Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 7 de agosto de 2012

El mantel mágico, el gallo y el bastón


Un campesino tenía tres hijos. Dos eran listos y el tercero, un despistado. Como el dinero escaseaba y se les había muerto la única vaca que tenían, el mayor decidió salir a buscar trabajo. Después de mucho caminar, se encontró con un viejo de barbas blancas:
-¿Adónde vas, jovencito?
-He salido a buscar trabajo porque ya no nos queda nada de comer en casa.
-Si buscas trabajo, ven conmigo. Trabajarás para mí duran­te un año y te compensaré con creces.
El joven estuvo de acuerdo, trabajó durante un año y, trans­currido ese tiempo, el viejo le entregó un mantel diciéndole:
-Ten en cuenta que éste no es un mantel común. Basta con que digas: «¡Mantel, prepárate!» y tendrás de comer y beber todo lo que quieras.
El joven le dio las gracias y emprendió el camino de vuelta a casa. Al anochecer, entró en una posada y le dijo a la posadera:
-No se preocupe por la cena: tengo algo mucho mejor.
-Co­gió el mantel mágico, lo extendió sobre la mesa y añadió: ¡Man­tel, prepárate!
De inmediato aparecieron sobre la mesa excelentes alimen­tos y bebidas que ni el joven ni la posadera habían visto jamás en su vida. El joven comió hasta saciarse, convidó también a la po­sadera y se fue a dormir. Pero la dueña de la posada era una desalmada y, durante la noche, cambió el mantel mágico por uno cualquiera.
Cuando el joven llegó a su casa, su mantel sólo provocó bur­las y carcajadas. Le tocó al segundo hijo salir a buscar trabajo.
Después de mucho caminar, también él se encontró con el viejo de barbas blancas.
-¿Adónde vas, jovencito?
-He salido a buscar trabajo porque en casa ya no queda nada para comer.
-¿Quieres trabajar conmigo?
-Con mucho gusto.
El joven se fue con él, trabajó durante un año, y el viejo lo recompensó con un gallito diciéndole:
-Ten en cuenta que éste no es un gallo cualquiera. Si le dices: «¡Gallo, canta!», él obedece y lanza por el pico una moneda de oro.
El joven le dio las gracias y retomó el camino de vuelta a casa. Al anochecer, entró en una posada, la misma en la que ha­bía pasado la noche su hermano mayor.
-Prepárame algo de cenar -le dijo a la posadera. Tengo todo el dinero que haga falta.
Puso al gallo sobre la mesa y dijo:
-¡Gallo, canta!
El gallo cantó y de su pico salió una moneda de oro.
La posadera preparó deprisa una cena tan deliciosa que ni ella ni el joven habían probado jamás: claro, porque tenía el mantel mágico. Pero, cuando el joven se durmió, le cambió el ga­llito mágico por otro cualquiera. Fue así como el segundo hijo, a su regreso, también fue objeto de burlas y carcajadas.
Le tocaba irse ahora al hermano más joven.
-¡A ver qué haces, con lo tonto que eres! -lo ridiculizaban sus hermanos mayores.
Pero el tonto se fue igualmente. Después de mucho caminar, se encontró también él con el viejo de las barbas blancas.
-¿Adónde vas, jovencito?
-He salido a buscar trabajo, porque en casa no tenemos ya nada para comer.
-¿Quieres trabajar conmigo?
-Con mucho gusto.
Transcurrido un año, el viejo le dio como recompensa un garrote, diciéndole:
-Ten en cuenta que éste no es un garrote cualquiera. Si tú le dices: «¡Garrote, golpea!», comienza a hacer de las suyas. Y so­lamente se detiene si le dices: «¡Garrote, basta!».
El tonto le dio las gracias y retomó el camino de vuelta a casa. Y también él entró en la posada donde habían pernoctado sus dos hermanos. Cuando llegó la hora de dormir, le dijo a la posadera:
-Señora, escúcheme bien. Tenga en cuenta que mi garrote no es un garrote cualquiera. Cuídese de decirle: «¡Garrote, golpea!», porque será tarde para arrepentirse.
Pero, fiel a su mala entraña, en cuanto el tonto se durmió, la posadera cogió el garrote y dijo:
-¡Garrote, golpea!
No bien dijo eso, el garrote voló por el aire y comenzó a darle golpes por todo el cuerpo. La posadera chillaba, el tonto se despertó y vio lo que estaba ocurriendo. La posadera le su­plicaba:
-Señor, tenga piedad, ordénele a su bastón que me deje en paz. Le prometo que no volveré a engañar a nadie y le daré, además, el mantel mágico y el gallito que lanza monedas de oro.
-Con que ésas tenemos -dijo el tonto, dándose una palmada en la frente-. Fue usted la que se burló de mis hermanos.
-Le juro que no lo volveré a hacer. Pero, por favor, detenga al garrote. Si sigue así, acabará matándome.
Entonces el tonto gritó:
-¡Garrote, basta!
Y el garrote dejó de golpear. La posadera estaba verde y azul de tantos garrotazos y a duras penas lograba mantenerse en pie. Pero se dio prisa en entregar al tonto el mantel mágico y el galli­to, aliviada por haber salvado el pellejo.
Imaginaos qué alegría cuando el hermano más joven volvió a casa con el mantel mágico que preparaba por sí solo la comida y la cena, con el gallito que escupía monedas de oro cada vez que cantaba y con el garrote embrujado que golpeaba cuando uno quería.
La miseria desapareció para siempre de aquella casa y na­die volvió a decirle al hermano menor que era corto de enten­dederas.

125. anonimo (polonia)

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