Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La mujer de mármol


Los desgraciados amores de la hija del rey de Coves Gar­des con el joven gigante de Calafi, tienen su réplica en otra historia que, no podía ser de otra manera, terminó igualmen­te de forma trágica.
Todo estaba preparado para ejecutar la sentencia dictada por los jerarcas de Albranca. El reo, un joven gigante de la tribu, había cometido el imperdonable pecado de enamorar­se de una de las doncellas de Calafi. La pena era de muerte y el castigo se cumpliría públicamente, de forma ejemplifica­dora.
A la salida del sol, la procesión formada por la tribu de Albranca, se encaminó hacia el punto más alto del Barranc de Sa Cova. El traidor, cuyos inconfesables amores le habían condenado a la pena máxima, iba en el centro, arrastrándose, casi, bajo el peso de las cadenas con que le sujetaban. Al mis­mo tiempo, la gigantesca siluta de una mujer, embozada en un largo manto, se deslizaba por el borde opuesto de la que­brada hasta que, llegada junto al precipicio, quedóse sentada, arrebujada en su manto, con las piernas colgando en el vacío.
Enfrente, la ejecución estaba a punto de consumarse. Los verdugos colocaron al reo en la bolsa de una inmensa honda y, volteándola sobre sus cabezas, la dispararon con toda su brutal fuerza al fondo del barranco. Allá fue a estrellarse el cuerpo del joven. Las salpicaduras de su sangre tiñeron de rojo las paredes del desfiladero y enturbiaron durante días el agua del torrente que discurría por su fondo.
La misteriosa mujer lanzó un desgarrador lamento y que­dó inmóvil. Cuando los gigantes de Albranca se acercaron hasta ella, la encontraron convertida en piedra y allí la deja­ron, como una figura de mausoleo que vela, eternamente, la tumba de su ser querido.
Esa es la explicación que la leyenda tenía para una extra­ña peña basculante, sa dona de penya mabre o sa dona qui seu, que, durante siglos, pudo ser observada por todos, sen­tada al borde del barranco. Los que pudieron verla, han deja­do dicho que su composición no era igual a la de las demás rocas del entorno y que, al tocarla, parecía como si se agitara en un convulso temblor.
En la pasada centuria, una tormenta precipitó a la mujer de mármol al fondo del barranco. Allá sigue, arrodillada en lugar de sentada, con la cara en tierra, sin interrumpir por un momento su fúnebre guardia.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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