Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La novia de aljandar


Las casas de Aljandar -dominando gran parte del pai­saje que, desde Ferreries, a través de cortadas y escotadu­ras, va descendiendo hasta la playa de Santa Galdana- es­taban en fiesta. El primogénito de la familia se desposaba aquel día con una joven cuya belleza comentaba toda Menor­ca, y no podía presentarse mejor ocasión para que la tradi­cional magnificencia del predio luciera sus mejores galas.
Las mesas rebosaban con las olorosas carnes, asadas en las hogueras del patio, las más refinadas reposterías case­ras y el vino, abundante y generoso, servido incesantemente por los criados.
La general alegría disimulaba el comentario que, a hur­tadillas, circulaba entre los invitados. Todos recordaban el romance vivido por la novia con aquel joven esclavo moro, de familia importante -se decía- liberado tiempo atrás, a base de un crecido rescate. Nadie se atrevía a hacer dema­siado ostensibles sus conversaciones, pero se esforzaban en buscar en la joven desposada cualquier gesto, tal vez una inadvertida expresión, delatora del amor que -según rumo­res-profesaba aún por el moro. Nada, sin embargo, en la conducta de la hermosa novia, parecía recordar aquella pa­sada historia de la que habían circulado por la comarca las más diversas versiones.
Cuando la fiesta alcanzaba su plenitud, la inesperada aparición de una desconocida, de aspecto miserable, encor­vada bajo el peso de muchísimos años, vino a poner una nota extraña en el ambiente. Caminando con dificultad, apo­yada en una desgastada rueca, la vieja se paseaba entre los comensales, mirando torvamente a los recién casados y sal­modiando una copla con su voz cascada:

La nuvía d'Aljandar
avuy es en terra,
demá será en mar;
avuy menja capons i gallines,
demá menjará sardines
a la vora de la mar.

La extrañeza que la inesperada aparición de la anciana había provocado en novios e invitados aumentó al escuchar las estrofas de aquella copla. Su contenido, aparentemente incomprensible, entrañaba sin duda un mensaje, una premo­nición, al referirse a la joven desposada.
No se había extinguido el eco de la última estrofa reci­tada por la vieja y resonaban aún los golpes de la rueca que le servía de bastón, cuando un tropel de moros invadió la clastra de Aljandar y, derriban-do muebles y personas, sembró el pánico entre los comensales. Las hojas de los al­fanjes cortaban el aire con silbidos escalofriantes y herían sin compasión a los que, sin reponerse aún de su sorpresa, intentaban hacer frente a los piratas. A punta de cuchillo, el que parecía acaudillar la partida, llegó hasta la mesa de los novios y, tomando, de la mano a la joven esposa, la obli­gó a seguirle sin que se advirtiera, por parte de ella, la me­nor resistencia.
Poco después, una nave abandonaba la ensenada de Santa Galdana y ponía rumbo a África. En las casas de Al­jandar, entre el dolor y la tragedia, un sentimiento era com­partido por todos: era él, el antiguo esclavo enamorado, que había vuelto a Menorca en busca de la mujer que amaba.
Sin embargo, la alegría del reencuentro terminó pronto para los dos amantes. Cerca de las costas africanas, el mar embravecido se ensañó con la embarcación y la hizo peda­zos. Del naufragio sólo se salvó la muchacha, recogida en la playa, a punto de ahogarse, por un pescador, que la hizo objeto de sus vejaciones durante muchos años.
Cuentan que, un día, perdida ya toda la lozanía y deja­das muy atrás su juventud y su belleza, la mujer, la antigua nuvía d'Aljandar, consiguió escapar y embarcarse al azar en la primera nave que zarpaba de aquellas costas. Perma­neció escondida, como un polizón asustado, hasta que el hambre la obligó a mostrarse, pidiendo la protección de los marinos. Nadie se compadeció de ella y, a la primera oca­sión, fue desembarcada en una playa solitaria, donde la de­jaron, abandonada a su suerte.
A pesar del tiempo transcurrido, aquel lugar despertaba en la mujer dormidas evocaciones. El color del agua, la blancura de aquella arena y aquel barranco profundo que se alejaba, tierra adentro, como el cauce de un río deseca­do muchos siglos atrás...
A lo lejos, las viejas casas de un predio dominaban des­de lo alto el abrupto paisaje. ¡Era Aljandar! Y la playa, la misma Santa Galdana que, mucho tiempo atrás, la viera partir un día en el comienzo de una aventura que tenía que ser un inacabable sueño de amor.
Al reconocer el lugar, presa de una desesperanza sin lími­tes, la mujer enloqueció. Desde entonces, la imagen de una vieja desharrapada, vagando en busca de limosna, de predio en predio, aparecía en cualquier lugar de la isla.
Nadie hubiera podido precisar su edad. Delgada, cubier­ta de miseria y suciedad, apoyaba su caminar cansino en una vieja rueca, mientras tendía la otra mano en demanda de la moneda o el mendrugo de pan. No hablaba, no pedía, sólo salmodiaba una extraña cantinela, mientras sus ojos extraviados se perdían en algún remoto lugar del tiempo:

Sa nuvia d'Aljandar
avuy es en terra,
demá será en mar;
avuy menja capons i gallines,
demás menjará sardines
a la vora de la mar.

 Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)












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