Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

De los follets

El follet es el tercero en discordia de los espíritus fa­miliares de Eivissa. Aunque de sus andanzas no queda, casi, ningún testimonio, perdura su nombre -en desuso hoy en nuestro lenguaje coloquial- aplicado siempre a alguien do­tado de una extraordinaria movilidad, incapaz de estarse quieto, de permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio.
En Rotget té follet decían los mallorquines de antaño, refiriéndose a las andanzas del famoso bandolero, cuyas ha­zañas se sucedían, casi sin interrupción en los más opuestos lugares. Parecía como si el bandido tuviera una misteriosa habilidad para recorrer las distancias.
Don Isidoro Macabich -que tan bien estudió toda la te­mática de su querida Eivissa y a cuya obra remitimos al lector interesado en conocer, más detalladamente, curiosos aspectos de la historia y el folklore pitiusos- cuenta un curioso relato, cuya transcripción servirá para cerrar esta recopilación, en lo que a Eivissa se refiere. Tiene que ver con el follet y, aunque el sucedido es histórico, servirá para dar una muestra de lo arraigadas que estaban, no hace de­masiado tiempo, en las gentes humildes, las fantásticas his­torias locales.
«Vivía aquí (en el barrio de la Peña), a mediados del si­glo pasado, el sacerdote D. Jaime Cervera. Procedía de fa­milia marinera, y era de curiosa historia, recio y bragado, aunque ya entrado en años.
»Convidado a celebración (confluencia de varias misas de funeral, acos-tumbrada en nuestra campiña) por su ami­go el párroco de Ntra. Sra. de Jesús, se trasladó allí la tar­de anterior. Y, ya anochecido, le rogó dicho señor cura que fuera a confesar a un hombre que se hallaba en la iglesia, pues tenía él, de momento, ocupación perentoria. Sentóse en el confesionario y se acurrucó a sus pies un vejete, me­nudo y esmirriado.
»-Decid el "yo pecador" -le indicó don Jaime.
»-Padre -contestó el campesino-, no vengo a confe­sarme.
»-Pues entonces, ¿qué queréis? -le preguntó con ex­trañeza.
»-Vengo -susurró misteriosamente el viejo- para que me den ustedes follet.
»-¿Follet, decís?
»-Sí: follet.
»-Esto son supersticiones, hermano. No hay tal follet ni se puede creer en, eso. Es pecado. Confesaos en buena hora, si queréis.
»-¡No! Tiene usted que darme follet.
»A don Jaime, con la inutilidad de nuevas amonestacio­nes, se le acabó la cuerda, que siempre fue corto de genio, y trató de levantarse para dejar el confesionario. Pero se le abrazaba a las piernas el viejo, repitiendo terca-mente:
»-Que me de follet, que ya sé que ustedes se hacen ro­gar mucho, mas, al fin, lo dan.
»-¿Y para qué queréis el follet, buen hombre?
»-¡Para volar! -dijo el payés, creyendo ganada, al fin, la partida.
»-Pues ¡volad! -replicó don Jaime, reciamente.
»Y cual si el mismísimo follet le llevase realmente en volandas, fue a parar el testarudo viejo, a gatas, lanzado rápidamente por don Jaime, varios pasos "a estribor" del confesionario, según el castizo dicho marinero del forzudo capellán.»

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. Anonimo (balear-eivissa)

Un castillo en el aire

Erase una vez un zar que tenía tres hijos y una hija a la que tenía metida en una jaula, y allí la criaba y cuidaba como a las niñas de sus ojos. Cuando la doncella creció, un atardecer, pidió a su padre que la dejara salir con sus hermanos a dar un paseo y el padre accedió. Pero apenas hubo sali­r do del palacio, por el cielo llegó volando un dragón, agarró a la don­cella y se la llevó por las nubes.
Los hermanos fueron corriendo a contarle a su padre lo que había sucedido y le pidieron que los dejara marchar en busca de su hermana. El padre les dio su permiso y también dio un caballo a cada uno con todo lo necesario para el viaje, así que se marcharon a buscar a su hermana.
Después de mucho viajar dieron con Un castillo que no estaba ni en el cielo ni en la tierra. Al llegar allí, pensaron que en aquel castillo bien podría estar su hermana y en seguida empezaron a discurrir sobre la manera en que subirían y, después de darle muchas vueltas, deci­dieron que uno de ellos degollaría a su caballo y con la piel harían un cordel, entonces atarían un extremo a una flecha y con el arco la lanzarían desde abajo para que se clavara en el castillo y de esa forma podrían subir. Los hermanos menores dijeron al mayor que matara a su caballo, pero él no quería, tampoco quería el hermano mediano, conque el pequeño mató al suyo, hizo un cordel con la piel, anudó uno de los extremos a una flecha y disparó la flecha con su arco. Cuan­do llegó el momento de trepar por el cordel, tampoco querían subir ni el mayor ni el mediano, por lo que tuvo que subir el pequeño.
Cuando estuvo arriba empezó a ir de un aposento a otro, hasta que llegó a una estancia en la que vio a su hermana sentada, sosteniendo en su regazo la cabeza del dragón que se había quedado dormido mien­tras ella lo espulgaba. Al ver a su hermano la doncella se asustó y empe­zó a suplicarle en voz baja que huyera antes de que se despertase el dragón, pero él no le hizo caso sino que agarró una maza, la levantó y golpeó con ella al dragón en la cabeza, pero el dragón, todavía dormi­do, se llevó la mano al lugar del golpe y le dijo a la doncella:
-Justo aquí me pica algo.
Al tiempo que decía esto, el hijo del zar le arreó otro mazazo, y otra vez el dragón le dice a la doncella:
-De nuevo me pica algo por aquí.
Cuando estaba a punto de atizarle por tercera vez, su hermana le señaló con el dedo el punto en donde le brotaba la vida, y allí que le dio, nada más golpearle, el dragón se quedó muerto en el sitio. La hija del zar lo apartó de su regazo, corrió a besar a su hermano y tomán­dole de la mano, se puso a mostrarle el castillo.
Primero lo llevó a un aposento en el que, atado al pesebre, había un caballo zaino con el jaez de plata pura. Luego lo llevó a otro apo­sento en donde, junto al pesebre, había un caballo blanco con el jaez de oro puro. Finalmente lo condujo a un tercer aposento en el que estaba un caballo bayo junto al pesebre, con el jaez guarnecido de pie­dras preciosas.
Tras mostrarle esos aposentos, lo llevó su hermana a una estancia en la que una doncella, sentada junto a un bastidor de oro, bordaba con hilo también de oro. De esta estancia lo llevó a otra en la que una don­cella hilaba hebras de oro. Al fin lo llevó a una tercera estancia en la que una doncella ensartaba perlas frente a una bandeja de oro en la cual una gallina, también de oro, picoteaba las perlas con sus polluelos.
Cuando hubo visto todo esto, volvió a la estancia en donde yacía muerto el dragón, lo sacó fuera y lo echó a la tierra, y los hermanos, cuan­do lo vieron, casi se mueren del susto. Después el hermano pequeño hizo bajar a su hermana primero y tras ella, una a una, a las tres donce­llas, cada cual con su labor, y según iban bajando se las iba destinando a sus hermanos, al bajar la tercera, la de la gallina y los pollos, se la des­tinó para sí mismo. Sus hermanos, envidiosos al verle convertido en el héroe que había encontrado y salvado a la hermana, cortaron el cordel para que no pudiera bajar, luego encontraron en el campo un pastor con las ovejas, le cambiaron de ropas y lo llevaron ante su padre en el lugar de su hermano, a su hermana y a las doncellas las intimidaron con ame­nazas para que no dijeran a nadie lo que habían hecho.
Pasado algún tiempo, llegó a oídos del hermano que estaba en el castillo que sus hermanos y aquel pastorcillo se iban a casar con las doncellas. El mismo día en que se casaba el mayor, montó en el caba­llo zaino y justo cuando los invitados salían de la iglesia, apareció volando entre ellos, con una maza golpeó al novio en la espalda de modo que éste cayó del caballo, y él remontó el vuelo hacia el casti­llo. Cuando se enteró de que se casaba el hermano mediano, se montó en el caballo blanco y, justo cuando los invitados salían de la iglesia, llegó volando y le golpeó de forma que también el mediano cayó del caballo, en seguida se marchó volando. Final-mente, cuando se ente­ró de que el pastorcillo se iba a casar con la doncella que para sí había elegido, se montó en el caballo bayo y volando se plantó entre los invitados justo cuando salían de la iglesia; al novio le dio tal mazazo en la cabeza que al instante cayó muerto, así que los invitados corrieron a prenderlo, pero esta vez no quiso huir, sino que se quedó entre ellos y les explicó que él era el hijo pequeño del zar y no aquel pastorci­llo, y que sus hermanos por envidia lo habían dejado en el castillo en donde encontró a su hermana y mató al dragón, todo esto también lo atestiguaron su hermana y las otras doncellas. Al oírlo, el zar se enojó muchísimo con sus dos hijos mayores y los desterró inmediatamen­te, mientras que al pequeño lo casó con la doncella que él mismo se había elegido y lo nombró su sucesor.

090. Anónimo (balcanes)

Póstumo y benjamín

Erase un zar que tenía tres hijas y siempre las tenía escondidas, así que nunca salían. Cuando estuvieron en edad de tomar marido, por primera vez las dejó su padre ir al baile. Pero en cuanto que entraron en el corro, sopló un torbellino y se las llevó a las tres. Se asustó el zar al ver que habían desaparecido y a toda prisa mandó a los criados a buscarlas por todas partes, mas cuando volvieron los criados diciendo que no las habían podido encontrar, enfermó el zar y se murió de pena.
A la zarina la dejó embarazada y, cuando le llegó el tiempo, dio a luz a un niño al que llamó Póstumo. Al crecer, Póstumo se convirtió en un muchacho tan valeroso como había pocos. Al cumplir los die­ciocho años, le preguntó a su madre:
-En nombre de Dios, madre, ¿cómo es que no tuviste más hijos antes de que naciera yo?
Ella suspiró y se echó a llorar, pero no se atrevió a decirle que tenía tres hijas y que habían desaparecido, temiendo que Póstumo se mar­chara al mundo a buscarlas y entonces lo perdería a él también. Él, al ver llorar a su madre, porfió aún más y le hizo contestar bajo juramento. Entonces la madre se lo contó todo, que tenía tres hijas como tres rosas, que habían desaparecido y que en vano las buscaron por todas partes. Póstumo, una vez enterado de todo, le dijo a su madre:
-No llores, madre. Me voy a buscarlas.
La madre, al oír esto, se golpeaba el pecho: «¡Ay, pobre de mí! ¡Y que tenga que quedarse la madre también sin hijo!» y empezó a disua­dirlo y a suplicarle que no se fuera, le decía que todo había sucedido hacía muchísimo tiempo y tal vez ni siquiera estuviesen vivas. Pero él no se dejó convencer sino que le preguntó:
-Dime, si mi padre era zar, ¿dónde están las armas que ceñía y dónde el caballo que montaba?
Entonces la madre, viendo que Póstumo no cedería, le dijo que su padre, al ocurrirle tan gran desgracia, dejó el caballo en la caba­lleriza y tiró sus armas en el desván. Póstumo en seguida encontró en el desván las armas, todas polvorientas y aherrumbradas, pero las lim­pió tan bien y les sacó tanto brillo que parecían recién forjadas; luego fue a la caballeriza y encontró el caballo de su padre, lo condujo a casa, y en el sótano empezó a alimentarlo y a almohazarlo, así que al mes parecía que iba a echar a volar, aunque antes ya era alado y fuerte como un dragón. Cuando se preparaba para marchar, le dijo Póstu­mo a su madre:
-Madre, ¿tienes alguna prenda de mis hermanas que pueda lle­varme para que me reconozcan si es que las encuentro?
Su madre contestó entre lágrimas:
-Corazón mío, tengo tres pañuelos que ellas bordaron con sus propias manos -los sacó y se los dio.
Entonces besó la mano de su madre, montó a caballo y se fue al mundo a buscar a sus hermanas. Anda que te anda por el mundo, llegó una vez a las cercanías de una gran ciudad. Poco antes de la ciudad había una fuente a la que todos iban por agua. Póstumo, al llegar a la fuente, bebió agua, se tumbó a la sombra para descansar y se cubrió la cara con uno de los tres pañuelos para que no le picaran las mos­cas. En eso llegó una señora a por agua y vio a Póstumo tumbado al fresco. Apenas vio el pañuelo, suspiró; luego se puso a coger agua sin quitarle la vista de encima y cuando hubo llenado el cántaro, seguía sin moverse de allí, siempre con los ojos puestos en él. Póstu­mo se dio cuenta y le preguntó:
-¿Por qué me miras así, mi señora? ¿Es que hace mucho que no has visto a un hombre o es que reconoces algo?
Y ella le respondió:
-Hermano, conozco tu pañuelo porque lo bordé con mis manos.
Entonces se alzó Póstumo y le preguntó de dónde era y de qué linaje, y ella le dijo que era hija del zar de tal y tal ciudad, que eran tres hermanas y que a las tres se las llevó un torbellino.
Póstumo, al oírlo, en seguida se presentó:
-Yo soy tu hermano. ¿No te acuerdas de que nuestra madre esta­ba embarazada cuando os arrastró el torbellino?
Ella se acordó al instante y abrazándolo se echó a llorar:
-Mi querido hermano, las tres estamos en manos de los drago­nes, ellos nos llevaron y nos tienen en sus palacios.
Se cogieron de la mano y se fueron al palacio del dragón. En el palacio la hermana atendió y agasajó al hermano y cuando iba a ano­checer le dijo:
-Hermano, ahora llegará el dragón del fuego enfurecido y arro­jando llamas por la boca, quiero protegerte para que esa fuerza no te queme, venga, escóndete.
Pero Póstumo le respondió:
-Hermana mía, dime, ¿qué es lo que come él?
Entonces su hermana lo llevó a otro aposento, y hete allí un buey asado, una hornada entera de panes y una arroba de vino. “Esto es lo que él come», le dijo su hermana y Póstumo, en cuanto lo vio, se sentó y se comió hasta las migas, luego se levantó de un salto y dijo:
-¡Ah, hermana, ojalá hubiera más!
Después de tan opípara cena, le dijo su hermana:
-Ahora el dragón lanzará su maza delante de casa para que sepa­mos que vuelve.
No bien lo hubo dicho, cuando la maza silbó por encima de la casa y Póstumo salió corriendo para no dejarla caer en el suelo, sino que la cogió y la lanzó con tanto ímpetu por encima del dragóñ que llegó a otro pueblo. Al ver eso el dragón se extrañó: «¡Qué fuerza arremete desde mi palacio!». Volvió por la maza, y vuelta a casa. Cuando llegó frente al palacio salió a recibirlo la hija del zar y él le gritó:
-¿A quién tienes en el palacio?
Ella le contestó:
-A mi hermano.
El dragón volvió a preguntar:
-¿Y por qué ha venido?
Y ella:
-Ha venido a verme.
Entonces dijo el dragón enfadado:
-¡Bah!, no ha venido para verte sino para llevarte.
Póstumo estuvo escuchando esta conversación desde el palacio, así que salió frente al dragón y éste, en cuanto que lo vio, se pre­cipitó contra él y Póstumo lo esperó, se agarraron y pelearon cuer­po a cuerpo. Una vez Póstumo derribó al dragón y sujetándolo le dijo:
-¿Y ahora qué?
El dragón le respondió:
-Si yo te tuviera bajo mis rodillas como tú me tienes a mí, sí sabría qué hacer.
Póstumo le dijo:
-Pues yo no te voy a hacer nada -y lo soltó.
Entonces el dragón lo tomó de la mano, lo llevó al palacio y dio una fiesta que duró una semana. Terminada la fiesta, preguntó Póstumo al dragón por los otros dos cuñados, los dragones del fuego, y el dragón le explicó adónde tenía que ir para encontrar la ciudad en la que estaba el palacio del segundo dragón y le dijo que allí se enteraría de cómo encon­trar al tercero. Luego se preparó Póstumo para el camino, se despidió de su hermana y de su cuñado y se marchó en busca del otro dragón.
Viajando viajando llegó a las proximidades de una ciudad y fren­te a la ciudad encontró una fuente a la que todos iban por agua. Pós­tumo bebió agua, se echó a la sombra para descansar y se cubrió la cara con uno de los tres pañuelos para que no le picaran las moscas. Pasó un rato y hete aquí a una señora que viene por agua. En cuan­to vio a Póstumo con el pañuelo, suspiró; luego se puso a coger agua sin quitarle la vista de encima y cuando hubo llenado el cántaro, seguía sin moverse de allí, siempre con los ojos puestos en él. Póstu­mo se dio cuenta y le preguntó:
-¿Por qué miras así, mi señora? ¿Es que hace mucho que no has visto a un hombre o es que reconoces algo?
Y ella le respondió:
-Hermano, conozco tu pañuelo porque lo bordé con mis manos.
Entonces se levantó Póstumo y en seguida le descubrió que era su hermano, y le contó que había estado con su otra hermana. Ella, al saber que era su hermano, abrazándolo se echó a llorar. Luego se cogieron de la mano y se fueron al palacio del dragón. En el palacio la hermana atendió y agasajó al hermano y cuando iba a anochecer, le dijo:
-Hermano, ahora llegará el dragón del fuego enfurecido y arro­jando llamas por la boca, quiero protegerte para que no te quemes con esa fuerza, venga, escóndete. Pero Póstumo le respondió:
-Hermana mía, dime, ¿qué es lo que come él?
Entonces su hermana lo llevó a otro aposento, y hete allí dos bue­yes asados, dos hornadas enteras de panes y dos arrobas de vino. «Esto es lo que él come», le dijo la hermana a Póstumo, y él, en cuanto lo vio, se sentó y se comió hasta las migas, luego se levantó de un salto y dijo:
-¡Ah, hermana, ojalá hubiera más!
Después de tan opípara cena, le dijo su hermana:
-Ahora desde otro pueblo vendrá a caer delante de la casa una maza para que sepamos que vuelve el dragón.
No bien lo hubo dicho, cuando la maza silbó por encima de la casa y Póstumo salió corriendo para no dejarla caer en el suelo, sino que la cogió y la lanzó con tanta fuerza que llegó tres pueblos más allá. El dragón, al ver eso, se extrañó: ‹<¡Qué fuerza arremete desde mi pala­cio!». Volvió por la maza, y vuelta a casa. Cuando llegó frente a la casa, salió a recibirlo la hija del zar y él le gritó:
-¿A quién tienes en casa?
Ella le contestó:
-A mi hermano.
El dragón volvió a preguntar:
-¿Y por qué ha venido?
Y ella:
-Ha venido a verme.
Entonces le dijo el dragón enfadado:
-No ha venido para verte sino para llevarte.
Póstumo estuvo escuchando esta conversación desde el palacio, así que salió frente al dragón y éste, en cuanto que lo vio, se precipi­tó contra él y Póstumo lo esperó, conque se agarraron y pelearon cuer­po a cuerpo. Al final Póstumo derribó al dragón y sujetándolo le dijo:
-¿Y ahora qué?
El dragón le respondió:
-Si yo te tuviera bajo mis rodillas como me tienes tú, sí que sabría qué hacer contigo. Póstumo le dijo:
-Pues yo no te voy a hacer nada -y lo soltó, luego el dragón lo tomó de la mano y se fue al palacio con él, allí estuvieron de fiesta durante una semana.
Terminada la fiesta, preguntó Póstumo al dragón por el tercer cuñado y el dragón le explicó adónde tenía que ir para encontrar la ciudad en la que estaba el palacio del tercer dragón. Luego se prepa­ró Póstumo para el camino, se despidió de la hermana y del cuñado y se marchó en busca del tercer dragón. Anda que te anda llegó de nuevo a las proximidades de una ciudad y delante de la ciudad encontró una fuente a la que todos iban por agua. Póstumo bebió agua de la fuente, se echó a la sombra para descansar y se cubrió la cara con uno de los tres pañuelos para que no le picaran las moscas. Al poco, hete aquí a una señora que viene por agua. En cuanto vio a Pós­tumo con el pañuelo, suspiró; luego se puso a coger agua sin quitar­le la vista de encima y, cuando hubo llenado el cántaro, seguía sin moverse de allí, siempre con los ojos puestos en él. Póstumo se dio cuenta, conque le preguntó:
-¿Por qué miras así, mi señora? ¿Es que hace mucho que no has visto a un hombre o es que reconoces algo?
Y ella le respondió:
-Hermano, conozco tu pañuelo porque lo bordé con mis manos.
Póstumo, al oír eso, se levantó y en seguida le descubrió que era su hermano y le contó que había estado con las otras dos hermanas. Ella, al saber que era su hermano, abrazándolo se echó a llorar. Luego se cogieron de la mano y se fueron al palacio. En el palacio la her­mana atendió y agasajó al hermano; cuando iba a anochecer, le dijo:
-Hermano, ahora llegará el dragón del fuego enfurecido y arro­jando llamas, quiero protegerte para que esa fuerza no te queme, venga, escóndete.
Pero Póstumo le respondió:
-Hermana mía, dime, ¿qué es lo que come él?
Entonces su hermana lo llevó a otro aposento, y hete allí tres bue­yes asados, tres hornadas enteras de panes y tres arrobas de vino. «Esto es lo que él come», le dijo la hermana a Póstumo, y él, en cuanto lo vio, se sentó y se comió hasta las migas, luego se levantó de un salto y dijo:
-¡Ah, hermana, ojalá hubiera más!
Después de tan opípara cena, le dijo su hermana:
-Ahora desde tres pueblos más allá vendrá a caer delante de la casa una maza; ésa es la señal de que viene el dragón.
No bien lo hubo dicho, cuando la maza silbó por encima de la casa y Póstumo salió corriendo para no dejarla caer en el suelo, sino que la cogió y la lanzó con tanta fuerza que llegó cuatro pueblos más allá. El dragón, al ver eso, se extrañó: «¡Qué fuerza arremete desde mi pala­cio!», conque se volvió por la maza, y vuelta a casa. Cuando llegó fren­te a la casa, salió a recibirlo la hija del zar y él le gritó:
-¿A quién tienes en el palacio?
Ella le contestó:
-A mi hermano.
El dragón volvió a preguntar:
-¿Y por qué ha venido?
Y ella:
-Ha venido a verme.
Entonces le dijo el dragón enfadado:
-No ha venido para verte sino para llevarte.
Póstumo estuvo escuchando esta conversación desde el palacio, así que salió frente al dragón y éste, en cuanto que lo vio, se precipitó contra él y Póstumo lo esperó, se agarraron y pelearon cuerpo a cuerpo. Una vez Póstumo derribó al dragón y sujetándolo en el suelo le dijo:
-¿Y ahora qué?
El dragón le respondió:
-Si yo te tuviera bajo mis rodillas como tú me tienes a mí, sí sabría qué hacer.
Póstumo le dijo:
-Pues yo no te voy a hacer nada -y lo soltó.
Entonces el dragón lo tomó de la mano, lo llevó al palacio y allí se estuvieron de fiesta durante una semana. Una vez que estaban pa­seando vio Póstumo en el patio una gran madriguera que continua­ba por debajo de la tierra, así que dijo:
-¿Qué es esto, cuñado? ¿Cómo toleras tal desnivel en tu propio palacio? ¿Por qué no lo rellenas?
El dragón le respondió:
-¡Ay!, cuñado, me da vergüenza decirte de qué se trata. Hay un zar de los dragones y a menudo estamos en guerra con él, dentro de poco tendremos que pelear de nuevo; siempre que combatimos él nos vence a los tres y el que se escapa por este agujero consigue salvarse.
Entonces le dijo Póstumo:
-Venga, cuñado, vamos a pelear con él ahora que estoy yo aquí y os puedo ayudar, y así lo aniquilaremos.
Replicó el dragón:
-Yo no me atrevo antes de que se cumpla el plazo acordado.
Viendo Póstumo que ellos no se atrevían a combatir, cogió y se fue solo a buscar al zar de los dragones. A fuerza de preguntar logró encontrar el palacio, se acercó y vio que había una liebre en el teja­do. Preguntó a los cortesanos qué es lo que hacía una liebre en lo alto de palacio. Los cortesanos le respondieron:
-Si hubiera alguien que quitase de ahí la liebre, ella se mataría, se desollaría a sí misma, se cortaría en pedazos, se pondría al fuego y ella sola se cocinaría; pero nadie se atreve a hacerlo para no perder la cabeza.
Al oír eso Póstumo, salió volando en su caballo y quitó la liebre; la liebre al instante se mató, se despellejó, se puso al horno y se asó. Entonces salió Póstumo al mirador del dragón y se tumbó a la som­bra, los cortesanos, cuando vieron lo que había hecho, empezaron a aconsejarle que huyese:
-Huye, valeroso muchacho, hacia donde te guíen tus ojos antes de que venga el dragón, porque lo pasarás mal si te encuentra aquí. Pero Póstumo les contestó:
-¿Qué se me da a mí de vuestro dragón?, pues cuando venga que se harte de liebre.
Y al poco hete aquí al dragón. Nada más llegar reparó en que no estaba la liebre y gritó a los cortesanos:
-¿Quién lo ha hecho?
Ellos se lo dijeron.
-Ha venido un joven intrépido que quitó la liebre y helo allí arri­ba en el mirador.
Conque les dijo el dragón:
-Id y decidle que salga de mi palacio, pues como vaya yo no le va a quedar ni un hueso sano.
Salieron al mirador los cortesanos y le comunicaron lo que había dicho el dragón, pero Póstumo vociferó:
-Id y decidle al dragón que si le da pena la liebre que me desafíe.
Cuando se lo dijeron, el dragón empezó a chillar y a arrojar lla­mas, luego salió volando hacia el mirador. Póstumo lo estaba esperando y se enzarzaron en una pelea; ni podía el dragón con Póstumo ni Póstumo con el dragón. Al final le dijo Póstumo al dragón:
-¿Cuál es tu nombre?
Y el dragón le dice:
-Mi nombre es Benjamín.
Entonces Póstumo le dice:
-Y yo también soy el hijo menor de mis padres -conque se sol­taron, se hermanaron y se juraron vivir siempre en fraternidad.
Después de algún tiempo le dice Póstumo al dragón:
-¿Por qué esperas a aquellos dragones que huyen por la madri­guera? Vamos a combatirlos antes de que se cumpla el plazo.
Accedió el zar de los dragones y se fueron juntos a luchar contra los dragones. Cuando aquellos tres hermanos dragones se enteraron de que Póstumo se había unido al zar de los dragones y ahora ambos venían contra ellos, se asustaron, reunieron un enorme ejército y les salieron al encuentro, pero aquéllos se enfrentaron a todo el ejército, lo vencieron y lo dispersaron, sólo los tres dragones se escaparon por la madriguera. Entonces estos dos fueron corriendo y llenaron de paja la madriguera, luego le prendieron fuego y así acabaron con los tres dragones.
Cuando estuvieron listas las tres hermanas, tomó Póstumo el teso­ro de los tres dragones, cedió a su hermano el dragón los palacios y tierras de aquéllos y con sus hermanas se puso en camino hacia su reino adonde llegaron felices y su madre le cedió el reino, así que gobernó durante muchos años.

090. Anónimo (balcanes)

Las tres anguilas


Había un pescador que una vez durante tres días segui­dos no pudo coger nada más en su red que una anguila por día. El tercer día, al coger la tercera anguila, se enfa­dó y dijo:
-Que se lleve el diablo una pesca tan mala, que no se coge al día más que una anguila.
En eso se puso a hablar una de las tres anguilas y dijo:
-No maldigas así, pobre hombre; tú no sabes lo que has cogido; has atrapado una enorme fortuna; sólo tienes que matar a una de nosotras tres y hacerla en cuatro partes, una se la das a comer a tu mujer, otra a la perra, otra a la yegua y la cuarta la entierras encima de la casa; entonces tu mujer te dará dos hijos gemelos, la perra te pari­rá dos cachorros, la yegua dos potros y encima de la casa te brotarán dos sables de oro.
Obedeció el pescador a la anguila e hizo todo lo que ella le había dicho y todo se le cumplió al primer año: parió su mujer dos geme­los, la perra dos galgos, la yegua dos potros y encima de la casa le brotaron dos sables.
Cuando los hijos se hicieron mozos, uno de ellos dijo a su padre:
-Padre, veo que eres un hombre pobre y que no nos puedes dar de comer, así que voy a coger un caballo, un perro y un sable y me voy por el mundo; soy joven, aún estoy verde, allá donde me hallo está mi sustento.
Tras hablar con el padre se fue a su hermano y le dijo:
-¡Adiós, hermano! Me voy por el mundo, cuida de la casa y saca provecho a tu trabajo, respeta a padre; toma este frasquito lleno de agua, llévalo siempre contigo y, cuando veas que se enturbia el agua, sabrás que he muerto.
Dicho esto, emprendió el camino.
Andando por el mundo llegó a una gran ciudad y mientras pasea­ba por ella lo vio la hija del zar que se enamoró perdidamente de él y le dijo a su padre, el zar, que lo invitara a casa, el padre accedió.
Cuando el joven entró en el palacio del zar y cuando la doncella lo miró mejor y vio el sable, el perro y el caballo, y que todos eran de lo mejorcito del mundo, entonces se enamoró aún más y le dijo a su padre:
-Padre, yo quiero casarme con este joven.
No tuvo inconveniente el zar ni al joven le pareció mal, conque se pusieron de acuerdo y se casaron como Dios manda.
Una tarde, mirando con su mujer por la ventana, vio no muy lejos de la casa una montaña grande que ardía en medio de enormes lla­mas; preguntó a su mujer qué era aquello y ella le respondió:
-¡No me preguntes, mi señor! Aquélla es una montaña prodigio­sa que durante el día relampaguea y durante la noche arde y el que a ella se acerca para verla, al instante se queda mudo y no puede moverse del sitio.
No quiso escucharla, se montó en su caballo, se ciñó el sable, se llevó su perro y se marchó a la montaña. Al llegar a la montaña vio sentada en una peña a una vieja que tenía un bastón en una mano y unas hierbas en la otra. En cuanto vio a la vieja le preguntó por qué aquella montaña era así y ella le dijo que se acercara y se ente­raría. Se acercó y la vieja lo condujo a un patio cercado por huesos de hombres valerosos y todo el patio estaba lleno de gente muda e inmóvil. Apenas hubo entrado en el patio, él y su caballo y su perro se quedaron mudos y petrificados en el sitio en donde se encon-traban.
En aquel mismo momento a su hermano se le enturbió el agua del frasquito, conque anunció a sus padres que su hermano, el hijo de ellos, estaba muerto y que se iba a buscarlo; de un lugar a otro, de ciudad en ciudad, hasta que lo llevó la suerte a la misma ciudad y delante del palacio del zar. Al verlo, el zar fue a darle las albricias a su hija y le dijo:
-¡Aquí tienes a tu marido!
Salió corriendo y, al ver a su cuñado, que era igualito que su her­mano -como las dos mitades de una naranja- y viendo el mismo caballo, el mismo perro, el mismo sable, se le acercaron los dos, el zar y la hija, empezaron a besarlo y se lo llevaron a casa pensando el zar que era su yerno y la hija que era su marido. El mozo se extrañó de tantos amores, luego se acordó de que lo estaban tomando por su hermano y empezó a comportarse como si fuera el marido de ella y yerno del zar.
Cuando llegó la noche se fueron a acostar y la mujer creyéndolo su marido lo llamó para que se acostara con ella, pero él, en cuanto que se acostó, sacó el sable y lo puso en medio de los dos. Ella le pre­guntaba sorprendida qué le pasaba y él le dijo que se le había ido el sueño, se levantó y se asomó a la ventana, entonces vio aquella mon­taña prodigiosa y preguntó:
-Pero, dime, esposa mía, ¿por qué está ardiendo esa montaña?
Ella le respondió:
-Por Dios, ¿no te dije la otra noche lo de la montaña?
-¿Cómo era? -insistió él, y ella le respondió:
-Que el que va allí se queda mudo e inmóvil, y bien asustada que estaba pensando que te habías ido allí.
Al oírlo él, se acordó de lo que había pasado y estaba impaciente por que llegara el día. Cuando amaneció, se montó en su caballo, se ciñó el sable, se llevó el perro y se puso en camino hacia la montaña; al ver a la vieja sacó el sable, la embistió con el caballo y le azuzó el perro sin decir ni una sola palabra. La vieja se asustó y gritaba que no la matase.
-¡Suelta a mi hermano! -gritaba él.
Entonces la vieja le llevó a su hermano y le devolvió el habla y el alma.
Cuando los hermanos se encontraron y por su salud se pregunta­ron, luego a casa se marcharon. En el camino, el hermano que había estado petrificado dijo:
-¡Ah!, hermano, por amor de Dios, juntemos nuestras fuerzas para salvar a aquella gente que está hechizada como lo estaba yo.
Así lo hicieron: entre los dos cogieron a la vieja, le quitaron la hier­ba y se pusieron a frotársela a aquella gente hasta que todos empe­zaron a hablar y a moverse. Cuando devolvieron la vida a todos los que allí estaban hechizados, mataron a la vieja, los dos hermanos se fueron a casa del zar y los otros a las suyas.
¡La mentira oída, la mentira contada y tu fatiga aliviada!

090. Anónimo (balcanes)