Erase una niñita impedida que no
podía salir ni corretear con sus amiguitos que iban a visitarla de tarde en
tarde porque se aburrían con ella, pues siempre estaba en su silla de ruedas.
Pero cosa extraña, la niñita, rubia
y dulce, tenía aire feliz, especialmente cuando podía estar en su jardín.
Todo empezó un día en que lloraba a
solas la amargura de su soledad. Una gentil campanilla azul le habló así:
-No llores, niña de los ojos
azules. Nosotros te queremos y cantaremos para ti.
Y, ante el asombro de la pequeña,
las campanillas azules, las rojas, las blancas, las amarillas, entonaron a coro
una bonita canción y luego otra y otra...
A veces, las flores se turnaban
para contarle fantásticas historias que distraían a la pobre solitaria. Y así
un día y otro hasta que la niña pasó a una vida mejor.
No obstante, el misterio proseguía
sobre su tumba. Siempre aparecía sembrada de campanillas blancas, rojas, azules
y amarillas que nadie había puesto allí y que se mecían como en una eterna
danza.
999. Anonimo,
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