Un joven bastante pobre fue a pedir la mano de la hija del Rey, y
naturalmente no se la concedieron. Volvió a su casa muy enfadado con todo el
mundo, y se preparó la cena en una bandeja.
Después se sentó en su silla con la bandeja sobre las rodillas; pero el
enojo seguía, y pensó:
‑No es justo lo que me sucede, pero yo sé cómo vengarme de esta
humillación: haré alguna hazaña grande, y entonces el mismo Rey querrá que sea
marido de su hija.
Dejaré que preparen las bodas y que me regalen. Y después de casarme con
ella, delante de toda la Corte le diré que no la quiero y le daré, por muy
Princesa que sea, un empujón ¡como éste!
Se había entusiasmado hablando, y sin darse cuenta empujó su bandeja, que
fue a dar al suelo con las únicas patatas que le quedaban; ni el perro las
quiso comer.
El joven lloró amargamente, pero luego pensó:
‑El orgullo es malo para la cena, está visto. Guardaré mi ambición para
cuando sea rico y no me sea gravoso perder una cena como la que se me ha caído.
Eso hizo; y tanto lo guardó, que nunca volvió a su cabeza un mal
pensamiento, ni se le cayó otra vez la bandeja con su cena.
999. Anonimo,
No hay comentarios:
Publicar un comentario