Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

Els pastorells


Ya ha quedado dicho que, en las islas, son muchos los re­latos con' sabor a leyenda que han llegado hasta aquí por vía etiológica. Son historias fantásticas cuyo origen se pierde en la nebulosa del tiempo y del espacio. Sorprendentemente, fi­guran en el patrimonio de países absolutamente dispares, aunque adornadas, en cada uno de ellos, con el aderezo nece­sario para obtener una imagen con las suficientes credencia­les de localismo.
Una más, entre tantas, es la de los pastores -es pasto­rells- que vagan eternamente tras su rebaño y se hacen es­pecialmente audibles las noches de tormenta en el campo.
Es entonces, arrastrándose con el ulular del viento o, rebo­tando por las rocas, como el eco de un lejano trueno, cuando cualquier rumor adquiere características de fantasmagórico. La imaginación oye el repiqueteo de las esquilas, el ladrido de los perros y las voces de los pastores donde -aparente­mente- no hay más que el crujir de las ramas, el goteo in­cesante de la lluvia o el grito de una lechuza, asustada por la chispa gigante de un relámpago.
Por los campos de Eivissa pasan entonces es pastorells, conde-nados a apacentar sus rebaños hasta el fin de los siglos, como castigo por haber intentado engañar al Buen Pastor cuando, una noche, cansado de predicar y de recorrer los caminos del mundo, se acercó a compartir con ellos su cena. Desconociendo la identidad del recién llegado, los pastores decidieron hacerle objeto de una broma y le sirvieron un gato asado, en lugar del cabritillo que tenían dis-puesto.

Si ets cabreta, está quieteta
i si ets gat, salta d'es plat,

cuentan que dijo el Maestro y el gato salió disparado, ante el asombro de los pastores.
Su travesura les salió cara y, desde entonces hasta siem­pre, habrán de recorrer el mundo, en pos de su rebaño, sin hallar jamás el reposo ni la paz.
Como le ocurrió a lo mal caçador, en sus montañas de Catalunya, cuando echó a correr tras una liebre, abandonan­do la misa a la que asistía, en el momento de la consagra­ción. Desde entonces corre tras ella con sus perros y, asegu­ran, no parará nunca. También en Alemania y Francia hay cazadores condenados a igual pena por semejante delito.
En Euskadi, el que corre sin descanso tras una pieza, acompañado por su jauría, es un impulsivo presbítero que, oyendo el ladrido nervioso de los perros, dejó la misa a me­dio celebrar y salió al campo tomando su escopeta. Pudo más la afición que la devoción en el reverendo y, desde en­tonces, se convirtió en el «eiztari beltza» o cazador negro, con cuya presencia intentan conjurar las abuelas vascas las trave­suras de los pequeños.
Las legendarias cacerías del rey Artús en los bosques nor­mandos, el incesante vagar del «eiztari beltza» o de lo mal caçador, derivados a su vez de relatos casi míticos proceden­tes de la Europa septentrional, llegaron a Eivissa -quién sabe si en aquellos tiempos en los que el Bon Jesús anava p'el mon y que tan amorosamente recogen las rondaies is­leñas-. Aquí dieron corporeidad a la leyenda de es pasto­rells, cuyo patético paso alguien asegura haber oído, mezcla­do con los ruidos de una noche particularmente tormen­tosa...

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-eivissa)

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