El verano estaba en todo su apogeo
y en la playa jugaban los niños que habían llegado de la ciudad, vigilados por
sus padres o sus niñeras.
Un muchachito delgado, desde las
rocas, les miraba con tristeza. ¡Si al menos él tuviera padres! Pero el suyo,
que era, pescador, se ahogó en el mar.
Al anochecer, cuando los niños se
retiraron de la playa, el hijo del pescador, encontró una caracola. Y se la
acercó al oído para escuchar su rumor misterioso. Entonces, con palabras claras,
oyó:
-Busca... busca en la cueva, cuando
baje la marea, detrás de la tercera roca...
¿Estaría soñando? Atónito,
descubrió que bajaba la marea y se apresuró a entrar en la cueva. Sirviéndose
de un remo, pudo retirar la tercera piedra, realmente pesada, y halló un cofre.
Tras varios esfuerzos, consiguió abrirlo y se quedó deslumbrado ante las
monedas de oro que contenía. Asustado, fue a contárselo al alcalde.
En efecto, en el cofre había una
considerable fortuna. Y todos en aquel pueblecito de la playa decidieron que el
niño la merecía. Que con aquel dinero podría estudiar, y no carecer de lo
necesario.
Pero, aunque parezca extraño, el
muchacho tenía más apego a la caracola que al oro y la llevaba con él a todas
partes, pues siempre esperaba oír en su rumor la voz de su padre.
999. Anonimo,
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