Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La franquicia de «son pancuit»


«No debo pasar en silencio que una pieza de tierra olivar en el predio Sa Coma, del señor Marqués de Vivot, no paga diez­mo; ignoro su privilegio.» Así escribió en su informe, a princi­pios del siglo XIX el escrupuloso vicario de Valldemossa, Pedro Estarás. El cura des-conocía los motivos que eximían a Son Pan­cuit del pago de sus contribuciones pero si, en lugar de investi­gar rebuscando en polvorientos archivos, hubiera consultado a cualquiera de sus paisa-nos, se habrían disipado rápidamente sus dudas al escuchar esta historia:
Son Pancuit estaba -está- en el camino que seguía habi­tualmente el rey Sancho en sus desplazamientos desde Vallde­mossa hasta, sus casas del Teix. Era en verano y el sol cargaba sobre la real comitiva, haciéndole al monarca más insufrible su molesto asma y acentuando la incómoda sed que, desde hacía ra­to, venía fastidiándole. Tenían prisa todos en llegar pronto a Na Ropit y humedecer sus gargantas con las aguas del manatial, cuando he aquí que el amo de la finca - un viejo honor, famoso por sus ingeniosas agudezas y por la seriedad de sus sentencias- ­advirtió de lejos la llegada del cortejo y salió a su encuentro, afreciéndole a su rey y señor lo mejor que tenía: un cuenco re­bosante die fresquísima agua. Don Sancho bebió hasta saciarse y, descabalgando, anduvo junto al labriego el trecho que faltaba hasta la fuente, entablando una intencionada charla y deseoso de comprobar la famosa agudeza de su vasallo.
Debió quedar complacido el rey y, con ánimos de seguir aquel juego de sutilezas, ordena a su acompañamiento reempren­der la marcha pues debía confiar un secreto al campesino, bajo la promesa de que no podría revelarlo hasta haber visto cien ve­ces la real cara de su señor. Juró el hombre solemnemente cum­plir lo que se le exigía y recibió la confidencia de Sancho.
¡Bien sabía el buen rey al alejarse que, muy a pesar suyo, no pasaría cien veces más por Son Pancuit! Los asuntos de pa­lacio, sus reales obligaciones y sobre todo el asma, el dichoso asma, de cada día más preocupante. Sonrió pensando el compro­miso en el que había metido al viejo honor, y se preguntó si se­ría capaz de cum-plirlo.
Un buen día; pensó el rey que era ya hora de poner a prueba la fidelidad de su súbdito valldemosín y dio orden a uno de sus caballeros de pasarle visita e intentar, con toda clase de ar­gumentos, y sin excluir el económico, sonsacarle el secreto real. Pero fueron inútiles las gestiones del caballero; ni con ruegos, amenazas, sutilezas o ingenios consigió arrancarle al campesino una sóla palabra. No quedó más remedio que recurrir al dinero: diez, veinte, cincuenta monedas de oro. Inútil. El hombre demostraba una inquebrantable tenacidad que obligó a aumentar fuertemente la oferta al emisario. Setenta, ochenta, noventa mo­nedas, pero ni aún así se doblegaba la entereza del campesino.
-¡Cien!
-¡Al fin! Mías son. Vengan las monedas y he aquí el se­creto.
Con alguna decepción se enteró don Sancho del precio que el de Son Pancuit había puesto a su amistad. Cien monedas era mucho dinero, ciertamente, pero el cariño de un rey debía valer más, mucho más y la palabra de un honor no podía tener precio. Mandó llamar al hombre a palacio y le reprendió duramente.
El anciano aguantó con calma el real enfado y cuando ob­tuvo la venia, cuentan que habló, poco más o menos, así:
-«Señor: ni amenazas, ni torturas, ni halagos me hubieran arrancado una sóla palabra. Aún la misma vida hubiera dado, con tal de no revelar el secreto que me confiásteis. Sólo si veía cien veces vuestra cara estaba autorizado a hacerlo. Decidme, se­ñor, si no es vuestra real imagen la que está en cada una de estas cien monedas que me ofreció vuestro enviado. No quise ni una más. Sólo las justas para quedar libre de la promesa que os hice.»
Ganado una vez más don Sancho por la agudeza de su vasa­llo, quiso premiar su honradez, no exenta de una sutil picaresca, y concedió franquicia perpétua a las tierras de Son Pancuit. A las mismas que continuaban sin pagar un céntimo en tiempos del des­concertado y reverendo Estarás, que, o no se fiaba de la historia, o no la conocía.

Fuentes:
Juan Muntaner Bujosa: Tradiciones y leyendas de Valldemossa. (Separata de Revista núms. XLIII - XLVIII. Palma 1948),

092. anonimo (balear-mallorca-valldemossa)

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