Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 2 de agosto de 2012

El sastre y el zapatero .072

Había una vez en el pueblito de Yanacancha un sastre que, por la escasez de clientes y lo mal que se le había dado el oficio tenía deudas con casi todos en el pueblo. Por más que pensaba en la manera de pagarles a todos, no se le ocurría nada y, mientras, iba aumentando su deuda.
Un día, desesperado por no encontrar ninguna solución, tuvo una idea que le salvaría de la cárcel. Llamó a su mujer y le dijo:
-Mira, mujer, le debo dinero a todo el mundo, y como no puedo pagar, lo mejor será que me haga el muerto, así todos serán compasivos y me perdonarán las deudas. Cuando esté todo aclarao, resucitaré, y podremos volver a empezar. Así que esta tarde, para que todos lo crean, sal a la calle y grita desesperada.
Cumpliendo con lo dispuesto, la mujer salió por la tarde lamentándose -¡ay, ay!- a grito pelado por la «muerte» de su esposo. Tan dramática y convincente fue que todos los vecinos la consolaron y le dijeron que no se preocupara, que le perdonaban las deudas. Pero entre los vecinos había un zapatero cojo que empezó a gritar:
-¡A mí me debe medio real, y no se lo perdono! Así somos en Yanacancha. Así que, ¡quiero mi medio real! ¡Quiero mi medio real!
Y dale con el medio real.
Por la noche, como era costumbre en el pueblo, llevaron al muerto a la iglesia para darle sepultura al día siguiente. El sastre iba inmóvil en la caja, contento por lo bien que le había salido la mentira y, sobre todo, pensando en el susto que se llevarían sus acompañantes cuando se levantara del ataúd como resucitado.
Dejaron la caja en la iglesia, se fueron, y, al rato, apareció cojeando el zapatero, que, enojado, levantó la tapa del ataúd y le gritó al «muerto»:
-¡Sastre de los demonios! Si no me pagas lo que me debes, arderás en el infierno. Así que, ¡dame mi medio real! ¡Dame mi medio real! Y así con el medio real.
En medio de su griterío, escuchó que se abrían las puertas de la iglesia. Como era de noche, le dio mucho miedo y cojeó para esconderse en el confesionario. Los que habían entrado eran una cuadrilla de ladrones que querían repartirse su botín. El jefe de los malandrines dijo:
-Aquí hay cinco montones de monedas de oro que hemos robado. Como nosotros no somos más que cuatro, el quinto montón se lo llevará el que se atreva a darle un bofetón al muerto ese que está en la caja.
Todos callaron, respetuosos y atemorizados, pero el más pequeño de todos, acercándose al difunto, dijo:
-Yo le voy a dar no uno, sino que, por ese montón de oro, le voy a dar tantos bofetones que todo el pueblo lo va a escuchar.
Y cuando levantó la mano para cumplir con lo prometido, el sastre se incorporó violentamente y gritó:
-¡Ayúdenme aquí, difuntos, que tengo mis cuatro puntos! [1]
Y el zapatero, que seguía escondido en el confesionario, gritó la respuesta:
-¡Aquí vamos todos juntos!
Al oír estos gritos, los ladrones echaron a correr despavoridos, dejando allí las monedas de oro. El sastre ya las estaba repartiendo en dos mitades: una para el zapatero y otra para él. Y así estaban de contentos cuando el zapatero se acordó de su deuda y gritó:
-Sí, pero ¡dame mi medio real! ¡Dame mi medio real!
Los ladrones, mientras tanto, se habían detenido, y el jefe decía:
-¡Pero bueno! ¡Parece mentira que nosotros, los bandoleros más valientes y temidos de estos lugares, nos hayamos asustado por unos muertos!... ¡Que vaya uno a la iglesia a ver qué está pasando!
Uno de ellos cumplió la orden y al llegar a la puerta acercó el oído y escuchó unos gritos que decían:
-¡Dame mi medio real! ¡Dame mi medio real!
Se dio media vuelta y huyó a todo correr temblando de miedo.
Cuando llegó casi sin aliento, les dijo a sus acompañantes:
-¡Vámonos! ¡Vámonos pronto! La iglesia está llena de difuntos,
y son tantos que se pelean por medio real. ¡Imagínense cuántos serán!
Todos huyeron sin pensarlo dos veces. Y el zapatero y el sastre vivieron felices el resto de sus días habiendo pagado sus deudas, incluida la de medio real.

Cuento popular

072. anonimo (peru)


[1] Que tengo mis cuatro puntos: que estoy en peligro.

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