Al día siguiente, guiado
por una fuerza instintiva, Juan se dirigió por segunda vez al castillo del
gigante. La puerta estaba abierta y pudo ver como seguía comiendo. Al terminar
mandó que le llevaran su gallina de huevos de oro y los criados se la pusieron
sobre la mesa. En cuanto el gigante se durmió, lo que no podía evitar cuando
llenaba su panza, Juan agarró la gallina la metió en una bolsa y regresó con
ella a su casa.
La madre del muchacho se
llevó otra alegría.
Al siguiente día, Juan
volvió por tercera vez al castillo del gigante que como siempre, estaba en la
mesa, engullendo varios corderos y media docena de suculentas tartas. Luego,
solicitó que le llevasen su arpa de oro y empezó a tocar una melodía dulcísima.
Juan pensó en lo contenta que se pondría su madre oyendo aquella música y le
quitó el arpa en cuanto se quedó dormido.
Pero en el camino
tropezó y el arpa empezó a tocar. La música despertó al gigante que, hecho un
energúmeno, salió en persecución del muchacho.
Viendo que iba a
alcanzarle, Juan trepó por el árbol que nació de la semilla mágica y llamó a
gritos a su madre.
-¡Pronto, dame el hacha!
Tras él, el gigante
trepaba también por el árbol.
De un hachazo, el
muchacho cortó el altísimo tronco y el gigante fue a caer con estrépito en el
cercano lago, del que jamás más salió.
Juan y su madre, en lo
sucesivo, fue muy felices, pues pudieron arreglar casita, tener todas las comodidades además ayudar a los pobres, que para eso la
gallina ponía huevos de oro. Y todos los días escucharon la deliciosa música
del arpa de oro.
999. Anonimo,
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