Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 2 de agosto de 2012

El origen del sol


Una vez, hace mucho tiempo, en el cielo aún no había sol. Estaban sólo la luna y las estrellas. En la Tierra aún no había hombres, sino sólo aves y animales, que eran bastante más grandes que ahora. En aquella época el avestruz, el casuario y la grulla eran grandes enemigos. Un día se enzarzaron en una terrible batalla. Lucharon varias horas, hasta que el casuario puso en fuga a la grulla. Presa de la cólera, la grulla cogió un huevo de los suyos y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el cielo.
El huevo, muy grande, cayó en el cielo sobre un gran haz de leña. La yema del huevo se esparció y la leña comenzó a arder con unas llamas muy claras.
En la Tierra hubo tanta luz como si hubiesen asomado diez lunas juntas. Las aves y los animales estaban atónitos. Habituados a vivir en una oscuridad perpetua, jamás habían visto tanta luz
Cuando el espíritu del cielo vio qué clara y hermosa era la Tierra, pensó que sería magnífico poder encender cada día un fuego como aquél.
Llamó a sus ayudantes y les ordenó que recogiesen de nuevo un haz de leña y que, cuando ya fuese bastante grande, lo encendiesen.
La leña comenzó a arder y asomó la mañana. El fuego llegó a su máximo poder, y fue el mediodía. El fuego se fue apagando poco a poco y comenzó a entrar la noche en la Tierra. Y, desde aquel día, los espíritus del cielo han seguido actuando así. Cada noche preparan un haz de leña, cada mañana lo encienden. Y, para advertir a la Tierra de que el haz ya es bastante grande y que pronto lo encenderán, cada mañana envían como señal una estrella muy luminosa: el lucero del alba.
Pero sólo pueden ver esta estrella quienes ya están despiertos. Quien duerme no la ve. Los buenos espíritus, por ello, decidieron enviar también cada mañana a la Tierra un segundo emisario del sol. Tardaron en ponerse de acuerdo, sin embargo, en a quién le confiarían una misión tan importante. Una noche oyeron cantar a un gallo.
-¡Ése será nuestro emisario! -exclamaron.
Y, desde aquel día, el gallo advierte con su canto, cada mañana, de que los espíritus del cielo están a punto de encender el sol.

080. Australia

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