Un joven pescador, Aben, con más
ilusiones que fortuna, solía vender todo el producto de su pesca. Hasta que un
día en que no había pescado más que un atún, decidió comérselo, pues ya era
hora de que él también disfrutara de su trabajo.
Al partirlo, encontró en su
interior una copa de oro.
-¡Qué suerte he tenido! -se dijo.
Hoy la estrenaré y mañana la venderé, porque el dinero me será más útil que la
copa.
Para su sorpresa, cuando quiso
verter vino en ella, la copa de oro se llenó de monedas del mismo metal.
-¡Soy rico! -exclamó feliz.
Y mandó construir un palacio, y
pronto en sus dorados salones se dormía de aburrimiento, y decidió emprender un
viaje. Se compró un buen camello, lo adornó ricamente y se fue a la ciudad a
visitar al sultán.
El corazon de zulamita
Y el joven Aben plantó su tienda
ante el palacio del sultán y su hija, la bella Zulamita, le vio desde una
ventana y se enamoró de él.
El sultán montó en cólera ante la
pretensión de su hija.
-No consentiré que te cases con un
joven del que no sabemos otra cosa sino que toca muy bien la cítara.
-Sólo me casaré con él -afirmó la
muchacha.
-Entonces, tendrás que abandonar
este palacio.
Zulamita se casó con Aben y se fue
a vivir con él al desierto. La tienda era lujosa y tenía cuanto deseaba, pero
se acordaba de su padre.
Aben permitió a Zulamita que fuera
a verlo. Pero ella temía su cólera y ocultó el rostro con un velo.
Una vez ante el sultán, vio que
estaba muy envejecido y supo que era por el dolor que le había causado la
separación de su hija. Entonces arrojó el velo que ocultaba su rostro y dijo:
-Padre mío, siempre te he querido
mucho y te sigo queriendo. Y como mi esposo me quiere con toda su alma, está
dispuesto a cederte su copa de oro si nos perdonas.
Cuando el sultán supo el poder de
la copa, se sintió feliz. Admitió en palacio a su hija y a su yerno y regaló a
éste la mitad de sus propiedades, de modo que todos fueron felices.
999. Anonimo,
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