Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

lunes, 6 de agosto de 2012

Smolicek y el ciervo de los cuernos de oro


Smolicek era un niño muy pequeño. Vivía con un ciervo que te­nía los cuernos de oro. El ciervo solía ir al prado y, cuando salía, le recomendaba a Smolicek que cerrara bien la puerta y que no dejase entrar a nadie. Smolicek siempre cumplía con ese consejo y, durante mucho tiempo, nadie fue a llamar a su puerta. Pero un buen día alguien apareció, golpeó la puerta y, cuando Smolicek preguntó quién era, oyó vocecitas que susurraban suavemente:

¡Smolicek, Smolicek, chiquitín,
ábrenos la puerta sólo un pelín!
¡Ningún daño a ti te haremos,
un poco nos calentaremos
y después en paz nos iremos!

Pero Smolicek no quiso abrir. Las voces le suplicaron desde fuera aún más suavemente. Smolicek habría querido abrir pero, recordando la advertencia del ciervo, dijo que nunca jamás abri­ría la puerta. Y, en efecto, no la abrió. Cuando el ciervo volvió a casa, Smolicek le contó que alguien había llamado a la puerta y le había rogado con voz amable que le abriese, pero que él no la había abierto.
-Has hecho muy bien, Smolicek -dijo el ciervo. Eran unos duendes y, si hubieses abierto, te habrían llevado con ellos.
Smolicek estaba contento y, al día siguiente, cuando el cier­vo se fue de nuevo al prado, cerró la puerta con una tranca.
Pasados unos minutos, oyó las mismas voces del día anterior que esta vez le suplicaban de manera aún más suave:

¡Smolicek, Smolicek, chiquitín,
ábrenos la puerta sólo un pelín!
¡Ningún daño a ti te haremos,
un poco nos calentaremos
y después en paz nos iremos!

Pero de nuevo Smolicek dijo que no abriría. ¡Le habría gus­tado tanto abrir la puerta sólo un momento para ver a los duen­des! Y al final, cuando los duendes comenzaron a temblar por el frío y a llorar, a Smolicek le dio pena y abrió la puerta, pero sólo un poquito, justo lo suficiente para que cupiese un dedo. Los duendes se lo agradecieron y de inmediato pusieron un dedo, luego otro, después todo el brazo hasta que de repente se insta­laron en la sala. Entonces cogieron a Smolicek y hugeron con él. Y Smolicek comenzó a gritar:

¡Ciervo querido, ven en mi ayuda,
tú que siempre me comprendes;
tuve un momento de duda
y me han atrapado los duendes!

El ciervo, que estaba pastando no muy lejos de allí, oyó la voz de Smolicek, acudió a la carrera y lo liberó de manos de los duendes.
En casa, el ciervo reprendió a Smolicek y le advirtió de que nunca más abriese la puerta a nadie. Y Smolicek se propuso se­riamente no abrirla, por más súplicas que le hiciesen los duen­des. Durante un tiempo, no apareció por allí ni un alma. Pero un buen día, de nuevo sonaron las voces susurrando suavemente:

¡Smolicek, Smolicek, chiquitín,
ábrenos la puerta sólo un pelín!
¡Ningún daño a ti te haremos,
un poco nos calentaremos
y después en paz nos iremos!

Pero Smolicek hizo oídos sordos. Y cuando los duendes co­menzaron a temblar por el frío y a rogarle que abriese la puerta sólo un poquito para que pudiesen entrar en calor, dijo que no abriría porque se lo llevarían con ellos otra vez.
-No te llevaremos con nosotros -protestaron los duendes. Y, aunque lo hiciésemos, no tendrías nada que temer. Estarías mejor con nosotros que con el ciervo. Tendrás todo lo que dese­es y jugaremos siempre contigo.
Smolicek abrió la puerta sólo un poco, y en un santiamén los duendes se instalaron en la sala. Lo cogieron y se escaparon con él. Y Smolicek gritó de nuevo:

¡Ciervo querido, ven en mi ayuda,
tú que siempre me comprendes;
tuve un momento de duda
y me han atrapado los duendes!

Pero esta vez sus gritos de auxilio fueron en vano. El ciervo estaba pastando lejos de allí y no lo ogó. Y así los duendes se lo llevaron a su refugio.
A decir verdad, Smolicek no se lo pasaba nada mal con los duendes, porque éstos lo alimentaban siempre con golosinas, pero, claro, ¡lo hacían para que se pusiese bien gordo y poder comérselo después!
Smolicek estaba encerrado en una especie de jaula y nadie jugaba con él. Después de comer dulces en abundancia, ya muy gordo, los duendes le ordenaron que les mostrase el dedo meñi­que. El niño obedeció y los duendes lo palparon para ver si ya estaba tan gordo como ellos querían. Consideraron que estaba en su punto, lo cargaron en una enorme pala y lo llevaron al horno. Smolicek estaba aterrorizado y les suplicó que cambiasen de idea, pero ellos no le hacían caso. Entonces el niño comenzó a llorar y a gritar una vez más:

¡Ciervo querido, ven en mi ayuda,
tú que siempre me comprendes;
tuve un momento de duda
y me han atrapado los duendes!

En un instante se oyó el ruido de los cascos del ciervo que llegaba a la carrera. Cogió a Smolicek, lo hizo montar sujetán­dose a sus cuernos y lo llevó raudamente a casa. En cuanto lle­garon, Smolicek prometió que nunca le abriría la puerta a nadie.
Y realmente no lo hizo, ni siquiera lo poquito que era nece­sario para que cupiese un dedo.

Fuente: Gianni Rodari

144. anonimo (eslovaquia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario