Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

El hijo del rey de francia y la hermosa juana


Había una vez en Francia un rey y una reina que tenían un hijo tan bello como el sol. Al príncipe le gustaba mucho cazar. Cada mañana salía con setecientos cazadores y setecientos perros sa­buesos. Cazaba en el bosque y volvía de la caza a la hora del cre­púsculo, al son de las trompas y de los cuernos.
Pero un día el caballo del príncipe volvió solo de la caza. Su jinete, el hijo del rey de Francia, se había separado de sus com­pañeros en el corazón del bosque y se había perdido.
Cayó la noche, los lobos comenzaron a salir de sus guaridas, y no era el mejor momento para dejarse ver. El hijo del rey de Francia trepó a un árbol y miró cauteloso hacia todos lados. Pero no logró divisar siquiera una débil luz. No tuvo más reme­dio que bajar, prepararse un lecho de hierba y dormirse empu­ñando la espada.
Cuando se despertó, el sol ya estaba en lo alto del cielo y los pájaros gorjeaban. El hijo del rey de Francia se levantó y echó a andar, esperando reconocer el camino de vuelta. Vagó durante todo el día, adentrándose aún más en el denso bosque. Sació su sed bebiendo en los manantiales y aplacó su hambre comiendo moras silvestres. Pero al anochecer no había encontrado aún el camino de vuelta a casa.
Cagó de nuevo la noche, los lobos comenzaron a salir otra vez de sus guaridas, y no era el mejor momento para dejarse ver. El hijo del rey de Francia subió a un árbol y miró a su alrededor. Pero doquiera que mirase no distinguía ninguna luz. Así que no le quedó más remedio que bajar, prepararse un lecho de hierba y dormirse empu-ñando la espada.
Cuando se despertó, el sol ya estaba en lo alto del cielo y los pájaros gorjeaban. El hijo del rey de Francia se levantó presuro­so y una vez más se dedicó a buscar el camino de regreso. Vagó otra vez durante todo el día y se adentró aún más en el tupido bosque; sació su sed en las fuentes y se alimentó de moras y hier­bas silvestres. Cuando llegó la noche, aún no había salido del bosque.
Cayó así la tercera noche; los lobos comenzaron a salir de sus guaridas, y no era el mejor momento para dejarse ver. El hijo del rey de Francia lo comprendió, trepó a un árbol y miró hacia todos lados. Y escrutando en la oscuridad, distinguió finalmen­te, muy a lo lejos, una lucecita. Bajó enseguida del árbol y se di­rigió deprisa hacia la luz. Caminó mucho hasta que, una hora antes de medianoche, llegó ante un castillo, en el corazón del bosque.
El hijo del rey de Francia se acercó a la puerta y golpeó:
-Toc, toc, toc.
Una muchacha, hermosa como el día, fue a abrir la puerta.
-Buenas noches, hermosa joven -la saludó el príncipe, soy el hijo del rey de Francia y me he extraviado. Hace tres días y tres noches que vago por el bosque. ¡Hermosa joven, te lo ruego, dame algo de comer y déjame dormir aquí esta noche!
-Entra, hijo del rey de Francia -dijo la hermosa muchacha, entra, come y bebe, pero, en cuanto estés saciado, debes irte cuanto antes, porque mis padres son el Mago y la Bruja y su manjar favorito es la carne humana. En este momento están pa­seando por el bosque, pero volverán a la medianoche en punto y no querría que te devorasen vivo. ¡Por ello, buen príncipe, ven, come y bebe, pero luego vete deprisa!
-Sin embargo, hermosa joven -respondió el príncipe-, no es­toy en condiciones de seguir, me siento demasiado cansado.
-De acuerdo, hijo del rey de Francia -dijo la hermosa mu­chacha, de acuerdo. Entra, come y bebe, y después te esconde­ré bajo esta tina.
El príncipe siguió el consejo de la hermosa muchacha. A me­dianoche en punto volvieron al castillo el Mago y la Bruja. Y, ya desde el umbral, gritaron:
-¡Oh, oh, hermosa Juana, qué buen olor a carne humana!
-Es imposible, padre; es imposible, madre. ¿Cómo podría llegar un hombre hasta aquí? -exclamó la hermosa Juana. Mi­rad vosotros mismos y ya veréis.
El Mago y la Bruja comenzaron a buscar, pero fue en vano. No encontraron a nadie.
-Oh, oh, hermosa Juana, aún se siente ese buen olorcito -excla-maron-. Vayamos a la cama ahora y mañana miraremos mejor.
El Mago y la Bruja se fueron a la cama. La hermosa Juana, en cambio, no se fue a dormir. Cogió un puñado de arcilla y un mechón de sus cabellos, lo mezcló todo bien y preparó una es­pecie de hogaza que tenía el poder de hablar en su lugar hasta el amanecer.
Cuando terminó, la hermosa Juana se apoderó de la varita del Mago y de la Bruja, cogió sus botas de las siete leguas y, muy despacio, fue a despertar al hijo del rey de Francia:
-Levántate, levántate, hijo del rey de Francia, que debemos huir. De este sitio no se puede esperar nada bueno -dijo, y esca­paron juntos veloces como el viento.
El Mago y la Bruja sospecharon algo y, ya medio dormidos, gritaron:
-Oye, hermosa Juana, es hora de que vayas a la cama.
La hogaza de arcilla y cabellos respondió:
-Ya voy, padre; ya voy, madre. Me estoy lavando la cara.
El Mago y la Bruja se quedaron tranquilos, pero no por mu­cho tiempo. Al rato volvieron a llamar:
-Oye, hermosa Juana, es hora de que vayas a la cama.
-Ya voy, padre; ya voy, madre. Me estoy quitando el corpi­ño -respondió la hogaza de arcilla y cabellos.
El Mago y la Bruja se quedaron tranquilos un rato más. Pero después llamaron de nuevo:
Oye, hermosa Juana, es hora de que vayas a la cama.
-Ya voy, padre; ya voy, madre. Me estoy lavando la blusa –respondió la hogaza de arcilla g cabellos.
El Mago y la Bruja se conformaron con la respuesta. Pero después volvieron a llamar:
-Oye, hermosa Juana, es hora de que vayas a la cama.
-Ya voy, padre; ya voy, madre. Me estoy desatando los za­patos -respondió la hogaza de arcilla y cabellos.
Y el Mago y la Bruja se quedaron tranquilos unos instantes más. Pero después volvieron a llamar:
-Oye, hermosa Juana, es hora de que vayas a la cama.
Pero esta vez la hogaza de arcilla y cabellos no respondió, porque estaba amaneciendo qya no tenía el poder de hablar. La Bruja se incorporó de un salto:
-¡Diablos! ¡Mal rayo los parta! ¡Juana y ese hombre se han escapado y se han llevado nuestra varita y nuestras botas de las siete leguas! ¡Deprisa, Mago, persíguelos! En menos de una hora los detendrás y nos los comeremos vivos.
El Mago cogió otra varita, se puso las botas de las diez le­guas y salió, veloz como un rayo. Poco después, la hermosa Jua­na y el hijo del Reg de Francia lo oyeron chillar a sus espaldas:
-¡Ladrones! ¡Granujas!
Pero la hermosa Juana tuvo una idea. Transformó al hijo del rey y a sí misma en una pareja de aves. Se posaron en una rama, junto al camino, y gorjearon:
-Chip, chip, chip...
Cuando el Mago los vio, se detuvo un instante y preguntó:
-¿Podéis ayudarme, pajarillos? ¿Habéis visto por casualidad escapar a un joven y a una hermosa muchacha?
Pero los pájaros siguieron gorjeando:
-Chip, chip, chip...
El Mago no comprendió lo que querían decir y volvió u casa. La hermosa Juana y el hijo del rey de Francia escaparon veloces como el viento.
Cuando el Mago llegó al castillo, la Bruja le preguntó:
-Dime, marido mío, ¿has atrapado a la hermosa Juana y a ese hombre?
-¡Oh, no! No los he encontrado -respondió el Mago-. Sólo he visto a un pajarillo y su compañera, posados en una rama junto al camino. Cuando les pregunté si los habían visto, lo úni­co que me dijeron fue «chip, chip, chip». No comprendí qué querían decir y por ello he vuelto a casa.
-¡Oh, qué idiota eres! -chilló la Bruja. ¡Eran ellos dos, evi­dente-mente! Rápido, síguelos. En menos de una hora los atrapa­rás y nos los comeremos vivos.
El Mago corrió como un relámpago y, poco después, la her­mosa Juana y el hijo del rey de Francia lo oyeron chillar a sus es­paldas:
-¡Ladrones! ¡Granujas!
Pero la hermosa Juana tuvo una idea. Transformó al hijo del rey de Francia y a sí misma en una pareja de patos. Se zambulle­ron en un lago junto al sendero y comenzaron a parpar:
-Cua, cua, cua...
Cuando el Mago los vio, se detuvo y preguntó:
-¿Podéis ayudarme, patitos? ¿Habéis visto por casualidad esca-parse a un joven y a una hermosa muchacha?
Pero la pata y el pato siguieron en el lago parpando:
-Cua, cua, cua...
El Mago no comprendió qué querían decirle y volvió a su casa. Y enseguida la hermosa Juana y el hijo del rey de Francia se marcha-ron rápidos como el viento.
Cuando el Mago llegó al castillo, la Bruja le preguntó:
-Dime, marido mío, ¿has conseguido esta vez atrapar a la hermosa Juana y a aquel hombre?
-¡Oh, no! Tampoco los he encontrado esta vez. He visto so­lamente una pareja de patos que nadaban en un lago junto al sendero y, cuando les pregunté si los habían visto, me respon­dieron «cua, cua, cua». No comprendí qué querían decirme y he vuelto a casa.
-¡Oh, qué estúpido eres! -dijo la Bruja, irritada. ¡Eran ellos dos, evidente-mente! Rápido, sal tras ellos. En menos de una hora los atraparás y nos los comeremos vivos.
El Mago salió corriendo como un relámpago y, poco des­pués, la hermosa Juana y el hijo del rey de Francia lo oyeron gri­tar a sus espaldas:
-¡Ladrones! ¡Granujas!
Pero la hermosa Juana tuvo una idea. Transformó al hijo del rey de Francia y a sí misma en un rebaño de ovejas y en una graciosa pastorcilla. Las ovejas se pusieron a pastar al borde del ca­mino, como en un día de verano, balando:
-Beeee, beeee, beeee...
Cuando el Mago las vio, se detuvo un instante y preguntó:
-Pastorcilla, ¿podrás ayudarme? Ovejitas, ¿podréis ayudar­me? ¿Habéis visto por casualidad escapar a un joven y a una her­mosa muchacha?
Pero las ovejas siguieron pastando y balaban:
-Beeee, beeee, beeee...
El Mago no comprendió que querían decir y volvió a casa. Y enseguida la hermosa Juana y el hijo del rey de Francia se mar­charon veloces como el viento.
Cuando el Mago volvió al castillo, la Bruja le preguntó:
-Oh, marido mío, ¿cómo te ha ido? ¿Has logrado por fin capturar a la hermosa Juana y a aquel hombre?
-¡Oh, no! No he podido -respondió el Mago. Me encontré con un rebaño de ovejas y una hermosa pastorcilla. Pero cuando interrogué a las ovejas, sólo me respondieron: «beeee, beeee, be­eee ». No comprendí qué querían decir y por eso he regresado.
-¡Mira que eres tonto! -chilló la Bruja. ¡Eran ellos dos, evi­dentemente! Rápido, síguelos, maridito. En menos de una hora los atraparás y nos los comeremos vivos.
El Mago salió corriendo, veloz como el viento, pero la her­mosa Juana y el hijo del rey de Francia ya estaban tan lejos que no llegó a alcanzarlos.
Después de siete días y siete noches, ambos llegaron al castillo del rey de Francia. El hijo del rey abrazó a sus padres y dijo:
-¡Buenos días, rey de Francia! ¡Buenos días, reincide Fran­cia!
-Buenos días, hijo -respondieron el rey y la reina. Buenos días y bienvenido a casa. ¡Creíamos que ya te habíamos perdido para siempre!
-Queridos padres -dijo el príncipe, realmente he estado al borde de la muerte. Y, si no hubiese sido por la hermosa Juana, el Mago y la Bruja me habrían comido vivo. Queridos padres -concluyó el hijo del rey de Francia, amo a la hermosa Juana más allá de lo que alcanzan a decir las palabras. Permitidme que me case con ella. Si os negáis, me iré en un barco y no volveré ja­más.
-Oh, querido hijo -dijeron el rey y la reina de Francia, ¡no te vayas en un barco! ¡Claro que puedes casarte con la hermosa Juana!
Así, el hijo del rey de Francia se casó con la hermosa Juana y vivieron felices, en riqueza y en prosperidad, hasta el fin de sus días.

120. anonimo (francia)

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