Hace muchos años existió una joven
bellísima, pero pobre y perezosa. No quería trabajar y su madre no lograba ni
que hilase ni que le ayudara en los trabajos de la casa.
Un día, harta la madre de la pereza
de la hija, la castigó. Y quiso el azar que en aquel momento pasara la reina
ante la puerta de la humilde casa. Y como la soberana era bondadosa, al
escuchar los gritos desgarradores de la joven abandonó la carroza y entró en la
vivienda. Quería saber qué estaba sucediendo allí.
-Mi hija llora -explicó la madre,
que no quería dejar en mal lugar a la muchacha, porque no puedo darle todo el
lino que ella necesita para su tejido, ya que soy muy pobre.
-¡Qué lástima que una joven tan
preciosa se disguste tanto! -exclamó la reina. Me la llevaré a palacio y allí
podrá hilar cuanto desee.
En efecto, la soberana se llevó a
la muchacha y le regaló una rueca de oro y una montaña de lino.
Las tres hilanderas
Al verse sola, la joven campesina
empezó a llorar. Cuando regresó la reina, viendo que no había comenzado el
trabajo, quiso saber la razón. La muchacha, para no confesar que no sabía
hilar, murmuró:
-Es que me acuerdo de mi madre...
-Siendo así... -se conformó la soberana, que era muy afectuosa.
Al verse sola de nuevo, la joven,
sin dejar de sollozar, se asomó a la ventana y vio a tres mujeres de raro
aspecto. La una tenía terriblemente grueso el labio inferior; la otra, el dedo
pulgar de la mano derecha tan grande que parecía una porra; la tercera, un pie
tan aplastado y ancho quedaba lástima mirarla.
-¿Porqué lloras? -le preguntó una
de ellas a la muchacha.
La joven, entre sollozos, confió su
pena a las desconocidas.
-Note preocupes -le contestaron-.
Nosotras somos expertas en hilar toda clase de lino y te ayudaremos. Pero has
de prometernos que nos llevarás a tu boda.
-Lo prometo, aunque no sé si me
casaré algún día.
Luego, la muchacha ayudó a las tres
mujeres a entrar por la ventana y ellas se pusieron a hilar a velocidad de
vértigo. La primera mojaba el hilo en su ancho labio, la segunda lo retorcía
hábilmente con su gigante dedo; y la tercera hacía girar la rueda con su enorme
pie aplastado.
La muchacha no cabía en sí de gozo.
Bodas reales
Cuando la reina entró a ver el
trabajo de la joven, las tres mujeres se escondieron bajo la cama. La reina,
asombrada del buen trabajo realizado por la muchacha, se la llevó para
presentársela a su hijo, el príncipe heredero. Este se enamoró inmediatamente
de ella, pues además de las cualidades que tanto alababa su madre, era
bellísima.
Se concertaron las bodas y la linda
novia solicitó del príncipe:
-Quisiera invitar a tres viejas
primas mías a nuestra boda.
-¡Naturalmente, querida!
Llegó el gran día y se presentaron
las tres chocantes mujeres. El príncipe, lleno de curiosidad, preguntó a la
primera:
-¿Por qué tienes el pie tan grande?
-Por pedalear la rueca -contestó la
hilandera.
-Y tú -dijo a la segunda, ¿por qué
tienes ese labio tan grueso?
-Es de mojar el hilo, señor -dijo
ella.
-Y tú ¿por qué tienes el pulgar tan
crecido? -preguntó a la última.
-¡Ay, señor! Por estar siempre
retorciendo el hilo.
El príncipe, asustado de tanta
fealdad, exclamó:
-¡No quiero que mi esposa vuelva a
hilar en su vida! En adelante no quiero ver ni una rueca en palacio.
Y el príncipe amó mucho a la
muchacha y fueron muy felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario