Eranse dos nubes que
vagaban perezosamente por el cielo. Era la una gris, blanca la otra. La
primera refunfuñona y malhumorada; la otra, alegre y bondadosa.
La nube gris, durante
los días de fiesta, se dedicaba a arrojar` agua sobre las gentes para que
tuvieran que encerrarse en casa y sólo llovía sobre los ríos y el mar, para
desesperación de los campesinos que veían perderse las cosechas.
Suerte que la nube
blanca iba detrás para arreglar los estropicios de la primera. Así, se iba
sobre las tierras secas y enviaba benéfica lluvia y donde no era necesaria
permitía que alumbrase el sol.
Pero como la nube gris
se empeñase en perseguirla, la tomó con fuerza por las enmarañadas barbas y la
arrojó al mar, de donde no volvió a salir.
Desde entonces, la nube
blanca va donde es deseada y escapa de donde es mirada con temor.
999. Anonimo,
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