Anselmo era un humilde pastor que
se ganaba el pobre sustento cuidando rebaños. Apenas le llegaba su jornal para
pagarse un techo y, llevaba los pies helados, porque su calzado tenía varios
agujeros.
En esto, llegó junto a él un hombre
barbudo que saludó y dijo:
-Pastor, ¿no podrías darme algo de
alimento? No he comido desde ayer, en que salí de la prisión.
-Tengo media hogaza de pan y un
buen trozo de queso. Cómalo usted, que yo ya comí ayer.
Mientras comía, el barbudo contó
que había pasado un año en la cárcel y que nadie por ello quería darle trabajo.
-Por eso te agradezco tanto el que
me hayas ayudado -añadió-. Mira, para agradecerte el favor, te regalaré estos
zapatos que están nuevos.
Los sacó del hatillo y Anselmo
dijo:
-Buen hombre, esos zapatos pueden
hacerle falta a usted.
-Sí, tienes razón, pero es
preferible que siga con mis botas medio rotas a que me pesquen esta vez
llevando estos buenos zapatos. Me los llevé del despacho del director de la
prisión aprovechando que él había salido un momento.
-Entonces, buen hombre, no acepto
el regalo. Vivo con la conciencia tranquila y no podría pisar firme ni seguro
con un calzado procedente de un robo. Siga su camino y devuelva esos zapatos.
Sólo la tranquilidad de conciencia conduce a la felicidad.
999. Anonimo,
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