En los alrededores de Jerusalén,
una pastorcita llamada Noemí cuidaba sus ovejas. Sentada junto a un olivo,
tenía a su lado al perro. De pronto, vio acercarse a un niño, y la pastorcita
le preguntó:
-¿Cómo te llamas y de dónde eres?
-Me llamo Jesús y soy de Nazaret.
¿Y tú?
Ella dijo llamarse Noemí. Era
huérfana y vivía con una tía inválida. Luego preguntó a su vez al niño si tenía
padres.
-Sí; mi madre se llama María y mi
padre José y es carpintero. Pero no viven aquí.
-¿Y cómo es que te has alejado
tanto de la casa de tus padres? -preguntó Noemí.
-Aquí cerca está el Templo, que es
también la casa de mi Padre, y me he quedado para orar.
-Yo también rezo mucho y siempre
pido tres cosas -dijo Noemí. Una, que mejore mi tía; otra, que no se muera
ninguna ovejita. Y la tercera...
-Sigue... -le instó el Niño, viendo
que ella, avergonzada, se detenía.
-La tercera... Le pido a Dios que
me deje ver al Mesías y sea yo la criadita de la Virgen, su Madre. No se lo
dirás a nadie, ¿verdad?
-Pues yo te digo que se cumplirá tu
deseo, porque el que busca, halla y el que pide, recibe.
Pasaron los años. Jesús se hizo
mayor, y se despidió de su Madre para buscar las ovejas perdidas de Israel y
María se quedó sola, pero al día siguiente llamó a su puerta Noemí, la
pastorcita de Jerusalén y se quedó en la casa de la Madre de Jesús, haciéndole
compañía.
999. Anonimo,
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