Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

Encantamientos, brujerías y supersticiones


En el siglo XVII el bandolerismo no era nuevo en Menor­ca pero, por aquellas fechas, se recrudeció con tanta fuerza que ni las más enérgicas medidas tomadas por las autorida­des, lograban atenuar sus devastadores efectos.
Al amparo de los privilegios vigentes en la isla, acudió a ella una heterogénea chusma, en gran parte procedente de Mallorca, intentando eludir la persecución de la justicia. Ca­balleros con un vasto historial de pendencias, villanos ham­pones y clérigos de sospechosas y oscuras conductas, eran una molesta plaga más que añadir a las de piratas, langostas, ratones, peste y sequías pertinaces que arruinaban los cam­pos, desasistidos, por otra parte, de braceros que los traba­jasen.
El panorama era desolador. La isla estaba pagando su tributo al desconcierto del país, a su desastrosa política cen­tral y a su secuela de estúpidas guerras, interminables san­grías de hombres jóvenes que marchaban a ellas y, muchas veces, no regresaban jamás.
Como si el sobrenombre del rey de España, Carlos II, «el Hechiza-do», fuera una premonición, otra epidemia se abatió sobre Menorca. El terreno estaba abonado para ello y una proliferación de endemoniados alcanzó tan preocupante nú­mero que motivó la súplica de los jurados menorquines:
Deu nostro Senyor -escribían- per sos juts judicis, ha alguns anys permet haja en la isla personas spiritadas y en­demoniadas, y per veure se han estés y aumentat de cada día en donas casadas, donzellas, religiosas y minyonas y homens, ha aparegut als magní-fichs jurats acudir a rogativas en pri­mer lloch a Deu nostro Senyor per veure si nos perdonaría esta plaga, aprés donarne part al rey nostro senyor (¡a buen santo se encomendaban los menorquines!) para que amones­te los senyors inquisidors de Mallorca, apliquen son desvelo en fer averiguacions y castigar los delinquents...
Sin embargo, tampoco la iglesia, por medio de su podero­so brazo inquisitorial, se tomó demasiado interés en los exor­cismos solicitados por la afligida Menorca. Sus conflictos con el poder civil eran sonados y sus diferencias dirimidas -por ambos bandos- con penas que llegaban, con demasiada fre­cuencia, hasta las últimas consecuencias del cadalso.
Fue, ciertamente, un siglo difícil para Menorca. El colo­fón, a principios del siguiente, de la guerra por el trono vacío de España, afectó de lleno a la isla, entregada en 1713 a la dominación inglesa que, recibida con los naturales recelos, dejó, sin embargo, una huella positiva en la pequeña balear.

* * *
Pudiera ser que, como consecuencia de aquella prolifera­ción de personas spiritadas y endemoniadas que se exten­dió por la isla, surgiera entre sus sencillos campesinos, acon­sejados por ocasionales curanderos o adubants, la costum­bre de recoger amuletos con los que protegerse de las noci­vas maldiciones que esparcían aquellos posesos. La bolsita de tela blanca, repleta de pequeños guijarros, o las herraduras de caballerías, colgadas tras la puerta de entrada en las ca­sas, eran recomendados como eficaces repelentes para evitar la entrada de los espíritus del mal.
Las herraduras tenían que ser, forzosamente, usadas, y las pequeñas piedras recogidas en el momento de tocar a gloria, el sábado de Pascua.
Algunos conservan hoy la práctica de aquellos extraños rituales. Quienes por mantener viva una típica tradición, quienes por la inercia de una inveterada costumbre.
Pero lo que, por su extrema dificultad en obtenerla (nadie lo ha conseguido todavía) constituía un preciadísimo talis­mán, era la simiente de los helechos. Sin embargo, de ella se contaban mara-villas. Usada por los espíritus malos de los endemoniados, era un arma terrible como propagadora de maldiciones, ojerizas y todo tipo de infortunios; pero, admi­nistrada como remedio contra estas cala-midades, sus propie­dades eran igualmente sobrenaturales y su eficacia, decían, a prueba de las más retorcidas fuerzas del mal.
Aun sin haberla visto nunca, a la semilla del helecho, se conocía la liturgia a seguir para ir a recogerla.
Sólo era posible hacerlo la noche del 23 al 24 de junio, la noche mágica de San Juan, llevando un paño blanco para extender bajo la mata y dos candelas bendecidas, que se en­cendían puntualmente al dar las doce. La operación era en extremo delicada, pues el helecho -según la tradición- flo­rece, fructifica y suelta sus semillas en el breve espacio de tiempo comprendido entre la primera y la última de las campanadas de aquella medianoche. Por otra parte, las se­millas son escasas y hay que poner mucho cuidado en que no se pierda ni una.
Así lo comprendieron un payés de Alfurí y un curandero de Maó que marcharon, cada uno por su lado, en busca de la preciada simiente. Provistos de todo lo necesario, se acomo­daron, uno en el torrente que desemboca en la Cala del Pilar y otro en las cercanías de sa font d'en Simó. Y esperaron.
Llegada la medianoche, la torrentera se llenó de un gri­terío espan-toso. Las candelas se apagaron y sólo a la luz de esporádicos res-plandores alcanzó a ver el payés como. una caterva de endemo-niados intentaban acercarse al que -el payés hubiera jurado que era el mismo Satanás- repartía las semillas. Con la última campanada cesaron los gritos y los empujones. Aquella especie de aquelarre se disolvió en un instante y el chasqueado campesino, recobrado un mínimo de sus fuerzas, regresó a Alfurí sin ganas de repetir la expe­riencia.
No corrió mejor suerte el curandero mahonés. A las doce en punto se secó el agua de la fuente y, en su lugar, empezó a manar una ristra de chirriantes cadenas. Sin esperar más acontecimientos, el hombre salió disparado y no paró hasta hallarse en su casa, sin dejar de recitar jaculatorias.
La gente continuó pues -y así continúa- sin saber de qué color son las semillas de los helechos, la mágica llevor de falguera, aunque los atributos de sus mágicos poderes, haya llegado hasta hoy, a caballo entre la superstición y la leyenda.

* * *
En el terreno de los encantamientos, existe en Menorca una rica colección de relatos que -sin tener que ver ya con brujerías ni maleficios- están más cerca de la rondaia que de lo que, un poco arbitrariamente, si se quiere- hemos venido admitiendo como leyendas. Todos ellos son historias con el lugar común del sortilegio que es necesario romper -y que nadie, por supuesto, ha roto- para librar al encantado personaje de su ocasional forma.
El tema de los encantamientos de personas o animales, con premio de fabulosas riquezas para quien lo deshaga, se repite con profusión en las islas, manteniendo infinidad de connotaciones con las historias de tesoros ocultos por los moros y protegidos por conjuras que nadie será capaz de descifrar.
Una de ellas, podría ser la siguiente:

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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