Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de agosto de 2012

La planta viva

Del diario de Eloisa P. encontrado por inspectores de la policía en su domicilio:

29 de enero de 19..
Mi marido durante toda su vida ha estado dedicado a las cosas más extrañas que imaginarse pueda. Pasó una gran temporada en la que su afición por las ciencias denominadas ocultas ocupó gran parte de su tiempo. Libros sobre astrología, hipnosis, espiritismo y todo lo relacionado con la parapsicología llenaban los estantes de la biblioteca y el despacho. Desanimado por los resultados obtenidos en la mayoría de los casos, fue abandonando poco a poco este tema para dedicarse al estudio de las plantas.
Así, y desde hace unos días, todos estos libros han ido amontonándose por los rincones del despacho, para dejar su sitio a multitud de diferentes plantas y macetas que han hecho de esta habitación un pequeño invernadero.

12 de febrero de 19...
En estos días pasados las plantas han seguido llegando continuamente. Ante la incapacidad material de meterlas todas en el pequeño despacho, mi marido ha habilitado uno de los cuartos contiguos al que por nada del mundo me deja pasar. Sólo él y su nuevo ayudante, Rafael, tienen libre acceso a esta dependencia.

15 de febrero de 19..
Hoy ha llegado Rafael con varios aparatos extrañísimos, que ha metido con celeridad en el «laboratorio» -así es como llaman ahora a su lugar de trabajo-. Ante mis preguntas de qué significaban todos aquellos artilugios, me contestaron evasivamente y lo único que  pude sacar en claro era que debía callarme y no hacer preguntas hasta que ellos quisieran darme una explicación.
De todas maneras, el asunto de las plantas está comenzando a preocuparme: mi marido apenas sale del laboratorio para nada e incluso me ha pedido que la comida se la lleve allí. La mayoría de los días al ir a retirar la bandeja me la he llevado casi con los platos intactos. Esto no puede continuar así.


24 de febrero de 19..
He entrado en el laboratorio y a empujones y con grandes protestas por parte de los dos investigadores he conseguido sacarles del laboratorio y sentarles en la mesa del comedor. En la sobremesa, y mientras tomábamos una taza de café, Miguel, mi esposo, decidió revelarme algunos datos de las investigaciones que estaba llevando a cabo.
«Tú sabes Eloisa -comenzó diciendo-, y está totalmente demostrado, que las plantas si «oyen» música agradable, crecen mucho más deprisa. Efectivamente, después de estas semanas de estudios hemos comprobado la veracidad de este fenómeno. Cultivamos dos cóleos en crecimiento con las mismas condiciones de temperatura, agua, recipiente, etc., excepto en una cosa: a uno de ellos por medio de unos auriculares especiales le aplicábamos cada día sesiones de dos horas de duración con música clásica: Beethoven, Bach, Mozart, etc. Mientras que a la planta tratada por el método típico ha seguido un crecimiento normal, el cóleo sometido a las sesiones musicales se ha desarrollado de una manera espectacular: sus colores son más vivos, sus tallos más fuertes y de sus ramas han nacido multitud de hojas».
«Esta demostración nos ha hecho continuar nuestros experimentos y llevarlos, si es posible, hasta las teorías  de un profesor americano que está convencido de que las plantas no solo sienten, sino que en determinadas circunstancias incluso podrían llegar a captar nuestro pensamiento».
Al terminar mi marido esta frase no pude aguantarme y prorrumpí en una gran carcajada. Miguel se levantó de la silla como impulsado  por un resorte; su semblante había cambiado instantánea-mente, apareciendo serio; sus ojos me dirigieron una mirada fría, intensa, cargada de odio ante mi incredulidad. Sin decir una palabra más se dirigió hacia su laboratorio y se encerró allí. Su ayudante, Rafael, le siguió inmediatamente.

2 de marzo de 19..
No he vuelto a ver a mi marido desde el pasado incidente de mis risas burlonas. No sale para nada de su lugar de trabajo y cuando voy a llevar la comida es Rafael quien la recoge cerrando en seguida la puerta.

8 de marzo de 19..
Después de muchos ruegos  lamentaciones he conseguido que saliesen del maldito laboratorio y que olvidasen las pequeñas disputas conmigo. Hemos comido los tres juntos y a la hora del café, Rafael se ha quedado haciendo la sobremesa conmigo; mi marido nos ha abandonado en seguida pidiéndonos perdón, pero tenía un trabajo a medio realizar y no podía dejarlo por más tiempo.
Rafael, sin darme tiempo a que le preguntase nada, comenzó diciéndome:
«No debería haberse reído usted como lo hizo la otra tarde. El trabajo que realizamos ahí dentro es muy serio y sobre todo para su marido. Yo al principio dudaba como usted de los resultados y  de las cosas que me refería Miguel. Pero he constatado personalmente que acariciando a las plantas estas pueden llegar a reconocernos; un hombre a kilómetros de distancia de una planta, puede enviarle mensajes telepáticos que la planta recibe puntual-mente» me decía.
«Por medio de un experimento realizado la semana pasada -continuó- cualquier duda que todavía quedase en mí, ha sido apartada de mi mente. Me acerqué con un mechero encendido a una de las plantas y pude comprobar cómo la planta ante la cercanía de la llama se alteraba, en sus constantes vitales aparecía algo así como un desmayo. Esto sucedió varias veces hasta que la planta comprendió que no le iba a hacer daño, que se trataba tan sólo de una prueba. Pero todavía se altera cuando me ve acercarme con fuego en la mano».
En aquel momento Rafael fue reclamado desde el laboratorio y me dejó sola. No podía creer en nada de lo que me había dicho. Empecé a temerme que a mi marido le comenzara a faltar la razón y había contagiado en su locura al pobre Rafael.

23 de marzo de 19..
En estos días pasados todo ha transcurrido con normalidad. Comemos y cenamos los tres juntos, pero ni ellos hablan de la marcha de su experimen-tos, ni yo he querido preguntarles hasta ahora. Pero la curiosidad pudo más que la decisión y hoy me he decidido hacerles una visita en el laboratorio.
Me abrió la puerta mi marido y pude ver que su cara rebosaba de felicidad. Sin dejarme hablar comenzó a decir:
«Después de estos meses de trabajo puedo decir muy ufanamente que hemos encontrado mucho más de lo que esperábamos. La conclusión a que hemos llegado en estos momentos es que las plantas no solo perciben nuestro pensamiento, sino que son capaces de comunicarse entre ellas. Las plantas  hablan, y en este momento Rafael las está escuchando».
Salí de aquel laboratorio completamente aterrada. Por un lado en mi cabeza bullía cada vez con más fuerza la terrible idea de que la locura se había apoderado de aquellas dos mentes investigadoras y ya empezaban a desvariar de una forma casi total. Pero por otro lado había algo en aquel laboratorio que no me gustaba, algo extraño, indefinido, que me hacía repeler todos aquellos experimentos; una especie de sexto sentido que e avisaba de un posible próximo peligro.

20 de mayo de 19..
Mi marido y su ayudante han estado trabajando febrilmente durante estos dos meses. Se acuestan a altas horas de la noche y al poco de salir el sol y están dedicados otra vez a su actividad. He comenzado a llevarles otra vez la comida al laboratorio y no puede evitar un escalofrío cada vez que me acerco a aquella puerta.

27 de mayo de 19..
Esta mañana Miguel ha reclamado mi presencia en el laboratorio; quería que comprobase el resultado de uno de sus experimentos. Cuando traspasé aquella puerta la extraña sensación que había sentido en otras ocasiones se apoderó de mí intensamente, y se hizo más notoria cuando me dirigieron hacia la pequeña habitación contigua en la que hasta el momento había sido prohibida mi entrada.
Mientras el cuarto que antes había servido de despacho estaba repleto de plantas que se amontonaban por todos los lugares, en la habitación prohibida solamente un ficus significaba la presencia del reino vegetal allí. Todo lo demás eran extrañas máquinas y aparatos que de ninguna de las maneras podía adivinar su utilidad. De uno de esos rarísimos aparatos salían unos pequeños auriculares por medio de unos finos cables al tallo del ficus.
Sin poder dar crédito a lo que veía y todavía absorta en la planta, mi marido comenzó a decirme:
«Ya no nos queda ninguna duda de que las plantas emiten sonidos. Igual que los delfines tienen un lenguaje que no podemos escuchar porque está compuesto de ultrasonidos, las plantas también se comunican por medio de estos imperceptibles ruidos, pero en otra frecuencia. Después de ímprobos esfuerzos hemos conseguido conocer la frecuencia exacta, y por medio de esa extraña máquina que tienes a tu izquierda y un complicado circuito programado, nuestra palabra sufre una conversión a ultrasonidos y la planta, de esta manera, nos entiende. Pero la más fantástico es que este mismo aparato convierte los ultrasonidos de la planta en palabras, y así podemos hablar con ella».
«Debido a tu manifiesta incredulidad, he querido que seas tú misma quien compruebes la veracidad de mis palabras. Coge esos auriculares, póntelos en lo oídos y habla a la planta».
Cuando cogí los auriculares mis manos temblaban y un sudor frío invadió todo mi cuerpo. Aquello era absurdo, yo no podía hablar a una planta; si ellos estaban rematadamente locos que siguiesen con sus manías, pero mi lógica humana me impedía hacerlo. Volví la cabeza para decirle a mi marido que me negaba a realizar el experimento, pero al observar la adusta mirada de Miguel decidí que lo mejor que podía hacer era seguirles el juego. Con voz entrecortada y casi como un suspiro, pues las palabras se negaban a salir de mi garganta, me dirigí a la planta:
-¿Me... me escuchas?
-Sí, perfectamente... Tú... eres... Eloisa...
La voz era susurrante y llegaba a mis oídos como si viniese de muy lejos; en mi cerebro sonó como una voz del más allá. Y sentí repentinamente miedo, un terror inimaginable se apoderó de todo mi cuerpo. Todavía en estos momentos no sé cómo lo hice, estaba estremecida, aterrada, pero volví a interrogar a la planta:
-¿Me comprendes?
-Comprendo tus palabras, pero no puedo comprender el mundo en que vives... ¡Es tan diferente del nuestro!... Nosotras las plantas estamos en otra dimensión distinta a la vuestra... Pensamos, sufrimos o somos felices, vivimos en una palabra... Sí, ya sé que os humanos pensáis que somos seres inferiores, pero estáis equivocados... Las plantas somos los seres más antiguos de la tierra y somos superiores a todos vosotros, somos más inteligentes... El mundo acabará muy pronto para los humanos... Con los deshechos de las fábricas estáis contaminando el agua; los coches y las explosiones nucleares hacen que el aire sea ya casi irrespirable, y hasta la tierra llena de basuras y productos químicos se está pudriendo... Hasta este momento os hemos dejado hacer, pero las plantas ya hemos tomado una decisión: os destruiremos...
La voz era ahora más fuerte, más segura de sí misma que antes. Intenté quitarme los auriculares, pero una fuerza extraña me lo impidió y seguí escuchando absorta a la planta.
-Tienes que comprenderlo... No nos habéis dejado otra opción... Si no os destruimos, acaba-remos pereciendo con vosotros en alguna de las estúpidas guerras que los humanos fomentáis para destruiros unos a otros, y esto a nosotras no nos importa, pero sí el que la desaparición de la humanidad traiga consigo la aniquilación total del reino vegetal... Por eso precisamente, todos moriréis...
Un grito desgarrador salió de mi garganta -¡No podréis!- y caí desvanecida al suelo.

28 de mayo de 19..
He despertado sobrecogida en la cama de mi dormitorio. Todo mi cuerpo estaba bañado por un sudor frío, respiraba agitadamente y me sentía terriblemente cansada después de una insoportable noche de espantosas pesadillas. Soñaba que las plantas de todos los lugares de la tierra podían caminar y se dirigían contra los hombres. A medida que avanzaban iban dejando una estela de muerte y desolación por todos los lugares que pasaban; pero sólo asesinaban humanos, los animales eran respetados por estos sanguinarios seres. Al final del sueño la tierra estaba poblada únicamente por las plantas y los animales irracionales. La humanidad había perdido su última gran batalla. Aunque sé que sólo ha sido un sueño, no puedo evitar un estremecimiento cuando pienso en ello.
Pese a que tanto Miguel como Rafael me han pedido insistentemente que les relatase qué me había manifestado la planta el día anterior, he decidido guardar silencio. Tampoco les hablaré de mis sueños.

1 de julio de 19..
Durante todo este mes, lo mismo Miguel que su ayudante han estado trabajando muy duro. Todas las conversaciones con la planta las grababan en cinta magnetofónica y tenían la idea de escribir un libro sobre el tema una vez acabado el experimento.
Yo, por mi parte, he resuelto no volver a aparecer por ese condenado laboratorio. Sólo de pensar en la experiencia sufrida el último día que estuve allí me pongo a temblar.

5 de julio de 19..
Esta mañana tanto Miguel como Rafael han amanecido enfermos. Los dos decían tener los mismos síntomas: se encontraban decaídos, sin fuerzas y los músculos parecían que se negaban a aceptar las órdenes de su cerebro.
No le di demasiada importancia achacándolo todo al agotamiento físico producido por el duro trabajo de los últimos meses. Les he dejado dormir durante todo el día y mañana despertarán frescos y con ganas de volver a su tarea.

6 de julio de 19...
La lividez del rostro de Miguel me ha aconsejado llamar al médico. Después de una completa exploración, el doctor no ha sabido darme un diagnóstico y me ha recomendado internarles en una clínica para hacerles unas pruebas completas. Esta misma tarde han ingresado los dos en el Hospital Provincial.

12 de julio de 19...
Después de una semana trágica y dolorosa, de pruebas y más pruebas sin llegar a ninguna conclusión, mi marido y Rafael han fallecido. Lo único extraño que han encontrado los médicos, han sido unos pequeños corpúsculos repartidos por todo su cuerpo que de alguna manera parecen ser esporas vegetales.
Cuando oí aquellas palabras me dirigí a toda prisa hacia mi casa. Entré en el laboratorio con miedo, casi con terror. Al abrir la puerta de la pequeña habitación me pareció que el ficus había crecido. Su aspecto altivo, casi desafiante, me aterrorizó una vez más.
Poniéndome los auriculares me dirigí hacia él  y con una voz gutural, que ni yo misma reconocería, producida por el miedo, le dije:
-¿Has sido tú...?
-Sí. Hemos sido nosotras... -contestó después de unos minutos de silencio.
Su voz ahora autoritaria, como la de un triunfador.
-Otros hombres están muriendo en estos momentos -continuó la planta- en todos los lugares de la tierra... Y vuestros médicos e investigadores nada podrán hacer por evitarlo... Nuestra venganza ha comenzado y nada puede pararla... Tardaremos cientos de años en destruiros, pues nuestros movi-mientos son muy lentos, pero al final lo conseguiremos... El planeta es nuestro, estábamos aquí mucho tiempo antes que vosotros... Para salvarnos las plantas debéis de perecer la humanidad entera... Absolutamente toda...
Una ira tremenda se apoderó de mí. Tiré los auriculares con rabia al suelo e hice pedazos aquel maldito ficus. Mientras la estaba pisando me pareció oír todavía una risita proveniente de aquella maldita planta.

* * *
...Empiezo a estar cansada, muy cansada. Ya casi no puedo seguir escribiendo; mi mano se niega a obedecer los impulsos de mi cerebro. Pero, créanme, destruyan inmediatamente sus plantas. El futuro de la humanidad está en peligro.

* * *
El inspector González esbozó una sonrisa y cerró el manuscrito. Luego llevó el diario a la comisaría por si pudiese constituir una prueba en las averiguaciones de su extraña muerte.
Sánchez -ordenó, archívelo en la sección correspondiente. Seguramente se trata del caso de una pobre demente.
Mecánicamente el agente tomó el legajo y lo depositó sobre un inmenso montón de informes apilados en aquella sección que habían llegado en los últimos días casi inundando la comisaría. Cuando lo hubo dejado encima se alarmó al recordar que todos aquellos escritos trataban sobre el mismo tema. Un escalofrío recorrió su cuerpo al mismo tiempo que dirigió una temblorosa mirada a la maceta que adornaba la oficina...

999. Anonimo,

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