-¡Arre, macho! Arre, macho!
Y otros iban por el camino detrás de él. Y creyendo que no iba nadie con el macho, se acercaron para robarle. Pero cuando llegaban ellos, decía el Cominín:
-¡Quiriquí, que estoy yo aquí! ¡Quiriquí, que estoy yo aquí! Y se retiraron. Pero volvieron otra vez, y el Cominín dijo lo mismo:
-¡Quiriquí, que estoy yo aquí! ¡Quiriquí, que estoy yo aquí!
Por fin llegó adonde estaba su padre, y le sacó éste de la oreja del macho. Y de que comieron, le metió en un haz de leña que se traía a casa.
Y al llegar al pueblo, dejó el haz a descansar en una ventana que daba al patio de un cura donde tenían hierba para la vaca. Y fue el criado a echar hierba a la vaca y, echando hierba, echó al Cominín con ella. Y la comió la vaca. Y cuando estaba en el vientre de la vaca, decía el Cominín:
-No quiero más heno. No quiero más heno.
Y el criado subió a decir al cura que no sabía qué había den­tro de la vaca, que decía que no quería más heno. Y el cura le dijo que sería mentira, que no habría nada. Y bajó y de que lo vio, le dijo que mataría la vaca para ver lo que tenía. Y la mata­ron y tiraron el vientre a la calle. Y en el vientre estaba el Cominín.
Pasó un lobo y se le tragó. Y el Cominín iba diciendo en la tripa del lobo:
-¿Sabes adónde vamos a ir para pasar las Navidades bien? A la cocina de mi padre, que tiene buenos chorizos colgados.
-No -dice el lobo-, que no nos podremos meter, porque nos sentirá.
Y dice el Cominín:
-¡Sí! Por el agujero del fregadero nos metemos.
Y se metieron por allí. Después que se comió el lobo los cho­rizos, se tumbó a dormir. Y los padres del Cominín decían que si sentían una cosa. Se levantaron a ver y mataron al lobo. Y salió el Cominín, y se quedaron con él otra vez.

Sepúlveda, Segovia. Narrador IV, 2 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El castillo de irás y no volverás .069

69. Cuento popular castellano

Era un pescador y fue a pescar. Y la primera vez que tiró la rede, sacó un pez muy grande, y le dijo el pez:
-¡No me lleves! ¡Échame otra vez al agua!
Conque fue y le echó otra vez al agua. Y fue para casa y se lo contó a su mujer, y la mujer le dijo:
-Eres un bobo. Mira, con eso ya teníamos para la cena. Vete y mira a ver si le sacas otra vez y te le traes.
Entonces el pescador fue, volvió a tirar la rede y le volvió a sacar. Y entonces el pez le dijo:
-¡No me mates! Tírame otra vez al agua.
Pero el pescador le dijo que no, que su mujer le había dicho que le llevara para la cena. Y le dijo entonces el pez:
-Bueno; pues, llévame. Pero tú no comas de la carne mía. Y los buesos los recoges y les metes entre la basura. A los quince días vas y les sacas, y encontrarás dos muchachos y los adoptas como hijos tuyos.
Bueno; pues así lo hizo. Se marchó para casa, no quiso comer del pez, recogió todas las espinas, y, una vez recogidas, las metió en la basura. A los quince días fue a buscarles y se encontró con dos muchachos muy parecidos, tan parecidos que parecían uno mismo. Y les llevó pa casa. Ya un día uno de ellos llenó un vaso de agua y le dijo a su hermano:
-Mira; yo me voy por el mundo. Cuando veas esta agua re­güelta, pues es que a mí me ha pasao algo, y en seguida me vas a buscar.
Cogió la lanza y se marchó. Y ya llegó a un pueblo donde vivía un rey que tenía una hija. Y había en aquel pueblo un monstruo que tenía siete cabezas, y todos los años se llevaba una muchacha de aquel pueblo. Aquel año tenía que llevarse a la hija del rey, y el rey había dicho que quien matara a aquel monstruo se casaría con su hija.
Entonces ese muchacho fue y con la lanza mató al monstruo. Después le sacó las siete lenguas, las recogió y se las llevó. Fue y le dijo al rey que ya había matao al monstruo y que iba a casarse con la princesa; pero la hija del rey dijo que no se casaba mien­tras no pasaran tres meses, que eran lo que faltaba para venir el monstruo a por ella. Entonces el muchacho marchó y quedó en volver.
Pero en ese medio tiempo pasó un carromatero y, al ver el monstruo matao, pues cogió las siete cabezas y las llevó a pala­cio. Y la hija del rey, al cabo de los tres meses, se casó con el carromatero.
Y ya el muchacho, cuando le pareció, fue y dijo que se iba a casar con la hija del rey, porque había sido él quien había matao el monstruo ese. Entonces le dijo el rey que era un embustero, que ya su hija estaba casada, y que lo que había dicho era men­tira, que allí tenía las cabezas del monstruo. Entonces dijo el muchacho que mirasen a ver si aquellas cabezas tenían lengua. Y al ver que era verdad que no las tenían, mandaron quemar al carromatero, y se casó la hija del rey con el muchacho ese.
Cuando se fueron a acostar la primer noche, vio el muchacho desde la ventana una casa muy bonita, muy bien iluminada, y la dijo a su mujer:
-Oye, mujer, ¿qué es eso que se ve allá?
-No me hables de eso -dice ella, que me das mucho mie­do. Ahí todo el que va no vuelve.
Al siguiente día cogió el muchacho un caballo y una lanza y se marchó a ver qué había en aquella casa. Allí vivía una vieja hechi­cera y, nada más llegar, le quedó encantao.
Entonces vio su hermano la botella de agua regüelta y fue y marchó a buscar a su hermano. Llegó a palacio y la hija del rey le recibió creyendo que era su marido. Y después de cenar, que­ría ella irse a acostar. Y miró él desde la ventana y la dijo:
-¿Qué es aquello que se ve allá a lo lejos? Y ella le dijo:
-Ya te he dicho, marido, que eso no me tienes que preguntar, que ahí todo el que va no vuelve.
Se calló él, y se fueron a acostar. Y la dijo él:
-Mira, mujer; tengo hecha una oferta, y es que tengo que poner un poco tiempo la lanza entre los dos.
Y al siguiente día se levantó, cogió un caballo y una lanza y se fue derecho para aquella casa. Al llegar, en vez de acercarse como su hermano, la llamó a la mujer y la dijo que la mataba, que tenía que desencantar a su hermano y sacársele en seguida. Como la amena-zaba con la lanza, ya le dio miedo y hizo que salie­ra su hermano.
Ya venían por el camino los dos montaos a caballo, cuando le dijo a su hermano:
-Na más ver la botella regüelta fui a palacio y dormí con tu mujer.
Al decirle eso, su hermano le pegó un lanzazo y se cayó sin sentido al suelo. Y sin hacerle caso, siguió a su casa. Llegó a su casa ya muy tarde, cenaron y se fueron a acostar. Y le dijo la mujer, al irse a acostar:
-¡Qué pronto te olvidas de las ofertas! 
-¿Qué ofertas tengo yo? -dijo él. Y ella le dice:
-¿No me decías anoche que tenías que poner un poco tiempo la lanza entre los dos?
Entonces él no se acostó, se dio cuenta y contó a su mujer lo que había ocurrido. Y se cogió un médico y fue en busca de su hermano.
Llegaron; pero su hermano ya había vuelto al conocimiento. Le pidió perdón, y le llevaron a su casa. La mujer les estaba vien­do venir desde la ventana, y decía que quién sería su marido de los dos.
Y ya pues el otró se marchó para casa con sus padres. Y el primero se quedó con la reina, y vivieron felices.

Sieteiglesias, Valladolid. Narrador XC, 8 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El castillo de irás y no volverás .068

68. Cuento popular castellano

Este era un pescador. Tenía siete hijos. No tenía más que la pesca. Y volvía un día, y salían los hijos:
-Padre, ¿qué ha cogido ustez? ¿Trae ustez algo?
-¡No, hijos!... Unas mermejillas que no pesan más que un cuarterón...
Al otro día iba a pescar y le sucedía lo mismo.
-Bueno..., ¡esto es terrible! No sé cómo podré vivir.
Al otro día se marchó bastante más allá que de costumbre. Le prepararon la comida -unos torreznos, su barril de vino. Y ya, según estaba pescando, desesperado, dijo:
-¡No vuelvo a pescar más en mi vida!
De pronto va a tirar de la caña y, como no podía con ella, dice:
-Pues, ¿ves? Tras de no sacar nada, se me enreda todo, y voy a perder la caña.
Y ya va tirando, tirando, y por fin pudo orillar un pescado muy grande. Y le dijo el pecezón:
-Pescador, pescadorcito, suéltame y tendrás toda la pesca que tú quieras.
-¡Bien, hombre!... Conque una vez que he cogido un poco de fortuna, ¿la voy a desperdiciar? No te suelto.
-Suéltame, y te daré lo que tú quieras. Podrás venir con un carro a por peces.
-Bueno, te voy a soltar. Pero me vas a dar todo lo que me has prometido.
Pues, le soltó el pescador, asustado de ver un bicho tan gran­dón. Llegó a casa, se preparó, y le pregunta la mujer:
-¿Adónde vas?
-¡Mira!... Voy a por el burro y la rede, que he cogido muchos peces.
Y la mujer se llenó de alegría. Y se fue al pescador, trajo la rede y fue al sitio donde pescó el pez. Pues, se asoma el pecezón y le dice:
-¡Echa la rede, echa!
Echó el pescador la rede y la sacó llena. Vuelve a tirar otra vez, y saca más. Carga el burro de peces y se va a casa tan con­tento el hombre. Salieron todos los hijos a recibirle como de cos­tumbre:
-Padre, ¿trae ustez muchos?
-¡Sí, hijos! ¡Hoy traigo! ¡Bien podéis llevarlos a vender!
Se acercan los chicos y ven que es verdaz. Bailaban de alegría todos.
-¡Padre, por Dios! Pues, ¿qué ha hecho ustez, padre? ¿Cómo ha sacado tantos peces?
-Pues, ¡hala, hijos! ¡Corriendo a venderlos, que he encontrao una fortuna en el río!
Bueno, ya vendieron los peces. Y al otro día fue y volvió con otros tantos. Claro, ya los vendieron lo mismo. Hicieron mucho dinero, compraron una casita y compraron ropa. Y ya no les fal­taba nada. Y la mujer le dice:
-¿En qué consiste esto que te has encontrao?
-Chica, no te lo digo, que sois unas parlonas las mujeres. -Pues, me lo tienes que decir, o, si no, no te voy a dejar en paz.
-Pues, no te lo digo -la dijo él.
Bueno, pues al otro día fue con un carro -pues se compró un carro- para traer la pesca. Pues, la mujer estaba embarazada, y todos los días le daba guerra para que la dijera en qué consistía la fortuna ésa.
-Bueno, chica, ya que te empeñas, te lo voy a decir. He sacao un pez muy grande, el rey de los peces, y me ha prornetido, si lo soltaba, darme toda la pesca que yo quisiera. Y ahí está la fortuna.
-Bueno, pues mira... Si le vuelves a coger otra vez, no te vengas sin él. Porque esto es un capricho mío. Ya ves que ya te­nemos casa..., ya tenemos todo. Así que, ¿me vas a dar gusto, o no?
-Sí... Si le vuelvo a coger, te prometo traerle.
Bien, a los dos días vuelve a ir a pescar y le coge. Y entonces le empieza a decir:
-Suéltame, que no te engañé, que te volveré a dar mucho más de lo que te di.
-Es verdaz que no me engañastes; pero ahora se trata de un capricho de mi mujer, y no puedo soltarte.
-Bueno, pues bien... Ya que te empeñas, te voy a decir una cosa -como me ties que matar, lo que ties que hacer conmigo: la cabeza se la das a la perra, la cola a la yegua, el cuerpo para tu mujer, y las tripas las entierras en el corral.
-Te podría vender y sacaría mucho dinero de ti.
-No. Haz como te digo.
-Bien. Así se hará.
Pues, llegó a su casa con el pecezón, y la mujer, loca de alegría, llamó a todo el pueblo. ¡Todo el mundo asombrao de ver aquel pez tan grande!... Y dijo el marido a la mujer:
-Pero esto no se vende. Mira, te voy a decir lo que me ha di­cho que hagamos con él: la cabeza se la das a la perra, la cola a la yegua, el cuerpo para ti, y las tripas se enterrarán en el corral.
Y así se hizo. A los tres meses nacieron tres perritos rubios, tres yeguas también rubitas y tres niños. Y en el corral, tres lan­zas. Y los niños tan guapos y tan iguales.
Y llegaron a ser mocitos ya los tres niños y dijeron:
-Mire ustez, padre... Nos marchamos. ¿Qué hacemos aquí los tres? Bueno, hijos, ya que os empeñáis. Os voy a dar un recuerdo de vuestro padre. Tomaz cada uno una lanza, un perro y un ca­ballo.
Y a todos les dio lo mismo. Y se dispusión todos a salir. Al despedirse de su padre y darle la mano y todo, el padre les dio a cada uno una botella de agua clara, y les dijo:
-Cuando se enturbie esta agua, es que os pasa algo.
Tomaron cada uno su dirección. Después de caminar mucho, mucho..., entra uno en un pueblo, y están todas las mujeres llo­rando. Y les preguntó:
-¿Qué les pasa, mujeres? ¿Por qué lloráis?
-Pues, mire ustez... Porque una serpiente de siete cabezas se presenta todos los años... Sortean a una moza -para entregársela. Y este año la ha tocao a la hija del rey, que es muy guapa. Y no hay salvación para ella.
Y dice el hombre:
-¡Pues, yo la mato!
-¡Ay, Dios mío! ¡Pues, inmediatamente decírselo al rey, que se casa con ustez la hija, y le da riquezas y todo lo que ustez quiera!
Y decía otra:
-¡Ay, por Dios! Pero, ¿usted tiene seguridaz, porque es una serpiente de siete cabezas?
-¡Sí, sí! ¡La tengo! ¡Me comprometo a matarla! Pues, ¿dónde es el sitio?
-Venga ustez, que se lo enseñaremos.
Llegaron al sitio donde estaba la hija del rey. Y al verla tan hermosa como era, tuvo más interés todavía. Y le dijo la hija del rey:
-¿Dónde va ustez, joven? ¡Márchese de aquí! -Vengo a salvarla, señorita.
-¡Márchese, que la serpiente le devorará, que es una serpien­te con siete cabezas!
Según estaba diciendo esto, a los pocos momentos llegó la ser­piente con unos rugidos terribles.
-¡Apártate, apártate! -le dice la serpiente. ¡Que te devoro y hago lo mismo que con la hija del rey!
-¡Que te va a matar! ¡Márchate! -dice la princesa y se des­maya.
Y dice él:
-¡Aquí mi perro, mi lanza y mi caballo!
Y el perro empezó a mordiscos, y él, en la yegua, se abalanzó sobre la serpiente. Él la dio con la lanza y la mató. Entonces sacó un pañuelo del bolsillo y la cortó las siete lenguas y las envolvió y las guardó. Y se marchó camino adelante.
Y comenzaron las mujeres a decir que se había salvao la nija del rey. Y empezaron a tocar las campanas, y todo el mundo co­menzó a gritar de alegría. Y dijo el rey:
-Pero, ¿qué pasa?
-¡Su hija está salvada!
-Pues, ¿qué ha pasao? -dijo el rey.
-Pues, que vayan por sú hija, que un señorito la ha salvao. Pues, fueron por ella. Y al llegar a palacio, dieron una fiesta
en honor de ella.
Pero pasó por allí un carbonero -¿sabe?- y cortó las siete cabezas. Y se presentó en palacio:
-Señor, vengo a casarme con sú hija, como prometió ustez. -Pues, ¿qué ha pasao?
-Pues, que he matao la serpiente de las siete cabezas, y, para demostrárselo, aquí traigo las siete cabezas.
Y una vez que se repuso la hija, dijo ella que era mentira, que aquel hombre no era el que la había salvao. Decía el carbonero que era incierto, que sólo porque era carbonero, y feo, no querían cumplir lo que habían dicho.
Bueno, pues decía una que sí, y otro que no. Y ya, convencido el rey, dijo que la palabra de rey tenía que cumplirse. Y ya iban a celebrar las bodas.
Pero, a todo esto, decidió el joven a volver a ver a la princesa. Llama y dice que quiere hablar con sú majestad. Le admiten, y dice:
-Vengo a ver qué tal está su hija que la salvé.
-Pero, ¡hombre! -dice. Es que la ha salvao un carbonero.
Y dice el joven:
-Pues, ¿cómo lo sabe usted? ¡Si la he matao yo!
Y dice el rey:
-Pues, ya se va a casar con el carbonero, porque ha traído las siete cabezas de la serpiente.
-Pues, ustez verá lo que falta en esas siete cabezas. 
-¡Hombre! ¡No falta nada! -Mire ustez si tienen lenguas.
Efectivamente, van a mirarlas, y faltan las lenguas. 
-Pues, mírelas ustez.
Saca el pañuelo y le presenta las siete lenguas. 
-Entonces, ¿quién ha sido quien la ha matao?
Y claro, dijo la hija del rey que había sido él.
-Pues, entonces, ¡mandar prender a ese hombre por embus­tero!
Y entonces la princesa se casó con el otro, y celebraron las bo­das con toda la alegría del mundo.
Una vez estaban en la galería del palacio, y dice el joven:
-Oye, ¿qué es aquello que ves allí?
-El Castillo de Irás y No Volverás. Y no te se ocurra nunca ir por allí, porque no vuelves.
-Pues, tengo que ir un día de caza. 
-Pues, todo el que va queda allí.
Y él, por no disgustar a su mujer, calló. Pero fue. Un día se le antojó marchar. Cogió sú yegua, sú perra y la lanza y se marchó al Castillo de Irás y No Volverás. Subió con dirección a él hasta que llegó allí. Y había allí un arbolado muy espeso y puertas grandes, con argollas de hierro. Llama y no le responden. Vuelve a llamar otra vez más fuerte, y aparece una vieja:
-¿Qué deseas, hijo?
-Pues, mire usted: quería ver este castillo. 
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua? 
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con qué atarla. 
-Pues, toma un pelo de mí cabeza para atarla. Y él se echó a reír.
-¡No! ¡No te rías! Tan pronto como le cojas, se volverá una maroma.
Bueno... En efecto, así fue. La ató, bajó, y fue a ver el castillo. Y allí quedó encantao. Quedó encantao como un perro, pues to­dos quedaban como animales en aquel castillo. Se volvieron a cerrar las puertas en la misma forma.
La princesa estaba llena de pena porque suponía que había quedado en el castillo aquél. Pues, a todo esto, la botella del otro hermano se puso muy turbia. Cada día que pasaba, más turbia estaba la botella. El hermano decía:
-¿Qué le pasará a mí hermano, que cada vez se pone más turbia mí botella? Algo le pasa a mí hermano. Hay que irle a buscar.
Bueno, echó ándando, andando, hasta que llegó al pueblo don­de estaba casao sú hermano con la princesa. Y al llegar en el pue­blo, notó el hermano que decían:
-¡Viva el príncipe!
-Calla, pues ¿qué pasará? Pues, mi hermano, ¿será rey, o qué será? ¿Por qué dicen ustedes eso?
-Pues, hace quince días que faltaba ustez, y estaba tan intran­quila la princesa.
Y dice entonces él:
-Bueno... Se trata de mí hermano.
Y fue al palacio. Y al entrar, bajaron a recibirle todos. Y le dice la princesa:
-¿Por dónde has estao, hombre, que nos has tenido intranqui­los? Ya te dije que no irías al Castillo de Irás y No Volverás. ¿No te lo decía?
Y él no decía nada. Y cenaron y se acostaron.
Y a los pocos días vuelven a salir a la misma galería, y la vuel­
ve a hacer la misma pregunta que sú hermano:
-¿Qué es aquel castillo?
-Oye, pues, ¿no te lo dije hace días? ¿No has estado en él, el Castillo de Irás y No Volverás? ¿Dónde has estado de caza hace pocos días, que nos has tenido tan intranquilos?
Y él, claro, ya cayó en la cuenta.
-Pues, ¡date! Allí estará mi hermano, pues la botella está cada vez más turbia.
Y cuando pudo, se marchó en dirección al castillo. Y hizo lo mismo que el otro. Llegó allá, llamó a la puerta, salió la misma vieja:
-¿Qué deseas, hijo?
-Pues mire ustez, venía a ver el castillo.
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua?
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con qué atarla.
Y le dijo lo mismo que antes -lo del pelo. Y le dio el pelo. Bajó y quedó encantado él como un lobo -pues todos quedaban como animales en aquel castillo.
Y, con todo esto, la botella cada vez más turbia... Y la mujer más intran-quila...
Y el otro hermano vio que sú botellaa se ponía cada vez más turbia. Y salió en busca de sus hermanos. Llegó por fin al pue­blo donde estaba casao su hermano. Y le pasó lo mismo que a su hermano.
-¡Viva el príncipe!
Y así se dio cuenta.
-¿Qué pasará? ¿Que si mi hermana sería rey? ¿Qué pasará aquí?
Hasta que preguntó como el otro.
-Pero, ¡hombre!... Ha faltao ya dos temporadas, y estába­mos muy intran-quilos.
-Pues ya estoy yo aquí. Y decía él:
-Pues ya veremos lo que pasa aquí. Y se dirige al palacio. Y le dice la reina:
-¡Que no te vuelva a ocurrir esto! Desde ahora en adelante me voy a ir contigo siempre. La primera vez me faltaste ocho días, y ahora van quince. No quiero que pase otra vez.
Pues, ¡claro!, después de varios días, salen a la galería, y vuel­ve a preguntar otra vez lo del castillo.
-Pero, ¡hombre! ¡Qué tonto eres! Has estado dos veces y no te acuerdas de cómo se llama. Y no vuelvas a ir, que hemos esta­do intranquilos todos en el pueblo.
Pues, como era más vivo que sus hermanos, se dio cuenta en seguida. Y como sú botella se ponía cada vez más turbia, pues al día siguiente se marchó, pues se daba cuenta, de lo que decían todos, que sus hermanos tenían que estar en ese castillo. Y hizo como los otros: cogió el perro, la yegua y la lanza, y llegó allá. Y llamó como los otros. Abrieron la puerta, y aparece la vieja:
-¿Qué quería?
-Ver el castillo y sacar dos hermanos que tengo aquí metidos. Y dice la vieja:
-Es mentira, hijo. Aquí no hay nadie. Ate el caballo y baje ustez.
-No ato el caballo. Aquí paso con caballo y todo. Se abalanza sobre ella y dice:
-¡Ahora mismo tienes que decir dónde están mis hermanos, o si no, te mato!
Se abalanza sobre ella con el caballo, el perro y la lanza.
-No me mates... Yo te diré de qué forma están encantados.
-Pues dime de qué forma están encantados.
-El uno está de perro y el otro de lobo.
-Pues dime qué hay que hacer para desencantarlos.
-Bien, hijo, no me mates, y yo te lo diré. Allí abajo hay un león que te enseñaré, que tiene un ojo abierto. Con esta flecha que tengo aquí, hay que darle en el ojo que tiene abierto.
El joven hizo como ella decía. Mató el león, y se desencanta­ron sus hermanos y todos los personajes que había allí. Volvieron al palacio, donde los recibieron con grandes ale­grías. Se casaron los dos hermanos, y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

Peñafiel, Valladolid. Narrador LXXXIII, 28 de abril, 1936.
  
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El castigo del desesperado

190. Cuento popular castellano

Era un hombre que se le habían muerto las hijas, cada año una, en el mismo día de Viernes Santo. Y el día de Viernes Santo tenían la hija a cuerpo presente. Y estaba el padre desesperado y blasfemando mucho. Y le dijeron:
-Calla, que pasa la procesión.
Y al llegar el sepulcro enfrente su puerta, cogió la escopeta y dijo que iba a tirar un tiro al sepulcro. Y en el momento de apuntar con la escopeta, quedó inmóvil de pies y manos. Y estu­vo tres días en esa posición, sin poderse menear del portal. Luego fueron los curas a ponerle istolas y rezar y echarle bendiciones. Y a los tres días recobró la lengua y los pies y manos.

Fuentelapeña, Zamora. 2 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)


El castigo de san blas

184. Cuento popular castellano

San Blas andaba pidiendo limosna y llamó una noche en una casa -que le recogieran por aquella noche. Y la mujer de la casa donde pidió no le quería recoger porque no estaba su esposo. Mas luego vino el esposo, y le recogieron. Y le dijeron que podía dormir en un rincón.
Estaba la mujer haciendo cena de gusto. Y por no darle al pobre, retiró la cena, y no cenaron.
Mas a medianoche se puso la señora enferma, que se ahogaba de la garganta. Y el esposo pidió auxilio al pobre, que le auxilia­ra, que se le ahogaba la esposa:
-¡Auxilio, señor, auxilio, que se me ahoga la esposa!
Mas el pobre le dijo:
-¡No tenga miedo! En lo que esté yo aquí, su esposa no se muere.
Mas luego fue el pobre a la cabecera de la cama y la dijo a la sañora:
-Diga ustez conmigo:
«San Blas bendito pidió posada. La cena hecha y no cenada.»
-San Blas bendito pidió posada. La cena hecha y no cenada.
-Otra vez diga ustez:
«San Blas bendito pidió posada. Laa cena hecha y no cenada.»
-San Blas bendito pidió posada. La cena hecha y no cenada.
-¡Otra vez!
-San Blas bendito pidió posada. La cena hecha y no cenada.
Y ya se le quitó lo de la garganta. Y entonces le dijo el pobre al esposo:
-Yo soy San Blas bendito. Esto le ha sucedido a su esposa por guardar la cena y no cenarla por tener cena de gusto y no querer darme de cenar. Le ha venido ese castigo para que no lo vuelvan a hacer.

Fuentelapeña, Zamora. 2 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El castigo de las mentiras

188. Cuento popular castellano

Era un niño que estaba cansao de vivir con sus padres, por­que estaba cansao de trabajar. Y un día se escapó y llegó adonde había un nido de pájaros. Y en él había buevos. Y el niño, lleno de asombro, dijo:
-¡Qué bien me van a venir estos buevos para comerlos!
Y al decir esto, se presentó el pájaro y le empezó a picar. En­tonces el niño empezó a llorar, y quería ir con sus padres; pero pensando que le iban a pegar, pues ya no fue. Y luego, al poco tiempo, se animó, y decidió ir a casa de sus padres. Y por. más que andaba, nunca llegaba.
En esto pasó el maestro de la ciudad, y le preguntó que qué estaba haciendo. Y el niño contestó que estaba pasando el rato. Y como era mentira, le salió una mancha en la frente. Al poco rató pasó el médico, y también le preguntó que qué estaba hacien­do. Y dijo que estaba dando un paseo. Y como también era men­tira, se le alargó un poco la nariz.
Y más tarde pasó un amigo, y también le dijo otra mentira. Y le creció otro poco la nariz. Entonces, ya avergonzado el niño, quiso ir en casa de sus padres. Y al llegar allí, pues sus padres no le querían, pues decían que su hijo, Juanito, que estaba en casa. Y el niño dijo:
-Si yo no soy Juanito, ¿entonces quién soy?
Entonces el padre, viendo arrepentido a su hijo, le colmó de besos y le dijo que no volviera a ser malo. Y el otro niño que es­taba allí, al entrar Juanito, era un ángel.

Mayorga de Campos, Valladolid. Narrador LXXII, 11 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El cardo descubre la muerte

208. Cuento popular castellano

Un individuo mató a uno a orilla de un cardo en un rastrojo. Y lo enterró allí. Y al marcharse, como nadie había visto lo que había hecho, dijo que cuando el cardo supiese hablar, se descu­briría el hecho.
Y al cabo de un año fue descubierto por el caballo, que al lle­gar al cardo no le hacían pasar, ni bien ni mal, ni con él ni con nadie. Y entonces fue que se declaró él mismo que le mató.
Pasó en Segovia.

Sepúlveda, Segovia. Narrador XIII, 1 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El cardo corredor

207. Cuento popular castellano

Éstos eran tres endividuos que querían muy mal a un vecino suyo. Y un día fueron y le mataron en un sitio solitario. Y en las ansias de la muerte el vecino le dijo a un cardo corredor:
-¡Tú serás testigo de mi muerte!
Lo enterraron y volvieron para el pueblo como si nada hubie­ra ocurrido. En el pueblo, cuando echaron de menos al vecino, hicieron indagaciones para descubrir su paradero. Y cogieron por sospecha a los tres endividuos. Y llevaban ya bastante tiempo en la cárcel. Mas un día de aire fue el cardo corredor y se colocó a la puerta de uno de los verdaderos criminales, y dijo la esposa:
-¡Vaya, un cardo que no se va de la puerta!
Lo metió en la lumbre, y el cardo no se quemó. Y después el cardo fue a la puerta de otro de los criminales. Y la mujer tam­bién lo metió en la lumbre. Quemó toda la leña; pero el cardo no se quemó. Y se fue a la puerta del otro criminal, y la mujer tam­bién le cogió y le metió en la lumbre, y tampoco se quemó. Riñe­ron las tres mujeres de los criminales, y decían que iban a ser declarados por el cardo corredor.
Y cogieron el cardo y lo llevaron al horno de una vecina. Y tam­poco se quemó.
-¡Tráelo a mi horno! ¡Verás como se quema! -dijo otra vecina.
Y tampoco se quemó. Mas ya decían en el pueblo -por el murmullo del vecindario- que iban a ser los criminales donde el cardo se paraba. Y el cardo no se quitaba de las tres puertas de los criminales. Y entonces dijon los vecinos que serían ellos los que mataron al muerto. Les cogieron y les amarraron, y can­taron como loritos. Y les llevaron a la cárcel y soltaron a los que tenían presos.

Fuentelapeña, Zamora. 2 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

El cabillo de cera

158. Cuento popular castellano

Una viejecita se fue a confesar y le dijo al confesor:
-He pecao porque soy bruja.
Y la dice el confesor:
-¿Cómo que es usted bruja?
-Sí, señor; hago todo cuanto quiero.
-Y, ¿de qué forma lo hace usted?
-Pues mire usted. Tengo un cazolejo de moje y un cabillo de cera y enciendo el cabillo de cera y me unto con el unto del cazue­lo y me voy donde quiero.
Y la dijo el fraile:
-Pues, tiene usted que darme el cazuelo y el cabillo de cera. Y así -dice, no lo vuelve usted a hacer.
El cazuelo del moje le tiró al tejao del convento y el cabillo de cera le metió en el bolso.
Y a las pocas noches aquel fraile se puso a estudiar; tan largo fue el estudio que se le terminó la vela que él tenía. Echó mano al cabillo que le había dao la mujer y le encendió. Nada más encen­derle, se puso a bailar el fraile. Al ruido que metía, salió otro fraile.
-Pero, hombre, ¿qué es lo que haces? ¿Ahora te pones a bailar?
Y aquel fraile no contestaba. Entra en la habitación el otro fraile y se pone a bailar también. Y así sucesivamente, se puson a bailar todos: si había treinta frailes en el convento, sigún iban entrando en la habitación, todos bailaban juntos: El padre guardián, que era ya de una edad avanzada, muy vieja, entra y se pone a reñirles; entra en la habitación y se puso a bailar tam­bién. Y todos se puson a bailar, todos, hasta que se acabó el cabillo de cera.
Se terminó el cabillo de cera, y ya dejaron de bailar. Y es dice el padre guardián que cómo había sido eso, de ponerse a bailar. Y el fraile que confesó a la vieja le dijo al padre guardián: 
-Ha pasao esto: he confesao a una anciana que era bruja y la pregunté que cómo hacía eso. Y me dijo que con un unto y un cabillo de cera. Y se lo mandé traer, y el cazuelo que contenía el unto le tiré al tejao y me quedé con el cabillo de cera, que es el que he encendido; por el cual ha sido la causa de ponernos a bailar.

Astudillo, Palencia. Narrador LXXXVII, 14 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)



El burro, la mesita y el palo

127. Cuento popular castellano

Éste era un padre que tenía tres hijos. Y eran muy pobres. Y un día el mayor dijo que se marchaba a ver si ganaba que comer: Y llegó a un pueblo -muy lejos- y se ajustó con un amo. Y quedó en que le daría en tres años un burro que cagaba duros. Nada más que decía, «Burro, caga duros», pues -cagaba los que pedía.
Luego ya llegaron los tres años, y le dio el amo el burro. Se marchó con él hacia su pueblo. Llegó a una posada y mandó poner cena. Y dio de cenar al burro. A otro día por la mañana, preguntó a la posadera que cuánto era la posada. Y con eso, según se lo dijo, marchó a la cuadra:
-Burro, caga duros.
Cagó tres. Y el posadero le estaba mirando. Cogió y, según le estaba dando la cuenta el ama, le cambió el burro y le puso otro igual. Y llega el hijo mayor en casa de su padre y le dice:
-¡Ahora sí que vamos a ser ricos! Traigo un burro que caga duros.
Y se puson a cenar. Conque le dice después su padre:
-¡A ver, a ver ese burro que traes tan bueno! Salen a la cuadra. Y se puso:
-Burro, caga duros.
Y como no era el que tenía de antes, pues, no les cagaba. Y sus hermanos le hacían rabiar.
-¡Vaya, pa traer esto! -decía el de en medio. ¡Un burro tan malo! ¡Vaya, pa estar allá tres años, has traído bien de ello! Pues ahora me vi a marchar yo.
Y fue y se ajustó por una mesita, que nada más que decía, «Mesita, compónte», pues se componía con todo lo que quería comer; si quería cosas buenas, buenas -pus lo que le pedía. Aquél estuvo un año, y al año le dio el amo la mesita. Y se volvió a casa de su padre. Pero en el camino llegó a la misma posada de su hermano. Pidió habitación pa él solo. Puso la mesa y estaba ce­nando él solo. Le miraban por entre la puerta y decían:
-Si tiene de todo en esa mesa.
Y decía el amo al ama:
-¿Se lo has dao tú?
Y decía el ama:
-Yo no.
-Pues, él está cenando.
-Pues, lo trairía él.
A otro día por la mañana, pidió la cuenta de la habitación. Pero fue el amo y la mesita aquella se la quitó y le dio otra pa­recida. De que llegó onde el padre, decía:
-Ahora, yo hai sido mejor que mi hermano, que yo traigo una mesita que todo lo que la pido me da.
-A ver, a ver.
Va a abrir la mesa, y le pasa lo que al del burro -no darle nada. Y le dice su hermano:
-¿Te has quedao en tal posada?
-Sí, me hai quedao allí.
-Pues, entonces ya te la han armao como a mí. Y dice el hermano pequeño:
-¡Lo que es que no traíais nada y ponéis que traíais mucho! Ahora me voy a marchar yo a ver si traigo más o traigo menos.
Se marchó y llegó a un pueblo. Y se ajustó en casa de un amo -nada más que por una cosa: un palo, que decía, «Palo, sal del saco», y en saliendo el palo del saco, pegaba a todos. Aquél estuvo tres meses. Y después de los tres meses le dio el amo el palo.
Y al volver a casa de su padre, se quedó en la misma posada de ande sus hermanos. Y a otro día por la mañana, pidió la cuenta y dice:
-Pues, yo no les pago. Es mucho lo que me pide. Yo no ha¡ hecho tanto gasto.
-Pues, nos tienes que pagar.
El amo coge un palo y le iba a pegar. Y dice él:
-¡Palo, sal del saco! Y si no me dan el «Burro, caga duros» de mi hermano y la «Mesita, compónte», termino con todos.
Y se lo tuvon que dar. Marchando por el camino. decía:
-Yo hai tenido más suerte que mis hermanos. Ahora sí que puedo decir que en tres meses hai ganao más que en cuatro años mis hermanos.
Llegó a casa de su padre y llama a sus hermanos:
-¿Es esto lo que os habían robao a vosotros?
Sus hermanos contestaron de que sí era lo que les habían robao. Y su padre se ponía muy contento y decía:
-A ver si te la han apegado.
Empezaron:
-¡Burro, caga duros!
Y empezó a echarlos.
-¡Mesita, compónte!
Y se compuso para poder comer todos.
-También traigo otra cosa que nada más decir, «Palo, sal del saco», si no le vuelvo a meter, puedo con todos los del barrio.
-Pues, sácale a ver- dice el padre.
-No, que entonces a todos les pego.
-Pos, ¡sácale, a ver cómo es! ¡Todo puede ser que nos dé cuatro palos!
-¡Palo, sal del saco!
A todos les pegó. Y con eso el cuento se acabó. Tan contentos y orgullosos se quedaron.

Fuenteodre, Burgos. Narrador XLVI, 28 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)