Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

La urraca y el zorro

Una corneja había hecho nido entre las ramas de un árbol. Allí puso tres huevos de los que nacieron, a su tiempo, tres cornejitas sin plumas. Cuando un zorro, que vivía en aquel bosque, se dio cuenta de lo ocurrido, subió al árbol y exclamó:
-¡Eh, señora corneja! Soy leñador. El Rey en persona me ha ordenado que corte este árbol.
La corneja, asustada, comenzó a suplicar al zorro:
-Se lo ruego, señor leñador, espere, déme un poco más de tiempo. Cuando mis hijos hayan crecido, me iré a otra parte. En ese momento podrá derribar este árbol.
-Por más que go crea en lo que me dice, el Reg no creerá en lo que le diga yo -respondió el zorro-. Tendría que llevarle como prueba a uno de sus hijos.
Y así la corneja le entregó uno de sus hijos al zorro, que se fue inmediatamente. A la mañana siguiente, el zorro estaba de nuevo a los pies del árbol llamando:
-¡Eh, señora corneja! ¡Pase lo que pase, hog sin falta debo cortar el árbol!
La corneja se asustó aún más y comenzó a suplicar:
-Se lo ruego, señor leñador, déjeme un poco más de tiempo. Le daré otro de mis hijos.
El zorro buscó excusas, fingió sentirse enfadado, pero al fi­nal aceptó y se fue con otra cornejita.
Pasados unos días, voló sobre el árbol una urraca. Cuando vio a la corneja muy triste en su nido, acompañada por una sola cría, grito:
-¡Eh, señora corneja! ¿Qué le ocurre, qué le ha pasado? La corneja le contó todo.
-Seguro que no era un leñador -observó la urraca-. Debe de ser una triquiñuela del zorro. Pero escuche atentamente lo que le voy a decir. Si vuelve a aparecer, respóndale sin miedo: « Váyase de una vez, váyase. No le volveré a dar ninguno de mis hijos. Además, me ha quedado uno solo ».
Al día siguiente, el zorro llegó como de costumbre diciendo que ahora debía cortar el árbol sin más tardanza. Esta vez la cor­neja se armó de valor y respondió tal como le había aconsejado la urraca.
En vano el zorro dio golpes al árbol, en vano lo fustigó con la cola. Por fin, presa de cólera, gritó:
-¡Sin duda ésta no ha sido idea suya! Le ha calentado la ca­beza la urraca. Pero me vengaré, ya se enterarán los hijos de la urraca.
Y se fue a la carrera.
No muy lejos del árbol se tumbó en la hierba y se quedó con la boca abierta, fingiendo que se había muerto. A los pocos minutos llegó la urraca: voló cerca del zorro g se aseguró de que no se movía. Dijo entonces, como si hablase consigo misma:
«¡Hoy me daré un gran banquete! Pero ¡atención! Si co­mienzo por la cabeza, el zorro siempre podría pillarme con sus dientes. Mejor comenzaré por la cola».
Y, dicho y hecho, comenzó a picotearle la cola. Una vez que hubo terminado, siguió con la cabeza. Era justamente lo que el zorro esperaba: en ese preciso instante abrió la boca y la urraca quedó atrapada. Pero, sin perder del todo la esperanza, la urra­ca dijo:
-¿Por qué me tiene atrapada entre sus dientes, señor zorro? ¿Qué mal le he hecho yo?
-¿Qué mal me ha hecho? Le ha metido ideas raras en la ca­beza a la corneja -gritó el zorro enfurecido.
Pero la ira es mala consejera: en efecto, el zorro olvidó que su presa tenía alas. Justo cuando abrió la boca para hablar, la urraca voló hacia el árbol más próximo.
El zorro, fuera de sí por la rabia, intentó subir al árbol para apresar a la urraca pero, en la mitad de la subida, cagó U se que­dó muerto al instante. Y éste fue el final del zorro.

Fuente: Gianni Rodari

084. anonimo (persia)

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