Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Los dos regalos


Había una vez un rey muy bueno al que le gustaba comer, beber y divertirse, y que amaba a sus súbditos, aunque no a los egoís­tas y fanfarrones. Un día, mientras estaba sentado a la mesa co­miendo y jugando a los naipes con su bufón, entró en la sala un campesino que llevaba en equilibrio sobre la cabeza una enorme calabaza, tan grande que jamás en el mundo se había visto una igual, y tal vez nunca llegaría a crecer en el futuro una parecida.
-Buenos días a vos, mi señor, y a vuestro noble consejo.
-Buenos días, amigo -respondió el rey. ¿Adónde lleváis esa magnífica calabaza?
-Es para vos, mi noble señor -respondió el campesino sin timidez. Os la he traído de regalo para que os hagan un buen puré. Es estupendo el puré de calabaza, os lo aseguro. Pero no olvidéis advertirle a vuestro cocinero que conserve las pepitas de la calabaza. Las podréis repartir entre vuestros amigos y darme incluso un puñado a mí, para el año próximo.
-Gracias, amigo -dijo el rey al campesino. Id a la cocina y pedid que os den de comer.
El campesino le dio las gracias y llevó la calabaza a la coci­na. Mientras el cocinero le daba de comer y de beber, el rey se dirigió a su bufón:
-Me cae bien ese hombre y pienso que me ha traído la cala­baza porque tiene buen corazón. ¿Qué puedo darle a cambio?
El bufón se quedó un momento en silencio pensando y lue­go respondió:
-Pongámoslo a prueba, noble rey. Si no ha venido a sacar tajada, dadle de regalo un buen caballo.
-Está bien -replicó el rey al bufón y se mantuvo un buen rato pensativo.
Cuando el campesino hubo comido y bebido hasta la sacie­dad, el rey lo mandó llamar y le dijo:
-Amigo mío, ¿qué queréis como recompensa?
-¿Qué quiero, noble señor? -dijo el campesino. Sólo quie­ro que me deis un puñado de pepitas de calabaza cuando vuestro cocinero las haya hecho secar.
-Muy bien, amigo, os daré en cambio algo mejor -dijo el rey y ordenó que se le entregase al campesino un buen caballo.
El campesino se lo agradeció y, muy contento, volvió a su casa a caballo.
Este campesino estaba al servicio de cierto conde, conocido por su extrema avaricia, que se llamaba Rácanapiojos. En cuan­to el conde Rácanapiojos supo que el campesino había recibido un regalo del rey, pensó para sus adentros: «Mañana también iré a ver al rey y le regalaré un buen caballo. Si ha dado un caballo a cambio de una calabaza, por un caballo me dará al menos el tí­tulo de príncipe p una tinaja llena de monedas de oro».
Y eso fue lo que hizo. A la mañana siguiente, muy tempra­no, sacó de sus establos el caballo más hermoso y se encaminó hacia el castillo del rey. El rey aún estaba sentado a la mesa y co­mía y jugaba a los naipes con su bufón.
El conde Rácanapiojos entró en la sala, se inclinó y dijo:
-Buenos días para vos, mi señor, y para todo este noble consejo.
-Buenos días, amigo -respondió el rey. ¿Qué deseáis?
-Noble señor, soy el conde Rácanapiojos. He oído que ayer le disteis a uno de mis siervos un caballo a cambio de una cala­baza, y ahora os he traído otro para sustituir al que habéis rega­lado. El caballo está ya en vuestros establos.
-Gracias, amigo -dijo el rey. Iré a echarle un vistazo.
En cuanto Rácanapiojos salió, el rey se dirigió a su bufón y le dijo:
-Me cae bien este hombre y pienso que me ha dado el caba­llo porque tiene buen corazón. ¿Qué debería darle a cambio?
-Mi señor, ponedlo a prueba. Si no ha venido a sacar taja­da, regaladle siete condados g el título de príncipe.
-Está bien -respondió el rey al bufón y, dirigiéndose a los establos, le dijo al conde: Amigo mío, no he visto jamás un ca­ballo tan hermoso. ¿Qué queréis como recompensa?
-¿Qué quiero, mi noble señor? -repuso el conde Rácana­piojos. Quiero que me deis el título de príncipe y una tinaja lle­na de monedas de oro.
-Amigo mío, os daré algo mejor -dijo el rey.
Mandó llamar al cocinero y le preguntó:
-Mi estimado cocinero, ¿habéis conservado las pepitas de la calabaza?
-Claro, mi señor -respondió el cocinero.
-Bien -añadió el rey, ponedlas en dos cucuruchos de papel: uno para el campesino y el otro para su señoría, el conde Ráca­napiojos.
Así, mientras que el campesino generoso había conseguido un caballo a cambio de una calabaza, el conde avaro tuvo pepi­tas de calabaza a cambio de un caballo.

Fuente: Gianni Rodari

120. anonimo (francia)

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