Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 15 de octubre de 2012

La fiesta de san nicodemos

11. Cuento popular

Era el día de la fiesta de San Nicodemos en el convento de monjas de un pueblo. Y la hermana madre les mandó a las monjas que hicieran la lim­pieza con mucho cuidao porque era la fiesta de San Nicodemos y que todo tenía que estar mucho limpio, mucho limpio.
Y las monjitas limpiaron todo con mucho cuidao. Limpiaron los altares de la capilla, puertas y venta­nas, paredes y todo. Y ya llegaron a la imagen del santo que estaba llena de mojo y porquería de mos­cas. Y empezaron a limpiarla. Pero no podían qui­tarle toda la porquería. Y ya dijo una de las monjitas:
-Tenemos que meterla en agua pa que se remoje y después se limpia.
Y así lo hicieron. Fueron y anduvieron haciendo otras limpiezas. A San Nicodemos lo llevaron y lo pusieron de cabeza en la pila de agua bendita pa que se remojara un rato.
A poco volvieron por San Nicodemos pa limpiarlo, pero al levantarlo de la pila de agua bendita, se le deshizo la cabeza. Lo sacaron sin cabeza. La cabeza del santo se había quedao despedazada en el agua bendita. Y esclamaron las monjitas:
-¡Ay, Dios mío! ¡Qué desgracia! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Y a las voces y gritos de las monjitas llegó la ma­dre y les preguntó qué pasaba. Y ellas le dijeron:
-¡Ay, madre, que verá usté lo que ha pasao! Que pusimos a San Nicodemos en la pila de agua bendita pa que se remojara un rato y limpiarle la porquería después, y al volver, hemos encontrao que la cabeza estaba deshecha en el agua. Y ahora San Nicodemos y a no tiene cabeza. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué vamos a hacer?
Y ya la madre lo estuvo pensando y dijo:
-No hay que apurarnos. Se le hace otra cabeza a San Nicodemos. Lo llevaremos al carpintero que le haga una cabeza nueva y que se la ponga pa mañana.
Bueno, conque llevaron a San Nicodemos al car­pintero del pueblo a que le pusiera una cabeza nueva. Y el carpintero dijo que estaba bien, que estaba muy ocupao, pero que ya que era otro día la fiesta de San Nicodemos, no había más remedio que hacerle la ca­beza en seguida. Y le dijo a la hermana que pa la tarde lo llevaría él mismo al convento ya bien com­puesto, con una cabeza nueva y mucho bonita.
Conque las monjitas se fueron muy contentas pa su convento y se quedó el carpintero haciendo la cabeza del santo. Y la acabó y se la puso al santo y metió la imagen en un cajón grande y lo cerró. Y se fué entonces a comprar unas cosas que le hacían falta pa volver a llevar el santo al convento por la tarde.
Y la mujer del carpintero tenía un enreíllo con un hombre del pueblo. Y luego que vido salir al carpin­tero, se metió a ver a la carpintero. Y ai estaban los dos en un cuarto cuando oyeron que alguien entraba. Y era que a la mujer se le había olvidao cerrar la puerta y ya el carpintero volvía pa llevar a San Ni­codemos al convento. Y dijo el hombre:
-Pues ése debe ser tu marido. ¿Qué hago pa que no me mate?
-Ven aquí -le dijo la carpintera-. Aquí en este cajón te escondes.
Y abrió el cajón y vido que estaba en él la estatua de San Nicodemos. Y la sacó mucho aprisa y metió al hombre y cerró el cajón como estaba. Y la estatua de San Nicodemos la metió en otro cuarto. Y enton­ces se fué ella para otra habitación a aguardar a su marido.
Pero el carpintero no entró a las otras habitaciones. Como ya era tarde, se fué derecho ande había dejao a San Nicodemos y cargó con el cajón y dijo:
-Pobres monjitas; ya estarán con pena que no voy a llevarles a San Nicodemos. Pero ya llegaré en unos momentos.
Y aquél iba muy tieso dentro sin decir palabra.
-Y pesadito que está Nicodemos -decía el car­pintero por el camino.
Y llegó al convento y salieron las monjitas a re­cibirle. Y como él tenía mucha prisa, les dijo:
-Aquí tienen ustedes a San Nicodemos muy bien arreglao. Ustedes perdonen que no lo haya traído antes. Ya está muy bien. Adiós.
Y las monjitas fueron en seguida a decirle a la hermana madre que ya había el carpintero venido con San Nicodemos. Y bajó la madre mucho con­tenta y dijo:
-Gracias a Dios que nos lo han arreglao, que no sé qué hubiéra-mos hecho sin San Nicodemos ma­ñana que es el día de su fiesta.
Y fueron a ver al santo y quitaron la tapa del cajón. Y al ver al hombre allí tan tieso, decían las monjitas:
-¡Ay, pero y qué bonito que está! ¡Si está más bonito que antes! ¡Qué precioso va a estar San Ni­codemos el día de su fiesta! ¡Ay, qué bonito!
Y ya les dijo la madre que lo llevaran al altar pa sacarlo. Y aquél, que estaba oyendo todo, no sabía qué hacer. Pero no se movía. Allí estaba tan tieso como antes.
Y cargaron las hermanas con el cajón pa llevarlo al altar.
-Mucho cuidao, hijas mías -les decía la ma­dre. Miren ustedes que ya mañana es la fiesta y todo tiene que estar muy bien.
Y ya cuando lo iban a sacar, se acercó una mon­jita a ver al santo y vido que tenía unos bigotes muy largos y dijo:
-Pero y ese corrico, ¿pa qué se lo puso el car­pintero?
-Es verdá -dijo la madre. Ese corrico no hacía falta. Pero ya lo arreglaremos.
Y le dijo a una de las monjitas:
-Vaya, hermana, a traer un cepillo y agua ca­liente. Ya verán como le quitamos ese corrico en un momento y ya está todo arreglao.
Y a poco volvió la monjita con el agua caliente y un cepillo. Y lo cogió la madre y lo metió en el agua caliente y fué a cepillarle el corrico a San Nicodemos. Y a la primer cepillada, dió San Nicode­mos un salto y se salió del cajón y echó a correr por la calle abajo. Y las monjitas todas salieron corrien­do tras él, exclamando:
-¡Ay, San Nicodemos! ¡Ay, San Nicodemos! ¡Que venga usté! ¡Que vuelva usté! ¡Ay, San Nicodemos, que así con ese corrico también le queremos!

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

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