Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 6 de agosto de 2012

Un campesino en busca de fortuna


Había una vez un campesino pobre que un día se dijo:
-Ya estoy harto de ser pobre. Saldré por el mundo en busca de fortuna.
Dicho esto, emprendió viaje. Caminó mucho tiempo y, cuan­do menos lo esperaba, vio en el suelo cinco monedas de oro.
-No es un mal comienzo -dijo riendo y recogiendo las mo­nedas, que llevaban la efigie del rey. Al anochecer tendré un saco lleno.
Poco después, llegó a una ciudad y entró en un local para pe­dir un café. El dueño lo miró receloso y le dijo:
-¿Y por qué debería darte un café? Se ve enseguida que eres un pordiosero; no creo que tengas dinero para pagármelo.
El campesino sonrió y puso una moneda sobre la mesa:
-Pero ¿cómo haré para darte la vuelta? -preguntó el dueño, sorprendido al ver una moneda de tanto valor.
-¿Y quién te ha dicho que me des la vuelta? -sonrió de nue­vo el campesino. Quédate con la vuelta por la molestia que te he ocasionado.
El dueño hizo una reverencia y corrió a prepararle el café. Y, mientras tanto, razonaba para sus adentros: «Éste no es un pobre. Estoy seguro de que es el hijo del rey, disfrazado de por­diosero». Y todos los demás clientes del local estuvieron de acuerdo en que se trataba seguramente del hijo del rey disfraza­do de pordiosero.
Cuando el campesino terminó de beber su café, llamó al dueño:
-¿Quién es el hombre más rico de esta ciudad?
-¡El dueño de los baños, Excelencia!
-Bien -dijo el campesino-, ahora iré a los baños. Haz el fa­vor de mandarme allí a mediodía en punto un café y una pipa. Ordena al barbero que vaga a afeitarme y a cortarme el pelo, y al mesonero que me prepare un buen almuerzo.
El dueño del café prometió que se ocuparía de todo y el cam­pesino se fue a los baños. Pero en el umbral de los baños estaba el dueño de los baños que no quería dejarlo entrar:
-Los pobres deben ir al río. Estos baños son sólo para los ricos -dijo con un tono muy grosero g desapareció dando un portazo.
El campesino sonrió y se sentó en los escalones de la en­trada. Poco después, el guardián de los baños salió y gritó con rudeza:
-Los mendigos no pueden estar aquí. ¡Vete de una vez!
En ese momento sonaron las doce del mediodía y aparecie­ron a todo correr el dueño del café, que traía una bandeja con el café y la pipa; el barbero, con sus utensilios; y el mesonero, con un abundante almuerzo. Todos se inclinaron con reverencia ante el campesino. Al guardián se le desorbitaron los ojos y el dueño del café, le dijo al oído que el campesino era, en realidad, el hijo del rey disfrazado.
Al enterarse de tal noticia, el guardián invitó al campesino a entrar y acudió a su amo para contarle lo que ocurría.
El dueño de los baños se asustó terriblemente al enterarse de quién era la persona que había echado de los baños.
-¡Oh, pobre de mí! ¿Qué me ocurrirá ahora? Sin duda, el hijo del rey me meterá en la cárcel y tal vez hará que me corten la cabeza.
Por ello se fue a su casa, llenó un saco con monedas de oro y regresó a pedir perdón al campesino. Éste se había bañado, ya estaba afeitado, había comido, y ahora bebía el café y fumaba en pipa. Como estaba de buen humor, le dijo al dueño de los baños que aceptaba su dádiva. Cogió el saco y volvió a casa.
Cuando llegó al lugar donde, por la mañana, había encon­trado las monedas de oro, extrajo cinco del saco y las dejó en el suelo.
Todos se sorprendieron, en el pueblo, al ver con qué rapidez el pobre campesino se había vuelto rico.
-Es sencillo -les explicó el afortunado. Salid por la mañana del pueblo, en el camino encontraréis cinco monedas con la efi­gie del rey y, por la noche, tendréis un saco lleno de ellas.
Al día siguiente, todos los campesinos salieron del pueblo. Pero ninguno de ellos encontró en el camino una sola moneda y por ello se quedaron tan pobres como antes.

149 anonimo (serbia)

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