En un lugar de la selva africana,
un papagayo insolente se pasaba los días molestando al elefante.
-Eres gordinflón, palurdo y
desaliñado. Tienes la tez gris y la nariz tan larga que da risa...
Y le decía estas y otras cosas
semejantes. El elefante no contestaba pero guardaba todo en su recuerdo y
continuaba sufriendo las burlas del papagayo sin que se le bajaran los humos a
éste.
Pero, en un atardecer de verano, se
oyó un gruñido formidable y el elefante surgió de entre los árboles con el ceño
propio de un guerrero.
Con su trompa amenazadora,
arremetió contra el árbol donde dormía el papagayo. Y pudo verse un espectáculo
colosal: el elefante enroscó su trompa en el gigantesco árbol y lo sacudió
tanto que, al cabo de unos instantes lo arrancó de cuajo. Al venirse abajo el
árbol, el papagayo despertó sobresaltado para recibir un batacazo. Y el
elefante le dijo:
-Como verás, tengo buena memoria y
no he olvidado tus tonterías. Espero que te aproveche esta pequeña lección y se
acaben tus burlas.
Y sin más, con su paso ancho y
voluminoso, fue a perderse entre las sombras del crepúsculo.
999. Anonimo,
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