Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 1 de agosto de 2012

Sopas, padre, sopas


234. Cuento popular castellano

Éstos eran dos amigos que habían sido muy ladrones y ha­bían dicho:
-Cuando nos casemos, si llegamos a tener hijos, les tenemos que casar juntos, porque así, si alguna vez nos enfadamos, pues no nos echaremos las faltas a la cara el uno al otro.
Llegó que se casaron, y tuvieron uno un hijo y el otro una hija. Pero el del hijo, como iba prosperando más, para no quedar mal con el amigo pensó de mandar a su hijo a estudiar, porque decía:
-Mandándole a estudiar, mientras tanto puede casarse la hija del otro y yo, pues, quedo bien.
El hijo, que estaba enterao de los planes de los padres, cuan­do le llevaron a estudiar, pues se hizo el tonto, y cuando le iban a tomar las lecciones, pues no hacía más que decir: «Sopas, pa­dre, sopas». Y a tanto decir, Sopas, padre, sopas, los directores del seminario escribieron a su padre diciéndole que se había vuelto idiota el muchacho y que no sabía más que decir, «Sopas, pa­dre, sopas». Entonces el padre le trajo otra vez a casa.
Estando el muchacho en casa, el padre consultó con un mé­dico para ver qué le convenía al chico, y el médico le dijo que le convenía sacarle de allí a otro sitio donde tomase los aires. El chico, que se enteró, le dijo a su padre que deseaba que iría con él el mayordomo de casa. Y el padre le dijo que bueno, que fue­se con él.
Se fueron a la villa donde estaba la novia, que de vista ya la conocía, y ella a él también. Fueron a un hotel a hospedarse, y el joven le dijo al mayordomo:
-Ustez se queda aquí, y yo me voy por ahí a dar un paseo.
El mayordomo le dijo que bueno, que se fuese. Se marchó el joven y encontró a un méndigo y le dijo:
-¿Quiere ustez venderme su ropa? Se la pagaré bien.
El pobre méndigo dijo que sí y le dio lo ropa.
El joven entonces se puso la ropa del pobre y se fue a una jo­yería donde compró un anillo que le costó cincuenta duros. Con el anillo en la mano se va delante de la puerta de la novia. Se aga­cha y entre el polvo empieza a esconder el anillo, a sacarle y a hacer que se le viese, porque era un anillo muy precioso.
La criada de la señorita aquella, que vio al pobre hacer eso con el anillo, entra en la casa y dice a la señorita:
-¡Ay, señorita, señorita! Ahí abajo hay un pobre que tiene un anillo, ¡ay, qué precioso! ¿Por qué no mira ustez a ver si se le vende?
Y bajó la señorita adonde estaba el pobre a ver si la quería vender el anillo. Y el pobre la dijo que sí.
-¿Cuánto quiere ustez por él? -le preguntó la joven.
-Poca cosa, señorita, poca cosa; sólo que me deje tocarla en la pantorrilla.
-¡Oy, qué pobre! ¡Eso no! ¡Mira si me voy a dejar tocar la pantorrilla de un pobre!
Y dice la criada:
-Señorita, cómprele ustez, que es muy bonito. ¿Qué impor­tancia tiene que el pobre la toque en la pantorrilla?
Y ya por fin la señorita se dejó tocar en la pantorrilla, y el pobre la dio el anillo.
Se marchó el pobre y al día siguiente se fue a la joyería y compró un anillo que le costó quinientas pesetas. Y volvió a la puerta de la señorita, y la criada, que le volvió a ver al pobre en­redao con otro anillo mucho más precioso que el del día ante­rior, la dice a la señorita:
-¡Ay, señorita, señorita! ¡Ya está ahí el pobre de ayer! Pero, ¡qué anillo trae! ¡Ay, qué anillo! ¡Si vale mucho más que el de ayer! ¡Es mucho más precioso! ¿Quiere ustez que baje y le diga que si le quiere vender?
-Bajaremos las dos -dice la señorita.
Bajaron las dos y el pobre, al verlas, se dirigió a ellas y las enseñó el anillo. Tanto la gustó a la señorita el anillo, que le dijo al pobre que si le quería vender. El pobre la dijo que sí y le pre­guntó ella:
-¿Cuánto me quiere ustez por él?
-Señorita -dijo el Vobre-, poca cosa; sólo con que ustez me deje tocarla en la cara... -
-¡Oy, no, señor, no! ¡Eso no! ¡Eso no lo hago yo! ¡Que a mí un pobre me toque en la cara!
Pero dice la criada:
-¡Ay, señorita, que es un anillo muy bonito! Pues y ¿qué que la toque en la cara el pobre? Por eso no la hace ningún daño.
Y ya, por fin, tanto la gustó el anillo a la señorita, que se dejó que el pobre la tocase en la cara. Y después cada uno se marchó para su sitio.
Al día siguiente vuelve el pobre a la joyería y compra un ani­llo que le costó mil pesetas. Vuelve a la puerta de la novia y vuel­ve a jugar con el anillo entre el polvo del suelo. La criada, que le vuelve a ver, entra y dice a su señorita:
-¡Ay, señorita, señorita! ¡Ya está ahí el pobre de ayer! Pero trae un anillo, ¡ay qué anillo! ¡Qué valen los otros dos anillos! ¡Si éste es precioso! ¿Quiere que baje a ver si se le quiere vender?
-Bueno; bajaremos las dos -dice la señorita.
Bajaron a la calle y se acercaron al pobre. Las enseñó el ani­llo y le dijo la señorita:
-¿Quiere ustez venderme el anillo?
-Sí, señorita -la contestó el pobre.
-Y ¿cuánto quiere ustez por él?
-Poca cosa. Dormir una noche en la misma habitación que duerme la señorita.
-¡Ay, no, señor, no! ¡Eso no puede ser! ¡Dormir en mi habi­tación! ¡Eso no!
Y la criada va y la dice:
-Señorita, pero a ustez, ¿qué más la da? Si el pobre quisiese dormir con ustez, entonces era para pensao; pero como el po­bre sólo quiere dormir en la habitación de ustez, pues no veo en ello ninguna cosa mala.
-Bueno, pues dormirá ustez en mi habitación -dice la se­ñorita.
Y entonces el pobre la dio el anillo.
Llegó la noche y la señorita se acostó en la cama antes que fuese el pobre. Después que estaba acostada y bien tapada con las ropas, entró el pobre en la habitación. Se puso a desnudar y se quitó la ropa que llevaba de pobre. La señorita, que lo es­taba viendo todo, al ver que debajo de aquella ropa llevaba otra muy buena, dice:
-¡Ay, Dios mío, éste no es un pobre! ¡Éste es un caballero! ¿A quién habré yo metido en casa?
El pobre se acostó. La señorita en toda la noche no pudo ce­rrar los ojos, porque estaba pensando de que el pobre se iba a ir con ella a la cama. Y cuando pensó que el pobre se había dor­mido, coge una camisa, se quita la que tenía puesta, la tira de­bajo de la cama con mucho disimulo y se pone otra.
El pobre, que no perdía un detalle, por la mañana se levanta, se agacha con mucho disimulo, coge la camisa de la señorita y se la guarda y se la lleva. Y la dice a la señorita:
-Bueno; adiós, señorita. Que ustez lo pase bien, y acaso al­gún día recordemos lo de los tres anillos.
Se marchó el pobre y se volvió para el hotel donde le estaba esperando el mayordomo y le dice:
-Ya podemos ir a casa. No quiero estar más por aquí.
Y se volvieron al pueblo donde estaban los padres del chico. Llegaron a casa y le pregunta el padre al mayordomo:
-¿Qué tal? ¿Qué tal? ¿Qué tal, mi hijo? ¿Ha seguido dicien­do, «Sopas, padre, sopas»?
-No, señor; ni las ha vuelto a mentar -contesta el mayor­domo.
El padre estaba ya muy contento; pero cuando se pusieron a comer, el hijo empezó otra vez con la misma canción: «Sopas, padre, sopas».
-Está visto que esta manía no se la podemos quitar -dice el padre.
A los pocos meses el padre tuvo carta del amigo, o sea, del padre de la chica esa, en la que les decía: «Se va a casar mi hija y tengo el gusto de que venga ustez a la boda y desearía que tra­jese ustez al hijo.»
El padre no quería llevar a su hijo a la boda; pero el hijo tanto insistió que su padre tuvo que llevarle con él.
La víspera de la boda, por la noche, se juntaron, en la casa del padre de -la novia, el novio (con el que se iba a casar) con el chico de las sopas, y el padre del de las sopas y otras personas que estaban convidadas a cenar. Terminó la cena y dijeron los concurrentes:
-Vamos a contar chascarrillos. Y el padre del chico decía:
-¡Ay, Dios mío, si saltará mi hijo con sopas, me va a dejar en una vergüenza!
Quería marcharse; pero por fin se quedó, y ya le dijeron al padre los otros convidados:
-Que cuente su hijo un chascarrillo, que estos estudiantes, pues saben muchas cosas.
-No, señores, mi hijo no, porque ha estudiado poco, y no sabe contar nada -decía el pobre padre, temiendo que saltara el chico con «Sopas, padre, sopas».
Pero el chico dijo:
-Pues, voy a contar un cuento. Una vez un padre tenía un hijo y ese hijo tenía la boda pronosticada con la hija de un ami­go del padre. Pero como la muchacha era más pobre, ya no que­ría el padre del chico que se casara el hijo con ella, y lo man­dó a estudiar.
El padre luego comprendió que era por él. Y'dice para sus adentros:
-Ahora sí que sale con las sopas.
-Le dio al muchacho -siguió el chico diciendo- por decir siempre, «Sopas, padre, sopas», y el padre le tuvo que traer de estudiar. Se marchó el chico a pasar una temporada al pueblo donde tenía la novia. Y fue un día y compró un galgo, y ¡perro a la liebre, perro a la liebre!, la abocó en la pantorrilla. Volvió el segundo día, compró otro galgo que le costó quinientas pese­tas, y ¡perro a la liebre, perro a la liebre! y la abocó en la carri­llera. Volvió el tercer día y compró otro galgo que le costó mil pesetas, y ¡perro a la liebre, perro a la liebre!, la encamó, la qui­tó la camisa y no la tropezó. Y en prueba de ello, aquí traigo yo la camisa.
Sacó la camisa y dijo:
-Y con ésta no se casa ése, que me caso yo. Y colorín colorao, que este cuento se ha acabao.

Morgoviejo (Riaño), León. Ascaria Prieto de Castro.
21 de mayo, 1936. Obrera, 51 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

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