Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Sietepordós bastante


Había una vez una mujer muy pobre que, al poco tiempo de dar a luz a su hijo, se quedó viuda. Cuidó al niño lo mejor que pudo y lo amamantó durante siete años. Al cabo de ese período, el niño le dijo a su madre:
-Quiero escalar aquella montaña para probar si soy bastante fuerte. Si el viento me hace caer, tendrás que amamantarme durante siete años más.
Cuando el chico llegó a la cima de la montaña, se levantó un fuerte viento que estuvo a punto de arrastrarlo.
-Se nota que aún no soy bastante fuerte -dijo y volvió a su casa.
La madre lo amamantó durante siete años más. El día de su decimocuarto cumpleaños, el chico le dijo a su madre:
-Quiero escalar aquella montaña para probar si ya soy bastante fuerte. Si el viento me hace caer, tendrás que amamantarme durante siete años más.
Subió a la cima de la montaña, de nuevo se levantó un fuerte viento, pero Sietepordós se mantuvo firme.
-Ahora ya soy bastante fuerte -se dijo y, de vuelta a casa, le anunció a su madre: ahora que me he vuelto bastante fuerte, quiero ir a buscar un trabajo para poder mantenerte.
Lo primero que hizo fue dirigirse al castillo del rey. Se presentó ante el monarca y le preguntó:
-Majestad, ¿os hace falta un criado?
-Justamente ahora necesito uno, porque el antiguo servidor que tenía se ha ido. ¿Cuánto pretendes ganar?
-Sólo un poco de trigo. Me daréis la cantidad que yo pueda llevar sin ayuda de nadie, así mi madre podrá alimentarse.
-De acuerdo -dijo el rey. Primero, de todos modos, debes talar aquel bosquecillo.
Y le dio una hachuela. Pero Sietepordós dijo:
-¿Qué quieres que haga con este matamoscas? Necesito un hacha que pese por lo menos media tonelada.
-Entonces ve a ver al herrero y pídele que te fabrique una.
Cuando el hacha estuvo lista, Sietepordós se la ató al meñique y fue al bosquecillo. Lo primero que hizo fue tumbarse en la hierba y dormir.
Cuando las criadas le llevaron el desayuno, Sietepordós comió, se tumbó de nuevo y se quedó dormido. Y lo mismo hizo cuando le llevaron el almuerzo.
El rey, que veía todo desde la ventana de su castillo, quería hacerlo fusilar de tan irritado que estaba.
-Mirad a aquel granuja, a aquel gandul. Come, bebe y no mueve ni un dedo. Ese gorrón tendrá su merecido.
Después les dijo a las criadas:
-Llevadle la cena y preguntadle si tiene intenciones de ponerse a trabajar o no. Si no, lo despediré.
Las criadas llevaron la cena a Sietepordós y le dijeron:
-El rey ordena que te preguntemos si tienes intenciones de ponerte a trabajar. Si no, te despedirá.
-Despacio, despacio y sin prisa -respondió Sietepordós. Primero debo fabricar un mango para mi hacha. Cenó y se puso a trabajar.
Con un par de golpes hizo caer la mejor encina del bosque y fabricó el mango del hacha. Después escupió en sus manos y comenzó. En quince minutos había derribado todos los árboles del bosque.
El rey miró desde la ventana y vio que todos los árboles estaban talados.
-Muchachas -dijo, id a decirle que ya está bien, que ya tenemos bastante leña, que debe traer sólo un haz para la chimenea.
Pero Sietepordós cogió las dos encinas más corpulentas, las dobló, hizo un lazo con ellas y ató toda la leña del bosque.
Cuando el rey vio que Sietepordós llevaba a cuestas el bosque entero, fue presa del pánico y exclamó:
-Muchachas, decidle que ponga la leña detrás del castillo.
Pero Sietepordós dejó la leña en el patio, todo el castillo tembló y la pobre reina, ya anciana, se cayó del sillón y estuvo a punto de acabar en la chimenea.
El rey vio que las cosas se estaban poniendo feas.
-¿Qué podemos hacer con este tunante? -le preguntó a la reina.
-Es capaz de llevarnos a la ruina.
-Vaya criado que has metido en casa -respondió la reina. Pero se me ocurre algo: en el pueblo está el diablo molinero, que nos roba siempre parte de la harina. Manda a Sietepordós que vaya a verlo y que lo vigile bien para que no nos robe. Ya pensará algo el diablo para librarnos del muchacho.
-Tienes razón -dijo el rey e hizo llamar a Sietepordós.
-Escucha, en el molino está el diablo molinero. Llévale este trigo y presta mucha atención para que no nos robe siquiera un grano; si así no lo haces, te castigaré.
-No tengáis miedo, Majestad, no os robará siquiera un granito.
Cogió el saco y fue hasta el molino.
-Muéleme este trigo -le dijo al molinero, pero no robes nada; si no, recibirás un castigo.
El diablo sintió miedo al escuchar lo que decía Sietepordós y no robó siquiera un grano de trigo.
-Majestad, he aquí vuestra harina -dijo Sietepordós al rey, depositando el saco a sus pies. Hacedla pesar y veréis que no falta nada.
El rey pesó el saco y vio que no faltaba siquiera el peso de un grano.
¿Qué hacer con aquel maldito Sietepordós? Después de mucho pensar, se le ocurrió una idea.
-Escucha: nuestra reina no ha visto jamás al diablo y le encantaría verlo. Ve y tráelo aquí.
-Majestad, si la reina quiere ver al diablo, lo verá. Pero tenéis que darme unas tenazas que pesen al menos media tonelada.
-Acude al herrero y dile que te las fabrique.
Cuando las tenazas estuvieron listas, Sietepordós fue al encuentro del diablo.
-Toc, toc.
-¿Quién es? -preguntó el diablo.
-Soy Sietepordós.
El diablo abrió la puerta.
-¿Qué quieres?
-Debes venir conmigo. Nuestra reina quiere verte un momento. El diablo montó en cólera:
-¿Estás de broma?
Pero Sietepordós no se asustó. Atrapó al diablo con las tenazas y dijo:
-Vendrás conmigo, te guste o no. ¡Adelante! Y se llevó al diablo a cuestas.
A mitad de camino, Sietepordós tuvo que detenerse para hacer sus necesidades.
-Te suelto un momento -le dijo al diablo, pero no se te ocurra moverte. Si intentas escaparte, te atraparé de nuevo y tendrás tu merecido.
Pero el diablo no obedeció y huyó a matacaballo. Entonces Sietepordós se enfadó de verdad. Corrió en dirección al molino y llamó a la puerta con todas sus fuerzas:
-Toc, toc.
-¿Quién es?
-Soy yo, Sietepordós.
-¡Cerrad todo! -gritó el diablo. ¡No lo dejéis entrar!
Pero Sietepordós asestó un golpe a la puerta con las tenazas y entró. El diablo se había marchado y quién sabe dónde se habría escondido. Sietepordós registró todos los rincones para encontrarlo. Finalmente llegó a la cama ¿y qué vio? Justamente debajo de la cama asomaba la larga nariz del diablo. Sietepordós enganchó la nariz con las tenazas y se llevó al diablo a cuestas.
-¡A ver si te escapas ahora!
Fue al castillo y, una vez dentro, dio voces:
-Señora reina, señora reina, venid a ver al diablo.
-¡Échalo! -exclamó la reina. Ya lo he visto lo suficiente. Siete-pordós lo dejó en el suelo. El diablo lanzó fuego y humo por la boca y escapó por la campana de la chimenea.
El pobre rey estaba desesperado y se rompía la cabeza pensando:
-¿Qué puedo hacer con este bribón? ¿Dónde encontraré todo el trigo que es capaz de cargar a cuestas? Sin duda, acabaré arruinado. Tengo que liberarme de él a toda cosa.
Por ello le dio a Sietepordós el mulo más terco que tenía y lo mandó a la guerra contra todo un batallón de soldados. Éstos le disparaban con fusiles y pistolas, llovían a su alrededor montones de balas, pero Sietepordós seguía su cabalgata refunfuñando:
-¡Qué molestos están hoy los mosquitos!
Cuando estuvo cerca de los soldados, sujetó al mulo por la cola, lo hizo remolinear por el aire como quien va a arrojar una piedra y aplastó a todo el batallón. El rey se sintió muy abatido. Ya no le quedaba siquiera un soldado.
Sietepordós fue a ver al rey y le dijo:
-Majestad, mereceríais que os hiciese picadillo. Pero vos sois el amo, yo el servidor, por eso no lo haré. Dadme mi trigo, que quiero volverme a casa.
El rey tuvo que darle todo lo que podía cargar en sus espaldas, es decir, todo un granero lleno de trigo, una despensa llena de alimentos y bebidas, una sala del tesoro llena de oro y de plata.
Sietepordós llevó toda la carga a su casa y la madre lo cubrió de elogios:
-Ah, qué buen hijo me ha tocado, qué buen hijo me ha tocado.
Después Sietepordós se casó y organizó una espléndida fiesta de bodas. Los cerdos recorrían las calles ya asados, con cuchillos y tenedores clavados en el lomo, así que cualquiera podía cortar la parte que más le gustaba. El vino circulaba por los arropos, con los correspondientes vasos, y cada uno podía beber siempre que tuviese ganas. También me han invitado a mí. He comido, he bebido, he vuelto a casa atiborrado y este cuento os he contado.

120. anonimo (francia)

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