Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 7 de agosto de 2012

El rey ambanor y la huérfana misteriosa


Hace varios miles de años, vivía un rey joven y bello. Era pru­dente en el gobierno de su reino, bueno con su pueblo y el país disfrutaba de una situación de bienestar. Sus consejeros sólo es­taban preocupados porque el rey no quería casarse.
-Tengo que ocuparme de mi país, no me queda tiempo para pensar en casarme -les decía cada vez que tocaban el tema.
Durante un tiempo, los consejeros fueron pacientes, pero un día entraron en la sala del trono y le dijeron:
-Poderoso soberano, es hora de que busquéis una mujer. Si queréis seguir siendo nuestro rey, debéis casaros.
El rey Ambanor comprendió que esta vez ya no podría decir que no a sus consejeros. Pero no tenía ganas de casarse, así que recurrió a la astucia para eludir el compromiso.
-De acuerdo -respondió; si queréis, me casaré. Me casaré con la muchacha que sea capaz de hacer caer la corona de mi ca­beza lanzándome una manzana a una distancia de cien pasos.
Los consejeros menearon la cabeza ante tal extravagancia, pero no se opusieron. El último día del año, reunieron en el pra­do, frente al palacio real, a todas las muchachas casaderas del reino.
Llegaron muchísimas jóvenes, todas con vestido de novia y con una manzana en la mano, pero ninguna logró hacer caer la corona de la cabeza del rey. Todas tenían miedo de darle al rey en la cara y lanzaron sus manzanas demasiado alto.
Acabada la prueba, el rey Ambanor, muy contento, preguntó:
-¿Hay alguna joven que no haya lanzado aún su manzana?
Inesperadamente se oyó una voz:
-¡Yo!
De un espeso bosquecillo salió una muchacha, esbelta como un abedul, con un tupido velo que le cubría el rostro. Avanzaba cubierta de flores de la cabeza a los pies y llevaba en la mano una manzana de diamante. Se colocó a cien pasos de distancia del rey, lanzó la manzana e hizo rodar por el suelo la corona de Ambanor.
De la boca de todos salieron exclamaciones de alegría, segu­ros de que a partir de ese momento tendrían reina pero, cuando quisieron acudir a ella para homenajearla, yo no estaba y nadie sabía por dónde se había ido.
El rey Ambanor se sintió defraudado, tal vez porque lo do­minaba la curiosidad de saber quién se escondía tras ese tupido velo. Ordenó a sus servidores que buscasen a la muchacha por todo el país. Pero la enigmática desconocida había desaparecido sin dejar rastro.
Pasado un tiempo, el rey pidió que se reuniesen otra vez las muchachas casaderas. Ninguna consiguió, tampoco en esta oca­sión, hacer caer su corona de la cabeza. Sólo después de que to­das lanzasen su manzana, volvió a aparecer del espeso bosqueci­llo la joven con su velo y cubierta de flores. Lanzó una manzana de diamante, acertó en la corona Y la hizo caer al suelo pero, an­tes de que el rey y la corte pudiesen reaccionar, ya había desapa­recido. El rey Ambanor hizo registrar todo el reino, desde la ca­pital hasta la última aldea, pero tampoco esta vez encontraron a la muchacha.
Días después, el rey ordenó de nuevo que se convocase a las jóvenes del reino. Y de nuevo todas tuvieron que pasar por la prueba de hacerle caer la corona con una manzana, pero fallaron el tiro. La gente esperaba que volviese a aparecer la muchacha del velo. Y, en efecto, apareció. Salió del bosquecillo, se colocó frente al rey, le lanzó una manzana de diamante y desapareció. La corona rodó a los pies del rey. El rey Ambanor se inclinó, recogió la manzana de diamante y se quedó pasmado. En la man­zana, como en un cristal, se reflejaba el rostro de una joven be­llísima. El rey exclamó:
-Ésta ha de ser mi esposa. Venid todos a mirarla. ¿Alguien la conoce?
Todos observaron encantados aquel rostro hermoso, pero nadie supo decir quién era.
Desde aquel día, el buen rey Ambanor languideció de nostal­gia. Se mantenía encerrado en el palacio sin hablar nunca con nadie, o bien se iba a cazar solo a lo más profundo del bosque. Un día, durante una de sus correrías, llegó a la frontera del rei­no. La noche lo sorprendió en medio de la espesura. Vio a lo le­jos una lucecita que ardía en una humilde cabaña en la linde del bosque. En la cabaña, al amor de la lumbre, estaba sentada una bruja vieja y fea con sus dos hijas, aún más feas que ella. El rey Ambanor le pidió que lo hospedase. La bruja no quería dejarlo entrar pero, cuando oyó que era el rey Ambanor, le preparó un lecho junto al fuego sobre una manta de lana. El rey se acostó, pero no lograba conciliar el sueño. En la habitación vecina, du­rante toda la noche, la fea bruja gritaba como si estuviese riñen­do a alguien. A sus gritos respondía la voz serena y clara de una muchacha.
Al amanecer, el rey se levantó dispuesto a seguir viaje. Antes de despedirse, compensó generosamente el favor de la bruja y le preguntó:
-Dime: ¿a quién le gritabas durante toda la noche?
-Ah, poderoso soberano -respondió la vieja, debo decirte que vive en mi casa una hijastra, una huerfanita, que no me agu­da en nada. Cree que es más hermosa que mis dos hijas legíti­mas. Además pretende robarme el pan para aplacar el hambre de una horrible lechuza que le ha regalado, según dice, tres manza­nas de diamante.
El rey Ambanor se quedó muy sorprendido y dijo:
-¿Más hermosa que tus hijas? Me gustaría verla. Hazme el favor de presentármela.
La vieja gritó:
-Ven aquí, basura.
Y apareció entonces en la puerta una muchacha vestida con harapos, pero su rostro era más bello que la luz del día. El rey Ambanor exclamó:
-Ésta es la joven que yo buscaba.
Corrió a su encuentro, la abrazó y dijo:
-Ven conmigo, tú serás mi esposa.
Se fue con ella tal como estaba, vestida con harapos. La hizo montar a caballo, delante de él, y cabalgó hasta su reino. Cuan­do llegó, ordenó los preparativos de la boda y se casó con la muchacha.
Ésta es la historia del rey Ambanor y de su bella reina.

126. anonimo (rumania)

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