Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La calaveras de «ca’n fita»


Ca'n Fita era, por entonces, una casa importante en Sant Jordi, a poca distancia de la ciudad de Eivissa. Poco a poco, había sido ampliada a base de añadirle estancias, las carac­terísticas dependencias en forma de cubo, cuyas aristas iban redondeándose, año tras año, a base de sucesivas capas de cal. Ca'n Fita, además, tenía un piso -sa casa alta- sobre su irregular planta, y su conjunto de reverberante blancura, se destacaba con elegancia en el caserío.
A sa casa alta, precisamente, fue a vivir el hijo mayor -l'hereu- desde el mismo día de su boda. Todo se hubiera desarrollado dentro de la más absoluta normalidad, si su mujer no hubiera descubierto la marca de una ventana ta­piada, cerca de la cabecera de la cama, insistiendo desde en­tonces para que se abriera de nuevo.
La ventana estaba tapiada por ambas caras y, por el rui­do de la maza al golpear el tabique, podía presumirse que su parte interior estaba hueca.
Sin demasiado esfuerzo, el condescendiente marido echó abajo la delgada mampostería. Complacer a su esposa no suponía demasiadas complicaciones hasta que algo inespera­,do le dejó estupefacto: al retirar los escombros del alféizar, aparecieron dos calaveras que, por su aspecto, parecían lle­var un montón de años emparedadas en aquella ventana.
Recuperado de su sorpresa, el primogénito tomó resuel­tamente los dos cráneos, los metió en un saco y marchó al cementerio donde los dejó abandonados, junto a una de las tumbas. Por la noche, al reunirse la familia en la cocina para la cena, el joven matrimonio dio cuenta del macabro hallaz­go y de la solución adoptada.
Hizo una pausa, miró al hijo mayor y, retomando la pala­bra, añadió:
-Malo -gruñó el viejo, malo. No servirá de nada.
-No debías haber destapado la ventana.
Desde sa casa alta llegó entonces un ruido extraño, como el entrechocar de unos huesos contra la piedra. El hereu se levantó de un salto y desapareció, escaleras arriba. Todos, alrededor de la mesa, estaban tensos, menos el viejo payés que, parsimoniosa-mente, continuaba desmenuzando la reba­nada de pan y la engullía, acompañada de gruesos tacos de queso.
Instantes después reaparecía el joven en la cocina. Su mujer ahogó un grito y se santiguó, nerviosamente. El hom­bre, con el rostro contraído por una mueca de miedo y rabia, sostenía en sus manos las dos calaveras.
-Ya te lo he dicho -sentenció su padre. No debías haberlas alejado jamás de la ventana. Cuantas veces te las lleves lejos, volverán. Aunque las entierres, aunque las hagas padazos, aunque las quemes y esparzas sus cenizas, volverán. Volverán siempre, porque la ventana es su sitio y la maldi­ción no las dejará, jamás, abandonarla.
-¿La maldición? ¿Qué maldición es ésa?
Y el anciano contó la historia, con voz monótona, como si por centésima vez relatara una lección demasiado sabida. La historia de las dos muchachas que, muchos años atrás, vivieron en Ca'n Fita. No había forma de que jamás ayuda­ran a los quehaceres de la casa. Se pasaban la vida junto a la ventana, peinándose y mirándose al espejo, acicalándose con­tinuamente, en espera de la visita de los jóvenes que acudían a galantearlas. En vano la madre las instaba a trabajar obte­niendo, por toda respuesta, una burla o un desprecio. Un día, agotada la paciencia, la mujer perdió el control: «Así deja­rais vuestras cabezas en esa ventana y no pudierais sacarlas jamás. ¡Os lo juro por mi vida!». A la mañana siguiente, la madre y las dos hijas fueron halladas misteriosamente muertas.
-Cómo fueron a parar sus cabezas allí, ni quién las em­paredó, no lo sé -concluyó el viejo. Sólo puedo deciros, y vuestra madre es testigo, que yo también intenté abrir aque­lla ventana y hacer desaparecer los cráneos. Fue inútil. Al final, volví a dejarlas donde estaban y nunca más me ocupé de ellas.
El hereu tomó de nuevo las paletas y tapió la ventana, cui­dando de depositar en ella las dos calaveras.
Cuentan que durmió allí, junto a ellas, el resto de su vida y que, desde aquella noche, jamás experimentó por ello el menor sobresalto.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-eivissa)


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