Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 5 de agosto de 2012

Santos, rosas y tumbas

Campanet, poble cristiano,
du dins sa sang per herència
sa fè amb sa vostra clemència:
gran mártir San Victoriano.

Así canta uno de los muchos gozos en honor del santo cuyo cuerpo incorrupto, regalado por Pío VI al cardenal mallorquín Antonio Despuig, se conserva y venera en la iglesia parroquial del pueblo. Para Campanet, el soldado romano martirizado y exal­tado a los altares, no es un santo más; es el Sant Nou cuya pre­sencia entre el pueblo, a partir de su primera instalación en el oratorio de Ullaró se hacía necesario aureolar inmediatmente de un legendario hallazgo, para completar así su carismática imagen a los ojos de la feligresía.
Habida cuenta de la filiación romana del santo y de la re­motísima presencia de los soldados imperiales en nuestra isla, no existían impedimentos aparentes para que la invención popular viera en Victoriano uno de aquellos legionarios y situara aquí su martirio, su muerte y su inhumación, bajo uno de los muchos clapers, montones de piedras que en Campanet son testimonio de las etapas prehistó-ricas de la cultura mallorquina.

Vós qui essent soldat romano,
un traidor vos va matiz.
Dins un claper vos posà
oh mártir San Victoriano!

Y en el indeterminado tiempo en el que los pastores mallor­quines empezaron a hallar, todas o casi todas cuantas imágenes marianas se veneran aquí, uno de ellos, el de Son Garreta -muy cerca de Ullaró- descubrío un rosal con tres hermosas rosas, emergiendo de un montón de piedras. El muchacho cortó las flo­res y, asombrado, vio como del tallo de la de en medio se escu­rrían unas gotas de sangre. A la noche siguiente, llegose de nue­vo el pastor hasta el claper. El rosal y sus tres flores habían bro­tado otra vez y nueva-mente, al cortarlas el niño, la del centro derramó en su mano una sangre caliente y espesa.
En su aturdimiento, el pastor creyó ver extraños destellos del cielo posándose sobre el claper mientras unas bellísimas melodías sonaban en la placidez de la noche. Una aroma suave, como el que salía del incensario de plata los días de oficio en la parro­quia, le fue acompa-ñando hasta el pueblo, donde contó a todos su extraña vivencia.
El día siguiente no quedó nadie en Campanet. Todos esta­ban congregados junto a las piedras, con la vista fija en las tres hermosas rosas del misterioso rosal que el muchacho cortó, mos­trando a todos lo sangre que rezumaba de una de ellas.
Entre todos deshicieron el montón y bajo él, como dormido, apareció el incorrupto cuerpo de San Victoriano.

* * *
El oratorio de San Miguel, uno de los más antiguos de Ma­llorca, marca el emplazamiento inicial del primitivo Campanet hasta que una riada obligó a los vecinos a buscar un lugar más seguro sobre una loma próxima. Allá quedó el oratorio, escasa­mente retocado a través de los siglos, con su eremítica pobreza y la elemental esbeltez de su gótico austero.
Adosado a la capilla, un pequeño cementerio de tumbas de tierra, sombreado por añosos árboles, es un delicioso remanso de paz, donde el tiempo se detuvo un día. En la no muy alta tapia, unas cerámicas que los años han respetado y hasta diríase que embelle-cido, perpetúan nombre y fechas repitiendo, una y otra vez, sonoros apellidos de ancestrales resonancias en la cabecera de las sepulturas.
Una de ellas, identificable por una lápida de mármol blanco, es la de Isabel. Tenía sólo veintiún años cuando murió trágica­mente al caer sobre ella -según testimonios no muy precisos­la balaustrada del coro de la parroquia. Campanet sintió la muer­te de la joven pero no tanto como Matías, su prometido, que le dedicó la lápida y cuidó de que no faltaran nunca, sobre su tum­ba, unas rosas rojas en recor-danza de una pasión prematuramente truncada.
La historia de Matías e Isabel, anónimos y lejanos amantes, no alcanzaría jamás la celebridad literaria y universal de otras. Sin embargo, no por menos espectacular deja de ser tan auténtica y sentida. El tiempo, los siglos que en esta ocasión no han empa­ñado su recuerdo, se han encargado de ir revistiéndolo, poco a poco, con las galas de la leyenda. Porque no es raro encontrar sobre la olvidada tumba de Isabel una rosa roja, recién cortada, que no falta jamás la víspera del día de Difuntos.
Nadie sabe qué mano la corta. Nadie conoce al que, con su anónimo homenaje, ayuda a la muchacha a soportar la larga es­pera, hasta el día en que retome el camino de su interrumpida historia...

Fuentes:
José Mascaró Pasarius: 30 excursiones en coche por Mallorca.
Goigs de San Victoriano.
Gabriel Maten Mayrata.

092. anonimo (balear-mallorca-campanet)





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