Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

jueves, 24 de mayo de 2012

El monstruo del lago

Érase una vez la hija de un poderoso rey. Se llamaba Untombina y era muy valiente.
En el país en que ella habitaba existía un lago encantado al que ningún ser humano se acercaba. En el lago vivía un Monstruo que, sin compasión ni piedad, se llevaba al fondo a cuantos se extraviaban por aquella región y a los que equivocadamente intentaban bañarse en las claras aguas del lago.
Untombina había oído hablar con frecuencia del Monstruo y también sabía dónde estaba el lago que aquél habitaba.
Sucediéronse lluvias torrenciales y muy continuas en todo el país, y las tierras quedaron inundadas; entonces Untombina dijo a sus padres:
-Yo quiero ir a ver al Monstruo del lago para preguntarle si podría hacer cesar esta lluvia pertinaz.
Pero su padre, el Rey, se lo prohibió, y su madre derramó abundantes lágrimas a la sola idea de lo que pudiese suceder, ya que era terca Untombina, y lo más fácil de suponer era que el Monstruo la devorase.
En consecuencia, la muchacha permaneció en casa, más que por la prohibición paterna y los llantos de la madre, porque, estando el país inundado, se hacían los caminos intransitables.
Pero, al año siguiente, empezó a llover de nuevo y las aguas llegaron hasta lo más alto de los más altos muros que rodeaban el poblado, y Untombina no pudo contenerse por más tiempo. Quiso ir a toda costa al lago encantado y fue imposible disuadirla; ya ni escuchó la voz autorizada del padre, ni las lágrimas de desconsuelo de la madre la cambiaron de propósito.
Convocó a todas las muchachas del pueblo y eligió, de entre todas, a doscientas para que la acompañasen en el viaje. Vistióse como una novia. Siguiendo su ejemplo, las muchachas ataviáronse con sus mejores galas y sus más preciadas joyas.
Salieron juntas por las puertas del poblado. Untombina en medio y cien muchachas a cada lado del camino, formando como una Corte de honor. Riendo y cantando caminaban las jóvenes, como si llevaran a la novia al novio, y cuando encontraban por el camino a los mercaderes que, en grandes carretas tiradas por bueyes, recorrían el país, llamábanlos con voces joviales y gozosas y preguntábanles cuál, de entre todas, era la más bella.
Los hombres se acercaban y contestaban que ellos encontraban a todas muy lindas, pero ninguna comparable con Untombina.
-Pues -decían los mercaderes- la hija de vuestro rey es esbelta como el árbol de la altura y tan lozana coma la fresca hierba que brota después de las lluvias fecundas
Cuando las otras jóvenes oían estas palabras se enfadaban tanto que maltrataban a los mercaderes y los llenaban de improperios. Luego pro-seguían su camino. Era un alegre, espectáculo ver a aquellas encantadoras jóvenes caminando jovialmente, ataviadas con primor y luciendo sus mejores joyas, refulgentes al sol, y sus collares y brazaletes de ricas perlas.
Declinaba el día cuando las bellas muchachas llegaron al encantado lago. Y, al llegar, despojáronse de todas sus galas y saltaron al agua fresca y cristalina para bañarse a los últimos rayos del sol.
¡Qué alegres estaban las lindas negritas! Chapoteaban, tirábanse unas a otrasagua del lago, brincaban, saltaban y nadaban alboro-zadas.
Desapareció el sol y tuvieron que buscar un sitio donde pudieran dormir. Realmente ya era hora de abandonar el placer del lago. Así lo hicieron, pero podéis imaginaros su espanto cuando advirtieron la falta de sus lindas sayas y vestidos, de los aros de los tobillos, collares y brazaletes.
-¡Oh, oh, oh! -gritaron a una ­ ¡Mira, Untombina, el Monstruo del lago nos ha robado todas nuestras prendas y joyas! ¿Qué hacemos ahora?... Oh, Untombina, ¿qué hacemos ahora?
Gritaban tan fuerte como podían; tan sólo Untombina permanecía indiferente y altiva, contemplando a las muchachas asustadas.
Al fin la más atrevida de todas dijo gritando:
-¡La culpa es tuya, Untombina; sólo tú nos has traído esta desgracia!
Otra, muy piadosa por cierto, propuso que todas se arrodillaran y suplicaran al Monstruo que les devolviera lo que les había robado.
Pero Untombina rehusó, altiva, la proposición.
-Yo soy la hija del rey -dijo- y no pienso humillarme ante el Monstruo.
Y diciendo esto se apartó de las otras muchachas que, entre lágrimas y sollozos, suplicaban al Monstruo les devolviese sus tesoros.
-¡Oh, señor de este lago -clamaron- devuélvenos nuestras precio-sas joyas y ricos vestidos! No quisimos hacerte ofensa ni daño. Fue Untombina, la hija de nuestro rey, la que aquí nos trajo. Solamente ella tiene toda la culpa.
Y entonces, de repente, vestido tras vestido, aro tras aro, collar tras collar, brazalete tras brazalete, empezaron a caer como llovidos del cielo sobre la orilla del lago.
Y, al cabo de un corto espacio de tiempo, las doscientas muchachas, que habían acompañado, a Untombina estaban vestidas y dispuestas a regresar al poblado.
Tan sólo Untombina no se había vestido. Altiva, permanecía erguida con los brazos cruzados sobre su pecho y, cuando las muchachas le rogaban que pidiera al Monstruo que le devolviese sus vestidos y sus joyas, ninguna palabra salió de sus labios.
-Oh, Untombina, hazlo, por favor. Pídeselos, Untombina -le suplicaban las muchachas.
Pero Untombina irguióse más altiva y más orgullosa aún, tanto que a los ojos de sus compañeras no parecía tan linda, y contestó:
-Jamás. Yo soy la hija de un rey y no suplico a nadie.
Cuando el Monstruo del lago oyó estas palabras, salió a flor de agua, apoderóse de la orgullosa muchacha y se la tragó.
Lanzando gritos de terror las muchachas huyeron como galgos y al llegar al poblado contaron lo que le había ocurrido a la hija del rey.
-¡Oh! -sollozó el desventurado padre; -yo se lo había advertido innume-rables veces, pero ella no quiso escucharme. Pero aguardad, muy pronto, la libertaremos de las garras del Monstruo.
Y ordenó:
-¡Mis guerreros, armaos de vuestros escudos, lanzas, hondas, arcos y agudas flechas! ¡Vamos a libertar a mi hija!
Pronto todo un ejército de guerreros negros se puso en marcha hacia el lago encantado.
El Monstruo asomó la cabeza fuera del agua, y al ver a tantos guerreros, abrió su descomunal y gigantesca boca y se tragó a un sinfín de ellos con la facilidad con que antes se tragara a Untombina. Su enorme cuerpo parecía que iba agrandándose por momentos, y era verdaderamente espantoso ver cómo perseguía a los que intentaban salvarse; y así fue la persecución hasta las mismas puertas del poblado.
Pero junto a la puerta estaba el rey con la más aguda de las lanzas que poseía y se enfrentó con el Monstruo, cuyo cuerpo se extendía por casi sobre una legua de distancia, ¡tan enormes eran sus proporciones!
El viejo rey era un valiente guerrero muy diestro en el arte de batallar, y supo al instante dónde tenía que atacar a su enemigo. Primero le hundió la lanza en la garganta y luego le hizo un agujero en un costado. Por este costado empezaron a salir todos sus guerreros y finalmente la valerosa Untombina, más altiva que nunca.
El rey la tomó de la mano y la acompañó en triunfo hasta su madre, que tanto había llorado por ella.
Afortunadamente el Monstruo fue muerto, y el lago donde habitaba quedó, desde aquel instante, desencantado.

009. Anónimo (africa)

El huerfanillo odiado por sus hermanos

Cuentan que una vez hubo un matrimonio que tuvo siete hijos. Todos eran fuertes y apuestos mozos; tan sólo el más pequeño era de constitución débil y nada agraciado de rostro. Sus hermanos le despreciaban, y cuando los padres murieron, aquéllos aumentaron su desdicha; ordenábanle toda suerte de penosos trabajos y tratábanle peor que a un esclavo.
El pobre muchacho, cierto día que reflexionaba sobre su des-ventura, díjose:
-Mi padre ha muerto y mi madre muerta está; mis hermanos, que debieran reemplazarlos, son malos para mí, que soy débil y carezco de atractivos. ¿Qué puedo esperar, pues? Es preciso que me vea con Zanahary, el dios bueno de Madagascar.
Y Faralahy, que así se llamaba el pobre muchacho, empezó por tomar consejo de un aldeano viejo, muy viejo, llamado Rafuvatú, al que habló de esta manera:
-Yo quiero ir al encuentro de Zanahary; decidme: ¿qué debo hacer?
Rafuvatú contempló fijamente al muchacho y, al ver su decisión, le instruyó así:
-El martes próximo será un excelente día para emprender tu viaje; lo realizarás con éxito si atiendes mis consejos.
-Atento escucho -dijo Faralahy-; decidme cuanto deba hacer.
-Perfectamente; cuando estés a la otra ladera de esta gran montaña, allá abajo, verás un fértil campo de cañas de azúcar; son las de Zanahary; no te aproximes a ellas y sigue, siempre, tu camino por la mitad del sendero. Unos pasos más allá, muy luego, verás unos carneros; estarán bien cebados y serán muy hermosos. Son de los rebaños de Zanahary; déjalos pacer tranquilos. Y llegado que fueres a la otra orilla del valle, verás hermosos naranjales, cargados de ricos frutos, tan grandes como tu cabeza; son las doradas naranjas de Zanahary; no pruebes una tan sólo.
"Así que hayas ganado una nueva montaña, verás dos enormes bueyes; son los bueyes de Zanahary; no les arrojes piedras, ni les asustes. Luego, más allá, tropezarás con un profundo pozo de agua fresca y cristalina; es el rico manantial de Zanahary; aunque la sed te devore, no bebas de sus aguas.
"Y llegado que fueres a la morada de Zanahary, si estuviera ausente, saludarás a su esposa, y si ella te ofreciera agua con que calmar tu sed, beberás, cuidando de no tocar el asa del cántaro."
Faralahy agradeció a Rafuvatú sus consejos y púsose en camino.
Muy pronto vio los campos de cañas de azúcar, mas él contentóse con exclamar: "¡Hermosas son estas cañas de azúcar!"
Un poco más lejos encontróse con los carneros, y exclamó: "¡Magníficos son estos carneros!", pero sin detener sus pasos. Prosiguió ligero su ruta, y he aquí que sus ojos divisaron los bellos naranjales, cargados de frutos grandes como su cabeza. El hambre le acosaba, le devoraba la sed, pero Faralahy no desvió un paso de su camino. Luego cruzó por delante de los bueyes. "¡Soberbios ejemplares!", díjose, pero sin aproximarse a ellos. Y así, llegó junto al pozo de agua viva y aunque no pudo dejar de exclamar: "¡Qué agua tan pura y cristalina! ¡Cuán deliciosa debe de ser!", ni siquiera la punta de los dedos mojó en ella.
Resistidas las tentaciones, Faralahy llegó, por fin, a la morada de Zanahary. Zanahary no estaba en casa; tan sólo se hallaba presente su esposa.
Faralahy saludóla reverente y pidióle de beber y, al darle el cántaro, él no lo cogió; abrió sencillamente la boca, conformándose con el agua que la sirvienta le echara.
Luego que Zanahary regresó, preguntó:
-¿Qué pretende con su visita Faralahy, tan odiado de sus hermanos?
-Señor -contestó humildemente Faralahy-, yo quisiera ser guapo mozo y muy fuerte, pues las gentes me desprecian.
-¿Y viste mis cañas de azúcar, camino de este lugar?
-Yo las vi, mas no las toqué.
-¿Y viste, también, mis carneros?
-Señor, paciendo los vi, pero en paz los dejé.
-¿Y viste, asimismo, mis naranjales?
-Ciertamente los vi, pero dejé el dorado fruto en el árbol y no lo probé.
-¿Y viste mis bueyes?
-Sí, los vi; tropecé con ellos en mi camino, pero ni una sola piedra les tiré.
-¿Y viste, seguramente, mi manantial de agua viva?
-En verdad que sí, pero me abstuve de calmar mi sed en sus aguas.
Entonces Zanahary volvióse hacia su esposa y preguntóle:
-¿Es éste el que saludó al franquear la puerta?
-Éste es -contestó la mujer-, y con alta cortesía lo hizo.
-Cuando le diste de beber, ¿abrió tan sólo la boca, sin coger el cántaro?
-Así lo hizo, señor -contestó la sirvienta.
En aquel instante, Zanahary premió la virtud de Faralahy: le tocó, y, ¡oh prodigio!, tornóse súbitamente guapo mozo y muy robusto, él que era tan débil y feo de rostro.
Faralahy agradeció el beneficio de todo corazón y emprendió alegre la vuelta al hogar.
Cuando llegó, sus hermanos se resistían a creer lo que sus ojos veían.
-¿Eres tú, Faralahy? ¿De dónde vienes?
-Tan desgraciado era, que fuíme en busca de Zanahary; compa-decióse de mi suerte, y he aquí lo que hizo de mí.
Entonces los seis hermanos se dijeron:
-Nosotros somos ya bellos y fuertes; si vamos al encuentro de Zanahary, hará de nosotros unos verdaderos gigantes.
Y fuéronse a Rafuvatú, quien los miró y así les dijo:
-Podéis partir el miércoles, mas no os garantizo un feliz viaje. Con todo, si sabéis abstenemos de todo cuanto yo os diré, tal vez logréis algo.
-Así lo haremos -contestaron a coro-. Dinos, pues, de qué se trata.
-Cuando veáis las cañas de azúcar de Zanahary, no las toquéis. Cuando veáis los grandes carneros de Zanahary, no matéis uno siquiera. Cuando veáis las enormes naranjas de Zanahary, delicia de los ojos, no las cojáis. Cuando tropecéis con los bien cebados bueyes de Zanahary, no los asustéis ni tiréis piedra alguna. Cuando alcancéis los ricos manantiales de Zanahary, no bebáis de sus aguas.
-¿Y luego?
-Llegados que fuereis a la morada de Zanahary, si él estuviera ausente, saludad a la mujer, y si os da de beber, no toquéis el asa del cántaro.
Escuchados estos consejos, los seis hermanos emprendieron el camino, y tan pronto vieron las deliciosas cañas de azúcar, exclamaron:
-¡Oh, qué maduras y jugosas están! Por una que cojamos cada uno, ¿quién se va a enterar?
Más allá divisaron los rebaños de carneros y dijeron:
-¡Qué gordos están y cuántos! Sin comida, imposible nos será llegar a la meta de nuestra ruta.
Por lo que mataron uno de los carneros y se lo comieron.
Muy pronto contemplaron los naranjales; tenían sed y se saciaron de naranjas.
Y cuando pasaron junto a los bueyes, asombráronse de su magnitud y gordura y no supieron abstenerse de lanzarles piedras con que amedrentarlos.
Y bebieron a placer en los manantiales de Zanahary.
Y cuando llegaron a la morada de Zanahary, olvidáronse de saludar a la esposa, mas pidieron groseramente de beber, y tomaron el cántaro del asa y bebieron ávidamente.
Y llegó Zanahary.
-¿Qué pretendéis los seis aquí? -les preguntó.
Los hermanos saludaron con una profunda inclinación de cabeza y contestaron:
-Hemos venido a visitaros, señor, para que nos convirtáis en unos gigantes.
-En vuestra ruta, ¿visteis mis cañas de azúcar?
-Sí, las vimos y cogimos tan sólo una cada uno.
-¿Visteis mis carneros?
-Sí, los vimos; tanta hambre teníamos, que nos comimos uno.
-Y mis naranjales, ¿los visteis también?
-Sí, y tanta era nuestra sed que cogimos algunas naranjas.
-No habréis tirado piedras a mis bueyes, ¿verdad?
-Fue éste el que las tiró -dijeron los cinco hermanos señalando al primogé-nito.
-Cuando entraron en mi morada, ¿te habrán saludado? -preguntó a su esposa.
-No, por cierto -contestó ésta.
-Y cuando bebieron, lo hicieron con glotonería y sin soltar el cántaro, ¿verdad?
-Así fue, señor -confirmó la sirvienta.
Entonces Zanahary exclamó:
-Ya que habéis quebrantado los consejos de Rafuvatú, y os habéis comportado como brutos faltos de razón, animales irracionales os tornaréis.
Al instante, el primogénito convirtióse en lagarto; el segundo, en serpiente; el tercero, en rana; en repugnante sapo, el cuarto; el quinto, en camaleón, y en murciélago el último de todos, que era el sexto.
Y mientras ellos habitaban el bosque, junto con los demás animales, Faralahy heredó los bienes de sus hermanos, viviendo rico de bienes y de poder.
Y en Madagascar, donde la historia se cuenta, terminan con esta enseñanza: "El débil jamás debe descorazonarse, y el que es apuesto y fuerte tampoco debe engreírse."


009. Anónimo (africa)

El gallo cantador debe cantar

Había una vez un hombre llamado Baakari. Tenía dos mujeres llamadas Alamuta y Suntukung. Alamuta era su primera mujer y de ella tenía un hijo llamado Alansoo, pero después de éste, Alamuta no pudo tener más hijos. Por esta razón Baakari se casó con su segunda mujer Suntukung. ¡Era la respuesta a todas sus plegarias! Pasados siete años de matrimonio, Suntukung había dado a Baakari tres hijos varones y cuatro hijas. ¡Quedaba embarazada cada año! Se convirtió en la favorita de Baakari y fue mucho más amada que Alamuta.
Alamuta estaba muy triste y se sentía desgraciada. Viajó a cualquier lugar para ser visitada por curanderos y grandes hechiceros para poder tener más hijos y ser amada como lo era su co-esposa. Fue pagando con sus ropas, sus joyas y su dinero pero no sirvió de nada. Finalmente se quedó con un solo vestido y un taparrabos que tenía que llevar tanto para asistir a bautizos como para trabajar en el campo. Pronto quedó roto y deshilachado. Su co-esposa se burlaba del pobre estado de su vestido. Cuando intentaba defenderse de las burlas, su marido siempre se ponía del lado de Suntukung. Alamuta adelgazó mucho y se volvió enfermiza. La que había sido la más hermosa perdió todo su atractivo.
Un atardecer, cuando Alamuta volvía de los campos de arroz, se encontró con una mujer vieja llamada Mbaa Siraa. Era la mujer más vieja del pueblo. Era conocida por su rutinario paseo en la puesta de sol de cada sábado. Cuando vio a Alamuta abrió su boca desdentada en descrédito.
-¡Waayi! ¿Es ésta, Alamuta? -gritó.
-Sí, Mbaa Siraa, soy yo. La gente mayor, normalmente, no tiene tan buena vista.
-Es verdad, es verdad. Mi vista no es aguda, pero todavía puedo distinguir entre los que están sanos de los que están enfermos. ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
Entonces Alamuta contó a la vieja mujer todos sus problemas. Cuando hubo terminado Mbaa Siraa se le acercó y le dijo:
-La gente joven nunca habla con sus viejos y de este modo nunca serán sabios. Si fueras sabia, no te estarías matando con este dolor. Conozco a muchas mujeres que han sufrido lo mismo que tú, y de todos modos, ¡tu tienes un hijo! Las mujeres de las que te estoy hablando no tenían ninguno y al final vivieron como reinas en los campamentos de sus maridos. Recuerda el viejo dicho: "El bebé de un avestruz es mucho más valioso que cien crías de pájaro tejedor." Vete y cuida de tu hijo, reza por él y pon todas tus posesiones sobre él. ¿Quién sabe? Puede que un día sea jefe y sus medio hermanos sus sirvientes. Hay otro dicho: "El gallo cantador debe cantar, no importa lo que hagas."
Con estas palabras la vieja mujer se despidió y continuó su camino.
Después de su encuentro con Mbaa Siraa, Alamuta se convirtió en una mujer diferente. Ignoró las burlas e insultos de su co-esposa e intentó ser la mujer más feliz del poblado. Ayudaba a su hijo en todo lo que podía. Alansoo era un chico tímido y tranquilo. Se pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en la granja y cazando, de este modo se convirtió en un buen granjero y cazador.
Cuando, años más tarde Baakari murió, Suntukung decidió que sus tres hijos trabajarían juntos y que Alansoo trabajaría por su cuenta. Esperaba así que los tres hermanos juntos alcanzan mejores resultados que Alansoo solo. Talaron una gran área para cultivar mijo. Cuando llegaron las primeras lluvias, los hermanos en dos o tres días terminaron de sembrar. Después, en lugar de sacar las malas hierbas, se sentaron en casa y se dedicaron a hablar de lo holgazán que era Alansoo. Cuando Alansoo terminó de sembrar, se puso inmediatamente a deshierbar. Mientras tanto, los hermanos se dieron cuenta de su error, su granja estaba infestada por una terrible plaga de hierba llamada "jaajee-kalabaa". Hacía estragos con los tallos de mijo mientras crecían. Cuando llegó la cosecha, Suntukung y sus hijos no pudieron apreciar los resultados. La pequeña plantación de Alansoo produjo 410 embalajes de mijo mientras que los hermanos tuvieron que conformarse con sólo 200 embalajes. Fue una sorpresa incluso para los vecinos del pueblo.
Al año siguiente los tres hermanos decidieron trabajar más dura y sistemá-ticamente. Después de las lluvias, pero, los resultados fueron los mismos. No importaba que nuevas estrategias intentaran, su medio hermano siempre obtenía mejores resultados. Suntukung no lo podía entender. Decidió entonces consultar a un adivino en Pakau.
El adivino sacó sus conchas y las extendió sobre la esterilla. Repitió esta operación tres veces y después alargó la concha más grande a Suntukung. Ella susurró sus problemas a la concha, después escupió dentro y la devolvió al adivino. Éste cogió una vez más las conchas y las extendió de nuevo sobre la esterilla. Después de estudiar las disposiciones de las conchas durante largo tiempo dijo:
-Hace muchos años que soy profesional de este arte, y nunca antes había sido testigo de una distribución como ésta. Es la misma cada vez. Tú quieres saber por qué tus hijos no pueden ganar a su medio hermano. Tu quieres que ellos tengan más éxito que su medio hermano. Las conchas dicen que sí, que esto puede suceder. Pero también dicen que la suerte de tu hijo mayor esta dormida sobre una alta colina en el este. Hasta que no haga este viaje a la lejana colina, tus hijos tendrán menos éxito que su medio hermano. Deja que tu hijo vaya y despierte su suerte y entonces tus deseos se harán realidad.
Suntukung volvió a casa para preparar el viaje de su hijo hacia el este. Le trajo "jujus" y amuletos varios para que le protegieran durante el viaje.
-Burama, -le dijo- debes ir a buscar a tu suerte y despertarla. No puedo soportar la desgracia que ha caído sobre nosotros. Debes ser mejor granjero que tu medio hermano. Viaja hacia el este hasta que encuentres una alta colina. Allí encontrarás a tu suerte. Debes despertarla y preguntarle qué es lo que tienes que hacer, entonces, regresa y libéranos de esta desgracia que ha caído sobre nosotros.
El hijo mayor emprendió su viaje al día siguiente. Anduvo durante un día y medio sin descansar. Al final del segundo día se encontró a un caníbal que quería comérselo.
-No me comas. -dijo- Vivo con mis hermanos y mi medio hermano. Al final de cada cosecha mi medio hermano recolecta más mijo que nosotros. El adivino de Pakau dijo que mi suerte estaba durmiendo en el este y que hasta que no fuera a despertarla, sería un granjero pobre. Y ahora, como puedes ver, voy a despertarla. Por favor, déjame continuar con mi misión.
El caníbal estuvo pensando unos momentos, y después dijo:
-He estado en la selva durante muchos años y me he encontrado con montones de cosas extrañas, pero jamás había oído una historia tan extraordinaria como ésta. Te dejo marchar. Si encuentras a tu suerte, acuérdate de preguntarle por qué nunca estoy harto, aunque me haya comido un toro entero. Asegúrate de volver por este camino para darmela respuesta.
Burama prometió al caníbal que volvería por el mismo camino. Viajó durante unos cuantos días más hasta que encontró un pequeño poblado en medio del bosque. Entró y fue recibido por un hombre viejo y una bonita mujer joven. Le invitaron a pasar la noche. Después de que se sirviera la comida, el hombre mayor le preguntó a Burama la razón de su viaje a esa parte del mundo. Burama le contó su historia.
Cuando hubo terminado el hombre viejo dijo:
-Tengo ciento diez años. He viajado por todo el mundo buscando las historias y la sabiduría de todas las tierras, pero nunca había oído una historia como ésta. No estoy diciendo que sea imposible. Cualquier cosa puede ser posible hoy en día. Si encuentras a tu suerte y puedes despertarla pregúntale por qué ningún cultivo crece en mis tierras. Cada año intento sembrar verduras y cada año la cosecha es mala. Pregunta a tu suerte lo que debo hacer para que esto no pase.
Burama le prometió al hombre viejo que así lo haría y a la mañana siguiente volvió a reanudar su viaje. Después de viajar hacia el este durante tres días más, se encontró con una gran tierra con un poderoso gobernador. El gobernador había oído hablar de que alguien estaba buscando a su suerte y quiso encontrarse con él.
-No hace falta que me cuentes tu historia porque ya la sé. He querido verte porque quiero que le preguntes a tu suerte por quée la gente de estas tierras no es feliz desde que yo soy el gobernador. Haz esto por mí y regresa por este camino para contarme la respuesta. Entonces te recompensaré. Burama le prometió al gobernador que haría esa pregunta para él, y continuó su camino hacia el este.
Tres días después encontró una alta colina al lado del camino y decidió subir hasta la cima. Mientras subía vio a un hombre gordo que dormía bajo la sombra de un árbol. "Debe ser mi suerte" pensó. "Voy a ir a despertarle". Se acercó al hombre y lo cogió por su larga barba y tiró de ella hasta que sus dientes crujieron.
-Despierta holgazán -gritó Burama- Por culpa de tu sueño yo no tengo suerte. Has hecho de mí la burla de todo el pueblo.
El hombre abrió los ojos y se sentó.
-Sí, es verdad, -dijo- soy tu suerte. Ahora puedes volver a casa porque ya estoy despierto.
-Antes de marcharme tengo que hacerte tres preguntas. La primera se refiere a un gobernador que vive a unos cuantos días de camino de aquí. Su gente no es feliz y quiere saber por qué.
El hombre le sonrió y dijo:
-Vete con tu gobernador y dile que es una mujer. Hasta que el gobernador no sea un hombre su gente no será feliz.
-Imposible -exclamó Burama- el gobernador es un hombre. Yo mismo hablé con él.
-Esto es un secreto que nadie sabe excepto tú. Ve y dile a ella lo que yo te he dicho y ya verás lo que pasa.
-De acuerdo. Ahora la segunda pregunta. Esta es sobre un hombre viejo y su hija que viven en medio del bosque. Nada da fruto en su tierra. ¿Por qué?
-Dile al hombre que haga un agujero y saque de su tierra el oro y los diamantes que hay allí enterrados. Entonces podrá plantar todo lo que desee.
El hombre gordo se levantó y se disponía a marcharse, pero Burama le cogió por sus ropajes y le dijo:
-Tienes que contestarme una última pregunta y luego te podrás ir. ¿Qué me dices del caníbal que nunca está satisfecho coma lo que coma?
El hombre se giró y contestó:
-No creo que puedas comprender este mensaje, pero si vuelves a ver al caníbal, dile que se coma al hombre más loco del mundo y que su trastorno se verá curado.
Dicho esto, el hombre desapareció entre los matorrales y Burama emprendió el camino de regreso.
Después de viajar tres días llegó al palacio del gobernador. Se acercó a él y le dijo:
-He encontrado a mi suerte, pero no creo que te guste lo que me ha dicho sobre ti. Me ha dicho que eres una mujer y que hasta que tu pueblo no sea gobernado por un hombre, la gente será infeliz.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas del gobernador.
-Eres el único que conoce este secreto -admitió "ella" entonces-. El modo con que llegué a gobernador de esta tierra es una larga historia y un gran secreto. Pero, ya que tu sabes parte de él, me gustaría que te quedaras, te casaras conmigo y fueras rey. Si me prometes esto, te contaré el resto.
Burama le saludó con la cabeza y dijo:
-No, no. No quiero saber el secreto porque no puedo quedarme aquí para regir tu palacio. Tú ya conoces mi misión en esta parte del mundo. Tengo que regresar y demostrar que soy mejor granjero que mi medio hermano. Debes guardar tu secreto. Alguien más vendrá y lo aceptará.
Con estas palabras Burama se despidió y dejó el palacio de la reina. Unos días más tarde llegó a la casa del hombre viejo y su hija. Sin decirles nada, cogió un pico y empezó a cavar en su tierra. Pronto salieron del suelo grandes barras de oro y preciosos diamantes. Los apiló y dijo al hombre viejo y a su hija.
-Esto ha salido de tu tierra y era lo que impedía que los cultivos crecieran. Ahora podrás plantar todo aquello que quieras.
El viejo miró a Burama y le dijo:
-Yo mismo enterré todos estos tesoros aquí, y mi intención era regalarlos a aquel que supiera por qué no crecían las plantas y que estuviera de acuerdo en casarse con mi hija. Ahora, como has sido el único que lo ha conseguido puedes quedártelo todo y casarte con mi hija.
-No, no. -Dijo Burama-. Tú ya conoces mi misión. Tengo que marcharme y demostrar que soy mejor granjero que mi medio hermano.
Burama se marchó dejando los montones de oro y diamantes con el hombre viejo y su hija. Continuó hacia su casa. Cuando ya estaba cerca de su casa encontró al caníbal y le contó todo lo que le había ocurrido durante el viaje hacia el este: lo de la mujer gobernadora y su oferta, lo del viejo y su hija y su oferta…
-¿Que me dices de mi problema? -Contestó el caníbal- ¿Le has preguntado a tu suerte sobre mí?
-Sí. Debes comer al hombre más loco del mundo y tu problema se resolverá.
El caníbal pensó unos momentos y luego cogió a Burama, lo mató y se lo comió. Su trastorno se curó instantáneamente.
A la mañana siguiente, como era habitual, Alansoo fue a inspeccionar sus trampas. En un claro del bosque vio una camisa sobre la hierba. Se acercó y la miró atentamente. Sin ninguna duda, ésa era la camisa de Burama. Mientras miraba la camisa, vio a un hombre gordo y viejo que se le acercaba. El hombre le dijo:
-No te preocupes por tu medio hermano. Tienes trabajo que hacer. Debes emprender un viaje hacia el este. Dentro de tres días encontrarás una pequeña cabaña donde viven un hombre viejo y su hija. Coge un pico y ponte a cavar en su tierra. Encontrarás oro y diamantes. Entonces pide la mano de la hija, cásate con ella y serás el hombre más rico del mundo. Después ve a la tierra de un gran gobernador y dile que sabes que se trata de una mujer y pide también su mano en matrimonio.
Alansoo siguió las instrucciones del hombre y se convirtió en el más grande gobernador del mundo. Puso al resto de sus medio hermanos en otros buenos cargos de su reino. Suntukung continuaba desgraciada y humillada con el devenir de sus hijos, y por esta razón un día la encontraron colgada en un bosque cercano. La vieja Mbaa Siraa fue una de las personas que se mantuvo cercana a la familia. Se sentó en la preciosa y bien amueblada habitación de Alamuta y le dijo:
-Alamuta, el gallo ya va solo y cantará durante el reto de su vida. Ves ahora como si somos pacientes en esta vida, algún día nos vemos recompensados.
Alamuta no pudo contener las lágrimas al pensar en los acontecimientos de los últimos años. Se levantó y acercándose a la vieja le dijo:
-Si no me hubieras dado ese sabio consejo, hubiera acabado como mi co-esposa. Fue Dios que hizo que me encontrara contigo esa tarde y con la ayuda de Dios rápidamente puse en práctica tu consejo. Ahora me gustaría que vinieras y vivieras conmigo en el palacio de mi hijo, para que así continuaras siendo nuestra consejera. Nosotros siempre te estaremos en deuda por esas sabias palabras.
Mbaa Siraa aceptó la oferta, y las dos mujeres vivieron juntas y en harmonía durante muchos años.

009. Anónimo (africa)

El chico y el cocodrilo

Un chico preguntó a sus padres: "¿Madre y padre, puedo ir a la selva a buscar leña?" Sus padres le dieron permiso y el chico cogió un hacha y un canasto para llevar en su cabeza. Se adentró en la selva, y hacia el mediodía había recogido un montón de leña. La puso en el canasto y fue a por una cuerda para atarla bien.
Subió una gran colina y vio un lago a poca distancia. El chico pensó: "Tengo sed, iré a beber antes de coger la cuerda". Pero mientras estaba bebiendo se encontró cara a cara con un cocodrilo. Empezó a correr pero el cocodrilo lo llamó:
-Niño, ayúdame, por favor. Hace tres días que estoy aquí sin comida. Si te vas, seguramente moriré.
El cocodrilo se llamaba Bambo. Pensó que ese chico podría ser bueno para comer y le dijo:
-Mi problema es similar a éste. ¿Sabes que el viento arrastra hojas secas por el suelo y las mete en un agujero? Y este mismo viento que las ha arrastrado hasta allí no podrá sacarlas de nuevo. Y las hojas tampoco podrán nunca salir por sí mismas. Pues lo mismo me pasa a mí. Vine a este lago desde el río, pero ahora el río se ha secado y no puedo regresar. Chico, debes ayudarme a regresar, sino seguro que moriré.
El muchacho empezó a llorar, estaba preocupado por el cocodrilo y no quería que muriese.
-No hay por qué llorar, chico -dijo Bambo- no voy a comerte.
-¿Cómo voy a poder transportarte? Tu eres más grande que yo, y más fuerte que yo, y más largo que yo." -preguntó el pequeño
-Esto no es ningún problema: coge tu hacha y corta dos largos palos- respondió Bambo.
El chico siguió las instrucciones del cocodrilo. Cortó los palos y puso uno de ellos en el suelo, luego puso al cocodrilo encima. Luego puso el otro palo sobre la espalda del cocodrilo. Más tarde ató al cocodrilo desde la cabeza hasta la cola. Lo alzó un poco y lo arrastró hasta el río. Mientras, lloraba y cantaba:

Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.

Bambo le dijo: "No voy a comerte. Si lo hiciera significaría que habría recompensado tu buena acción con malicia." Pero el chico continuó cantando su canción.
Cuando finalmente llegaron al río, el muchacho quiso poner al cocodrilo de espaldas, pero Bambo dijo:
-Si me dejas aquí de este modo no habrás mantenido tu promesa. Me has traído a través de toda la colina desde donde he estado sin comida durante tres días. Fuiste tu chico quien me salvó. Después de hacer tan buena acción, por favor, no me dejes así tan cerca del río.
Por lo tanto, el chico introdujo al cocodrilo en el río, hasta que el agua le cubrió la cintura.
-Un poco más, un poco más -imploró Bambo.
-El agua me llega hasta la cintura -contestó el chico-. Además, no sé nadar. Si realmente deseas que la recompensa no se torne en malicia, deja que te suelte aquí mismo.
-Por favor, muchacho, sólo un poco más lejos
El chico continuó unos cuantos pasos más, hasta que el agua le llegó al cuello.
-Déjame soltarte aquí -rogó el muchacho.
-De acuerdo - contestó Bambo.
Lo soltó y luego desató las cuerdas desde la cabeza hasta la cola. Inmediatamente el cocodrilo se dio la vuelta y apresó con sus enormes garras al chico.Tres días de ayuno en el lago seco habían despertado un gran apetito en Bambo.
-¿Cómo puedes hacer algo así?- gritó enfurecido y sollozando el chico- Ya has olvidado tu promesa.
-Bien. Debiste pensar que esa promesa no iba muy en serio. Después de todo, estaba atrapado en el lago, pero ahora, si te dejo escapar no tendré comida. Es un poco desafortunado para ti, pero debes comprender mi situación -expuso Bambo.
-Sabía que me comerías -replicó el chico-. Por esto he estado llorando todo el rato. Sabía que recompensarías mi buena acción con malicia."
-Pero debo comerte -dijo Bambo- porque estoy hambriento. Y si te dejo escapar, nunca más encontraré una presa mejor.
Había un árbol en la orilla del río. El chico dijo al cocodrilo:
-Antes de comerme, podríamos exponer nuestro caso ante este árbol. Vamos a ver qué dice.
Al cocodrilo le pareció bien y los dos expusieron sus historias al árbol. Cuando terminaron, el árbol sacudió sus ramas y habló:
-Cocodrilo
-¡Sí! -exclamó Bambo.
-Creo que esta vez tienes razón. Nosotros los árboles sabemos lo ingratos que pueden ser los humanos. Vienen y se sientan bajo nuestra sombra, y los protegemos del sol abrasador. Nosotros les proporcionamos medicamentos y les ayudamos a que llueva mucho para el bien de sus tierras. Pero tan pronto como somos grandes y fuertes, vienen y nos cortan para sus egoístas propósitos. Son locos y desagradecidos. Cocodrilo, coge entonces tu presa - sentenció solemne el árbol.
Bambo quedó encantado con lo que el árbol había dicho.
-Ya lo has oído -dijo- es cierto que puedo comerte. Todo el mundo sabe lo ingratos que sois los humanos.
El chico empezó a cantar esta canción:

Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.

Justo en ese momento, una vaca venía de beber del río. El chico le dijo al cocodrilo:
-Podríamos exponer nuestro caso a esta vaca también. Estoy seguro de que ella no estaría de acuerdo con el árbol. Deja que veamos lo que ella nos tiene que decir.
Bambo estuvo de acuerdo y llamaron a la vaca, que ya había terminado de beber. Cuando ambos terminaron de contar su historia la vaca levantó la cabeza y dijo:
-Cocodrilo.
-¿Si? -preguntó Bambo.
-Puedes comértelo. Los humanos son las criaturas más ingratas que existen. Mientras era joven y los humanos podían beber mi leche, me daban comida y agua, pero ahora que soy vieja y mi leche se ha secado me han abandonado y no me dan ni siquiera agua para beber. Tú mismo has podido ver el largo camino que he recorrido sólo para beber. Por lo tanto, cocodrilo, creo que tienes razón. Puedes comerte a tu presa -sentenció la vaca.
El chico empezó a cantar su canción de nuevo.

Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.

El chico cantaba y el cocodrilo se disponía a comérselo cuando un asno se acercó al río para beber.
-Espera -reclamó el chico-. Deja que contemos nuestras historias al asno.
-¡Chico! -gritó enfurecido Bambo- No importa lo que él diga, te voy a comer de todos modos.
-Aun así deja que escuchemos lo que él tiene que decir - rogó el joven.
El asno bebió hasta que tuvo lleno el estómago, y entonces ambos le contaron sus historias. Después de escuchar atentamente dijo:
-¡Cocodrilo!
-¿Sí? -replicó Bambo.
-Cuando yo era joven los humanos ponían sobre mí todo tipo de cargas, pero ahora soy viejo y casi no puedo cargar ni conmigo mismo, por esta razón me han abandonado. Dejaron de darme hierba para comer y me negaron incluso el agua para beber. Los humanos son los seres más ingratos de este mundo. Puedes comértelo -sentenció el asno.
-¡Ah! -exclamó Bambo-. No pienso dejarte libre, no hay nada que te pueda salvar.
Pero antes de que pudiera comérselo, un conejo pasó corriendo hacia el río.
-Contemos también nuestra historia al conejo -suplicó de nuevo el muchacho.
-¡Chico! Tengo hambre y empiezo a estar aburrido de este juego - exclamó el cocodrilo.
-¡Oh! ¡Por favor! Sólo una vez más -insistió el chico.
-De acuerdo, pero el conejo va a ser el último al que vamos a consultar.
Cuando el conejo hubo bebido hasta tener lleno su estómago, les miró y les preguntó qué ocurría. El cocodrilo le contó lo que venía al caso. El chico empezó a contar sus razones, pero el conejo de repente le interrumpió.
-¡Cállate! He oído a hablar de ti. Todo el mundo aquí sabe lo testarudo que eres. Que hable primero el cocodrilo.
En medio de las explicaciones se giró hacia el cocodrilo y le dijo:
-Perdona. Mis orejas son muy grandes pero no oigo muy bien. ¿Podrías acercarte a mí un poco más?
El cocodrilo y el chico se acercaron al conejo. El nivel del agua bajó hasta el pecho del muchacho. El cocodrilo volvió a contar su historia y cuando terminó, el conejo dijo:
-Cocodrilo, aún no puedo oírte. Por favor acércate hasta la orilla. No te preocupes, es seguro. No veo ninguna posibilidad de que este chico pueda escapar de ti: el cocodrilo.
El chico y el cocodrilo así lo hicieron.
-Ahora -dijo el conejo- podríais contarme una vez más vuestras historias.
El cocodrilo explicó su versión y después dejó que el muchacho contara la suya. Cuando terminaron el conejo dijo.
-Chico, eres un mentiroso. Eres tan pequeño y el cocodrilo tan grande que no hay ninguna posibilidad de que puedas cargar con el cocodrilo desde la colina hasta aquí. Si esto es posible, déjame ver cómo lo haces.
El cocodrilo desonfiaba, pero el conejo le calmó:
-Acercaos y salid del agua, te prometo que pronto vas a comér-telo.
El chico cogió dos largos palos, puso al cocodrilo encima de uno de ellos y el otro sobre su lomo. Después lo ató desde la cabeza hasta la cola. ¡El cocodrilo estaba atrapado! No podía moverse. Entonces el conejo preguntó al muchacho:
-¿Le gusta la carne de cocodrilo a tu gente?
-Es la única carne que les gusta.
-Bien, entonces aquí tienes tu presa -dijo el conejo.
El chico cargó con el cocodrilo y lo llevó hasta su casa. Mientras tanto el cocodrilo cantaba:

Oh, tengo miedo al chico
tengo miedo al chico.
Tengo miedo porque me comerá.

Cuando su gente le vio llegar con el cocodrilo atado entre dos palos, empezaron a gritar:
-¡Mirad! ¡Nuestro muchacho se fue a por leña y trae un cocodrilo!
-Esto no es todo -dijo el chico- también hay un conejo entre los matorrales. Tenemos que ir a cazarlo.
Todos los niños siguieron al chico y llevaron a sus perros. El conejo al oír tanto ruido se dijo: "Debo marcharme de este lugar y ocultarme, los humanos son los seres más ingratos que existen."
Los niños le buscaron por todas partes pero no lo pudieron encontrar. Cuando finalmente desistieron y estaban volviendo a casa, el conejo llamó al muchacho y le dijo.
-Lo que dijeron el árbol, la vaca y el asno sobre los seres humanos es totalmente cierto. Fui yo, el conejo, quien te salvó la vida, y ahora tú quieres comerme del mismo modo como el cocodrilo quería comerte. No quiero saber nada de ti.
Se dice que por esta razón los conejos corren tan rápido cuando ven a un ser humano. Antes de que esto sucediera, si alguien se perdía en la selva, un conejo siempre salía para indicarle el camino de regreso.


009. Anónimo (africa)

El árbol que hablaba

Había un lobo en la selva. Un día, cuando estaba fuera paseando, encontró a un árbol que tenía unas hojas que parecían caras de personas. Escuchó atentamente y pudo oír al árbol hablar.
El lobo se asustó y dijo: "Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante". Tan pronto como hubo dicho estas palabras alguna cosa que no pudo ver lo golpeó dejándole inconsciente. No sabía durante cuanto tiempo había estado allí tendido en el suelo, pero cuando despertó estaba demasiado asustado para hablar. Se levantó inmediatamente y empezó a correr.
El lobo estuvo pensando acerca de lo que le había ocurrido y se dio cuenta de que podía usar el árbol para su provecho. Se fue paseando de nuevo y se encontró a un antílope. Le contó lo del árbol que hablaba, pero el antílope no le creyó. "Ven y lo verás tu mismo" dijo el lobo " pero cuando llegues delante del árbol asegúrate de decir estas palabras: Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante. Si no las dices, morirás."
El lobo y el antílope se acercaron hasta el árbol que hablaba. El antílope dijo: "Has dicho la verdad lobo, hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante."
Tan pronto como dijo esto alguna cosa le golpeó y le dejó inconsciente. El lobo cargó con él a su espalda y se lo llevo a casa para comérselo. "Este árbol que habla solucionará todos mis problemas", pensó el lobo. "Si soy inteligente nunca más volveré a pasar hambre."
Al día siguiente el lobo estaba paseando como de costumbre. Al cabo de un rato se encontró con una tortuga. Le contó la misma historia que le había contado al antílope, y la llevó hasta el lugar. La tortuga se sorprendió cuando vio al árbol hablante."No creía que esto fuera posible", dijo, "hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante". Inmediatamente fue golpeada por algo que no pudo ver y cayó inconsciente. El lobo la arrastró hasta su casa y la puso en una olla. Pensó en hacer una estupenda sopa.
El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope y la tortuga cazó un ave, un jabalí, y un ciervo. Nunca antes había comido mejor. Siempre usaba la misma estrategia. Contaba a sus presas que debían decir que nunca antes habían visto a un árbol hablar y que si no lo decían morirían. Todos ellos hicieron lo que el lobo les dijo y todos ellos quedaron inconscientes. Luego el lobo cargaba con ellos hasta su casa. Era un plan perfecto, él lo creía simple e infalible, y agradecía a las estrellas el hecho de haber encontrado a ese árbol. Esperaba comer como un rey durante el resto de su vida.
Un día, que se sentía con algo de hambre, el lobo fue a pasear de nuevo. Esta vez se encontró con una liebre. El lobo le dijo: "Hermana liebre, he visto algo que tú no has visto desde el tiempo de tus antepasados"
"Hermano mayor, ¿Qué puede ser?" Preguntó la liebre.
"He visto a un árbol que habla en la selva" dijo el lobo. Contó la misma historia de siempre a la liebre y se ofreció para llevarla a ver ese árbol hablante. Fueron juntos hasta el lugar. Cuando se acercaban al árbol el lobo le dijo, "no olvides lo que te he contado".
" ¿Qué me contaste?" preguntó la liebre.
"Lo que debes decir cuando llegues junto al árbol, o si no , morirás" dijo el lobo.
"¡Oh!, Sí" dijo la liebre. Y empezó a hablar con el árbol. "¡Oh!, Árbol, ¡oh!, árbol" dijo, " Eres un árbol precioso"
"No, esto no" dijo el lobo.
"Perdona," dijo la liebre. Entonces habló de nuevo. "Árbol, ¡oh!, Árbol nunca pensé que pudiera ser tan maravilloso".
"¡No, no!" Dijo el lobo, "no un árbol precioso, un árbol hablante. Te dije que tenías que decir que nunca habías visto antes a un árbol hablante."
Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se fue andando y mirando hacia el árbol y el lobo. Luego sonrió, "Entonces, este era el plan de Sr. Lobo" dijo. "Se pensaba que este lugar era un comedero y yo su comida."
La liebre se marchó y contó a todos los animales de la selva el secreto del árbol que hablaba. El plan del lobo fue descubierto, y el árbol, sin herir a nadie, continuó hablando solo.

009. Anónimo (africa)

El anillo de la tórtola

Érase que se era un joven llamado Karambé, gran cazador de pájaros. Cada vez que visitaba sus trampas encontraba numerosos prisioneros. Había atrapado en sus redes todos los pájaros del mundo, a excepción de una tórtola de negra garganta, de la especie que los basutos llaman kurkundudorú y los bámbaras butuntuba-kanfi. Esta tórtola había burlado todas sus trampas.
Entonces Karambé renunció a capturarla por este medio y preparó cola con la corteza hervida del árbol toroblé y engomó todos los árboles del país.
La tórtola, que no conocía esta clase de lazo, fue a posarse sobre una rama y allí quedó prisionera.
Karambé corrió a apoderarse de ella.
Entonces le dijo la tórtola:
-Joven, tu habilidad ha sido mayor que mi prudencia. Pero, ¡no me mates! Concédeme el tiempo necesario para ofrecer a mis grigris algunos polluelos.
-Bien -consintió Karambé-. Más, para que no huyas, te ataré de una pata.
Entonces la tórtola empezó a cantar y, a su llamada, los pollos de los contornos acudieron. Atrapó a tres, que mató sobre los grigris, que ella acababa de invocar.
Terminada la ofrenda, el joven cazador se dispuso a matar a la tórtola.
-No me mates -imploró la tórtola-. Te daré algo que te alegrará y también a tu padre, pues ya no te verás obligado a ir de caza con tu perro, como lo necesitas ahora.
-¿Y qué quieres darme tan precioso?
-Quiero darte ganado.
-¿Para qué? Yo no bebo leche.
-Entonces te daré infinidad de conchas.
-Las conchas no se comen. Tu carne es más preciada para mí.
Y Karambé, impaciente, cogió a la tórtola por el cuello.
Ésta le dijo entonces con voz ahogada, pues la presión de los dedos le dificultaba el hablar:
-¡Suéltame! Te prometo una cantidad de oro tan grande como una montaña.
Al oír estas palabras, Karambé aflojó la presión de sus dedos.
El pájaro puso entonces un huevo y dijo al cazador:
-Rompe este huevo. Encontrarás dentro una sortija. Mójala con tu sangre.
Cuando Karambé hubo roto el huevo, vio en el interior una sortija blanca. Hízose entonces una pequeña incisión en la mano y mojó el anillo con su sangre. El anillo se puso amarillo como el oro.
-Ponte la sortija en el dedo -recomendó la tórtola-. Cada vez que necesites algo, golpea el suelo con la palma de la mano donde está el dedo portador del anillo. Pronuncia el nombre de lo que deseas y lo tendrás al instante.
-Voy a hacer la prueba sin esperar más -dijo Karambé-. Si has mentido, te asaré a la brasa y te comeré.
Púsose la sortija en un dedo de la diestra y golpeando el suelo con la palma de la mano, gritó esta sola palabra:
-Cuscús.
Cien calabazas de alcuzcuz, cubiertas de paja entrelazada, descendieron al instante de las montañas del Sudán.
El joven cazador se hartó y luego dijo a la tórtola:
-Tal vez esto sea un solo efecto de tus sortilegios. No creo que la sortija me haya procurado este delicioso cuscús. Voy a intentar una segunda prueba.
Golpeando el suelo de nuevo, gritó:
-¡Padre! ¡Madre! ¡Venid a comer cuscús conmigo!
Al punto vio a sus padres a su lado.
Sentáronse y comieron, ellos también, con envidiable apetito.
-Tortolita -dijo entonces Karambé-, sea tu sortija eficaz o no, ya me has dado más alimento de lo que vale tu carne. Por tanto, voy a ponerte en libertad. Pero has de saber que si tu sortija cesa de serme útil, todavía podría atraparte.
Dicho esto, dejó en libertad a la tórtola, que fue a posarse sobre la rama de un árbol. Karambé regresó a su poblado, seguido de sus padres. La marcha fatigaba mucho a éstos, pues no habían podido darse cuenta de la enorme distancia recorrida cuando venían, pues habían sido transportados a través del espacio por obra y gracia de la sortija prodigiosa.
Karambé, viéndolos caminar penosamente, golpeó el suelo con la palma de su mano y gritó:
-Necesito tres caballos alazanes.
Al punto, tres magníficos caballos, ricamente enjaezados, de cola y crines de hilos de oro, salieron de debajo de la tierra en el lugar mismo donde Karambé había golpeado.
El joven cazador ayudó a sus ancianos padres a montar los magníficos corceles, luego montó él a su vez, y así entraron en el poblado.
Una vez en la choza, Karambé golpeó el suelo pidiendo una más lujosa de la que habitaban, con rica azotea.
Al instante surgió de la tierra un palacio, más que una cabaña, alta como una montaña y tan sólida que podía desafiar los asaltos de los más furiosos huracanes.
La familia se instaló allí.
Un día, una vieja negra llegó al palacio de Karambé y vendió un jarro de leche a la madre del joven cazador; la madre deslió en ella un poco de harina e hizo un magnífico plato.
Karambé, después de haberlo probado, dijo:
-Esto es riquísimo. Puesto que mi sortija puede proporcionarme todo cuanto se me antoje, ahora quiero ganado que me dé rica leche y así condimentar manjares exquisitos.
Golpeó el suelo con la palma de la mano y al punto salieron centenares de gordas vacas.
Un jefe negro, hombre muy envidioso, supo que Karambé poseía una sortija maravillosa y decidió arrebatársela.
Marchó a la cabeza de un poderoso ejército contra el poblado en que vivían Karambé y sus padres.
Entonces el joven cazador golpeó fuertemente en la roca con la palma de su diestra, y ordenó:
-Quiero poseer numerosos guerreros para derrotar a estos mise-rables invasores.
De todos los lados del poblado surgieron numerosísimos guerreros armados de lanzas y fusiles. Unos arrancaban los árboles para servirse de los troncos a guisa de estacas. Y otros iban provistos de piedras del tamaño de una choza.
Los guerreros de Karambé se lanzaron sobre los invasores e hicieron una gran matanza. Pocos supervivientes pudieron huir.
No pudiendo el jefe negro apoderarse de la sortija mágica, decidió apropiársela mediante una astucia.
A este fin, envió a su hija mayor al palacio de Karambé para rogarle que la aceptase como esposa. Antes de mandar a su hija le había dicho:
-¡Tú sabes que eres hija de un rey! Espero que no permitirás que haya nadie que sea más poderoso que tu padre. El hombre a quien te envío tiene más poder que yo; posee un anillo que le proporciona todo cuanto quiere. Cuando te haya aceptado como esposa, harás todo cuanto sea necesario para apoderarte del anillo, si no quieres que yo te maldiga.
Cuando la bella negrita se presentó ante Karambé, éste se enamoró locamente de ella y la aceptó como esposa.
La primera noche, en el momento de ir a retirarse a dormir, la linda negrita dijo a su marido:
-No viviré contigo, si antes no me das una rica dote.
-Te doy cien esclavos - contestó Karambé.
-En el palacio de mi padre, yo tenía doscientos -replicó la linda desposada.
-Te regalaré cien collares y cien brazaletes de latón.
-En casa de mi padre los hay a millares, y de oro -repuso.
-Entonces ¿qué quieres de mí? -preguntó Karambé.
-La sortija que llevas en el dedo.
-No te la puedo dar.
-Entonces, déjame y volveré a casa de mis padres.
Karambé estaba tan enamorado de la beldad de su esposa que cedió.
-Toma la sortija -dijo.
La nueva esposa recibió el presente mágico y añadió:
-Ahora que me la regalaste, tienes que indicarme el modo de servirme de ella.
Y dijo Karambé:
-Si quieres algo, golpea el suelo con la palma de tu mano, nombrando en voz alta el objeto deseado.
La joven negrita golpeó entonces el suelo y pidió:
-¡Sortija del cazador de pájaros, llévame a mi choza!
Al instante vióse transportada a la casa de su padre y todos los bienes que Karambé había adquirido gracias a la sortija, la siguieron hasta la choza del rey negro, pues no podían separarse del dueño de la mágica joya.
Al día siguiente, la pérfida esposa entregó la sortija a su padre y éste hizo los preparativos para ir a destruir el poblado de su yerno.
-Otra vez volvemos a estar en la miseria -exclamó Karambé a su padre-. Ahora me las pagará la tórtola, porque la capturaré de nuevo.
El perro del viejo cazador intervino diciendo:
-No vale la pena apresar a la tórtola. Yo voy a intentar recuperar la sortija. Déjame partir, para obrar en consecuencia.
Acto seguido el perro fue a buscar a un gato.
-El anillo de mi amo -le dijo- ha caído en manos del rey. Si de ahora a esta noche la sortija no está en mi poder, exterminaré a toda la raza de los gatos.
El gato, a su vez, fue a buscar a una gusurú, especie de rata muy diestra en robar cuanto encuentra: plata, jabón, objetos de vidrio, etc., etc.
Y le dijo:
-Si el anillo de Karambé se queda esta noche en casa del rey, mataré a todos los gusurús del mundo y aniquilaré vuestra raza.
A medianoche, tres gusurús penetraron en la morada del rey, cuando éste estaba sumido en el más profundo sueño. Uno de ellos le sopló en el rostro; otro, en la planta de los pies, lo que, según cuenta la tradición de los kados, impide que el durmiente despierte. Entre tanto, el tercero le quitaba la sortija del dedo.
Cuando tuvo el anillo en su poder, fue prontamente a entregárselo al gato. Éste, a su vez, se apresuró a llevárselo al perro. Y el perro se lo dio a Karambé.
Con la sortija mágica volvieron todas las riquezas adquiridas por virtud de sortilegio.
Temió Karambé que se la sustrajeran de nuevo y cosióla en un saquito que colgó de su cuello, sin que jamás se desprendiera de él.
Luego golpeó el suelo y dijo:
-¡Anillo, llévame lejos de los hombres, donde ningún rey pueda atacarme, interrumpiendo mi sosiego y felicidad!
En un abrir y cerrar de ojos, su familia y sus bienes viéronse transportados al pico de una montaña inaccesible y de prodigiosa altura, donde vivieron felices y tranquilos largos años.

009. Anónimo (africa)