Habían llegado las primeras nieves
y todos los muchachos del lugar jugaban con ella. Dos viejecitos, Tomás y
Julia, decidieron recordar su lejana infancia y salieron también a jugar con la
nieve.
Quizá porque habían deseado siempre
tener una hija que no llegó, fueron amontonando nieve y dándole la forma de una
niña. Y de pronto, asombrados, los viejecitos descubrieron que sus ojos sin
vida se volvían azules, y su carita rosada y rojos sus labios. El tosco muñeco
se convirtió en una preciosa niña.
Los ancianos acogieron a la pequeña
en sus brazos y sintieron el tibio calor de su cuerpo. Luego, entre besos, se
la llevaron a su cabaña.
Durante todo el invierno fueron muy
felices con su hijita. Pero, cuando la tierra empezaba a cubrirse de verde, el
anciano notó que la niña palidecía.
-Me siento muy mal... -dijo ella.
Creo que me muero.
El anciano llevó a la niña hasta la
cumbre de la montaña, donde soplaba un viento gélido y la nieve era abundante.
Y así estuvieron durante varios días hasta que, una mañana, tan fuerte era el
sol, que hirió el cuerpecito de la niña como si fuera una espada. Y la niña
cerró los ojos y su cuerpo empezó a gotear, como si sudara. El viejecito la
abrazó fuerte y sintió que la niña se deshacía.
Sobre la hierba había quedado un
charco de agua.
Los dos viejecitos lloraron su
soledad...
999. Anonimo,
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