Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La rambla y su entorno, otro tiempo


Sobre una parte de lo que, mucho tiempo atrás, fuera el cau­ce de La Riera, está La Rambla. El paseo, enmarcado entre se­veros caserones de conventos y sembrado de álamos y acacias, termina con una vistosa fuente, hermoseada con adornos de már­mol del país. De los conventos de Reales Teresas, El Carmen y Santa Magdalena, este último guarda también historias que, sin alcanzar el calificativo de legendarias, son perfectamente incor­porables a una colección de relatos ciudadanos. (Nótese que es­tamos hablando en «otro tiempo». El convento del Carmen no existe ya y La Rambla, durante mucho tiempo desasistida del favor de los palmesanos, está siendo «recuperada» por la ciudad.)
La esposa del pobill Togores, falta de paz y sosiego en el seno de su familia, se refugió en Santa Magdalena, al amparo de las religiosas. Despechado el marido al fracasar en todos sus in­tentos de entrevistarse con su esposa, ante el contundente rechazo de la superiora, organizó con tres asalariados el escalo del recin­to, una noche del mes de Octubre.
Silenciosos como fantasmas, los embozados arrancan las len­guas a las campanas, en evitación de que se difunda la alarma que su inesperada presencia provoca en los pasillos de la clausu­ra y, sin miramientos de ninguna clase, registran, una a una, las celdas de las religiosas. El convento es todo un alboroto de histe­rismo y gritos entre los que destacan las imprecaciones del no­ble, reclamando a voces la prensencia de su esposa. En uno de los aposentos, cuatro religiosas rodean el camastro en el que una mujer yace, aprisionando un crucifijo entre sus manos. La débil luz de la única vela que ilumina la escena, hace necesaria la ex­plicación de la superiora al exaltado caballero: «Es una hermana que igoniza», dice y el hombre, por respeto, acalla sus furores, masculla una plegaria o un juramento y prosigue su registro sin dar con el escondrijo de su huída esposa. Mientras, la alarma. ha cundido ya. De madrugada, las autoridades y alguaciles esperan fuera, en el pla del Carme, la salida del caballero Togores y sus cómplices.
En la, clausura, restablecida la calma, la atribulada esposa agradece a las monjas la fingida, escena de la agonía y manifiesta sus deseos de seguir acogida a la comunidad.
Otra historia, la de sor Isabel, monja de veintidos años, huí­da disfrazada de hombre con un oficial del regimiento, de Drago­nes, no es patrimonio del convento sino que la recibió al incor­porarse a él la comunidad de la Misericordia en cuya casa (hoy carrer de ses Monges), cercana a la de la Inquisición, se desarro­lló la aventura. La nave en la que huían los amantes fue abordada por la del legendario patrón Barceló, que los condujo de nuevo a Mallorca. El teniente fue solemnemente decapitado en el Borne y la monja, reingresada en el convento, llevó hasta su muerte a los setenta y un años una vida, de disciplina y penitencia. Su entie­rro fue silencioso, anónimo, casi furtivo. En él no doblaron las campanas para no reverdecer viejas historias. Pero el óbito tras­cendió a la calle y el pueblo -cuentan- «lo comentó mucho».
Al final del paseo, La Rambla, nos devuelve, nuevamente, a las murallas de la ciudad. La puerta que se abre aquí es la de Jesús, el lugar preferido por los paseantes que salen por ella y, atravesando el foso por encima del puente, llegan andando hasta ses quatre campanes, donde la gente se encuentra, se saluda y, si se tercia, charla sin prisas.
Algo vendrá, sin embargo, a cambiar estos hábitos. Terminó ya la costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias. La ciu­dad ha adquirido parte de los Terrenos de Son Trillo para insta­lar el cementerio y los cortejos fúnebres salen, por la Puerta de Jesús y pasan, camino del camposanto, por ses quatre campanes.
Cuatro hombres, parientes, amigos o conocidos del difunto, se van turnado para llevar a hombros el ataud forrado de bayeta negra, siguiendo al portador de un farol encendido. Es ya de atar­decida y el camino hasta Son Trillo es largo. Hay que dosificar las fuerzas y reponerlas, en última instancia, con dolçes de bes­cuit y largos tragos de anís que llevan, en un cesto, los acompa­ñantes que cierran el cortejo. El duelo se ha despedido, como siempre en la Puerta -que ya ha perdido sus tertulias y sus pa­seantes- y la comitiva de hombres sigue sola y a buen paso hacia el cementerio...

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-mallorca-palma)

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