Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 5 de agosto de 2012

San vicente ferrer en mallorca


El «Cronicón Maioricense», de Alvaro Campaner, meticuloso rosa-rio de noticias mallorquinas, contiene una, fechada al 1 de Setiembre de 1413, que dice textualmente así: «Llegó a Mallorca San Vicente Ferrer, donde ejerció el ministerio de la predicación en casi todos los pueblos de la Isla con gran aplauso de los fieles, hasta el 22 de Febrero del año siguiente en que se embarcó, lla­mado por el Rey, para ir a Zaragoza».
Mallorca sintió pronto una especial predilección por este va­rón de Dios hasta el punto de ser declarado, por votación del General e Gran Consell, como patrón del Reino, el 6 de Agosto de 1675.
Justo es dejar constancia aquí del paso del santo que, como es natural, se ve involucrado en el contexto del las leyendas del país en las que el pueblo le asignó el papel de protagonista de algunas de ellas.

San Vicente compra vino


Por la ciudadana calle de la Gabella Vella de la Sal -hoy del Mar- en el barrio de la Lonja, andaba predicando un día San Vicente Ferrer. Enterado por alguien de la poca honestidad co­mercial de un tabernero, poco amante de las prédicas del santo, a las que no acudía, quiso éste darle una lección en su propia casa. Así fue como entró el dominico en la taberna a comprar algo de vino y, como no llevaba vasija ni recipiente donde verterlo, man­dó al tabernero que lo echara en el faldón de su hábito que previamente había recogido. Creyó el tabernero que el reverendo le gastaba una broma y, dis-puesto a seguirla echó sin más dilación el vino donde le mandaban.
Cuál no sería su asombro al comprobar como la mitad del vino que había vertido, se filtraba por la estameña del religioso y caía al suelo formando un pequeño charco de agua clara. La otra mitad, sin embargo, quedó retenida en la bolsa que forma­ra el fraile con su hábito.
-Que te sirva de lección -le dijo San Vicente- ante todos los que han podido ver tus trampas. Lo que ha caído al suelo, como ves, es el agua que añades a tu vino y que luego vendes como tal. Esto es robar, y robar es pecado.
Quedó corrido el tabernero ante su habitual parroquia y cuentan que, a partir de entonces, el vino que se despachaba en su casa era el mejor y más puro de toda la ciudad. Es de imagi­nar pues que su escarmiento y consiguiente contricción, supusie­ron para el pícaro vinatero un mayor florecimiento de su negocio

El olivo de San Vicente


A falta, de púlpito y para poder ser mejor visto y oído por toda la parroquia de vallderriosines que le seguían, San Vicente Ferrer se encaramó a uno de los milenarios olivos que pueblan los terrenos de Son Gual, Mientras ejercía su apostólica misión, una inoportuna lluvia vino a estorbar su prédica dispersando al atento público que, hasta entonces, seguía silente el mensaje de su sermón.
Conoció el santo que aquella lluvia era una provocación de Satanás e, invocando al cielo, impetró su ayuda contra aquella suerte de demoníaco boicot. No bien hubo acabado su rezo, cuan­do otra nube se colocó sobre la asamblea toda y, a modo de te­cho protector, resguardó de la lluvia a los que permanecían aten­tos, mientras que los demás llegaban empapados al pueblo. Aquel olivo fue desde entonces mirado con especial cariño por las gen­tes del lugar hasta que un día el señor de Son Gual ordenó talar­lo. Empresa inútil; las hachas de los leñadores se torcían y llena­ban de muescas sin conseguir hender en el árbol.
Informado el amo de tan insólito suceso, se trasladó al lugar y, admirado, prometió levantar allí mismo una capilla dedicada al santo dominico. Seguidamente, unos pocos golpes de hacha bastaron para talar el conflictivo árbol. Se iniciaron pronto las obras del prometido oratorio que no llegó a concluirse, quedando arruinada poco después la familia propietaria de la finca. Lógica­mente, este revés de fortuna fue atribuído por el pueblo a la ira del santo que tomaba así sus represalias al no haber cumplido con él la promesa que se le hiciera.
Muchos años más tarde, un gran enamorado de Mallorca, el Archiduque Luis Salvador, fue quien mandó erigir en aquellos terrenos la capilla dedicada al santo valenciano y en la que una lápida -«Aquí predicó San Vicente Ferrer, en otoño de 1413»- perpetúa hasta nuestros días aquellos hechos.

San Vicente y el carbonero


Terminadas sus prédicas en la isla y reclamado por el rey, marchaba San Vicente a embarcarse en la nave que le aguardaba junto a la costa. Iba el hombre atravesando un bosque de encinas cuando divisó a lo lejos la redonda plazoleta de una sitja y arro­dillado sobre ella, a un renegrido mozalbete musitando una sal­modia de plegarias. Acercose el dominico y preguntó al carbone­ro el motivo de aquellos susurros.
-Estoy rezando -contestó el muchacho-, siempre lo hago por las mañanas y por las tardes, antes de comer mis sopas.
-Bien hijo, muy bien hecho. ¿Y cómo rezas tu? A ver, di­me tus oraciones.
-Siempre digo las mismas, las que aprendí de muy peque­ño: «Oh Jesús, mi buen Jesús: si nunca te hubiera amado y siempre te hubiera ofendido...».
-Pero, ¡como es posible! -tronó el fraile- eso no es re­zar, eso es ofender a Dios. Pero ¿es que no te das cuenta de lo que dices, infeliz?
-No, -balbuceó el carbonerillo- así me lo enseñaron y así lo repito.
-¡No, hombre, no! Debes decirlo al revés así: «Oh Jesús, mi buen Jesús, si siempre te hubiera amado y nunca te hubiera ofendido». ¿Te acordarás?
-Bueno, supongo que sí.
-Pues queda con Dios, hijo mío, y no te olvides nunca de rezar.
Y el santo varón siguió su camino hacia la costa, meneando paternalmente su tonsurada cabeza.
Ya había embarcado el fraile cuando el muchacho, sin sa­lir aún de su confusión, se dispuso a recitar las preces del modo y forma como acababan de enseñárselas. Puso buen cuidado en recordarlas, pero estaba tan aturdido que no sabía ya lo que tenía que decir ni como hacerlo. Echó a correr en pos del dominico con la intención de rogarle que le repitiera una vez más la lección. Corrió y corrió hasta llegar al mar y como viera a lo lejos la galera en la que había embarcado el predicador, siguió corrien­do sobre las olas hasta que le dio alcanse. A los gritos del mu­chacho apareció el apóstol en la cubierta y quedó sin palabras al reconocerle.
-¡Vengo a que me repitáis de nuevo como debo rezar, que ya no me acuerdo!
-Hijo mío -dijo San Vicente casi sin hablar- hazlo como quieras. Bien es cierto que nunca es tarde para que un pobre pe­cador como yo reciba lecciones de humildad.
Y bendijo emocionado al carbonerillo que, saludando con la mano, echó a correr de nuevo sobre el mar y no paró hasta llegar de nuevo a su sitja.

Fuentes:
A. Campaner: Cronicón Mayoricense.
Juan Muntaner Bujosa: Recopilación de costumbres, leyendas y otros te­mas folklóricos, referentes a Palma. (Inédito).
Juan Muntaner Bujosa: Tradiciones y leyendas de Valldemossa. (Separata de Revista núms. XLII - XLVIII. Palma 1948).
Jordi d'es Recó: Rondaies mallorquines.

092. anonimo (balear-mallorca)

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