El León y la Pantera presumían de ser
los mejores cazadores de hombres. Y sí que los dos eran buenos, naturalmente.
Sucedió cierto día cálido en que
las hojas de los altos árboles ni se movían, que el ruido de un motor conmovió
la selva. El cazador que conducía el vehículo, se detuvo, se apeó y estiró las
piernas, tras el largo viaje. Luego, despacio, encendió su pipa. Ni siquiera
había pensado en armar su rifle, que yacía abandonado sobre el asiento.
Desde su observatorio, el León y la
Pantera acechaban.
-Te apuesto a que la presa será mía
-dijo el primero, haciendo tremolar sus melenas.
-Será para mí -anunció la altiva
Pantera.
Y los dos se lanzaron a la carrera.
Un último salto y caerían sobre la codiciada presa.
Pero, algo debió avisar al hombre
porque se volvió, divisó a las fieras y él también saltó impetuosamente hacia
el coche.
Las bestias saltaron y cayeron en
tierra pues el coche había salido disparado y apenas si llegaron a rozarlo. Lo
persiguieron, pero fue inútil.
-Reconoce que el verdadero rey es
el hombre -dijo la Pantera, casi sin aliento.
-No -replicó el León. El verdadero
rey es el talento que inventa artefactos y los pone al servicio del hombre.
Por primera vez en su vida, la
Pantera se echó a reír pues se preguntó:
-¿Pero quién tiene el talento?
999. Anonimo,
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