Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 17 de octubre de 2012

El castillo de oro


40. Cuento popular

Éste era un padre que tenía tres hijas. Y su oficio era de escobero. Y un día salió a coger escobas y le salió un hardacho y le dijo:
-Oye, tú puedes escoger de aquí todas las escobas que quieras, con tal de que me traigas a tu hija la pequeña.
Y el escobero se lo prometió. Y llegó el escobero a su casa y le mandó a la mayor que se fuera con él pa la casa del hardacho. Y cuando el hardacho la vió, dijo que no, que ésa no le convenía, que trajera a la más pequeña.
Y volvió el escobero a su casa con la hija y le man­dó a la mediana que fuera con él. Pero el hardacho cuando la vió, dijo que no; que ésa tampoco le convenía, que se fuera y volviera con la más pequeña.
Y entonces el padre le dijo a la más pequeña que no había más remedio que ir ella porque se lo había prometido al hardacho. Y fué ella con su padre y se casó con el hardacho.
Y cuando se fueron a acostar, el hardacho se quitó la piel de hardacho y era un príncipe, y la novia es­taba muy contenta. Pero todos los días, cuando se levantaba, se ponía la piel de hardacho. Y a su mujer le dijo que no le dijera a nadie el secreto y que por nada del mundo le fuera a perder la piel de hardacho que se quitaba todas las noches al acostarse. Y las dos hermanas mayores se burlaban de ella y le decían:
-¡Calla, tú! ¡Si te has casao con un hardacho! ¡Quién vive casada con un hardacho!
Y ella se callaba y no decía nada porque sabía que estaba casada con un hermoso príncipe. Pero un día, de tanta burla que le hacían, les dijo cue su marido era un hermoso príncipe y que se quitaba la piel de har­dacho cuando se acostaba. Y entonces le dijeron sus hermanas:
-Pues, mira; esta noche cuando se acueste y se duerma, le quitas la piel de hardacho y vas y la quemas.
Y así lo hizo. Luego que su marido se acostó y se durmió, fué y se llevó la piel de hardacho y la que­mó. Y cuando él despertó y vió que le faltaba su piel, le preguntó dónde estaba, y ella le dijo que se la había quemao.
Entonces él le dijo:
-Pues ahora ya estoy desencantao, pero tú tendrás ahora que irte de peregrina. Toma este vestido de peregrina y estos zapatos de hierro. Porque me has desencantao antes de tiempo, no puedes volver a mí hasta que estos zapatos no se acaben, y tienes que ir a buscar el Castillo de Oropé.
Y le dió ella un abrazo a su marido y se fué. Y primero llegó a una casa que era un convento de mon­jas. Y llamó en la puerta y salió una monja y la jo­ven le preguntó si le podía dar razón donde podría encontrar el Castillo de Oropé. Y la monja le dijo que no, que no sabía, pero le dió una bellota y le dijo:
-Vaya usté con esta bellota por el mundo en bus­ca del castillo, y cuando se vea apurada la rompe.
Y fué más allá y se encontró con otra casa y llamó en la puerta. Y esta casa era un convento de frailes y salió un fraile y le preguntó ella si le podían dar razón dónde estaba el Castillo de Oropé. Y el fraile le dijo que no, que no sabían, pero le dió una nuez y le dijo:
-Vaya usté por el mundo en busca de ese casti­llo, y cuando se vea apuraa, la rompe.
Y se fué ella por su camino en busca del castillo. Y caminando, caminando, llegó a la casa de la luna. Y llamó en la puerta y preguntó por el Castillo de Oropé. Y salió la hechicera que guardaba la casa y le dijo:
-No sé, pero espere usté a que vengan la luna y sus hijas y tal vez ellas sepan darle razón. Pero es­cóndase usté en esa tinaja, que la luna se la come cuando llegue.
Y se metió la joven en una tinaja y estuvo espe­rando ai un rato, cuando llegaron las lunitas. Y la hechicera les dijo que ai estaba una joven que pre­guntaba por el Castillo de Oropé y que si sabían ellas dónde era. Y las lunitas dijeron que no, que ellas no sabían, pero que tal vez su madre, la luna, lo su­piera.
Y estuvieron esperando mucho, hasta que llegó la luna y le dijo a la hechicera:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele aquí! ¡Si no me la das, te como a ti!
Y la hechicera le dijo a la luna que era una pobre joven que venía preguntando por el Castillo de Oro­pé. Y la luna le dijo que no, que ella no sabía, pero que tal vez su primo, el sol, lo sabría. Y se fué la joven a buscar al sol.
Y caminando, caminando, llegó al fin a la casa del sol y llamó en la puerta. Y salió otra hechicera y le preguntó qué quería. Y ella pidió posada y le dijo que, venía en busca del sol pa ver si le daba razón dónde era el Castillo de Oropé. Y la hechicera le dijo:
-Entra y escóndete en esa tinaja, porque cuando llegue el sol, te come.
Y se escondió ella en una tinaja pa esperar a que llegara el sol. Y después de esperar un rato, llega­ron los hijos del sol y les preguntó la hechicera si sabían dónde era el Castillo de Oropé. Y ellos dije­ron que no lo sabían, pero que seguramente su padre, el sol, lo sabría. Y esperaron otro rato, hasta que llegó el sol alumbrando por todas partes, y dijo:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te como!
Y la hechicera le dijo que no se la comiera, que no era más que una pobre niña que venía preguntan­do por el Castillo de Oropé y que venía de parte de su prima, la luna.
Y el sol entonces le dió una carta escrita de parte de él al aire, porque ése sí sabía dónde estaba el Castillo de Oropé.
Y se fué la niña a buscar la casa del aire, y llegó y llamó a la puerta. Y salió la hechicera que goar­daba la casa y le preguntó qué quería. Y ella le entregó la carta del sol y le dijo que buscaba el Castillo de Oropé. Y entonces la hechicera le dijo:
-Escóndase usté en esa tinaja, que cuando venga el aire, va a querer comérsela.
Y otra vez se escondió ella en una tinaja. Y a poco llegaron los airecitos y les preguntó la hechicera que si sabían ellos dónde estaba el Castillo de Oropé. Y ellos dijeron que muchas veces habían oído a su pa­dre, el aire, hablar de ese castillo, pero que ellos nunca lo habían visitao.
Y a poco llegó el aire, soplando todo alante. Y cuando entró, dijo:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te como!
Y la hechicera le dijo que no se la comiera, que era una pobre niña que venía de parte del sol con una carta escrita pa él y que preguntaba por el Cas­tillo de Oropé. Y el aire dijo que sí, que él sabía dónde estaba y que él la llevaría.
Y el aire llevó a la joven al Castillo de Oropé y la dejó a la puerta. Y al llegar al castillo, había allí mucho jaleo y entró ella de peregrina a pedir una limosna. Y le dijeron que entrara, que a todos los pobres les daban limosnas. Y traía ella una rueca muy bonita y se puso a hilar. Y en el castillo había tanto jaleo porque se iba a casar un príncipe con una princesa. Y cuando la princesa vió a la peregrina con su rueca, le dijo:
-¡Qué hermosa rueca tiene la peregrina!
Y le dijo a su criada que fuera a comprársela. Y cuando le preguntaron cuánto quería por la rueca, ella dijo que se la daba a la princesa si la permitían hablar tres palabras con el príncipe. Y le dijeron que sí. Y ella entregó su rueca y fué a hablar las tres palabras con el príncipe. Pero al príncipe había man­dao la princesa que le dieran tres dormideras pa que nada oyera y nada respondiera. Cuando subió, la joven le dijo:
-¿Te acuerdas cuando mi padre era escobero?
Eso le preguntaba la joven porque al momento que entró en el castillo y vió al príncipe, reconoció que era su esposo. Y le hizo la pregunta tres veces, pero como estaba dormido, nada respondía. Y la princesa que estaba escondida cerca, le dijo:
-Ya están las tres palabras. Bájese usté.
Y bajó la joven muy desconsolada. Y entonces rom­pió la bellota que le habían dao las monjas, y ésta se volvió una rueca mucho más bonita que la otra. Y se puso a hilar. Y la princesa cuando la vió, dijo:
-¡Ay, pero qué rueca tan hermosa tiene esa pere­grina!
Y le dijo a su criada que le preguntara cuánto que­ría por ella. Y fué la criada y la joven le dijo que se la daba si la permitían hablar otra vez tres palabras con el príncipe. Y dijo la princesa que estaba bueno, y otra vez le dieron las dormideras al príncipe pa que se durmiera. Y la joven entregó su hermosa rue­ca a la princesa y subió a hablar con el príncipe y le dijo:
-¿Te acuerdas cuando te quemé la piel de har­dacho?
Y le hizo la pregunta tres veces, pero como estaba dormido, nada respondía. Y la princesa entonces dijo:
-Ya están las tres palabras. Bájese usté.
Y otra vez bajó la joven muy desconsolada. Pero se acordó la joven de la nuez que le habían dao los frailes y la rompió. Y se volvió la nuez una rueca mucho más hermosa que la anterior. Tenía cascabe­litos de oro y cuando la joven hilaba, los cascabeli­tos sonaban. Y al momento que la princesa la vió, dijo:
-¡Ay, pero qué rueca tan hermosa tiene la pe­regrina! ¡Ésa sí ha de ser mía!
Y mandó a la criada a que le preguntara cuánto quería por ella. Y otra vez dijo ella que la daba si la permitían hablar tres palabras con el príncipe. Y como la princesa vía que el príncipe ni responder po­día con las dormideras, le dijo que estaba bueno, que subiera, y le dió otra vez al príncipe tres dormideras.
Y subió la joven a hablar las tres palabras. Pero esta vez se descuidó la princesa y la joven le metió la mano al príncipe debajo de la almohada y le des­pertó y le preguntó:
-¿Te acuerdas cuando mi padre era escobero?
Y el príncipe le dijo:
-Sí.
-¿Te acuerdas cuando te quemé la piel de har­dacho?
-Sí.
-¿Te acuerdas cuando me diste el vestido de pere­grina y los zapatos de hierro.
-Sí.
Y a ese momento, la princesa le dijo:
-Ya están las tres preguntas. Bájese usté.
Y se bajó la joven, pero ya muy contenta porque ya estaba segura que el príncipe la había conocido.
Y el príncipe entonces dijo que la peregrina esta­ba invitada pal banquete. Y la princesa dijo:
-Pero, ¿cómo va esa peregrina a comer a mi mesa?
Y el príncipe dijo que de todas maneras tenía que ir. Y se sentaron a la mesa y el príncipe la sentó a su derecha. Y comieron todos muy contentos.
Y al fin de la comida, todos le dijeron al príncipe que contara algo de su vida, alguna cosa que le ha­bía pasao. Y dijo el príncipe:
-Muy bien; voy a contarles a ustedes una cosa que me sucedió. Una vez tenía yo una preciosa cajita de oro con una llave muy bonita y se me perdió. Y entonces mandé hacer otra, lo más bonita posible, pero nunca la pudieron hacer tan bonita como la pri­mera. Y después de mucho tiempo encontré la pri­mera. Y ahora les pregunto a ustedes: ¿con cuál de las dos cajitas creen ustedes que debería yo quedar­me?
Y todos respondieron:
-¡Con la primera!
Y entonces dijo el príncipe:
-Tienen ustedes razón. Y por eso dejo yo ahora la segunda novia y me voy con mi primera esposa, que es esta guapa peregrina.
Y entonces la peregrina se abrazó a su esposo y se fueron pa su casa y fueron muy felices.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

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